Crece el debate respecto de la pregunta que le da título a esta columna. ¿Hay errores de comunicación en el manejo de la pandemia en los distintos niveles de gobierno? La respuesta obvia es que, por lógica, sí los hay. No puede no haberlos, dado que la comunicación es una práctica humana y, como tal, es imperfecta. Además, porque quienes se encargan de ejecutar las estrategias comunicativas, en una conferencia de prensa o en un anuncio determinado, no siempre son los especialistas que la idearon y trazaron los ejes del discurso, como los infectólogos y los comunicólogos, sino los gobernantes. Por más entrenados que estén, hay que entender que existe un margen de error, que pueden equivocarse. Y de hecho suele suceder.
¿Hay errores de comunicación?
Por Alfredo Hoffman
Entonces las críticas se elevan y así resulta fácil adjudicar determinados fenómenos sociales, como los incumplimientos en las pautas de prevención, que a su vez provocan el crecimiento de los contagios, a esos errores. Pero hay otra mirada posible del problema, la de las responsabilidades compartidas.
Cuando dos hablantes se encuentran, para que haya entendimiento, es necesario que ambos quieran escuchar al otro. De la misma manera, cuando un gobierno o una institución desea comunicar algo, para que ese acto tenga éxito es necesario que los destinatarios estén dispuestos a participar de ese acto. Lo que sucede con la comunicación sobre la pandemia es que, de un tiempo a esta parte, una buena porción de la sociedad parece no querer escuchar o que por alguna razón no puede hacerlo.
El viernes, el director general de Segundo y Tercer Nivel de Atención del Ministerio de Salud de Entre Ríos, Carlos Berbara, hizo un repaso de las acciones que forman parte de la estrategia de comunicación del gobierno provincial. Entre esas acciones se encuentran las conferencias de prensa por streaming, con posibilidad de que los medios realicen las preguntas que consideren pertinentes, con el objetivo de que la información provenga de fuentes oficiales y se evite la circulación de versiones extraoficiales, no confirmadas o deliberadamente falsas. De esa manera, junto con muchas otras piezas comunicacionales en el orden nacional y provincial, se busca persuadir a la sociedad de que es necesario que adopte conductas de cuidado personal para no contagiarse y para no propagar el virus y no contribuir así a profundizar la crisis sanitaria y a que haya cada vez más personas enfermas y más muertes.
Sin embargo, hay también otros actores que intervienen en el flujo informativo e influyen para que el entendimiento no se produzca. Están quienes ponen a circular mensajes contrarios a las normas de cuidado –principalmente la cuarentena– y alientan a no cumplirlas. Estas operaciones se traducen incluso en la convocatoria de sectores de la oposición a protestas en contra de las pautas de prevención, que en realidad son en contra del Gobierno (la cuarentena es la excusa del momento), con el argumento de que se están afectando las libertades individuales. Por lo tanto, en este acto de habla a gran escala, una buena parte de la sociedad está imposibilitada de escuchar debido a esos obstáculos.
El mismo ministro de Salud de hoy, Ginés González García, fue quien hace más de una década logró con éxito una difícil batalla comunicacional en favor de la salud de la población: la ley antitabaco. Antes de esa norma, era aceptado culturalmente fumar en lugares cerrados, porque era una libertad individual, aunque enfermara a terceros. Pero en ese caso hubo entendimiento, hubo escucha, a pesar de que había poderosas corporaciones en contra.
Ahora el desafío es más o menos parecido: comunicar con éxito que las reuniones sociales o circular masivamente, por ejemplo, son conductas que afectan a otros. Dos diferencias lo vienen impidiendo: en aquella época no estaba todavía declarado el “periodismo de guerra”, no estaban en auge las fake news y las redes sociales eran apenas incipientes. La otra diferencia es que el virus es menos perceptible que el humo del cigarrillo y no se teme lo que no se ve.