Si bien las democracias republicanas o representativas –como las conocemos del típico modelo a escala ideal, copiado de manual– funcionan en base a la convivencia y mutua regulación de los poderes públicos, es sabido que son absolutamente permeables al llamado poder económico, es decir, a la influencia del capital y de los intereses de las clases más pudientes en el quehacer político.
Enquistada plutocracia
Por Luciana Actis
Estos poderes suelen ser más o menos invisibles en el debate político, juegan el rol del poder “detrás del trono”, hablamos de quienes tiran de los hilos invisibles de la política.
El concepto de plutocracia puede vincularse con el de oligarquía, que no es otra cosa que el gobierno de unos pocos (del griego oligos, “pocos”; y kratos, “poder”). Podría bien decirse que la plutocracia es una forma de oligarquía, ya que las élites económicas son siempre minoritarias en comparación con el resto del pueblo llano.
Cubierta bajo el manto protector de las democracias representativas, la oligarquía mundial mantuvo el poder en casi todo el mundo a lo largo de los últimos siglos, en clara pugna con el socialismo que se llevó a cabo en algunos países, cuyos casos más significativos han sido Cuba y la extinguida URSS. De hecho, las democracias occidentales tienen ese carácter oligárquico y lo reconocen las mismas élites dominantes que se aseguran –más solapadamente en algunos casos y más abiertamente en otros– que no haya “exceso de democracia”. Es decir que, ante todo, se garanticen los intereses de la clase más pudiente o plutocracia.
Para las grandes multinacionales y la oligarquía agraria, la población debe admitir determinadas restricciones en salarios y en prestaciones sociales para que ellas puedan lograr sus enormes beneficios y, por lo tanto, las medidas “de adaptación estructural” deben imponerse, de una forma u otra, para que las élites económicas sigan manteniendo su status. Si los salarios no se reducen de manera nominal, siempre se puede recurrir a una alternativa disciplinaria que quienes vivimos en Argentina conocemos bien: la inflación.
Este panorama general, de aceleración inflacionaria y radical transformación de los precios relativos, suele generar notables asimetrías respecto del impacto final sobre el poder adquisitivo de distintos estratos sociales.
En los hogares de menores ingresos los gastos se concentran principalmente en alimentos, transporte, alquileres y servicios como la luz y el gas. Cuando el motor inflacionario es de raíz cambiaria (devaluación, eliminación de retenciones) o tarifaria –como viene sucediendo sin pausa desde 2015– los principales perjudicados estarán entre los más pobres de la sociedad. Sin embargo, los voceros de la plutocracia aún sostienen que el problema es la puja distributiva (paritarias-remarcaciones).
En 1976, la plutocracia plantó una bandera definitiva en la Argentina, y desde entonces maneja el destino del país desde las sombras, lanzando constantes contraofensivas a los sectores populares e instalando en la mal llamada clase media una idea que no le pertenece: “el que es pobre lo es porque no quiere trabajar”, o su contracara, “los ricos lo son por mérito propio”.
En la cúspide de la riqueza nacional se encumbran 50 familias cuyo patrimonio alcanza los 46.440 millones de dólares, según la revista Forbes Argentina. Estas pocas familias, cuyo capital es superior a las reservas del Banco Central, son las que condicionan a las democracias representativas: los Rocca (Techint), los Bulgheroni (petroleros explotación de Vaca Muerta), los Pérez Companc (Molinos Río de la Plata), los Eurnekian (bancos, gas y biodiesel), los Roemmers y los Bagó (laboratorios), los Galperín (Mercado Libre), Francisco De Narváez, los Noble Herrera, los Magnetto, los Mitre (medios y servicios de comunicación), los Blaquier (ingenio Ledesma), los Born (agroindustria), los Coto (supermercadistas) y por supuesto los Macri (constructoras), entre varios otros.
A través de la maquinaría de propaganda, han logrado conseguir una población dormida para el análisis de la realidad. Mientras tanto, los de abajo seguimos acusando a izquierda y derecha, en lugar de alzar las cabezas y apuntar hacia arriba.