Abajo de la lona todo es humedad, como en la calle. El barro sube por los tobillos. Hace un mes que la familia Petrechelli vive en la vereda de Churruarín, enfrente de donde estuvo la casa que habitaron durante 33 años. Los desalojaron el 13 de junio, les rompieron las paredes a puro martillazo, las mismas que ellos edificaron y defendieron. El paso del tiempo todavía no les dio soluciones concretas. Reciben ayuda de los vecinos que les guardan algún mueble, les prestan el baño. Resisten y tienen la voluntad de continuar en ese camino hasta encontrar una salida: un terreno o un techo de verdad.
Los Petrechelli llevan un mes en la calle y resisten bajo una lona
En el desalojo, a la familia de calle Churruarín les derribaron las paredes a martillazos, a la vista de los niños, previo al paso de una topadora. Vivieron en el lugar durante 33 años y necesitan ayuda: un terreno o un techo de verdad
Por Pablo Felizia
13 de julio 2017 · 07:53hs
Foto UNO/Pablo Felizia
Foto UNO/Pablo Felizia
La última lluvia les derribó el campamento, se les mojó todo. Fueron los vecinos de toda la vida los que se acercaron, les brindaron una mano, una más de tantas que los Petrechelli cuentan y no olvidan.
Fueron efectivos policiales, grupos especiales y hasta bomberos los encargados de echarlos aquel 13 de junio, en un operativo de película. En 2014 ya habían intentado un desalojo que no terminó en nada, más allá de un despliegue similar al del mes pasado. Entonces, les mataron hasta un loro con la cantidad de gas pimienta que les tiraron. Aguantaron y se pudieron quedar; ahora la cosa fue más dura, diferente, más violenta y no tuvieron otra posibilidad.
En el terreno donde estaba la casa central, más otras construcciones que habían levantado con trabajo y durante años, ya no hay nada, solo los restos de lo que alguna vez fue. Es todo barro, y sobre Churruarín hay un alambrado que bordea parte del terreno, que da cuenta de una propiedad privada que los Petrechelli aseguran que les pertenece.
Sobre la vereda de esa gran parcela, son unas 5 hectáreas, quedaron bultos importantes, cosas que pudieron sacar antes de que les destruyeran todo. Hay muebles que creen que ya no sirven y hasta un freezer nuevo que habían comprado tiempo atrás: está envuelto en un plástico, a la intemperie.
"Estamos bajo el toldo, con la lluvia última que fue fuerte se nos mojó todo", dijo Gabriela Petrechelli, hija de José Ángel y Griselda Chávez, quienes conformaron a su familia en ese lugar.
Gabriela se convirtió en una portavoz de la familia. Contó de su hermana, que el lunes se descompuso y un vecino la llevó al hospital. El martes le debieron hacer diálisis como tantas otras veces. Dijo que necesita un trasplante de riñón.
El terreno donde estaba su casa es elevado, más de un metro, hay que subir por una escalera construida sobre el terraplén. En la vereda de enfrente está el toldo sostenido por algunas vigas y hay chapas que hacen de paredes, ese lugar improvisado es donde pasan las noches y el día, un resguardo que ya se les vino abajo una vez. A un costado, afuera, hay una butaca de algún vehículo que hace de sillón y hay más bultos, muchos más tapados con plásticos. También hay perros, más de tres.
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Adentro de ese refugio, la trinchera desde donde la familia resiste, hay una alacena que sostiene sus pertenencias, algunas envueltas en bolsas para que no les entre humedad. Tienen una mesa con sillas de madera, hay algún que otro mate, platos y jarros, una escoba parada en uno de los costados, más atrás están las camas y un televisor que ayer estaba prendido pero en silencio. "Estamos en la nada. Todavía no hay una solución, una casa, un terreno, nada. Vinieron de la Municipalidad, de Derechos Humanos. Después vino Garay con Irina –por la Defensoría del Pueblo– con una nota para que se la hagamos al gobernador, para que vea lo que pedimos, los días que hace que estamos así con los chicos, con mi hermana que no está bien", agregó Gabriela.
Son 19 las personas que integran la gran familia que está compuesta por niños de 3 a 13 años. No eran usurpadores, vivieron en ese lugar de Churruarín y López Jordán de la capital provincial más de tres décadas y hasta consta el apellido Petrechelli en las boletas de impuestos que pagaron por años. Reclamaron la posesión del terreno, pero nunca prosperó el trámite. Ahora, quien lo adquirió, se adjudica la titularidad y al parecer ganó una demanda que desató el desalojo.
Pero el dueño de la parcela nunca se presentó. En la sentencia aparece un tal Raúl Alejandro Prosdocimo y cuya apoderada legal es María Liliana Cabrera Bustos, y también Norma Beatriz Demartin. Pero además hay una historia de nombres y apellidos que dicen ser los dueños del lugar y que pelearon por el desalojo de los Petrechelli; según ellos, y siempre mostraron sus pruebas, esos que se adjudican el terreno nunca pagaron un impuesto.
"Los vecinos, gracias a Dios son buenas personas y nos ayudan. Todos los días vienen, nos preguntan si estamos bien", dijo Gabriela.
Por el momento solo hay uno de los chicos bajo el toldo, el hijo de ella, porque ya no quería pasar los días en la casa de algún familiar, necesitaba estar con su mamá. "Es una vida la que pasamos acá. Mi papá está hace 33 años, con mi hermana nacimos en este lugar, mi nene tiene 8 años. Todo esto nos pone mal, tenemos que seguir en la espera, nadie nos da una respuesta".
Desde la Defensoría del Pueblo, organismo que se acercó desde el comienzo del conflicto, señalaron que si bien en concreto aún no hay soluciones, están en la tarea. Luis Garay, titular de la dependencia, dijo que trabajan con el Copnaf y con Desarrollo Social de la provincia, que acompañan la búsqueda de un terreno que le permita a esta familia poder edificar. Sin embargo, la tarea no parece ser nada fácil. A los niños, con sus padres, se les brindó la posibilidad de que duerman en hoteles para que no estén en la calle y desde Salud una persona va en la semana para constatar el estado sanitario de los integrantes de la familia. Además contó que se los asiste con módulos de alimentos y frazadas desde la Municipalidad.
Los Petrechelli son gente de trabajo y de eso uno se da cuenta de inmediato. Además, con solo hablar un rato, la sinceridad los desborda. El mayor ingreso que tenían, dependía de la tarea que llevaba adelante José Ángel con el rejunte de cartón y de otros materiales para reciclar. Ahora no tienen lugar, no pueden seguir con eso y con los precios de las cosas todo se complica más.
Contaron que semanas atrás, quienes los desalojaron volvieron al terreno y además de demarcarlo, comieron asado, hicieron un picnic y desde lo alto del terraplén les sacaban fotos, les hacían burlas, se les reían en la cara. Una saña difícil de entender, una provocación pero que tanto Gabriela como su madre contaron con la bronca atragantada, con algunas lágrimas. Es que tampoco les dieron el tiempo para sacar todo y en la demolición perdieron camas, las cunas de los niños, cosas que compraron, materiales de construcción y hasta dijeron que la policía les llevó cinco bonsais que tenían.
Los Petrechelli hablan de derechos que no tienen, como el del techo propio, de la mala fe de un dueño que jamás apareció, de un título de propiedad que nadie les mostró, de sus impuestos pagos; sostienen que no piden nada regalado y que a puro martillo le rompieron sus casas antes de que pasara la topadora.
A los Petrechelli los desalojaron sin piedad y bajo un toldo, en la vereda, todavía resisten.