Un antiguo hospital de lepra que sobrevivió y hoy es un geriátrico

Está ubicado en Colonia Ensayo, Departamento Diamante. En 1948 se inauguró para aislar a personas con bacilo de Hansen. En el 80 cambió su perfil y ahora es una residencia estatal para ancianos en donde abunda la buena onda
28 de agosto 2016 · 13:26hs
Ya no está más el paredón que dividía la zona de los leprosos de quienes no padecían la enfermedad. No existe el miedo y los estigmas, solo se siente alegría. Para comprobarlo no hace falta recorrer las 98 hectáreas del predio del hospital doctor Enrique Fidanza, ubicado en Colonia Ensayo, Departamento Diamante, sino que con tan solo caminar unos cuantos kilómetros se puede entender que todo cambió, ya no es un sanatorio que aisló a pacientes con bacilo de Hansen sino que es un geriátrico que acoge a adultos mayores y les brinda una atención que poco se encuentra en una ciudad.

A 25 kilómetros de Paraná, por la ruta provincial 11, funciona el Fidanza, un enorme complejo constituido por más de una decena de edificios distribuidos en 18 hectáreas. El ingreso al hospital está flanqueado por una hilera de enormes árboles y al atravesar la entrada uno se choca con un vibrante predio, parecido a un parque verde de terreno ondulado. El sol de las 11 encandila a más de un residente y hace brillar las flores de los coloridos canteros. Seguramente en momentos de la lepra, este escenario no sirvió de consuelo para quienes fueron arrastrados al lugar por la fuerza, llevados por la policía si alguien los descubría o denunciaba por tener el bacilo de Hansen.

El lugar es silencioso y las personas que se desplazan lo hacen con paciencia. Nadie corre o grita, se trata de un panorama muy diferente al que se puede experimentar en el centro de la capital entrerriana. El cielo está despejado, celeste, y el viento es tenue, hace bailar las ramas de los mandarinos. Se oye a la perfección las melodías que interpretan los loros, las cigarras y los zorzales. En este marco, tres pacientes del Fidanza toman sol frente a uno de los pabellones y sonríen. Ante la pregunta de UNO sobre cómo se sientes, ellos levantan el pulgar y lanzan una carcajada al unísono.

“Este lugar es hermoso, lo quiero mucho. Llevó años acá y ya me tengo que jubilar pero nunca lo hago porque forma parte de mi vida”, manifiesta Carmen, quien hace 32 años trabaja en el Área de Estadísticas. La declaración de la mujer deja en suspenso la sinfonía natural, como si una partitura señalara dos compases de silencio.

En ese momento ella se encuentra con su compañera Alicia, quien hace 18 años también trabaja en el Área de Estadísticas. Ambas empiezan a hacer un repaso por la historia del Fidanza y en sus palabras, se nota su devoción por la institución que empezó siendo un leprosario y actualmente es un geriátrico. Un lugar que cambió su perfil y logró sobrevivir con el tiempo y actualmente acoge a 82 pacientes y 180 empleados, entre médicos, enfermeros, administrativos y demás.


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El aislamiento


La lepra es una enfermedad infecciosa y contagiosa. La bacteria que la causa se llama mycobacterium leprae y fue descubierta en 1874 por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen, por eso es que también se la conoce como bacilo de Hansen.

El origen de esta enfermedad se remonta hace al menos 4000 años atrás. Durante siglos, padecer el bacilo de Hansen fue estigmatizante y considerado como vergonzoso y mutilante. En la actualidad esta mentalidad no existe y se debe a que en los ochenta, la Medicina encontró su cura a través de la administración oral de la dapsona, rifampicina y clofazimina.

Hablar de lepra en la actualidad no es mala palabra como lo era antes, luego de que Hansen diagnosticara el primer caso. Resulta que en esos tiempos, esta enfermedad armó un revuelo internacional que en un abrir y cerrar de ojos numerosos países de Europa decretaron la exclusión sistemática de leprosos y su reagrupamiento en instituciones como medida esencial de profilaxis. De esta manera, las cuarentenas forzadas o segregaciones de pacientes con la infección se volvieron moneda corriente y terminaron llegando a la Argentina de la mano de las políticas de salud de Juan Domingo Perón, quien durante sus dos primeras presidencias inauguró cinco leprosarios.

Fue así que el primer lugar para alojar y aislar a enfermos de lepra se inauguró el 6 de febrero de 1938 en Posadas, Misiones. A este sanatorio-colonia le siguió uno de las mismas características en San Francisco del Chañar, Córdoba, inaugurado el 12 de marzo de 1939. Simultáneamente a este suceso, comenzó el funcionamiento del tercer leprosario, denominado Maximiliano Aberastury, en la isla del Cerrito, Chaco. El turno del cuarto llegó el 22 de noviembre de 1941 en el partido de General Rodríguez, provincia de Buenos Aires. Todas estas instituciones fueron concretadas por el Departamento Nacional de Higiene de la República Argentina en cumplimiento de las leyes 11.359 y 11.410, sobre profilaxis y tratamiento de personas con bacilo de Hansen.

En este contexto, el último sanatorio-colonia en inaugurar fue el Hospital Doctor Enrique Fidanza, en honor al primer dermoleprólogo de la región. El predio quedó formalmente habilitado el 14 de marzo de 1948. “En 1937 se comenzó con el envío de materiales con el objetivo de empezar el hospital. Por 1939 se reciben a los dos primeros enfermos y se los interna en una pequeña casa de aislamiento de la zona, ya que no estaba terminado el Fidanza porque recién por 1942 empezó la construcción propiamente dicha, la cual terminó en 1948”, explica Yolanda Spahn, de 66 años, quien ahora está jubilada y llegó a trabajar durante 35 años en la institución de Colonia Ensayo.


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Visiblemente emocionada para hablar del lugar que vio crecer y transformarse, la exjefa de Área de Estadísticas contó que “en sus comienzos, en el Fidanza se aislaba de forma total a los pacientes con lepra sin más contacto que con médicos y enfermeros donde incluso la comunidad que vivía en el hospital trabajaba las tierras y criaba animales vacunos, porcinos y aves para autoabastecer sus necesidades alimenticias”.

“Al Fidanza vinieron muchos pacientes de lepra a atenderse y la mayoría eran de Entre Ríos, Chaco, Corrientes, Santa Fe, Misiones y hasta de Paraguay”, detalla Chola, como le dicen en la institución del Departamento Diamante, y agrega que “para llegar a lo que es ahora el hospital, hubo que atravesar un largo proceso que fue de la mano con los avances científicos y médicos, porque cuando se encontró una cura de la lepra, se fue perdiendo muchos miedos y tabúes y eso habilitó a que se transformara en un geriátrico y que se atendiera a personas con lepra de otra forma, de forma ambulatoria y en su domicilio”.

Yolanda afirma a UNO de manera rotunda que quiere mucho al Fidanza y recuerda como si fuera ayer que ingresó a trabajar al hospital. “Fue el 2 de mayo de 1975. Éramos más de 50 empleados y casi 100 pacientes con lepra. Recuerdo que muchos eran jóvenes que habían traído a la fuerza porque como era una enfermedad infecciosa y contagiosa, era obligatorio que los aislaran. Por suerte, con el tiempo todo empezó a cambiar y el hospital fue perdiendo su perfil para el cual había sido creado”.


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Cambio de perfil


Cuando uno atraviesa la puerta de entrada al Fidanza, se topa con numerosas casas. Cada una tiene un cartel que indica qué es. Del lado derecho, hay un edificio que dice: “Dirección”. En ese lugar, Jorge Cáceres espera a UNO para charlar un poco sobre el hospital.

La oficina es amplia y tiene pocos muebles. Todo está ordenado y tiene un porqué: cuadros de exdirectores en la pared, fotos del momento en que se inauguró el antiguo leprosario y hasta una bandera de Entre Ríos y otra de Colonia Ensayo.

Antes de empezar la entrevista y sin dar rodeos, el médico oriundo de Diamante afirma con una sonrisa: “Me encanta trabajar acá”. El profesional de la salud hace más de 12 años que es director del Fidanza. En 2004 ganó el cargo tras un concurso y desde ese momento pasa días enteros en el complejo.

“En 1984 el Fidanza cambió su perfil. Cuando asumí en enero de 2004 ya estaba instalada la idea de ser un geriátrico pero seguía siendo un hospital cerrado, con poca apertura hacia la población de la zona. Pero con el tiempo el pensamiento de los profesionales que trabajan acá empezó a cambiar y poco a poco se transformó en lo que es ahora”, cuenta Cáceres y explica que una de las principales razones por las que es una residencia para adultos mayores se debe a que muchas de las personas que tuvieron lepra se curaron y se quedaron en el lugar a envejecer.

“Quienes vinieron acá a vivir y atenderse de lepra lo hicieron cuando eran jóvenes, por eso una vez que se curaron ya estaban grandes para irse y varios no tenían un lugar afuera del hospital para ir a vivir, así que se quedaron”, señala el director y amplía: “Hay que tener en cuenta que quienes fueron traídos eran personas excluidas de la sociedad, que tuvieron que abandonar todo para permanecer aisladas, por eso luego de estar tantos años en el hospital ya no les dio deseo salir porque habían sido estigmatizados y muchos perdieron contacto con su familia”.

El Fidanza actualmente es una residencia pública para adultos mayores, esas que en la capital entrerriana salen más de 14.000 pesos en el caso de ser privadas. De esta manera, este hospital no solo beneficia a la sociedad por ser estatal, sino que también a los trabajadores del lugar. “Para nosotros el cambio de leprosario a geriátrico fue beneficioso. Cuando los pacientes se curaron y ya no tenía motivo por el cual ser un leprosario, nos dijeron que el hospital iba a cerrar y ahí aparecieron momentos críticos. Todos estábamos con el corazón en la boca y había mucha incertidumbre en esa época que era por el 2000”, cuenta Carmen, una de las empleadas del Área de Estadísticas mientras revuelve en un pocillo de barro café instantáneo. Acto seguido ofrece la infusión a un médico y continua el diálogo con UNO: “Recuerdo que una paciente lloraba y contaba que la habían obligado a venir acá por tener lepra, que tuvo que abandonar su familia. Ella contó todo frente a una cámara de un canal de televisión y luego de eso todo cambió: al otro día vino un colectivo del hospital Pascual Palma y descargó unos 22 pacientes de ancianidad. Así fue que todos seguimos acá trabajando, juntos, como una familia”.


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Presente


El Fidanza es un predio enorme que puede tomar más de seis horas recorrerlo completamente. En las 18 hectáreas en donde está distribuida la edificación, se conjuga perfectamente la arquitectura antigua, de estilo californiano y español, con las modernas refacciones que le están haciendo a algunas casas. Éstas tienen una estructura sólida y en su mayoría tienen paredes blancas con aberturas de hierro y madera.

Son más de 20 los inmuebles que hay en el complejo: la dirección, administración, farmacia, cocina, capilla, el laboratorio, depósito de compras, carpintería, taller mecánico, sala de situaciones, área de estadística, de mantenimiento, de rayos X, de servicios sociales y los pabellones de internación. “En un comienzo los pabellones eran ocho, había cuatro de un lado del predio y cuatro del otro lado, pero uno se tuvo que demoler porque hubo un problema con el suelo, así que hoy tenemos siete, de los cuales tres se están refaccionando”, cuenta Cáceres e indica que al final del predio, con vista al río Paraná, están los dúplex que antiguamente eran ocupados por familias que vivieron en el hospital. “Algunas de esas casas hoy están ocupadas por expacientes de lepra que nunca se fueron”, apunta.

Respecto a la financiación que tiene el Fidanza, su director explica que en un comienzo el hospital era nacional pero fue transferido a la provincia en 1994. “Ahora estamos en una época difícil desde el punto de vista económico. Desde el hospital se hicieron muchas cosas para seguir adelante porque cuenta con el personal capacitado, pero se necesita el apoyo del Ministerio de Salud”, asegura el médico y detalla que tienen una capacidad para alojar a 87 pacientes, “pero ahora que están arreglando tres pabellones, seguramente tengamos la posibilidad de tener 40 camas nuevas”.

Sentado frente al escritorio de su despacho, Cáceres cuenta que además de haber cambiado el perfil del hospital, también se modificó la infraestructura. “Antes había un muro que separaba el predio, por un lado estaban quienes tenían lepra y por el otro los que no. Ahora eso no está más y todo se tuvo que cambiar en función de los pacientes que tenemos, quienes son adultos mayores. Para eso se necesitó poner rampas o puertas anchas para circular con sillas de rueda. Todo se modificó y mejoró para reunir las condiciones necesarias para atender a gente grande que generalmente tiene problemas para movilizarse”.

El profesional de la salud cuenta que ya no vive nadie en el Fidanza y los empleados del lugar hacen guardias constantes, por lo cual los residentes nunca están solos. “Tenemos pacientes con diferentes enfermedades, pero lo único que no recibimos son personas con enfermedades psiquiátricas. Por suerte contamos con profesionales que pueden tratar diferentes problemas de salud”, señala Cáceres y afirma que el requisito para entrar es ser mayor de 65 años y se puede tener o no obra social.

Al respecto, el médico oriundo de Diamante apunta que a un paciente afiliado al Instituto de Obra Social de la Provincia de Entre Ríos (Iosper) un mes en el Fidanza le sale 1.500 pesos. Mientras que a alguien con el Programa de Atención Médica Integral (PAMI) le cuesta, desde febrero de 2015, 28.000 pesos. “La facturación no la ponemos nosotros, pero es cierto que es mucha la diferencia entre afiliados del PAMI y del Iosper. Del Iosper tenemos ocho pacientes mientras que del PAMI tenemos 60 y hay varias personas que no tienen obra social”, finaliza el director.


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Ver infografía en alta resolución.


El padre Barón


Cuando se fundó el Fidanza, aterrizaron en el lugar dos hermanas del Instituto de Misiones Extranjeras de París, Francia. Mathilde Guillaume y María Luisa Dupont se dedicaron a contener y ayudar a los pacientes con lepra durante muchos años. Actualmente ninguna de ellas reside en el hospital debido a que una murió y la otra regresó a su país. Pero, quien siempre estuvo presente, en contacto continuo con los pacientes, fue un capellán.

Desde que se fundó el antiguo leprosario pasaron diferentes sacerdotes por la capilla, pero hay uno que es recordado y no precisamente por su obra en el hospital. Se trata del cura Carlos Barón, quien falleció a los 61 años el 22 de junio de 2014 como consecuencia de una afección cardíaca.

Según contaron a UNO, tras la muerte de Barón, una mujer reclamó su pensión por haber vivido con él durante varios años. Lo inédito del hecho es que el Estado provincial le concedió a la dama el beneficio. Fue así que a través de la resolución 4558 de la Caja de Jubilaciones y Pensiones de Entre Ríos se acreditó la convivencia de la dama con el sacerdote, mediante testimonios de personas y feligreses, pero también con documentos como los papeles de compras de bienes realizadas a nombre de ambos miembros de la pareja.

Esta situación armó un escándalo en le región debido a que se trató del primer cura que dejó una viuda. Aunque legalmente, en el marco de la ley provincial 8732 de la Caja de Jubilaciones y Pensiones de Entre Ríos, en el artículo 52, inciso b, ella tuvo todo el derecho a la pensión.

De esta manera, mientras la exmujer de Barón disfruta de su pensión, quien oficia las misas a los pacientes del hospital y los contiene espiritualmente, es Alfredo Nicola, oriundo de Oro Verde.


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Una familia


El Fidanza tiene 68 años de vida y en todo este tiempo formó un vínculo muy ameno entre quienes viven y acuden a diario al predio. Todas las personas que trabajaron o aún lo hacen manifiestan un cariño especial por el lugar y se muestran cómodos y felices hablando de este y así lo confirma a UNO Alejandro Bertozzi, médico urólogo que hace 11 años trabaja en el hospital: “Es muy lindo, hay mucha paz y la relación entre médicos, enfermeros, pacientes y personal administrativo es excelente”.

Cuando uno recorre los pabellones, puede ver que las palabras de Bertozzi son ciertas. Un grupo de varones permanece sentado en ronda tomando mate y disfrutando de una charla caliente sobre política y fútbol. En otro salón, mujeres permanecen en ronda tejiendo o leyendo revistas mientras una canta el Ave María de Franz Schubert con una voz angelical poca veces escuchada en una abuela de más de 80 años. El ambiente que se siente en el Fidanza es diferente al que se puede experimentar en un hospital público de Paraná, todo es acogedor y familiar, hay olor a sol y aromatizante floral, no a desinfectante o pañales como en algunas residencias privadas carísimas e impersonales.

Este ambiente vivaz que se experimenta en el Fidanza es renovador y genera que uno quiera extender su visita. Al respecto, Carmen relata: “Viví un tiempo acá y me encantó. Vine con mi esposo e hijas, al principio íbamos a estar unos años pero como nos gustó mucho nos terminamos quedando ocho”. Esto que le pasó a la mujer del Área de Estadísticas y su familia, también le ocurrió a Ramona y Pedro, una pareja que se conoció en el antiguo leprosario cuando ambos padecían el bacilo de Hansen.

Ella nació hace 87 años en La Paz y él hace 81 en San Salvador. Contrajeron lepra en 1973 e inmediatamente debieron trasladarse al hospital de Colonia Ensayo para tratar la enfermedad. Antes de arribar a la localidad nunca se habían visto, pero en este lugar se conocieron, enamoraron y ahora viven juntos, en uno de los dúplex que da al río Paraná.

“Tuve lepra y me curé por 1994. Ahora estoy bien y con Pedro llevamos una vida tranquila como pareja”, relata Ramona al tiempo que mira a Pedro con emoción. El rostro de ella es amigable, lleva un pulóver azul con un chaleco rojo encima. Asegura que le duelen los ojos pero no a causa de la lepra. “Hace añares se me fue el bacilo de Hasen, ahora estoy vieja nada más”, apunta mientras muestra sus delicadas manos con una manicura envidiable.

Pedro lleva un buzo negro con boina del mismo tono, sus lentes son grandes y descansan sobre un rostro de piel aceitunada y brillante. Sonríe sin cesar y cuenta que nunca fue necesario casarse con Ramona. “Hoy, a más de 40 años de arribar a estas tierras, nosotros estamos muy bien, estamos cómodos y tenemos una jubilación con la que podemos vivir”, asegura el hombre de 81 años al tiempo que detalla que se curó del bacilo de Hansen cuando su novia lo hizo.

Esta pareja se muestra alegre y enamorada, y esa pasión la trasladan al Fidanza. Evitan hablar de la lepra y todo lo que engloba esos tiempos violentos, cuando le detectaron la enfermedad y tuvieron que alejarse de su tierra natal. “Lo importante es que ahora estamos bien no queremos pensar en el pasado,en cuando nos aislaron, estigmatizaron y discriminaron”, afirma Ramona y anuncia que deben abandonar la entrevista porque deben ir a almorzar. Una sonrisa y un apretón de manos sirve para cerrar el diálogo y de esta manera queda a la vista como esta institución cambió su paradigma y pasó de ser un lugar en el que ahondaba el miedo a un espacio en el que ahonda la luz.

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