El arzobispo de Paraná, Juan Puiggari, sostuvo ayer en el tedeum del 9 de julio que al igual que los próceres de la independencia, los partícipes de la celebración religiosa invocan a Dios reconociéndolo como fuente de toda razón y justicia.
Puiggari sostuvo que el amor a la patria es obligación del cristiano
El prelado recordó que en vano serán los esfuerzos si la bendición de Dios no está en la empresa a llevar adelante. Si bien una sociedad nace del compromiso de todos sus miembros, necesita la bendición y la ayuda de Dios, que muchas veces es excluido o ignorado. “... en vano trabaja el obrero, si el Señor no construye la casa y que en vano vigila el centinela, si el Señor no cuida la Ciudad”, recitó Puiggari parte del Salmo 126 ante la presencia del intendente de la capital provincial, Sergio Varisco; de su hija, la diputada provincial electa Lucía Varisco, y el asesor cultural del gobierno provincial Roberto Romani, de acuerdo a lo consignado por el servicio de noticias del arzobispado.
El prelado se refirió a la necesidad de superar “las tensiones históricas de nuestro ser como país. En tiempos marcados por la globalización, no debe debilitarse la voluntad de ser nación, una familia fiel a su historia, a su identidad y a sus valores humanos y cristianos”, abogó.
Recordó luego que el amor a la patria no es solo una virtud sino un deber “imperioso para todo hombre y más aún para todo cristiano”.
En ese tren de ideas, recordó al Papa León XIII (fue pontífice entre 1878 y 1903), quien comezó “a explicitar la Doctrina Social de la Iglesia”, quien afirmaba “que el amor patrio es obligación impuesta por la ley natural, que ha de ser uno de nuestros principales afectos, que ha de llevarnos a comprometernos a trabajar por su grandeza. San Agustín con sus frases vigorosas nos recordada ‘ama a tus padres, pero más que a ellos ama a tu Patria, y más que a tu patria ama a Dios’”.
Puiggari sostuvo: “Todos tenemos que sentirnos necesarios protagonistas de ese continuo renacimiento de la Patria. La Patria renace cada día en la mente de nuestros científicos y gobernantes, en la solicitud de los servidores de la salud, de la educación y de seguridad, entre las manos endurecidas de nuestros trabajadores y los sufridos y curtidos hombres del campo, en la sabiduría de nuestros legisladores, en los ideales puros de nuestros jóvenes y, particularmente, en la fortaleza y generosidad de nuestras familias”.
El obispo entendió que es el momento “de la magnanimidad, humildad y renuncia que distinguieron a nuestros héroes como San Martín y Belgrano, para que todos, sin excepción, nos sintamos pequeños obreros en la construcción de la misma. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso”, sentenció.
Tras una mirada a la historia nacional, el prelado consideró que los argentinos se dan cuenta de que “por encima de las limitaciones que tenemos, de los errores que hemos cometido o de las situaciones difíciles que estamos viviendo, nuestra nación ha recibido grandes dones y beneficios de Dios”.
Sostuvo que la Iglesia ofrece “a quienes deseen acogerlas” las orientaciones de su Doctrina Social, que pueden ser “útiles para guiar la vida de la nación por caminos de paz, justicia y progreso”.
Al referirse a las certezas y valores que la Iglesia quiere compartir con la comunidad nacional “como aporte a una vida más humana y plena para todos”, Puiggari indicó:
“Dios Uno y Trino ha de estar en el primer lugar de nuestra vida y proyectos. Así lo reconoce la Constitución Nacional y la historia enseña, dramáticamente que siempre que el ser humano ha querido ponerse en la cumbre, la lucha por el poder lo ha destruido”.
Y agregó: “En segundo lugar: Hay que proclamar la dignidad incuestionable de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Todo proyecto humano, político, económico y social, debe estar al servicio del ser humano buscando entre todos el ansiado bien común. Por esto en esta perspectiva no hay lugar para el odio, la venganza, la violación de los derechos humanos, la discriminación social, racial o religiosa, o la manipulación o explotación de cualquier clase”.
“En tercer lugar: La sociedad del mañana, que queremos, debe tener a la persona humana como medida, teniendo en cuenta la vocación que Dios le dio de amar y ser amada, responsable de su propia vida, y de servicio a los demás. Desde esta realidad hay que entender y valorar la familia, como célula básica de la sociedad (...) La vida es el gran don de Dios, por esto no hay progreso verdadero si la vida peligra. No hay futuro para la humanidad si el ser humano si sitúa por encima de la vida”, apuntó.
“Pero si cada vida es sagrada, lo es más delante de Dios la vida de los más débiles, los que están indefensos, los más pequeños, enfermos, los pobres, los ancianos. Hacer una opción preferencial por ellos, traducida en hechos concretos, ennoblecerá a nuestro país”,indicó.
La Iglesia está convencida que las enseñanzas de su Doctrina Social es uno de sus mayores aportes para el bien de nuestro país, porque estamos convencidos que buscando el Reino de Dios todo lo demás se dará por añadidura: el progreso, la justicia, la paz social”, concluyó.