"Siempre fui gordita", cuenta risueña y recuerda los apodos de sus dos hermanos mayores. "Pero tuve una mamá adelantada para la época que me acompañó y tomó decisiones para mejorar mi vida". Así de simple parece, pero Jorgelina Favre trabaja su mente y cuerpo a diario para alcanzar sus objetivos. Es oriunda de Concepción del Uruguay, estudia bioquímica en Santa Fe y vive en Paraná desde los 18 años. "Tengo 26 años y quiero dejar de ser estudiante", relata con mucho humor, en las banquetas del gimnasio de calle La Paz casi Misiones donde empezó a cambiar su fisonomía.
Positiva: Cuando moverse es la mejor opción
Jorgelina Favre encontró en el gimnasio la terapia para desconectar su
cabeza, manejar la ansiedad y modelar su cuerpo.
2 de junio 2019 · 13:44hs
—¿Cómo se dio tu cambio físico?
—Me pasó que siempre tuve el trauma de ser gorda. Mi tema con la comida es que me gusta comer y también soy ansiosa. Entonces mucha de mi ansiedad la reflejo en la comida. La nutricionista dice que tengo que separar mi estado emocional de la comida. Estoy triste, como; extraño, como; estoy aburrida y abro la heladera. Si estoy por rendir hago control mental cuando paso por una panadería
—Me pasó que siempre tuve el trauma de ser gorda. Mi tema con la comida es que me gusta comer y también soy ansiosa. Entonces mucha de mi ansiedad la reflejo en la comida. La nutricionista dice que tengo que separar mi estado emocional de la comida. Estoy triste, como; extraño, como; estoy aburrida y abro la heladera. Si estoy por rendir hago control mental cuando paso por una panadería
—¿Cuándo hiciste el click de cuidarte?
—De chica, cuando me veía en el espejo y no me gustaba lo que veía. Además mi adolescencia estuvo mar- c a d a por las tiras de Cris Morena de Rebelde Way y Casi Ángeles que todos usaban pantalones tiro bajo y esa ropa yo no podía usar porque ni siquiera conseguía talle. No venía para mí, no me entraba. Fue muy difícil, lo sufrí. Igual tengo una personalidad muy particular y gente que me acompañó, entonces exploté hacia afuera, el problema son las personas que lo hacen hacia adentro. Mi mamá se dio cuenta que la comida no era algo placentero sino que había un trasfondo. Así que cuando empecé a engordar me llevó a una psicóloga para ayudarme. La psicóloga le explicó que lo que tenía era ansiedad, m e d e s - ahogaba comiendo. Todo eso venía porque mi hermano se había ido de intercambio a Alemania y yo lo extrañaba muchísimo. En vez de expresarlo, me lo comía. Al día de hoy es algo con lo que lidio, si no tengo nada para hacer mi cabeza empieza a pensar cosas que no valen la pena y a comer. Entonces vengo al gimnasio. Es mi terapia.
—¿Qué encontrás en el gimnasio?
—Vengo hacer terapia, veo gente. Me muevo y me saco la mufa del día. Hasta el 2016 estuve abocada a estudiar. Después me di cuenta de que no era así. El desarraigo me costó, adaptarme a la ciudad, a una realidad económica, porque mi familia me sustenta para que pueda estudiar. Son muchas responsabilidades. A fines de 2017 me separé de mi novio después de muchos años y me quedó tiempo libre. Entonces me preguntaba qué hago. Y bueno, me vengo al gimnasio. Me río un rato y cambio el humor. Entreno, hablo con mucha gente y me distraigo. También cambié mis hábitos alimenticios. Nada es mágico. Di con un profesional adecuado que no me dio una dieta rígida, sino que me guía. Tiene en cuenta que yo me cocino, que también estudio y que no puedo por ahí hacer cinco comidas porque estoy cursando. Son muchas cosas a tener en cuenta. Tener alguien que te acompañe es importante. Mandar un mensaje avisándole que tengo una cena y saber cómo me manejo, es bárbaro. Si no nos cuidamos nosotros, si no nos valoramos o no nos queremos, no lo hace nadie.
—El gimnasio en su página destacó tu cambio físico y subrayó tu sacrificio. ¿Cuándo notaste la diferencia?
—Empecé a entrenar y el cambio lo vi rápido. De lunes a viernes entrenaba y también cambié la alimentación. Aprendí el truco de "para no comerlo es mejor no tenerlo". El primer año es el más brusco. Después, cuando uno ve los avances y si se exige más y llega, te ponés nuevos objetivos. A mí no me cuesta venir sola al gimnasio.
—¿Cuál es tu mensaje?
—De chica, cuando me veía en el espejo y no me gustaba lo que veía. Además mi adolescencia estuvo mar- c a d a por las tiras de Cris Morena de Rebelde Way y Casi Ángeles que todos usaban pantalones tiro bajo y esa ropa yo no podía usar porque ni siquiera conseguía talle. No venía para mí, no me entraba. Fue muy difícil, lo sufrí. Igual tengo una personalidad muy particular y gente que me acompañó, entonces exploté hacia afuera, el problema son las personas que lo hacen hacia adentro. Mi mamá se dio cuenta que la comida no era algo placentero sino que había un trasfondo. Así que cuando empecé a engordar me llevó a una psicóloga para ayudarme. La psicóloga le explicó que lo que tenía era ansiedad, m e d e s - ahogaba comiendo. Todo eso venía porque mi hermano se había ido de intercambio a Alemania y yo lo extrañaba muchísimo. En vez de expresarlo, me lo comía. Al día de hoy es algo con lo que lidio, si no tengo nada para hacer mi cabeza empieza a pensar cosas que no valen la pena y a comer. Entonces vengo al gimnasio. Es mi terapia.
—¿Qué encontrás en el gimnasio?
—Vengo hacer terapia, veo gente. Me muevo y me saco la mufa del día. Hasta el 2016 estuve abocada a estudiar. Después me di cuenta de que no era así. El desarraigo me costó, adaptarme a la ciudad, a una realidad económica, porque mi familia me sustenta para que pueda estudiar. Son muchas responsabilidades. A fines de 2017 me separé de mi novio después de muchos años y me quedó tiempo libre. Entonces me preguntaba qué hago. Y bueno, me vengo al gimnasio. Me río un rato y cambio el humor. Entreno, hablo con mucha gente y me distraigo. También cambié mis hábitos alimenticios. Nada es mágico. Di con un profesional adecuado que no me dio una dieta rígida, sino que me guía. Tiene en cuenta que yo me cocino, que también estudio y que no puedo por ahí hacer cinco comidas porque estoy cursando. Son muchas cosas a tener en cuenta. Tener alguien que te acompañe es importante. Mandar un mensaje avisándole que tengo una cena y saber cómo me manejo, es bárbaro. Si no nos cuidamos nosotros, si no nos valoramos o no nos queremos, no lo hace nadie.
—El gimnasio en su página destacó tu cambio físico y subrayó tu sacrificio. ¿Cuándo notaste la diferencia?
—Empecé a entrenar y el cambio lo vi rápido. De lunes a viernes entrenaba y también cambié la alimentación. Aprendí el truco de "para no comerlo es mejor no tenerlo". El primer año es el más brusco. Después, cuando uno ve los avances y si se exige más y llega, te ponés nuevos objetivos. A mí no me cuesta venir sola al gimnasio.
—¿Cuál es tu mensaje?
—Uno como individuo es único. Soy pro diferencias. No me gusta lo estandarizado ni lo que llaman normal. Si vos te mirás y te preguntás si te sentís cómoda con la ropa. ¿Sí o no?, cambiá por vos no por el resto. Porque al fin y al cabo no venimos al mundo a cumplir con las expectativas del resto, venimos para ser felices. Hoy en día que se están redefiniendo muchas concepciones no está bueno que haya alguien que se gaste en preguntarte "¿sos feliz?". Definime felicidad para vos y yo te digo lo que es para mi. El estar bien con uno mismo solo te hace independiente del resto.
—Se te percibe muy positiva.
—Me tomo todo con gracia. Imaginate, el que te diga que estudió y nunca se comió una bolsa de bizcochos con el mate, es un mentiroso (se ríe).
—¿Cuántos kilos bajaste?
—En realidad no se mide con la balanza. Cambié la composición de mi cuerpo, varió la distribución. Cambié composición grasa por masa muscular. Uno se engaña y por eso el profesional te asesora con la medición. Yo podía estar 10 kilos arriba y solo bajé 5 pero el resto se distribuyó y no se nota. La gente piensa que bajé un montón y no es así. Es tonificar, realizar ejercicios específicos. Fuerza de voluntad y los resultados son un estímulo.
¿Nunca estuviste al borde de un trastorno alimenticio grave?
—Tuve muchas crisis, porque la pasé muy mal. Pero es por el tipo de personalidad, que me llevó a exteriorizar, que no caí en una patología grave. Me ayudó a valorarme y a trabajar para conseguir lo que quiero. A veces me gustaría acelerar el proceso y le pido un quemador a mi nutricionista porque no tengo el resultado que quiero. Pero sigo trabajando.
—Se te percibe muy positiva.
—Me tomo todo con gracia. Imaginate, el que te diga que estudió y nunca se comió una bolsa de bizcochos con el mate, es un mentiroso (se ríe).
—¿Cuántos kilos bajaste?
—En realidad no se mide con la balanza. Cambié la composición de mi cuerpo, varió la distribución. Cambié composición grasa por masa muscular. Uno se engaña y por eso el profesional te asesora con la medición. Yo podía estar 10 kilos arriba y solo bajé 5 pero el resto se distribuyó y no se nota. La gente piensa que bajé un montón y no es así. Es tonificar, realizar ejercicios específicos. Fuerza de voluntad y los resultados son un estímulo.
¿Nunca estuviste al borde de un trastorno alimenticio grave?
—Tuve muchas crisis, porque la pasé muy mal. Pero es por el tipo de personalidad, que me llevó a exteriorizar, que no caí en una patología grave. Me ayudó a valorarme y a trabajar para conseguir lo que quiero. A veces me gustaría acelerar el proceso y le pido un quemador a mi nutricionista porque no tengo el resultado que quiero. Pero sigo trabajando.
Jorgelina por Jorgelina
Destacar la historia de vida de Jorgelina es reflejar también el desarraigo estudiantil, los afectos que acompañan a distancia, los desafíos de vivir con un presupuesto acotado, ambientarse en otra ciudad, estudiar mucho y también buscar un lugar donde desconectarse de tanta responsabilidad para conectar con uno mismo.
—¿Por qué Paraná, si estudiás en Santa Fe?
—En el momento en que vine, mi hermano estudiaba en Oro Verde. Así que de ahí viajaba a Santa Fe para aprobar los ingresos. Se me iban más horas viajando que lo que dormía. Una vez que aprobé los introductorios mi novio se vino de Concepción, consiguió trabajo en Paraná y me mudé con él. El primer año a la facultad lo hice en colectivo, después conocí a las chicas que serían de mi grupo de estudio y como una tenía auto nos juntábamos y repartíamos gastos.
—¿Cuánto te falta para recibirte?
—El año que viene termino de cursar la carrera, que como es de grado no tiene título intermedio así que una vez que finalizo de sacar las materias ya soy bioquímica.
—¿Por qué Bioquímica?
—Toda la vida dije que quería ser cirujana, hasta que descubrí la parte genética y me encantó entender cómo el ser humano se codifica en genes. Le dije a mi mamá, pero la única facultad en ese momento estaba en Misiones y no iba a poder ir. Me pidieron que busque algo similar. Así que me decidí por Biotecnología en la Universidad Nacional del Litoral. Hasta tercer año se cursan las mismas materias que Bioquímica y dentro de la facultad –hablando con gente sobre el campo de aplicación–, me di cuenta de que no me veía haciendo biotecnología. Hoy en día están abocados a la investigación de transgénicos, vacunas, hay un montón de aplicaciones, pero la verdad que me veía más en la parte clínica, así que me cambié de carrera y me dediqué a Bioquímica, teniendo la opción de hacer las especializaciones que me gusten. El tema de la carrera de la UNL es que no tiene título intermedio, o sos bioquímico o no sos nada. Tenía la ilusión de recibirme este año, pero las correlatividades son por cuatrimestre y al no aprobar tengo que esperar al próximo año. A veces me miro al espejo y digo ¿qué hiciste? Porque me está costando mucho la carrera. Pero cuando me preguntan por qué la elegí es porque para mí saber cómo funciona y entender que no hay mejor organismo sincronizado que el cuerpo humano, es mágico.
—¿Son muchos los estudiantes?
—Cuando arrancamos en 2011 había seis comisiones de 30 personas. Y el año pasado solo éramos 27 personas cursando cuarto año. Te tiene que gustar mucho para poder pasar las materias troncales de los primeros tres años. Después es más parte clínica.
—¿Pensaste dónde establecerte cuando terminés la carrera?
—No quiero pensar porque me desespero y me agarra la ansiedad. La verdad es que uno pasa por un montón de etapas y vas madurando. Más que el título me importaría ser buena en lo que hago. Porque es una elección mía, por la que trabajé mucho. Quiero terminar, porque empieza a pesar que hace tantos años que estoy en la facultad (se carcajea, mostrando su gran sentido del humor).
—En el momento en que vine, mi hermano estudiaba en Oro Verde. Así que de ahí viajaba a Santa Fe para aprobar los ingresos. Se me iban más horas viajando que lo que dormía. Una vez que aprobé los introductorios mi novio se vino de Concepción, consiguió trabajo en Paraná y me mudé con él. El primer año a la facultad lo hice en colectivo, después conocí a las chicas que serían de mi grupo de estudio y como una tenía auto nos juntábamos y repartíamos gastos.
—¿Cuánto te falta para recibirte?
—El año que viene termino de cursar la carrera, que como es de grado no tiene título intermedio así que una vez que finalizo de sacar las materias ya soy bioquímica.
—¿Por qué Bioquímica?
—Toda la vida dije que quería ser cirujana, hasta que descubrí la parte genética y me encantó entender cómo el ser humano se codifica en genes. Le dije a mi mamá, pero la única facultad en ese momento estaba en Misiones y no iba a poder ir. Me pidieron que busque algo similar. Así que me decidí por Biotecnología en la Universidad Nacional del Litoral. Hasta tercer año se cursan las mismas materias que Bioquímica y dentro de la facultad –hablando con gente sobre el campo de aplicación–, me di cuenta de que no me veía haciendo biotecnología. Hoy en día están abocados a la investigación de transgénicos, vacunas, hay un montón de aplicaciones, pero la verdad que me veía más en la parte clínica, así que me cambié de carrera y me dediqué a Bioquímica, teniendo la opción de hacer las especializaciones que me gusten. El tema de la carrera de la UNL es que no tiene título intermedio, o sos bioquímico o no sos nada. Tenía la ilusión de recibirme este año, pero las correlatividades son por cuatrimestre y al no aprobar tengo que esperar al próximo año. A veces me miro al espejo y digo ¿qué hiciste? Porque me está costando mucho la carrera. Pero cuando me preguntan por qué la elegí es porque para mí saber cómo funciona y entender que no hay mejor organismo sincronizado que el cuerpo humano, es mágico.
—¿Son muchos los estudiantes?
—Cuando arrancamos en 2011 había seis comisiones de 30 personas. Y el año pasado solo éramos 27 personas cursando cuarto año. Te tiene que gustar mucho para poder pasar las materias troncales de los primeros tres años. Después es más parte clínica.
—¿Pensaste dónde establecerte cuando terminés la carrera?
—No quiero pensar porque me desespero y me agarra la ansiedad. La verdad es que uno pasa por un montón de etapas y vas madurando. Más que el título me importaría ser buena en lo que hago. Porque es una elección mía, por la que trabajé mucho. Quiero terminar, porque empieza a pesar que hace tantos años que estoy en la facultad (se carcajea, mostrando su gran sentido del humor).