Medir el éxodo de los excluidos o rendirse al poder colonizado

Primero desarraigados, luego desterrados, más tarde apilados en otro lugar, y al final sus territorios castigados, por la despoblación.
21 de diciembre 2019 · 17:16hs

Si en un momento las provincias crean bonos porque a raíz de sus deudas no les rinde la moneda nacional, y el Estado nacional reconoce como moneda sólo el bono de una provincia y da la espalda al resto, eso es suficiente para saber quién manda en el país. Y para advertir que lo evidente en un momento clave se dará en otros momentos de manera más disimulada.

El maquillaje del poder para que no se note mucho se da a diario, y en ocasiones sirve el manejo avieso de los índices, las estadísticas.

El tema es recurrente en la Argentina. Hace 200 años que venimos padeciendo al poder portuario de Buenos Aires y ese poder portuario se las ha ingeniado para ocultar los índices que pueden desnudar desequilibrios.

Benetton y María

El índice no es la cosa en sí, es un síntoma, una señal; varía según la perspectiva, como cambia un faro de luz si lo miramos de atrás, del costado o de frente. Mucho depende del lugar en que se ubica el dedo que indica (precisamente) el asunto, que nos invita a mirar con mayor atención una cosa en relación con otras.

Lo que en una zona es pobreza, en otra no; lo que en una época es pobreza, en otra no; lo que en una cultura es pobreza, en otra no. Los parámetros son relativos, cambiantes, pero el índice, claro, compara números y porcentajes y suele darnos una idea del estado de las cosas, siempre si aclaramos que no entrega valores absolutos ni verdades irrefutables.

Los engaños pueden usar índices o agrupaciones arbitrarias. “El campo”, dicen por ahí, como si “campo” fuera Benetton y Elsztain con un millón de hectáreas cada uno, y “campo” también doña María que cultiva calabazas con sus nietos en media hectárea. La generalización es un insulto a la conciencia. Dentro del “campo” están los que le roban las tierras al “campo” y las víctimas, todos en la misma bolsa.

Muchísimos de los jóvenes de los barrios hacinados son nietos de campesinos expulsados, y no faltan privilegiados “dueños” de la tierra que se molestan por planes que acuden en auxilio de los desterrados (sus exvecinos) y sus descendientes. A veces por ignorancia del proceso de destierro, bien oculto por el poder.

La clase media

No debiéramos decir aquí el “campo”, allá la “industria”, para medir nuestra realidad económica. Son categorías mentirosas impuestos por los grandes para quedar bajo las polleras de los chicos, camuflarse para pasarla bien.

El campesino y la campesina de Entre Ríos tienen desde hace siglos una condición de honestidad, esfuerzo, espíritu servicial y comunitario. Entonces algunos poderosos de los del “campo”, desprovistos de esos atributos, se empapan con modos de hablar y vestir, se colocan una máscara para parecer y medrar, y así confunden la Pachamama con sus plazos fijos en el banco.

Algo similar ocurre con los “obreros”. Resulta que un obrero no tiene obra social, no tiene vacaciones, no tiene casa, no tiene auto, no tiene estabilidad, y el otro obrero tiene casa, auto, estabilidad, vacaciones, obra social, ¿en qué se parecen? Con el cuento de estar hermanados por el régimen de plusvalía todos parecen víctimas. Pero como diría el periodista villaguayense Eduardo Vuoto, en una conversación con su patrón: “Dígame, Chichito, ¿la clase media suya o la clase media mía?

Resulta que desde una perspectiva caprichosa, surgida de otro lugar y otra época, un trabajador del plástico que cobra 100 y hace ganar 100 a su patrón, está explotado, y un trabajador de la informática que cobra 100.000 y hace ganar 200.000 a su patrón está más explotado. Es decir, no se miden los privilegios, no se miden los beneficios de un sistema para pocos, no se mide el uso de la tecnología contra los trabajadores, no se miden los efectos de ciertos empleos (por ejemplo la contaminación, el saqueo de los bienes comunes, la desocupación de muchos); y el que cobra 100 y el que cobra mil veces más son colocados en la misma categoría, con la suposición de que lucharán por su “clase”. ¿Por qué una persona que cobra como rico se opondrá al sistema que lo beneficia?

Mediciones y agrupaciones antojadizas, en fin, o derivadas de categorías extrañas a nuestra realidad, marcada por el destierro y el hacinamiento.

Otro ejemplo: los llamados “sectores populares”. En esos “sectores populares” están los que levantan las tapas de los contenedores para comer una banana podrida, y los que viajan un mes por Europa; los que invierten 100.000 pesos en arreglarse la dentadura, y los que mastican con las dos muelas que les quedan.

Los índices, como los modos de agrupar sectores, obedecen a perspectivas cambiantes, muchas veces interesadas. Incluso las estadísticas son habitualmente manipuladas en la información para que los gobiernos de turno queden siempre bien parados. Si caen las exportaciones en dólares, hablaremos de toneladas; siempre habrá un récord que aplaudir, de acuerdo a la operación del poder que maneja la noticia.

Los jubilados conforman, incluso para la justicia, un sector “vulnerable”, pero entre los jubilados hay quienes cobran 10.000 pesos y quienes cobran 500.000 pesos, y en medio toda una gama. Precisamente la Corte Suprema se tragó un anzuelo grandote cuando insistió con eso de vulnerables en el caso de una jubilada entrerriana que cobra el equivalente a 10 o más jubilaciones mínimas, es decir: vulnerable según los jueces ricos, y rica según todas las evidencias.

Invisibilizados

Una población con el 50 % de desocupados puede “mejorar” en un santiamén, si mil familias de desocupados se marchan y la desocupación baja al 30%. Como el índice de destierro no se mide, entonces todos felices.

Una familia con casa de material, habitaciones, baño, agua corriente, trabajo formal, estará mejor que una familia que vive en un rancho de adobe, con bomba y trabajo informal. Pero quizá la primera familia viva en el hacinamiento, apurada, con vínculos ligeros, tal vez en medio de una comunidad con adicciones y violencia, a las puteadas con el tránsito, y la otra viva en contacto con las aves y los árboles, al ritmo de la naturaleza, en comunidad, agradecida con la Pachamama. De modo que ciertas comodidades no necesariamente determinan el índice de felicidad, libertad, amor, amistad con el entorno, serenidad. Pobre, sí, pero ¿en qué sentido?

Se ha dicho hasta el cansancio que el ingreso per cápita es una trampa: si de diez familias, cinco reciben 1 y cinco reciben 9, el ingreso per cápita promedio será de 5, ¿y qué dice eso? Nada. No es más que un entretenimiento y si le damos crédito nos engañaremos.

Ni siquiera el nivel de ocupación formal dice mucho. Ocupado, sí, ¿y a cambio de qué?

Veamos dos hermanos: uno vive de changas, en la informalidad, el otro acepta que el político o el sindicalista le tome asistencia en los actos y por eso logra un contrato municipal, ¿qué trabajo tiene cada cual? ¿Cómo se mide el grado de estrés y de violencia que provoca el atropello?

Cuánto es mucho

El índice de destierro no se estudia ni aplica porque no conviene a los sectores de poder en la Argentina. De eso no se habla. Los desterrados son invisibles. Son como los desaparecidos de Videla: “el desaparecido es una incógnita, no tiene entidad”, le respondió una vez el dictador al periodista José Ignacio López.

Ahora nos preguntamos, ¿cuánto es mucho en la tortura? ¿Cuánto es mucho en el destierro?

Un torturado cada millón de habitantes, ¿es poco? ¿Es mucho? Un desterrado cada tres habitantes, ¿qué significa?

El índice de destierro es central para comprender nuestra economía, pero los economistas suelen condicionar sus análisis con categorías ajenas, que confunden. Esa es una condición de la colonialidad: no encontrar casilleros donde meter conocimientos que la norma impuesta no tenía en vista.

Si en el centro del poder acostumbran contar animales por sus cuernos, porque están habituados a los rinocerontes, en esas estadísticas no podrán aparecer las comadrejas. Entonces nosotros aquí diremos cero animales. Del mismo modo, si nos quedamos con el racismo contra los africanos, diremos cero racismo, porque hoy el racismo debiera medirse por otras categorías que el poder oculta, como por ejemplo el grado de hacinamiento en relación con la extensión del país. Hace dos siglos se naturalizaba el racismo por color de piel como hoy se elude el racismo por hacinamiento.

Las maneras del colonialismo son variadas. Ceñir el pensamiento y la meditación a modos lejanos en la geografía y el tiempo lleva a ignorar el entorno.

Si el problema de una región es muy particular no se comprenderá copiando experiencias de otros lados. Entre Ríos es un territorio marcado por el desarraigo y el destierro con destino a hacinamiento. Se trata de una suma de éxodo rural, más éxodo de pequeños caseríos y poblados, más extrañamiento masivo, más hacinamiento en las ciudades, más reemplazo de modos de alimentación y producción por sistemas y máquinas que no dan lugar al poblamiento. Es una despoblación crónica.

Soberanía

¿Cómo comprender el estado de cosas en una región? Europa ha logrado que el mundo mire las condiciones del Abya yala (América), África, Asia, desde sus categorías eurocentradas. De ese modo, siempre el centro de poder y prestigio quedará en la cúspide, y los demás entrarán en una suerte de competencia que los tendrá en derrota permanente.

Contra esa enfermedad del mundo, la revolución independentista del Litoral bregaba por la soberanía particular de los pueblos, es decir: vivir en cada cultura con sus modos, con sus maneras de pensar y organizarse.

Mientras los entrerrianos piensen con categorías euro/porteñas, no entenderán su propia realidad. Hoy, al poder económico, político e intelectual de la Capital y la provincia de Buenos Aires, y a todos los grupos que les responden incluso en las demás provincias, les conviene que la coparticipación se mida por cantidad de habitantes. Como el índice demográfico se registra, y el índice de destierro se ignora, entonces a la corta o a la larga Buenos Aires seguirá imponiendo sus conveniencias.

Siempre el poder encontrará excusas para preservar la sede de las instituciones, la sede de las corporaciones, para tener más barato el gas, más barata la electricidad, más barato el transporte, para concentrar servicios que los demás no tienen y “democratizar” sus déficit; al mismo tiempo, ese poder se dirá relegado, se dirá perjudicado, porque todo es poco a la hora de concentrar privilegios.

De cuarta a octava

Dice la geografía de Felquer y Felquer publicada en 1962. “Entre Ríos hasta el primer censo de 1869 tenía más población que Santa Fe; en el siguiente esta superó a nuestra provincia y en 1947 y 1960, la duplica… Mendoza, según el último censo, desplazó a Entre Ríos del cuarto lugar”.

Es decir, cuando el autor de esta nota nació (1962), Entre Ríos era la cuarta provincia del país. Hoy es la octava, ¿qué más esperaremos para darnos cuenta?

En números redondos, en 1947 casi el 5% de la población de la Argentina estaba en Entre Ríos, hoy ronda el 3%.

Y sigue Felquer: “comparando el censo de 1947 con el de 1960, comprobamos que Entre Ríos es de las provincias que menos población aumentó en dicho lapso... El país, en 1960, en relación a 1947, acusa un aumento de 25,9%, mientras que Entre Ríos solamente representa el 0,8%; Misiones, 34,9%; Buenos Aires, 34,4%; Formosa, 34, y Chubut, 32,6%”. (Cero por ciento a treinta y cuatro, vale subrayar).

Si comparamos los censos de 1947 y 2010 vemos que la Argentina pasó de 15,89 millones de habitantes a 40,11. Creció un 152%. Entre Ríos, en ese lapso, de 787.362 a 1.235.994: creció un 56,9%, mientras que la provincia de Buenos Aires creció el 265%. El ocultamiento del índice de destierro permitió que los sucesivos gobiernos no se abocaran de lleno a revertir el flagelo. Al punto que, ante una crisis alimentaria en el país, un plan argentino empieza por Entre Ríos, es decir: un territorio que expulsa, y que aun así mantiene a la mitad de todos sus hijos menores, los que quedan, bajo la línea de pobreza.

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