"Cuando los acontecimientos vividos por el individuo o por el grupo son de naturaleza excepcional o trágica, tal derecho se convierte en un deber: el de acordarse, el de testimoniar", escribió el intelectual búlgaro Tzvetan Todorov en Los abusos de la memoria. Todorov menciona allí que en París existe un "ejemplo perfecto" de esa tarea de recuperación, el Memorial de la Shoah, creado por Serge Klarsfeld, en el cual están grabados los nombres de los 76.000 judíos deportados de Francia (similar al Parque de la Memoria de Buenos Aires). "Los verdugos nazis quisieron aniquilar a sus víctimas sin dejar rastros; el memorial recupera, con una sencillez consternadora, los nombres propios, las fechas de nacimiento y las de partida hacia los campos de exterminio. Así restablece a los desaparecidos en su dignidad humana. La vida ha sucumbido ante la muerte. Pero la memoria sale victoriosa en su combate contra la nada", escribe el autor, y parece que está hablando del genocidio argentino. En uno de los pasajes del documental, Mazzaferri –probablemente sin saberlo– cita ese texto del prestigioso lingüista fallecido el año pasado.
En el video se ve y se escucha al torturador pronunciar las llamadas "últimas palabras" antes del veredicto del tribunal. Entonces dice, dubitativo, que los hechos que se le imputan "no se ajustan a la verdad histórica de lo que en Concepción del Uruguay sucedió en aquellos años"; niega haber integrado una asociación ilícita y que en la delegación de la Policía Federal haya funcionado un centro clandestino de detención "ni nada que se le parezca". Luego manifiesta que todo fue "producto de relatos y de una verdadera caza de brujas" y comete un lapsus al decir que "la verdad es selectiva" para luego corregirse: "La memoria es selectiva y modifica la verdad". Efectivamente, como afirma Todorov, la memoria es "forzosamente una selección". Algunos sucesos son recordados y otros son olvidados inmediata o progresivamente.
Lo que él recrimina a los regímenes totalitarios –entre los que podemos incluir a la última dictadura argentina– es que se arroguen el control de la selección de lo que debe ser conservado: el castigo a los que no acepten la versión oficial de la historia. Eso pretendió la maquinaria asesina que integró Mazzaferri: no sólo borró las pruebas de sus delitos, tiró a las víctimas desde los aviones o las enterró en fosas comunes, robó los bebés de las secuestradas embarazadas y destruyó centros clandestinos de detención. También controló la información de lo que sucedía mediante la censura, la quema de libros y la persecución a periodistas, artistas, intelectuales y a jóvenes que imprimían volantes en un mimeógrafo. Por eso la recuperación de la memoria del pasado reciente es una obligación para una sociedad democrática. Y el trabajo del canal de la UNER contribuye a ese propósito.