Literatura, computación y las difusas fronteras entre realidad y ficción

Cuando el mundo cibernético y sus riesgos superan la imaginación más frondosa. Cómo somos espiados cotidianamente
2 de enero 2018 · 09:54hs
El licenciado Rodolfo Schönhals –jefe de Atención al Cliente, y auditor de calidad y seguridad de la información del Instituto de Ayuda Financiera a la Acción Social (Iafas)– cultiva desde niño su afición por el género de ficción y la fantasía, con un estilo que define como "minimalista". Desde ese universo, establece similitudes con lo que acontece con el crecimiento exponencial de la interconexión a través de las redes informáticas y advierte sobre la despreocupación reinante en todos los ámbitos en materia de seguridad.

Calle, imaginación y revistas
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, en 1972.
—¿En qué barrio?
—Lo que era Presidente Perón; por la cancha del Club Talleres, zona de calle Pasteur y María Curie. Un barrio bastante particular porque vivió El Ratón Ayala, quien era compañero de juegos. Cuando comenzó a jugar, creo, en Aldea Brasilera, dejé de verlo.
—¿Qué características presentaba el lugar por entonces?
—Era un barrio común, lindo, con calles de tierra y de broza –cuando tenía 12 años llegó el asfalto–y baldíos; donde ahora el Club Talleres tiene el diamante de softbol, era un inmenso terreno baldío, en el cual jugábamos, y nos metíamos en las zanjas y cazábamos ranas. Había mucho verde, el cual de a poco se fue poblando.
—¿Otros puntos de referencia?
—La cancha donde jugaban al fútbol –yo no lo hacía, aunque a veces me enganchaba–; también jugábamos en los yuyales a los soldados y a los indios. En verano hacíamos con ruleros los tira-tira de frutitas de paraíso, para hacer guerras.
—¿A qué más jugabas?
—La computadora no llegó hasta los 15 años. Era mucha calle e ir a la casa de algún amigo, donde inventábamos juegos; con los Rasti hacíamos aviones, naves, castillos... y pasábamos todo el día. Encontré revistas de mi viejo, de ciencia y tecnología, y las comencé a leer y estudiar.
—¿Las comentabas con él?
—Trataba de llevarme a trabajar para aprender el oficio pero nunca me gustó, así que se peleaba conmigo porque me ponía a leer y jugar (risas).
—¿De qué origen es el apellido?
—De Alemanes del Volga. Schönhals, por parte de mi papá, significa "cuello lindo o garganta fuerte" y Fischer –suizo-alemán–, por el lado de mi mamá, "pescador", de los suizos que fundaron Cerrito.
—¿Quiénes fueron los primeros ancestros en llegar a esta región?
—Mis tatarabuelos, a la zona de Ramírez.
—¿A quiénes conociste?
—Mi abuelo falleció cuando yo era chiquito y conocí a uno de mis bisabuelos.
—¿Se mantuvieron costumbres tradicionales?
—Algo; el gusto por la comida alemana pero el idioma alemán, lamentablemente, no lo enseñaron –con lo cual se perdieron muchas costumbres. Lo que se trasmitió fue la receta del pirok, que mi abuela lo hacía muy rico y no he encontrado quien lo haga así.
—¿Algún límite del barrio no se podía trasponer?
—Había una parte donde no convenía ir: de María Curie y Edmundo De Amicis hacia el sur, era jodido porque había unos personajes pesados –quienes te robaban y pegaban. Durante mucho tiempo esquivé y sigo tratando de no pasar por ahí –más allá de que esa gente se fue y todo se pobló.
—¿Qué idea tenías sobre el centro de la ciudad?
—Que quedaba en la loma del quinoto. Para ir había que vestirse adecuadamente, porque era una salida –sin embargo queda a 15 minutos de a pie. La primera vez que fui –a los 12 años–, fui vestido medio de croto, y sentía tensión en las piernas y en el rostro. Me paraba a ver si alguien me decía algo, entonces me di cuenta de que era puro cuento y podía ir como quisiera.
—¿Personajes?
—Un viejo ciruja, borracho –de apellido Garay–, que vivía en un colectivo viejísimo. Mi vieja contaba que iba a comprar el vino con una botella en la mano y con la otra se sostenía el pantalón, hasta que se enfrentó con una puerta que no pudo abrir, y soltó el pantalón (risas). De ahí quedó en mi casa el dicho "¡ay Garay!", cuando alguien está con una botella en la mano. Le teníamos terror y cuando lo veíamos, corríamos. Estaba La vieja García –que todavía vive–, andaba por la calle gritando e insultando, y hacía gualichos en el portón de la cancha de Talleres. Otros dos eran la parejita de Pituca –que falleció hace poco– y Cocheto, quienes vivían en Pasteur casi Toribio Ortiz, hasta que no sé qué pasó y comenzaron a dar vueltas por todo Paraná.
—¿Hasta qué edad viviste allí?
—Hasta que me casé –a los 32 años.
—¿Qué actividades laborales desarrollaban tus padres?
—Mi viejo trabajó en la Compañía Entrerriana de Teléfonos –en el área de equipos especiales–, adonde llegaban desde el exterior todas las centrales telefónicas para poner en funcionamiento. Mi vieja fue maestra de grado y desde 1983 trabajó en la Escuela Hernandarias, donde también fue directora. Sufrimos lo que es tener una madre docente y cuando escucho que los docentes están al pedo, me salta la vena porque sé lo que es querer estar con mi vieja y estaba preparando clases o haciendo los registros, que tenían que ser impecables. Pasaba el fin de semana renegando con eso y las vacaciones no existían. Trabajaba todo el día.

"Construir" sin tener
—¿Las lecturas sobre ciencia y tecnología fueron influyentes?
—Sí, me ayudaron mucho para lo que soy. A los 10 años te podía explicar cómo funcionaba una bomba atómica y si hubiera tenido los elementos, la hubiera hecho (risas). Tengo algunas, se llamaban Tecnirama y son una especie de enciclopedia que te explicaba sobre Física elemental, Química, Biología, Electrónica, Electricidad...
—¿Tenías ingenio para trasladarlo a lo material?
—Era la lectura; desarmaba cosas y veía cómo funcionaban. Observaba y tomaba notas. El problema era que no tenía herramientas y las pocas que había eran de mi papá para su trabajo y las llevaba. Nunca pude desarmar algo y volverlo a armar (risas). Una vez –cuando tenía 7 años– me la pasé dibujando camiones, cohetes y naves espaciales, y a partir de ahí comencé a escribir pequeñas historias o dibujaba mucho –aunque no lo hago bien. A mi vieja le gustaba escribir, así que tenía un contexto adecuado.
—¿Se relacionaba con la ciencia ficción?
—A mi papá también le gustaba y veíamos películas en Canal 13. La necesidad de construir y no tener con qué me llevó a escribir. Podía inventar y crear cosas sin tener los materiales.
—¿Otras lecturas de por entonces?
—Poesía y clásicos juveniles. Leí montones de libros, aunque ahora no tanto. El corsario negro me sorprendió y me gustó mucho por la capacidad descriptiva de Emilio Salgari. En especial porque nunca salió de Italia pero te describía, por ejemplo, la selva venezolana como nadie, como si hubiera vivido allí.
—¿Los libros estaban en tu casa?
—Siempre compraban libros y había muchos, seguramente por mi vieja, quien proveía ese material y el que quería leer, lo hacía. Me prestaron Las mil y una noches –un libro viejo y ajado–, el cual me encantó y resultó fabuloso por la fantasía. Cuando mis hijos eran chicos y me pedían que les contara un cuento, me acordaba alguno de esos –como el del genio en la botella. Estaban buenísimos y te dejaban una enseñanza.
—¿Qué materias te gustaban?
—Las Ciencias Sociales y biológicas; lamentablemente todo lo que está relacionado con la ciencia me gusta.
—¿Por qué lamentablemente?
—Por un problema de dislexia numérica por el cual a veces confundía los números –aunque aprendí a prestar mucha atención. Cuando estudiaba Matemáticas, escribía mal algún número. Nunca lo traté, sino que aprendí a ser obsesivo y reviso los cálculos dos o tres veces. Además, me distraía y construía "castillos en el aire". Todavía lo hago: el otro día, en una cena, comencé a construir una historia –porque hace mucho que no escribo. Quiero escribir algo relacionado con el contexto cultural de la ciudad, porque todos escriben relacionado con el río y con Juan L. ¡Me tienen las pelotas llenas con Juan L.! Tengo pensada una historia sobre una isla fantasma que estará entre el islote Municipal y la isla Puente, a la cual los pescadores le escapan porque aparece la isla y lo ven a Juan L. Aparece y desaparece. Estoy tratando de guionarla para hacer una historieta.
—¿Te surgió estando en esa fiesta?
—Sí, porque me aburrí (risas). Aprendí a imaginar habiendo ruido y los mayores trabajos que hice fueron en el trabajo. Mientras sentía más presión y era más complicado, hacía el trabajo, luego encontraba la inspiración y me ponía a escribir.
—¿En función de qué decidiste estudiar la carrera al terminar la Secundaria?
—Iba a la escuela técnica porque tenía el mandato social de que lo que producía y ayudaba al país era la escuela industrial –donde me maté a golpes con Matemáticas y Dibujo Técnico. Sufrí mucho aunque aprendí y luego me decidí por la especialidad de Computación. La primera computadora que tuve –una CZ 1500– se la prestó a mi papá una persona muy querida que fue decano de la UTN. Era un espanto y no hacía nada, pero con mi papá escribíamos programas –aunque yo no entendía nada.
—¿Fue tu primera aproximación a la Informática?
—Anteriormente –cuando yo tenía 12 años– mi viejo vio que me gustaba y comenzó a comprar unas revistas de computación que se llamaban Mi Computer, cuya colección tengo completa –aunque no sirven para nada.
—¿Qué te atraía?
—Me encantaba todo: la programación, los equipos tecnológicos, los módem, los teclados; todos los aparatos de computación me fascinaban, más porque no los podía tener –salvo recién a los 15 años, cuando tuve mi primera computadora que era más potente y podía programar. Luego comencé a hackear y estudiar juegos, e hice un pequeño programita para pasarlos del inglés al castellano.
—¿Pensabas que podías dedicarte profesionalmente?
—Sí; terminé la Secundaria esperando poder trabajar en Telecom, pero se truncó; y comencé Ingeniería en Sistemas –en Santa Fe– pero me di contra la pared por los números y porque el nivel era muy elevado. En Oro Verde avancé un poco más, hasta que tuve que ponerme a trabajar en un obrador de una empresa porque la cosa estaba complicada en casa. Pude comprarme una computadora nueva. Luego estudié dos años una tecnicatura en Programación en la UTN y hace dos años hice la licenciatura en Sistemas en la Universidad Católica de Santa Fe.
—¿En ese lapso mantuviste la afición por la ficción?
—La atracción siempre estuvo aunque escribía muy de vez en cuando; comencé a escribir más antes de casarme. He leído mucho más de lo que he escrito. A veces me pasa algo sencillo y me sirve para construir una historia –para lo cual se necesita dotarla de profundidad y de un universo.
—¿Autores?
—Frank Herbert, quien escribió una saga que se llama Dune; Tolkien cuyo El señor de los anillos comencé a leer a las nueve de la noche y eran las siete de la mañana y seguía. Fui a la facultad, llevé el libro y seguí leyendo hasta el mediodía. Nunca me pasó con otra cosa.
—¿Otros?
—Me gusta mucho Dan Simmons, quien ha escrito Los cantos de Hyperion, sobre el cual intentaron hace la película pero es imposible. También hizo una serie que se llama Olympo. Un autor a quien no se lo conoce por la ciencia ficción es George R. R. Martin, quien escribió Juego de tronos (serie de televisión de fantasía medieval, drama y aventuras). La diferencia entre escribir ciencia ficción y fantasía es que cambiás la ciencia por la magia.
—¿Es la misma atracción de cuando niño?
—Me sigue gustando y no ha cambiado.
—¿Mostrabas lo que escribías?
—Algunas cosas he publicado y gané un premio hispanoamericano (del Primer certamen de relatos con temática libre) con un texto sobre cultura libre.
—¿Cuándo te diste cuenta de que escribías con cierta capacidad y estilo?
—Escribo y si a la gente le gusta, le gusta, y si no le gusta, no le gusta. Percibí que tenía una debilidad pero resultó ser una fortaleza.
—¿Cuál es?
—Que cuando escribo una historia, lo hago en dos o tres líneas. Me parecían cortitas frente a textos extensos, pero el minimalismo es un beneficio. Escribir corto y conciso.
—¿Cómo lo adquiriste?
—No tengo idea. Presto atención a reglas sencillas como las de no repetir palabras, mantener el tiempo verbal...
—¿Fuiste autodidacta?
—Sí, presté atención a lo que me enseñaron en la escuela –y fue suficiente. Hay una página que se llama axxon.com.ar, del grupo AxxónLine con un montón de autores de ciencia ficción, al cual podés mandar tus cuentos, el moderador los libera oportunamente, la gente lo lee pero con la condición de que las devoluciones no sean blandas, sino críticas duras y asesinas. Al que escribe mal, lo liquidan, y al que escribe bien, también, por envidia. Es la manera más rápida para detectar errores. Ahí me di cuenta de que fallaba con los acentos, los nombres y la sintaxis del diálogo, así que comencé a prestar atención.
—¿Qué puntos de contacto hay entre ciencia ficción e Informática?
—Tienen el mismo fundamento filosófico, que es el racionalismo y el pensamiento positivo. La diferencia es que en ficción tenés más libertad para jugar, mientras que en la Informática estás atado al contexto del hardware, sobre el cual tenés que crear. En la ficción tenés todo para hacer y es prospectivista.
—¿Estás escribiendo actualmente?
—Estoy leyendo David Copperfield –de Charles Dickens– y trabajando con Jaimo (Ricardo Jaimovich) en un proyecto de taller de guión de historietas para 2018, porque en la región no hay nada. Hay muchos dibujantes geniales pero no tienen la herramienta para ordenar sus historias.

Software libre y pragmatismo
—A propósito de cultura libre, ¿tenés relación con el software libre?
—Mi relación nació a partir de que con el software privativo me sentía muy atado y el mundo Windows era muy triste por sus ventanitas grises. Comencé a investigar y colaborar, descubrí Linux y me resultó un desafío intelectual, porque muchas cosas que parecían complicadas con el software privativo, con el libre eran muy sencillas. Igualmente soy crítico de algunos que son fanáticos, ya que el usuario tiene la libertad de usar lo que se le cante.
—¿Cómo lo has aplicado en tu ámbito profesional?
—Es mucho más difícil configurar un servidor Windows que uno Linux. Igualmente –en una empresa en la cual trabajé– con el software libre nos complicábamos mucho y con el software privativo lo resolvíamos más sencillo y sin perder tiempo.
—¿Por qué decís que es más fácil Linux en aquel caso?
—Linux te lo hace más sencillo, a pesar de que pareciera tosco. Linux es una asociación de pequeñas cosas que hacen una sola cosa excelentemente bien y de forma efectiva.
—¿Hay que ser pragmático?
—Exactamente; si bien me gusta el software libre, busco la libertad del usuario.
—¿Cuánto has podido difundir y aplicar en tus ámbitos laborales la ideología del software libre?
—En mi segundo trabajo pude incorporar tecnología libre, comenzando a utilizar un pequeño software de proyecto, que se terminó convirtiendo en central para el área de sistemas. Comenzó como algo pequeño, y se hizo tan extenso, configurable y potente, que no hay quién lo tumbe, es irrompible y muy flexible. A medida que estaba la demanda, estaba la respuesta. Hay algunas partes del código que lo toqué para nuestras necesidades, y funciona.
—¿En los espacios de formación que transitaste hay contradicción entre sus contenidos y la cultura del software libre?
—No hay contradicciones. Mientras hice la tecnicatura, no estaba con el software libre y Linux se mencionaba, pero nadie se animaba a instalarlo. El ingeniero Navarro inició en esa época un grupo para hacerlo, pero era complicado y hubo un evento de gente de Santa Fe, con el cual tuve un conocimiento más aproximado. Durante la licenciatura, ya había participado e impulsado el LUG (Linux User Group) Paraná y veía las cosas de otra manera. El software libre está bueno, pero no hay que hacer una religión, porque todos los fanatismos son malos. Tiene software bueno y malo, y conviene conocer ambos. Google usa software libre pero algunas cosas se las reservan para ellos y no liberan todo el código. Las personas importantes de la informática que conozco no se casan ni con el software privativo ni con el libre.

El fin de la intimidad
—¿Te has sorprendido con algo escrito por vos?
—Sí, cuando escribí la obra con la cual gané el premio, puse que había ciertos software que estaban escondidos y ocasionaban malos funcionamientos, lo cual vino a suceder con los spyware malintencionados (software que recopila información de un ordenador y la transmite a una entidad externa sin el conocimiento o el consentimiento del propietario del ordenador) –como todo lo que viene de China.
—¿Todos son equipos espías?
—Todo lo que comprás de China, las notebooks Lenovo, teléfonos celulares, los Huawei ... tienen un software que envía información a China.
—¿Un plasma también?
—En Inglaterra un especialista filtró un smart TV, puso una computadora para que analizase el tráfico e Internet y descubrió que el televisor enviaba información a la empresa coreana LG Group. Lo desactivó y el televisor igualmente seguía enviando información. Windows 10 hace lo mismo sobre todo lo que escribís –que es enviado a Microsoft. Son vulneraciones de los derechos de los usuarios por parte de los fabricantes.
—¿Con estos niveles de sofisticación se puede decir que la seguridad informática es una quimera?
—La seguridad informática existe pero hay poca conciencia de que es importante, porque todos piensan que no serán hackeados –mientras que se hace constantemente. Cuando aprendimos a hackear máquinas –hace muchos años–, con algunos amigos entrábamos a otras máquinas. Lo dejé de hacer cuando me di cuenta de que no había máquina más interesante que la mía. Otros lo siguen haciendo y te meten spayware en los teléfonos para minar criptodivisas (medio digital de intercambio) y obtener bitcoins (criptomonedas). Le liquidan la batería y te lo queman, para obtener procesamiento para bitcoin. También lo hacen con redes bobas que se instalan, que hacen procesamiento en tu máquina sin que te enteres, y también la pueden usar para punto de salto para ataques.
—¿En esta materia la realidad está más allá que la ficción?
—Sí, la realidad va alcanzando a la ficción y a veces la ciencia ficción es inocente respecto de los usos que se le pueden dar a la tecnología.
—¿Estamos totalmente desprotegidos?
—Sí, muy desnudos. Tan es así que es como si estuviéramos con la puerta de nuestra casa abierta. El Wi Fi –del cual todos dicen que es seguro– es hackeable. La gente confía demasiado en que no le pasará y no presta la mínima atención a lo que es seguridad ni busca asesoría. Por ejemplo, ponen en un bar un router para compartir Wi Fi y no le cambian la contraseña por defecto –que todo el mundo de la informática conoce. Conociendo las contraseñas por defecto las probás y entrás. Falta una toma de conciencia de que eso es importante. Nosotros (con el hijo) vamos a los bares y nos divertimos, pero también pasa en las empresas y organismos públicos –donde tampoco se presta atención. Una vez –con mi teléfono– encontré un Wi Fi abierto de un organismo público, entré y comencé a ver las máquinas. Igualmente, no se hacen contraseñas seguras, se crea todo lo que llega por correo, el antivirus te advierte y no se le hace caso...
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