Las murgas y lo que tienen para decir, un fenómeno creciente

Un análisis del surgimiento de formaciones musicales que reproducen la tradición uruguaya pero con matices identitarios propios.
13 de octubre 2018 · 23:14hs
Docente de nivel medio y director escénico de La Malparida, Cristian Milesi integra la primera murga que vio actuar en su ciudad de origen. "Me dio el impulso para hacer música desde otro lugar y había conocidos que no me reconocían cuando estaba en el escenario, por la soltura", recuerda sobre sus comienzos.

Paperas y una guitarra
—¿Dónde naciste?
—En una clínica de La Paz, en noviembre de 1988. Viví cerca del centro pero me crié donde está la cooperativa agropecuaria –a una cuadra del río y a dos del Club Comercio–, la zona más costera. Estuve allí hasta que me vine a estudiar a Paraná, a los 18 años.
—¿Cómo era el lugar en tu infancia?
—Una ciudad chiquita, tranquila, casas chicas y con calles angostas, la gente pasaba por ahí para ir a pescar y había mucho tránsito de camiones por la cooperativa.
—¿Otros puntos de referencia?
—Iba mucho al club, al puerto –que cambió mucho– con mis padres y a San Gustavo –a 20 kilómetros, donde viven mis abuelos, y estaban mis primos. Estudié en la Escuela Técnica, que está al ingreso a la ciudad.
—¿Había un límite que no podías trasponer?
—Sólo por la peligrosidad de los camiones en la cooperativa, aunque nos cruzábamos a jugar porque hay silos y muchas cosas.
—¿A qué jugabas?
—Mis primeros juegos fueron con mi hermano, con el cual tenemos poca diferencia de edad, y con mis primos –a la pelota– y primas. Me gustaba mucho el básquet.
—¿Qué actividad laboral desarrollan tus padres?
—Mi papá tiene un local de aberturas de aluminio y mi mamá, docente de escuela, hasta hace poco.
—¿Cómo era tu relación con el río?
—Es raro, pero no iba mucho, aunque sí a los arroyos en Colonias 3 y 14 –donde vivían mis abuelos paternos.
—¿Otras salidas?
—A Santa Elena, donde vivía una tía, y por el río y otros arroyos. Los primeros viajes de vacaciones fueron a Federación y Colón, y con la escuela, a Córdoba.
—¿Leías?
—Muchísimo y también miraba mucha tele. Me compraban revistas y libros, y dibujaba mucho, comics, luego vi anime japonés y dibujaba a Los Caballeros del Zodiaco y Dragon Ball. En la adolescencia me enfermé de paperas, mi papá me dio su guitarra, comencé a tocar y el dibujo quedó un poco relegado. Al poco tiempo comencé a ir a un taller del profesor Hugo Martín. Mi papá escuchaba mucho folclore –Los Nocheros y Argentino Luna– y mi mamá, música de radio.
—¿Adoptaste la guitarra como instrumento?
—Sí, tenía facilidad y era un desafío aprender más, aunque me costaba cantar y me daba vergüenza, por la inseguridad. De a poquito fui soltándome y acompañando a cantar en la Iglesia Valdense –donde tocaba la guitarra. Pero me llevó tiempo adquirir confianza.
—¿Alguien te ayudó con la técnica vocal?
—Hugo también me ayudó, y mis amigos y compañeros de la iglesia me daban confianza, ya que también estuve en el coro de la iglesia. Luego, en la facultad, pero ya estaba más suelto.
—¿Cuáles fueron los primeros libros influyentes?
—El Principito, en la adolescencia, y El túnel –de Sábato– bastante oscuro para esa edad pero me llamó la atención, y también Sobre héroes y tumbas –cuando me hice socio de la Biblioteca Popular. Tenía voracidad por leer y leer, aunque no analizaba mucho. Disfruté mucho Cien años de soledad –que estoy leyendo nuevamente– y La casa de los espíritus, por la fantasía.
—¿Sentías una vocación?
—Siempre me gustó dibujar y tocar la guitarra.
—¿Qué materias te gustaban?
—Aunque parezca raro, era bueno en Matemáticas y Física, y también Música y Artes Visuales. Me iba bien con las materias difíciles entonces pensaban que haría Ingeniería, pero estudié el profesorado de Música –porque tenía más sentido para mí, y por la salida laboral mejor que el profesorado de guitarra. Me dieron libertad de elegir; quería seguir aprendiendo a tocar. Mis amigos también me enseñaron y tomé clases de Armonía –con un pianista de La Paz, Horacio Medina.
—¿Cuáles eran tus referentes musicales antes de estudiar?
—Escuchaba mucho rock nacional, me encantaba León Gieco, aprendía sus canciones y me compré una armónica; Sui Géneris, Charly, PorSuiGieco, Baglietto, Drexler, Bersuit Vergarabat –por la mezcla de ritmos...

Tocar de otra forma
—¿La carrera se concilió con los que pensabas y sentías en torno a la música?
—Sí, aprendí lo que quería aprender y nunca pensé que se podía tocar de otra forma cuando asistí a un recital de obras clásicas de Silvina Gómez, Luis Medina y Pablo Ascúa. Sentía que cuando tocaba cada uno era más de una persona, por la complejidad, y me voló la cabeza. Comenzó a gustarme el jazz y me sirvió mucho aprender Armonía.
—¿Hubo otras influencias importantes?
—Muchos profesores: particularmente Andrea Laporta –cantante–, por la técnica y arreglos vocales; en Guitarra lo tuve a Walter Gómez –gran guitarrista y persona, con mucha paciencia–; Ernesto Méndez –profesor de Folclore– y Edgardo Martínez –de Armonía–, todos aportaron algo muy importante. Cursé un par de años del Profesorado de Guitarra, donde estudié con Eduardo Isaac y todos los profesores me enriquecieron muchísimo la forma de entender el instrumento.
—¿Modificaste tus gustos musicales?
—Redescubrí todo lo que era folclore y autores que no conocía: Cuchi Leguizamón, Juan y Edgardo Falú, y el rock quedó relegado. En Paraná hay muchas ofertas culturales en cuanto a bandas –al igual que en Santa Fe.
—¿Cómo evaluás el mapa musical de la región?
—Paraná tiene una riqueza y diversidad muy grande, muy buenos intérpretes y compositores.
—¿Están debidamente puestos en valor?
—Se mueven en un circuito medio under, que de a poquito se va abriendo.
—¿A qué lo atribuís?
—No sé, es raro. El Negro Aguirre es conocido en el ámbito internacional... En el ambiente de los músicos son valorados, también como el caso de Eduardo (Isaac) y otros profes de la carrera.
—¿Hay compenetración de los distintos "mundos" musicales?
—Es complicado porque los músicos tienen una necesidad de trabajar hacia adentro, solos o con su grupo. Por suerte han salido cuestiones colectivas como la asamblea por el derecho a la cultura, pero cuesta por esa costumbre.

Arreglos y reemplazo
—¿Cuándo te aproximaste al género de la murga?
—Fue a partir de amigos –en La Paz– uno de los cuales tenía un disco de Contrafarsa 2000 –un espectáculo muy potente– y de escuchar bandas como Bersuit. Me pareció interesante por cómo sonaban y lo que decían, pero nunca había visto una. La primera que vi fue Malparida cuando fue a La Paz y cuando llegué acá mi primo comenzó a ir, lo fui a ver, necesitaban alguien que les hiciera los arreglos vocales, fui a un ensayo, les hice hacer algunos ejercicios de canto, les gustó, justo había faltado uno, le propuse sumarme al director y lo hice. El fin de semana tocaban, fui y a la semana siguiente ya tenía una cantidad de cosas para hacer, hice otro reemplazo y seguí –a partir de 2011. Estaba preparado para la técnica vocal pero canté dos veces y me quedé sin voz, porque el canto murguero implicaba acciones a las cuales no estaba acostumbrado.
—¿Cómo fue comenzar a vivirlo teniendo en cuenta la idea que tenías?
—Fue un espacio de experimentación. Los músicos tendemos a trabajar muy metidos en la música y con el tiempo fui entendiendo que la música era un elemento más, no lo más importante sino que es el todo en apoyo al mensaje que queremos trasmitir y contar. Puede sonar hermoso pero si no dice nada, es un coro. Al principio me enfocaba en lo musical pero luego comenzamos a escribir y crear cosas nuevas. Es un laburo grupal –no necesariamente musical–, un aporte de cada uno, y eso lo aprendí con los compañeros, pensar entre todos y que lo que la idea armada la defendamos. Cuando comencé, de los que estábamos yo estudiaba música y había otro músico, y el resto –con otros conocimientos políticos o teatrales– cantaba porque le gustaba la murga y quería decir algo. Hay que estar dispuesto a que si algo no sale musicalmente, se cambia para que suene mejor o estemos más cómodos. Me dio el impulso para hacer música desde otro lugar y había conocidos que no me reconocían cuando estaba en el escenario, por la soltura. Llegué a disfrazarme de mujer, con un top, que no lo haría si no fuera en ese ámbito.
—¿Se referencian especialmente en alguna formación montevideana?
—El estilo que hacemos tiene que ver con lo uruguayo y montevideano, aunque cada uno tiene sus gustos y aporta desde ahí (ver recuadro). Nos gustan algunas clásicas como Contrafarsa, Asaltantes con patente, la Falta (y Resto), Agarrate Catalina, Curtidores de hongos, (el Encuentro de) Murga joven...
—¿Qué es lo esencial de la murga del siglo XXI?
—Es un lugar, una trinchera donde pararse para decir y luchar, que junta a las personas en el cantar pero lo primero es decir algo. Es una obra –musical y escénica– pensada para trasmitir un mensaje.
—¿Cómo se compone?
—Con las voces –en general entre 12 y 15– y los instrumentos –redoblante, bombos y platillos, tiene una parte cantada –el cuplé, pequeños sketches, más la presentación y retirada–, donde siempre está metida la crítica política y el humor –que es fundamental para hablar temas difíciles y duros. Hay que decir a partir del teatro, del canto y el humor –como la sátira y la ironía.
—¿Cómo funciona el proceso de creación?
—Depende de cada grupo y lo que enfatiza, el humor, el canto, el mensaje, la crítica, lo visual o el vestuario –que es importante. Es un proceso que en nuestro caso puede comenzar con temas sobre los cuales queremos hablar, luego se ven qué canciones podemos usar para hablar de esos temas y escribimos, pensamos las intervenciones teatrales... se arma un cuplé...
—¿La murga siempre dice lo propio o puede tomar composiciones ajenas?
—Nosotros no somos de cantar canciones de otras murgas pero podés tomar un cuplé porque te identificás. Pero el trabajo más rico está en la creación, que se aprende haciendo y cada grupo tiene su identidad.
—¿Cuándo disfrutaste por primera vez en el escenario?
—Me llevó tiempo pero me sentí suelto en un toque en el Juanele, junto con Runruneros de la Orilla. Comencé cantando y con el tiempo ocupé el rol de director escénico, con lo cual me ocupé de otras cosas específicas y ahí entendí que no importa si no suena tan bien, pero es más importante la actitud y conexión entre los integrantes. Con el tiempo aprendí a disfrutar de la energía de la murga y lo que trasmite, y de la reacción de la gente –que a veces me sorprende.


La referencia oriental, la diversidad y el estilo propio

Milesi reconoce la influencia del estilo de la murga montevideana, no obstante destacar la particularidad de cada una de las agrupaciones de un colectivo que aspira a consolidar su propio espacio en la cultura regional.
—¿Qué repercusión hay por parte del público en una sociedad pacata como la paranaense?
—Es complicado, aunque la gente que nos va a ver es del palo.
—Me refiero a público que no es el propio.
—Más allá de lo que decís –que puede ser– últimamente hay un surgimiento de un montón de murgas, lo cual es interesante para una ciudad como ésta. Quiere decir que hay algo para decir o que el género está entrando. No sé lo de la pacatería... no me ha tocado sentirlo, porque la gente va sabiendo de qué se trata. Hemos tocado en lugares públicos y nunca hemos tenido una recepción mala. A veces ha pasado que uno dice algo y el público entiende otra cosa, por el juego de la ironía. Te felicitan por tal cosa y no es exactamente lo que quisiste decir (risas)...
—¿Tiene una particularidad el proceso de crecimiento, en cuanto a la identidad?
—Si hay algo que es identitario es la diversidad. Tenemos en Paraná el Colectivo de Murgas, integrado para trabajar en conjunto en algunos objetivos comunes. Ha ayudado a que cada vez produzcamos más y con más ganas.
—¿Cuáles lo integran?
—La Malparida, Runruneros de la Orilla –que volvió a tocar luego de haber dejado durante un tiempo–, La Gran Descajete, Sin Tanta Alharaca, Falta Tu Suegra –de la Facultad de Trabajo Social–, Cacho Bochinche –que son chicos de primeros años de la universidad y algunos de los últimos años de secundaria– y La de Bolsillo –que hace canciones de murgas. Cada una tiene una personalidad muy marcada en la forma de decir las cosas y de cantar, algunas muy fuerte en lo musical, otras en lo teatral y otras enfocada en el mensaje. No se puede decir que hay un estilo –más allá de la referencia uruguaya–, pero cada una desde su particularidad. Es lo que más disfruto porque enriquece y ayuda entender que el arte no es una competencia sino que cada grupo será diferente porque las personas lo son. Está bueno romper con el estereotipo de lo que es la murga y hacerlo como salga.
—¿Alguna presentación próxima?
—El 1º de noviembre, a las 20.30, en La Vieja Usina –como parte del ciclo Tablado murguero.
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