"Encontré el ensamble entre ser artesano y arquitecto, y poder mezclarlo con el arte"

Diálogo Abierto. El arquitecto Andrés Barbagelata explica cómo la contemplación de las obras del catalán Antoni Gaudí le modificó radicalmente la visión moderna del espacio y del diseño constructivo. La experiencia límite de viajar en bicicleta
20 de agosto 2017 · 16:26hs
Aprendió el tejido –que fue su actividad laboral durante bastante tiempo– y otras manualidades desde niño, y a la par su mirada sobre el espacio ya tenía una característica analítica y transformadora –a la cual luego le daría contenido con su formación de arquitecto. Mientras la desarrollaba, sus ansias por viajar se agigantaban, así que se subió a una bicicleta y partió. Andrés Barbagelata explica la técnica que le permitió entramar todas sus pasiones.

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Vivir y jugar en la fábrica
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, en calle Libertad y Montevideo –donde estaba la fábrica de jabón Ámbar, hasta los 7 años– y luego viví por la zona del ferrocarril –en calle Feliciano y 9 de Julio, hasta los 17 años, cuando me fui a estudiar. La casa estaba dentro de la fábrica –que era de mi bisabuelo.
—¿Cómo eran los aledaños de la fábrica?
—Como el final de la ciudad, el borde del centro. Iba la escuela Bavio, así que tenía contacto con gente y amigos que vivían detrás de la fábrica –de distintas clases sociales. La zona cambiaba su fisonomía tras pasar las vías del ferrocarril. Hoy es lo mismo, más allá de alguna casa nueva.
—¿Qué otros puntos de atracción había?
—El Club Recreativo era donde estábamos mucho tiempo.
—¿Cómo era la vivencia de vivir dentro de una fábrica?
—Divertida; era un mundo hermoso, por los trabajadores. Además, abajo –donde jugábamos a las escondidas– había un aserradero y ollas inmensas donde se cocinaba el jabón.
—¿Otros juegos?
—Cuando llovía mucho, por calle Libertad bajaba mucha agua y andábamos por las canaletas. Jugábamos en la calle. Siempre estuve relacionado con el deporte: natación desde chico, básquet en Recreativo y rugby.
–¿Cuál fue el primero?
—Natación.
—¿A cuál le dedicaste más tiempo?
—Al rugby, que casi jugué hasta los 28 años, luego en Córdoba y cuando terminé la facultad –que me fui a España– también.
—¿El que más te formó como persona?
—La natación y el rugby, por el entrenamiento fuerte y la exigencia, no obstante que era chiquito. En el club estaba Alfredo Bourdillón –que era nadador olímpico y el esposo de mi madrina. Tenía mucha relación con él porque era entrenador y me regaló una medalla, así que para mí llegar a una olimpíada era un sueño.
—¿Dejaste?
—A los 12 años me cansé de nadar solo, jugaba al rugby y prefería las relaciones sociales. Tuve que elegir.
—¿Personajes de la fábrica?
—El capataz, cuyo trabajo era próximo a la casa, entonces teníamos mucha relación y "nos daba trabajo".
—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?
—Mi papá es ingeniero agrónomo y mi mamá, escribana.
—¿Sentías una vocación desde niño?
—Las manualidades, los tejidos y telares. Mis padres fueron al Machu Pichu, trajeron telares, aprendí cómo armarlos y los hacía con las herramientas de carpintería que había en casa. La chica que trabajaba en mi casa tejía, y me enseñó –un poco en forma oculta por el prejuicio. Luego lo desarrollé y trabajé mucho tiempo con eso. También miraba los espacios y pensaba cómo transformarlos, en función del uso y la belleza.
—¿Fue tu primer contacto con lo artesanal?
—Sí, y luego en talleres de arte donde hacíamos grabado, pintura, maquetas y esculturas.
—¿Con cuál te identificabas más?
—Con el tejido. Eran telares para colgar, tipo adornos y con dibujos. Los mostraba a la familia y los regalaba, aunque no me gustaba que fuera de la familia se dijera.
—¿Eras buen alumno?
—No (risas), siempre zafé con lo mínimo –no obstante que fui a un colegio muy laxo.
—¿Una materia predilecta?
—Las relacionadas con la gráfica y las artes plásticas.
—¿Leías?
—No; en la facultad comencé a leer más.
—¿Había libros en tu casa?
—Sí, pero yo estaba en lo social y me gustaba estar afuera.
—¿También observabas con detalle los espacios cuando andabas por la ciudad?
—Miraba lo que me gustaba y me llama mucho la atención la arquitectura de los lugares para saber por qué me gusta, y cómo se forman los espacios.
—¿Cómo continuó tu inquietud artística?
—De joven no pasó de los talleres; me fui a estudiar, comencé a viajar e hice un viaje en bicicleta por Sudamérica. Una de mis metas era hacer artesanías, el viaje se alargó, e iba aprendiendo y diseñando cosas con elementos que encontraba. Diseñaba bolsos y lámparas, con tejidos y piedras... Viví de eso casi siete años durante los cuales viajé en bicicleta.
—¿Con qué técnica te identificabas más?
—Con el telar y el tejido, porque todos los trabajos eran con macramé, y a partir de eso le sacaba a las palmeras el nervio o fibras, y hacía tejidos. Siempre tejía con lo que me encontraba. Hice una lámpara grande con hojas y fibras de palmera, y piedras.
—¿Te considerabas bueno?
—Sí, tenía buena llegada y vivía de eso. Vendía objetos con mucho trabajo, razón por la cual eran caros. Fue un proceso. Cuando ingresé a Brasil paré en Foz do Iguazú y una chica me enseñó tejidos en macramé. Seguí el viaje, conocí un peruano que trabajaba con calabazas, y hacía aros o collares pirograbados. Me enseñó, me compré una calabaza, comencé a trabajar y se me ocurrió hacer una lámpara. Me enseñó a engarzar piedras y cristales, y me contrataron para decorar un barcito.
—¿Estabas seguro de estudiar Arquitectura?
—Sí, desde hacía muchos años.
—¿Era un mandato familiar?
—No, en ese caso debiera haber sido ingeniero o algo relacionado con el campo. Tenía que estudiar y quería irme (risas).
—¿De qué escapabas?
—No sé... quería conocer otros lugares y gentes. Era una fantasía. Cuando era chico, una prima hacía intercambio con Estados Unidos, hablaba inglés y para mí era muy atractivo. ¡Terminó de estudiar y se fue a Europa! Mi primer viaje de mochilero lo hice con ella a Bolivia y Perú, y fue muy fuerte, conocer la posibilidad de otro mundo en las culturas indígenas.
—¿Grandes descubrimientos?
—Recorrer las minas de Potosí y la forma de vida de esa gente; la dureza de la vida en ciertos lugares. Charlamos con un minero, quien iba cargado con 50 kilos de dinamita por los túneles. Fue un impacto.
—¿Te costó mucho "aterrizar" tras volver?
—Me cambió completamente, en el sentido que el año anterior había ido a lugares de playa y discoteca. En cambio, al año siguiente hice un viaje como mochilero al sur.
—Dejaste de ser turista para ser viajero.
—Y buscar otras cosas, porque lo superficial –que lo "curtí" mucho– había cumplido su etapa. Dejó de tener sentido.
—¿Qué comenzaste a buscar?
—Otras culturas, descubrimientos y cosas nuevas.
—¿La carrera se concilió con lo que imaginabas?
—Sí... me costó bastante pero disfruté dibujar y pensar en diseños. Me gustaba lo posmoderno y el decontructivismo, pero cuando me fui a Europa se me generó un vacío y me atrapó lo más artístico y Gaudí (Ver Datos). Fue un cambio en mi visión de la Arquitectura y lo otro comenzó a parecerme frío.
—¿Predominaba aquella mirada en la facultad?
—Sí, lo que venía de afuera, lo moderno y lo high tec (alta tecnología).
—¿Te convencía no obstante que tenías cierta formación artística?
—En ese momento me gustaba lo tecnológico y lo artístico durante la facultad lo desarrollé poco. Es más, en ese momento lo artístico no me gustaba, hasta que lo retomé en el viaje en bicicleta.
—¿Una materia o formador importante?
—Sí, en 4º año, en Arquitectura 4, a cargo de César Naselli. Nos hacía hacer todas las ideas en maquetas y lo más impactante era ir a un terreno, buscar la sensación que te provocaba y a partir de eso nos hacía hacer una maqueta.
—Muy original.
—Fue el más influyente al igual que el profesor Taberna, que nos incentivaron mucho y participábamos en concursos en los cuales se elegía el mejor trabajo.
—¿Quisiste dejar en algún momento?
—No, pero la tesis me marcó mucho porque había hecho toda la carrera con un grupo de amigos y en los últimos años se fueron a jugar rugby profesional en Europa. La tuve que hacer solo y fue cuando conocí el estrés durante un año y medio.
—¿Qué tema?
—Un centro cultural y museo de niños subterráneo en el Patito Sirirí.
—¿Cuándo descartaste ser jugador profesional?
—Me di cuenta... (risas) que no tenía condiciones para ser un deportista profesional. No jugaba en Primera continuamente (risas).
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Antoni Gaudí: una bisagra
—¿Qué idea te hacías sobre tu trabajo de arquitecto?
—La idea era que me iba a ir de viaje para lo cual ahorré mucho tiempo; me gustaban los concursos y quería ver arquitectura en Europa.
—¿Cuál fue primera obra de Gaudí que implicó una ruptura o revisión?
—En realidad vi que todo lo moderno y lindo que se veía en fotos, no...
—No te hacía vibrar.
—No me hacía vibrar nada, mientras que en Barcelona pasaba por donde estaban sus obras y todo tenía diseño. Me transformó la visión.
—¿Una obra en particular?
—Una pequeña iglesia en un pueblito que no recuerdo su nombre.
—Colonia Güel.
—Es impresionante. La pila bautismal es como una concha de mar con un diseño de patas en hierro que me alucinó. Más allá del Parque Güel y todo lo clásico.
—¿Qué desaprendiste de tu formación al observar y analizar las obras de Gaudí?
—Aprendí a incorporar la sensación, tanto en lo muy moderno como al observar las propias obras de Gaudí. Si hago una obra, miro a los niños cómo perciben el lugar y si se quieren quedar, y qué sensación me da a mí. En general, vivo así, porque todo el tiempo voy mirando la ciudad, lo que me gusta y lo que no, y qué le cambiaría. Entro a un lugar y ya sé lo que le cambiaría (risas).
—¿Qué es lo que más ruido te provoca de Paraná, según esa visión?
—Que las construcciones de ahora pueden estar acá o en cualquier lugar. A mí, el estilo industrial de la fábrica me marcó. Había una chimenea de ladrillo visto que era hermosa y cuando el terreno estaba a la venta, soñaba que no se vendiera, sino poder diseñar algo y preservarla. La ciudad ha perdido las construcciones que arraigan. Por ejemplo, diseñan un centro de convenciones sin ningún arraigo al lugar y sin ninguna simbología.
—La responsabilidad política del caos urbanístico y la destrucción está clara. Pero ¿qué tienen en la cabeza muchos arquitectos cuando piensan en determinadas construcciones o rediseño de espacios?
—No sé... puede ser por los arquitectos o también lo que la gente quiere. Hay mucho de simplificación, entonces que tenga un poco de diseño es más complicado y difícil de resolver. El cliente siempre quiere economizar. Ahora quiero construir una casa que requiere cierto diseño porque es una estructura metálica, con techo verde y paredes interiores en barro. Pero lo quieren simplificar y te dicen "no, acá va una ventana de aluminio, medida estándar... Predomina todo lo estándar en cuanto a viviendas.
—Hay diseños que atentan contra el sentido común y el buen gusto.
—No sé qué es el buen gusto. Lo que sí observo es que hay muchas imposiciones ante el entorno; falta pasión, mente y tiempo para diseñar. Veo pocas casas que tengan pasión en el diseño, más allá del estilo que le guste a cada uno.
—¿Lo sencillo y económico no se puede hacer atractivo?
—Sí pero implica tiempo, mente, dedicación y pasión. Hice el reciclado de una casa en el campo con todo lo que encontré en el piso. Quedó como nueva con las cosas que encontré, entonces no es gasto, sino buscarle la vuelta y trabajar con lo que hay. En la facultad de Córdoba siempre tuvimos el apoyo para "volar", hacer cosas nuevas y crear. En segundo año un profesor me felicitó porque "veía pasión" en mi diseño, lo cual fue muy motivante. Si me hubiera quedado en Paraná cuando terminé la facultad tal vez... estaría haciendo otras cosas. Me mezclo mucho como arquitecto y artesano, porque no soy solo arquitecto.
—¿Cuál es el punto de contacto y el de choque?
—De contacto, la sensación –propia del artesano– y de choque, que todo lo que diseño y pienso no es estándar (risas). He encontrado el ensamble entre ser artesano y arquitecto, y poder mezclarlo con el arte.
—¿Cómo fue la experiencia de trabajar en Barcelona?
—Era dibujante de un estudio que diseñaba obras viales y plazas; un vacío total que no me dejó nada; trabajaba porque ganaba medianamente bien pero no fue un desafío desde lo creativo. Llegó un punto en que sentí un vacío y comencé a aburrirme, porque pensé que allí sería una vida más alternativa, mientras que era todo muy estructurado. En Andorra también trabajé, pero en un hotel, y me dediqué al deporte de nieve. El deporte es muy importante para mí.
—¿Qué otros impactos fueron similares a los producidos por la arquitectura de Gaudí?
—En el sur de España –en Andalucía– la arquitectura árabe. En Asia, por la mezcla de arte y arquitectura, como sucede en algunos templos de la India y Laos –a los cuales dibujaba porque me atraían las formas de los techos, las pinturas y las texturas de las columnas.
—¿Cuál es la gran diferencia desde el punto de vista técnico con la "arquitectura occidental"?
—Me parece que la manualidad y lo puntual, como en los detalles de una columna tallada... con lo cual me identifico plenamente. Lo otro es la tecnología y lo industrial.
—¿Has resuelto la cuestión de las ansias por conocer y ampliar la visión del mundo, estando en una ciudad tan limitada y pobre en algunos aspectos como Paraná?
—No... y no sé si lo quiero resolver ni adaptarme. Hay un punto en que necesito irme y de hecho ahora me voy. Me gusta compartir con mi familia y amigos, pero me gusta irme.
—¿Por qué volvés?
—Mi lugar es el mundo y lo que quiero hacer es arquitectura, artesanía –como lo hice muchos años viajando en bicicleta– y viajar. Ahora me voy a Marruecos a remodelar una casa y quiero encaminar por ahí, trabajando, por ahora, en distintos lugares. No sé si en algún momento me quedaré fijo en algún lugar. También me hablaron sobre una idea de hacer un trabajo en Brasil, y me encantaría. Acá es mi base y mi raíz.

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Fiebre, vómitos y bicicleta
—¿Cómo era tu relación con la bicicleta cuando niño?
—Nunca había tenido.
—¿Por qué elegiste ese vehículo para viajar?
—Fue viajando por Asia –en las montañas. Tengo la característica desde chico que me descompongo mal durante los viajes si lo hago en auto o autobús. Me agarraba fiebre y vómitos. Estaba en el Tíbet, veía chicos que viajaban en bicicleta y me pareció bueno, hasta que un día iba muy descompuesto, miré por la ventana del colectivo –lo cual no puedo hacer– y vi un pibe que estaba en su bicicleta cargada, hablando con otra persona muy pintoresca por su ropa propia del lugar. Ahí dije "quiero estar ahí y no acá". Volví de ese viaje y ya sabía que recorrería Sudamérica en bicicleta.
—¿Cómo es la vivencia de viajar en bicicleta?
—Lo más grande que hay (risas). Es indescriptible (Ver Opinión) y no sé si podré buscar otra forma de hacerlo. En la bicicleta perdés la noción del tiempo; no llego a determinado lugar, sino hasta donde puedo hacerlo o la historia que me encuentre. Vivís el sol, el cielo, las nubes, la lluvia y todos los ciclos de la naturaleza. Te pega todo y te lleva a situaciones de sacrificio muy profundas, de soledad también, al igual que momentos de éxtasis. Aprendés a separar el bienestar y comodidad del cansancio físico. Podés estar al extremo de cansado pero estás en estado de alucinación y conexión con la naturaleza. Pienso en Sudamérica y sé cómo es su topografía, el desierto, la selva... y lo que genera con la gente. Porque te nivela a cualquier persona de cualquier clase social.
—¿Genera mucha empatía?
—Hay mucha transmisión de energía positiva porque recibís sonrisas, preguntas, te dicen "fuerza", "¿te ayudo?"... es una mirada del mundo muy fuerte. La gente reconoce el esfuerzo y hasta el más humilde te quiere ayudar –lo cual es lo que sucede.
—¿Cuál es el equipaje?
—Es como una casa ambulante: carpa, equipo para dormir, para cocinar, comida y llevaba material para trabajar. Durante siete años fue como mi casa.
—¿Cuánto pesaba?
—Sesenta o setenta kilos, depende la zona, porque a veces tenía que llevar 10 litros de agua o mucha comida, en zona de desierto.
—¿La mayor exigencia?
—Crucé muchas veces la Cordillera, en Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia. Comprendí que no hay límites para el físico, si hay cabeza. También escalar montañas te enseña a traspasar esos límites, porque dejás todo, pero hay más para dar.
—¿Momentos?
—De soledad y esfuerzo físico de varios días, al punto de preguntarme qué era lo que quería lograr. Hay un parque (nacional, de fauna andina, en Bolivia) que se llama Abaroa –desde el Salar de Uyuni hasta San Pedro de Atacama–, un desierto a 4.000 metros con unos lugares alucinantes. Arena, piedra, montañas, frío extremos, calor, sol... Tremendo esfuerzo y caer en pozos de cuestionamiento. Encontré una pareja que iba en el desierto con dos hijos, con mucho viento. Me acerqué y los dos nenes se reían a carcajadas. ¡Fue como un cachetazo! A partir de ese día me cambió el viaje y todo el esfuerzo era nada, porque la mente se expandió a lo que estaba viviendo, sin quedarme en el cansancio. Abrí los ojos.
—¿Cuál fue tu mayor sombra y la mayor luz que descubriste en esas situaciones?
—Las sombras son los replanteos, porque me preguntaba qué soy, materialmente no tenía nada, estaba solo y nadie sabía dónde estaba, me preguntaba porqué no soy un tipo normal, trabajando tranquilo...
—Habría que precisar lo de "normal".
—Sí, pero en esos momentos te aparece. Estoy seguro de la vida que quiero pero también te aparecen los cuestionamientos. Los momentos de luz son el poder que tiene el bienestar emocional. Con una mirada, todo se abre. Hay un estado de limpieza y pureza que es un poder ilimitado, vivir en la simpleza total, sin necesitar de nada ni de nadie. Esto te abre las puertas a todo, porque la gente te quiere ayudar.
—¿Qué lecturas te acompañaban?
—En Asia releí y me shockeó Don Quijote, más por el contexto y por preguntarme qué es la realidad y lo que imaginamos. Su musa inspiradora, que cada uno tiene a su manera. Antes había leído –también mientras viajaba– el Tao y me significó mucho. En Tíbet conocí un lama budista, recorrimos los templos y nos comunicábamos sin entender el idioma del otro.
—¿La búsqueda espiritual también tenía un espacio?
—Siempre y Asia era eso: el budismo, el hinduismo... que al final te das cuenta que lo espiritual es tu camino. Cada persona –sin ser un monje– que me llegaba, me estaba enseñando o mostrando algo, y ésa es la conclusión de estar despierto, presente, en el momento. El cuento es ése y lo que te pasa es el camino.
—¿Cómo te resultó el contraste al volver de oriente?
—En Tailandia –que es un lugar más turístico– ya noté el choque. Al llegar a Kuala Lumpur (Malasia) quería ver las Torres (Petronas), de (César) Pelli, abajo hay un shopping, entré y fue un impacto y desasosiego tan grande que sentí que había quebrado con todo. Lo racionalicé en ese momento.
—¿Qué lugar ocupa hoy en tu vida la bicicleta? ¿La tenés?
—Sí, la tengo. Quería recorrer Argentina en bici con mi novia pero salió la propuesta laboral en Marruecos –en Chaouen, un pueblito "azul" en la montaña. Es una casa grande y la dueña quiere hacer divisiones.
—¿Cómo hiciste el contacto?
—Por amigas de ellas, se enteró de mis trabajos y quería una persona que "viva" el lugar, así que nos invitó a ir. Me voy el 12 de setiembre.
—¿Qué hacés en Paraná?
—Me gusta nadar en el río; entreno todos los días y estoy haciendo yoga.
—¿Tenés alguna página en Internet?
—No tengo nada.


La velocidad de tu viaje
Por Andrés Barbagelatta

Al llevar el ritmo del pulso, la tracción de la sangre, el espíritu va viajando a tu velocidad física, a la velocidad de la mirada, de la pausa, del pájaro que te acompaña.
Para eso hay que correr los límites.
El físico no tiene límites, la naturaleza no tiene límites, solo en la cabeza están los limites. Se nos imponen, nos los imponemos. Nos atrapamos en los límites, en los miedos, en la comodidad.
La naturaleza te entra por el cuerpo, por la respiración. Sus voluptuosidades, sus excentricidades, son las gotas de tu sudor.
Los ojos se abren, lo magnífico te contiene.
Un río, una selva, un desierto, una cumbre, una noche estrellada, un atardecer, las respuestas a todas aquellas preguntas que te puedas hacer.
Ese camino en donde también hay lluvias, tormentas y extremidades.
Las nubes acechan, crecen, se hacen tormenta, tanto más fáciles en la cabeza que en la Naturaleza.
Son los procesos naturales de limpieza.
La claridad y resplandor, pasada la tormenta no dejan de ser únicos cada vez.
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