“Sería bueno reparar en algo tan ingrato olvido. Se están cumpliendo 241 años de ese suceso y seguro que ha sido el de mayor valor que se ha recibido en la historia de Paraná”, recordó ayer a UNO Orlando Díaz, un reconocido dirigente social y deportivo de la zona sudeste de la ciudad, descendiente también de los Larramendi, por rama materna.
El olvido de un generoso gesto para la evolución de Paraná
El 26 de septiembre de 1778, doña María Francisca Arias Cabrera y Saavedra de Larramendi donó a la Parroquia de la Baxada del Paraná, una amplia extensión de tierra para que sobre ella se erigiera Paraná, que consistía en una legua de frente –desde el arroyo Antoñico hacia aguas arriba–, por media legua de fondo. La legua es una antigua unidad de longitud; equivale, cada una, a casi 5 kilómetros.
“Según recopilaciones realizadas por el profesor Antonio Almarez (ya fallecido) sobre esta historia, hubo muchos historiadores que destacaron tan generoso gesto de esta benemérita dama que la hicieron merecedora a que se le reconociera como patricia argentina, pero lamentablemente no fue así. Y su recuerdo prácticamente se ha extinguido; lo único que existe en su memoria es una calle y un viejo panteón en el cementerio, para sus descendientes”, relató Díaz.
Esa cesión de los terrenos a la Iglesia, fue la contribución de doña Francisca para que evolucione la capital provincial, cuyo progreso era impedido por estar en terrenos privados. La historia oficial narra que ese proceso no estuvo exento de inconvenientes, porque la Iglesia administró ese bien, pero pese a su dominio, el poder público estatal de entonces dispuso indistintamente de la propiedad, vendiendo, transfiriendo, donando. Así se creó una superposición de títulos, y se diseminó una situación irregular por los actos jurídicos que se produjeron. Con el paso de los años, se llegó a un acuerdo.
Los Larramendi –por herencia de los Garay y de los Hernandarias– fueron los propietarios de los vastos terrenos ubicados sobre esta costa oriental del río Paraná. Para tener como referencia, la donación de terrenos fue equivalente a casi 5 kilómetros de largo, por casi 2,5 kilómetros de ancho, desde donde Paraná comenzó a crecer hacia fines del siglo XVIII.
“Los historiadores han sido muy concordantes en sus apreciaciones, en relación a lo que significó esa donación para el crecimiento de la población existente entonces”, acotó su descendiente.
Su reconocimiento social actual solo está acotada a la calle Larramendi, el enlace del centro hacia Bajada Grande.
“Personalmente creo y seguramente muchos coincidirán en que es un acto de total justicia que este tipo de generosas actitudes sean recordadas en forma oficial. Lamentablemente siempre hay omisiones que pueden considerarse involuntarias, y algunos hechos de gran transcendencia para la nuestra ciudad parecen borrados por el tiempo transcurrido desde su concreción”, consideró Díaz.
Gregoria, otra familiar ilustre
Hace unos años, UNO trazó un repaso histórico de esa familia. El primer Larramendi en llegar a América fue Simón, proveniente de España, en los comienzos del siglo XVIII. En 1714 se casó con Juana de la Quintana, con quien tuvo siete hijos: uno de ellos, Pedro, contrajo matrimonio con María Francisca Arias de Cabrera y Saavedra, en 1746, hija de un descendiente de Hernando Arias de Saavedra y heredera de vastas posesiones en la región del Río de la Plata. Doña Francisca era descendiente de viejas familias de la colonia, por vía paterna: su padre Fernando Arias de Cabrera era descendiente directo de Hernando Arias de Cabrera, el gran jefe criollo; de Juan de Garay, fundador de Santa Fe y Buenos Aires; y de Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba.
La otra ilustre descendiente de esa familia fue Gregoria Pérez Larramendi, nieta de Simón, nacida de Ángela Larramendi, una de las hijas del español. A Gregoria –contrajo enlace con Juan Ventura Denis– se la conoce como la primera dama patricia, al ofrecer todos sus bienes al general Manuel Belgrano, en su paso libertador por Paraná, hacia Paraguay.