Federico García Effron tiene 45 años y desde hace 23 trabaja en el Museo Histórico Martiniano Leguizamón, el que está en la ochava sudeste de la esquina de Laprida y Buenos Aires, en el centro de Paraná. Es jefe del Departamento de Museología y responsable de la fototeca, un espacio donde un puñado de personas dedica horas a limpiar, acondicionar, clasificar, investigar, armar exposiciones y todo lo que pueda hacerse con material fotográfico que forma parte de la historia visual de todos los entrerrianos y entrerrianas. Sus manos, enfundadas en apretados guantes negros, son las que cuidan daguerrotipos de Justo José de Urquiza tomados poco después de la batalla de Caseros, en 1852. Y las que catalogan las 123.712 imágenes recuperadas de la Dirección de Prensa de la Provincia del período 1957-1995.
El hombre que cuida las fotos
Por Alfredo Hoffman
El ingreso de Federico al museo se vincula con una tragedia: la muerte de su papá y su mamá –Guillermo García y Marta Effron– y de otras 19 personas en el accidente de tránsito que sufrió un contingente del Club de Leones Paraná Parque Urquiza que viajaba rumbo a Mendoza. Su mamá era la jefa del Departamento de Investigaciones de la institución y, ante la fatalidad, a uno de los hijos le correspondía un puesto de trabajo. Él estudiaba Comunicación Social, y su hermano Bioquímica. Por tener mayor afinidad con lo que sería la tarea, fue Federico quien tomó el trabajo. En junio de 1999, al mes siguiente del accidente, comenzó el vínculo laboral.
Pero él ya conocía el Museo desde mucho antes. Lo visitaba desde sus 6 años, cuando iba a la escuela Sarmiento, en calle La Paz entre San Martín y Corrientes. Durante toda la Primaria salía de clases y caminaba una cuadra para ir a esperar a su mamá. Se quedaba una hora deambulando por ese sitio donde podía recorrer los rincones, meterse en los depósitos y jugar con lo que encontraba: revólveres, espadas y otros objetos antiguos.
Aún antes del fallecimiento de Marta, supo que entre los materiales que poseía el museo estaba la colección del fotógrafo Cirilo Amancay Pintos (1870-1947), un verdadero tesoro. Realizaba por entonces un curso de fotografía y, para ayudar a su mamá en una de sus investigaciones, se animó a tomar algunos de los negativos en soporte vidrio que habían pertenecido a Pintos y hacer copias por contacto. Fueron tres o cuatro negativos, los que autorizó el director de ese momento.
Durante los primeros años de trabajo hizo tareas variadas. Atendió en la mesa de entradas, en la biblioteca y en la mapoteca. Acompañó a las guías en visitas de estudiantes. Sacó fotos y ayudó en eventos. Así profundizó su conocimiento del lugar y de lo que allí está guardado. En una oportunidad, estaba dedicado a inventariar todas las piezas, cuando se le acercó Olga Moyano, directora en ese momento, y le dijo que en poco tiempo iban a recibir la visita de Américo Castilla, referente nacional e internacional en museología. Olga quería que Federico la acompañara cuando se reuniera con quien era en ese entonces director de la fundación Antorchas. Cuando llegó Castilla, Olga colocó de forma estratégica sobre su escritorio unas cuantas cajas del tesoro de Cirilo Pintos. Por entonces no sabían exactamente cómo tratar y conservar el material. Ella pidió ayuda y Castilla accedió. A las dos semanas llegó Luis Priamo, histórico responsable del área de fotografía de la fundación; evaluó la colección, observó que había registros únicos y sentenció que, efectivamente, se trataba de algo valioso. Resultado: Antorchas envió sobres libres de ácido y cajas de polipropileno; lo suficiente para el correcto guardado de los 1.100 negativos que hasta ese momento estaban en las cajitas originales, como las había colocado Cirilo.
A partir de ese momento la directora le asignó a Federico la responsabilidad de hacerse cargo de la fototeca, con la primera función de resguardar la colección de Pintos, formada por ese millar de fotografías tomadas a partir de 1895 hasta mediados de la década del 30 del siglo XX.
Oriundo de Jujuy, Cirilo llegó a Paraná para estudiar en la escuela Normal y aquí comenzó a investigar sobre la fotografía y luego a ponerla en práctica. Tomó imágenes de paisajes, edificios y habitantes de la ciudad que están en el museo desde una fecha desconocida. En cada cajita, el fotógrafo colocó dos sobres con nueve negativos cada uno, debidamente numerados. Los hay en distintos formatos; el más grande, de 18 por 24 centímetros y en placas de vidrio. Además, se había tomado el trabajo de escribir en un cuaderno la descripción de cada caja: vista de las barrancas, Puerto Viejo o plaza 1° de Mayo, por ejemplo. Federico limpió con delicadeza placa por placa.
Un día, gracias a Mariano Pintos, bisnieto de Cirilo, Federico visitó la casa de uno de los hijos del fotógrafo, un hombre mayor ahora fallecido. Se encontró con una biblioteca enorme, que hoy también está en resguardo del museo, donada por la familia Pintos en agradecimiento al trabajo de conservación y puesta en valor de los negativos.
Qué conservar
Federico García interviene en las decisiones sobre cuáles fotografías merecen conservarse y cuáles no. El criterio es que estén relacionadas con la historia de la provincia, lo cual también es relativo, porque lo que hoy se puede considerar de poco valor, mañana puede resultar algo trascendente.
Hay quienes llegan al museo en busca de fotos porque quieren investigar sobre trajes de novia o comuniones o medios de transporte o lo que se pueda uno imaginar. Cuando se remodeló la plaza Mansilla, la que está frente a la Casa de Gobierno, un montón de gente fue a consultar cómo era antes ese espacio público. Hoy no son muchos los que se acercan a donar material, pero todavía aparecen algunos con fotos del casamiento de sus abuelos, por caso, y García Effron las rotula de tal manera que luego se las pueda encontrar cuando alguien las necesite. Para describirlas se basa en Tesauros, un listado de palabras claves.
Las bolsas de Pandora
Últimamente Federico dedicó muchas horas a un archivo conformado por 123.712 imágenes de la Dirección de Prensa de la Provincia. Negativos flexibles en 35 milímetros, de 6 por 6 centímetros y 6 por 4,5 que llegaron dentro de bolsas desordenadas. Las llevó un empleado de la Gobernación al que le habían pedido que desocupara la oficina donde trabajaba. Corresponden a actos de gobierno desde 1957 a 1995. Como estaba todo mezclado, Federico empezó por separar las fotos por año, después por mes y finalmente por día. Las colocó en un fichero y esto permitía encontrar algo en particular, pero solamente si se sabía que eso que se buscaba había ocurrido en una fecha determinada. Como tener ese material pero no saber de qué se trataba no tenía sentido, se puso a confeccionar un listado que terminó hace unos meses. Hoy tiene una planilla en su computadora con el acto de que se trata cada imagen, la fecha y el número de negativo.
Todo el período del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional fue fotografiado y ese registro es parte de lo que custodia García. En cada acto se repiten los protagonistas: los militares, los hombres de traje y el sacerdote, es decir, la dictadura cívico-militar-eclesial. Ya dos muestras se pudieron armar con este material.
Prueba de la verdad
Cada colección tiene lo suyo, dice Federico cuando se le pregunta qué es lo que más le llama la atención de lo que hay en la fototeca. La de Cirilo Pintos, por ejemplo, tiene registros del interior de la antigua escuela Normal, el edificio donde funcionó la Casa de Gobierno de la Confederación, que hoy ya no existe. También hay dos fotos de una intervención quirúrgica: desde que el paciente es sedado hasta que le extraen algo de sus entrañas. Y situaciones cotidianas y familiares. En la colección de la Dirección de Prensa se puede ver a personajes conocidos que visitaron Casa de Gobierno como Jorge Luis Borges, Luis Sandrini o Jorge Cafrune, o una mujer que contestaba sobre Pancho Ramírez en el concurso Odol Pregunta, cuyo nombre se desconoce.
Si se le pregunta por qué piensa que es importante su trabajo en la fototeca, dice que la fotografía es la prueba de la verdad: lo que ellas muestran es indiscutible que sucedió (dejando de lado las manipulaciones digitales de la actualidad, aclara). Un documento puede contener una mentira. Pero la foto no miente. Dice también que su trabajo contribuye a preservar las imágenes para las generaciones futuras. Y lamenta que se pierda el material de los fotógrafos y fotógrafas de hoy, específicamente los de gobierno. Se sobreentiende que lo digital es para siempre. Pero Federico desconfía de ese axioma y recomienda la impresión en laboratorio en proceso tradicional. Los negativos de Cirilo Pintos de finales del siglo XIX, con la conservación y los controles de humedad y temperatura que se hacen en la fototeca, todavía están perfectos. ¿Dónde estarán dentro de 100 años las imágenes que duermen en el disco rígido de una computadora?