"El docente que funciona es el que es creativo y no se queda"

Importancia del juego y del "aula-taller" en un sistema que no los promueve debidamente. ¿Ansiedad de alumnos o de padres?.
11 de enero 2020 · 20:18hs

La profesora de Educación Especial Graciela Liberatori comenzó a transitar el sistema educativo a los 20 años y llegó a un punto en el cual comenzó a socavar sobre su propia salud. De ahí en más buscó ayuda para poder entender y posicionarse debidamente en un contexto que la desbordaba. Encontró el yoga, de cuya disciplina aplicó algunos recursos en dicho ámbito laboral, pero sobre todo acudió a la imaginación, que la psicopedagoga recientemente jubilada reclama como elemento vital para que se concrete el aprendizaje.

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Una niña precoz

—¿Dónde naciste?

—En Paraná, el 12 de enero de 1973. Mi mamá es modista, maestra de labores y bordado a mano; tiene 82 años. Tomé teta hasta los 5 años, así que siempre estuve cerca de ella.

—¿En qué barrio?

—San Agustín, sobre avenida Montiel, donde se hacían los famosos corsos y desfilaba el Ejército. También los bailes del club, que cuando venían Los Palmeras eran furor. Viví hasta los 19 años e iba a la Escuela Normal, a pie. Siempre fui muy precoz: a los 20 años me recibí de maestra de grado y trabajaba en la escuela Del Centenario.

—¿Cómo era la zona?

—Entre los vecinos se festejaba el carnaval y se respetaban, como una familia. Cuando alguien no tenía harina, te daban, por un poquito de yerba. Mi mamá es reconocida por las tortas fritas y las intercambiaba con el verdulero.

—¿Tu papá?

—Era un hombre orquesta porque sabía hacer de todo, aunque no recuerdo un trabajo fijo. Me dejó el legado de festejar y compartir la vida; alojaba amigos que no tenían dónde quedarse, era el “loco baile”, porque se levantaba con una cervecita y hasta la noche seguía con el baile. Tenía un grabador, un amplificador y dos bafles, así que alegraba el barrio y a quien pasaba lo hacía bailar.

—¿A qué jugabas?

—Tenía un perrito y con mis amigas, las melli, y las de la vuelta, hacíamos casitas y andábamos en patines. Tenía mucha libertad y mis padres confiaban en mí. A los 7 años hacía mandados a mis vecinos, quienes me daban propina.

—¿Sentías una vocación?

—Quería ser médica pediatra, y mi papá me apoyaba. Somos seis hermanas y la única con un título universitario. Cuando terminé la Secundaria tuve que dejar ese sueño por algo más rápido, para también ayudar en mi casa, por eso elegí maestra de grado. Luego me di cuenta de que no alcanzaba y que había chicos que no aprendían de la misma forma, así que estudié para profesora de Enseñanza Especial y comencé la carrera de Psicopedagogía, pero no me veía en un consultorio, sino trabajando grupalmente en un aula taller con los talentos de cada chico.

—¿Leías?

—Mami es una gran maestra y nos ponía a hacer números y pintar, con cualquier papel que encontraba. No fui a jardín de 4 ni de 5, pero ya leía, gracias a ella y mis hermanas. Cuando fui a 1º grado la maestra renegaba porque no me habían llevado, escribí y leí, y se sorprendió.

—¿Qué materias de la Secundaria te gustaban?

—Lengua y escribir poemas. Tuve un novio que estudiaba en Santa Fe, me inspiraba y le mandaba cartas. Me enseñó a quererme a mí misma.

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“Niños problema” y yoga

—¿Pudiste plasmar en tus ámbitos de trabajo lo que señalás en cuanto a potenciar el talento de cada chico?

—Siempre. Comencé a trabajar como maestra orientadora en la escuela Bazán y Bustos, que fue “mi escuela” y donde los niños me iniciaron en la búsqueda de más. Encontré a Yago, de 8 años, del volcadero y quien inhalaba poxi. Su mamá tenía una historia de abuso desde niña. Había otro chico con el brazo quemado por cigarrillos, porque apostaban a quién aguantaba más. La mamá y el padrastro de una nena hermosa tenían relaciones delante de ella y me lo contaba. No comprendía, me desesperaba y deprimía, porque tenía que trabajar con todos los “niños problema” y no sabía para dónde correr. Imaginé hacer una huerta y una panadería, algo comunitario con la participación de los papás y los niños, pero no se dio… Comencé yoga porque me costaba entender que sólo tenía que colaborar y me armonizó. Instrumenté talleres integrales, pero nadie quería ir a la casa a ver lo que pasaba con esos chicos, aunque con mi vicedirectora, María Elena, de fierro, bajábamos al Volca a recorrer las casas.

—¿Recordás un diálogo o situación con Yago?

—No hablaba, hacía mucho berrinche y se escapaba. Cuando comencé a trabajar con la madre se calmó y permanecía en el grado. Descubrí que nadie atiende esa problemática en edad temprana, hasta que con una trabajadora social estuvimos con las monjas de los Ángeles Custodios y lo tomaron como internado. Hizo un cambio, la mamá lo visitaba y luego perdí el contacto.

Las adicciones

—¿Imaginabas que como maestra especial tu trabajo sería distinto?

—Cuando vas a un instituto recibís técnicas para paliar el aprendizaje. Conocía el volcadero y gente del barrio que cirujeaba, pero el tema de la droga no lo conocía.

—¿En qué momento este problema se agravó?

—Cuando llegué a la Bazán y Bustos, hace 23 años, me desayuné con eso y con ver un niño involucrado en eso. Fijate que busqué en diferentes áreas del Copnaf (Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia) y no encontrábamos quién se hiciera cargo. Evidentemente en esa época recién comenzaba, mientras que ahora la situación en la escuela es muy difícil.

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Los talleres y los vínculos

—¿Utilizaste herramientas del yoga como recursos para estos abordajes?

—Me dio un montón de herramientas aunque no practicaban posturas. En los talleres que hacía con los chicos utilizaba técnicas de relajación, concentración, que sintieran su respiración, su corazón, y cuando lograba esa armonía recién comenzábamos a trabajar en reciclado, música, percusión y baile. Como regla, tenían que venir sin piojos y podían bañarse en la escuela. Comenzaron a cambiar e incorporar reglas de tolerancia y respeto. Cuando terminaba, contábamos y dramatizábamos un cuento, dibujaban, y hacíamos una relajación final. Estos talleres los continué en las escuelas Tabaré y María Balbarrey, mientras que en la escuela Reula no pude porque los directivos eran cerrados.

—¿Por qué estas posibilidades no tan convencionales suelen resultar tan eficaces y no se las promueve con mayor énfasis?

—Para un docente lo primero y fundamental es tener el vínculo, la amorosidad, aceptar al niño tal cual es. Cuando entiende que es un ser perfecto, que no le falta nada, puede comenzar un proceso de aprendizaje y conocimiento entre los dos. El niño tiene mucho para enseñarte, y puede cambiarte el estado de ánimo, contagiarte su alegría e inocencia. Amé los primeros grados porque el niño está más lúcido y con todos sus dones, podés crear e imaginar con ellos. Lo que cada uno trae, está bien, porque es lo que puede.

—¿La focalización en el vínculo está ausente en la formación de los docentes?

—Estamos siempre en la queja. Recuerdo reuniones de muchas horas debatiendo sobre un niño y había personas que nunca lo vieron ni sabían quién es. Todos somos opinólogos y justicieros, pero quien se pone la camiseta es el docente, y mi misión, acompañarlo, buscar la familia y ver qué pasaba allí, uniendo saberes y formando un equipo para que el niño aprenda. Los planes de formación actuales cambiaron y quiero creer que la cuestión está presente, pero hay cuestiones estructurales y burocráticas que persisten, alejadas de la realidad. En el profesorado debiera haber un trabajo más de campo en las instituciones y familias de contextos sociales vulnerables, una especialización porque son niños con determinadas costumbres y recursos, para que el docente no caiga desorientado y tenga que comenzar desde cero. Cuando comencé, había gente que no tenía ni idea de que existía el volcadero. Hoy hay muchos recursos disponibles.

“El niño siempre está predispuesto, lo cual es maravilloso”

La directora del Centro Yoga Vida destaca las ventajas que proporciona dicha ciencia en el ámbito de los niños y jóvenes, al igual que las posibilidades que se derivan. Y en paralelo, pone en valor la creación y la improvisación como recursos vitales y necesarios en el proceso de enseñanza.

—¿Cómo evaluás la experiencia del yoga con niños?

—Es muy transformador, un proceso, no es algo mágico. Hay que transformar la ansiedad de los niños, que generalmente no es de ellos sino de los padres. No es sólo la postura y la relajación, sino que a veces dibujamos la postura, vemos cuáles son los beneficios, observamos el cuerpo, los músculos, creamos… Es muy abierto, con una toma de consciencia además de la práctica para ver qué es lo que necesita el niño.

—¿Un caso paradigmático?

—Lo que más me atrae es que el niño tiene una predisposición natural. Trabajo con el juego, el niño está atento y predispuesto, lo cual es maravilloso. A veces no preparo las clases porque percibo la energía e improviso en función de eso. El humor, el ridículo y la payasada siempre me sirvieron para cortar el hielo, y luego imaginar y crear con ellos.

—¿Por qué si lo lúdico es tan eficaz, está tan ausente en el sistema educativo?

—Las maestras ahora tienen más recursos. Yo enseñaba las tablas matemáticas con un juego en el cual había que embocar piedritas en un tarro. Se trata de crear para engancharlo, porque el niño siempre puede aprender. El docente que está comprometido y cree en un cambio busca estrategias y crea permanentemente, si no no hay forma de quedarte en el sistema. En los últimos años me sentí más calmada mientras veía que muchas compañeras estaban desbordadas. Por eso también invitaba a los talleres a los ordenanzas, ya que el trabajo en equipo es más liviano y resulta. Los docentes tenemos que ser muy cuidadosos y responsables con las palabras, porque pueden marcar para toda la vida a los niños. El docente que funciona es aquel que es creativo, no se queda, cree en el cambio y apuesta a su vocación y profesión, más allá de lo devaluada que está y del juzgamiento de los padres.

—¿El yoga te llevó a explorar otras disciplinas?

—Hice especializaciones relacionadas con el yoga para niños, luego Reiki Usui, hasta que llegaron los ángeles, mi conexión espiritual más importante, que se manifestaron a través de las personas que llegaban a mí. Estudié Registros Akáshicos, Terapia de vidas pasadas, Barras de Access y chamanismo, entre otras, y siempre asistí a muchas personas. Sigo buscando y descubriendo verdades.

—¿Tienen un punto en común?

—Son como diferentes formas o escaleras para llegar a un determinado punto, verdad o fuente inagotable de energía que está disponible para todos.

—¿Tuviste un maestro o autor que te resultó importante?

—Me gustan mucho Osho y Jalil Gibrán, porque te desestructuran y te abren mucho la cabeza hacia distintas posibilidades, que cada uno elige. Mi maestra en Terapia de Regresiones fue María Eugenia Puchetta. Siento lo que es verdad para mí, porque hay muchas versiones, caminos y posturas, saliendo del juicio de si es bueno o malo.

—¿Qué desaprendiste?

—Me costó mucho quitarme de la cabeza la culpa, que sigo trabajando, al igual que las emociones, y el estar aquí y ahora. Antes veía, en el caso de mi esposo y mis hijos, lo equivocado en ellos, hasta que comencé a preguntarme por mí y ahí hice un click

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