Si algo se ha encargado de demostrar la pandemia es la importancia de la educación, aparece como el desvelo de funcionarios y diversos actores sociales, más en la práctica, su preeminencia queda en entredicho.
Educación, ¿un problema de todos?
Por Valeria Girard
Se trata de un desafío eminentemente colectivo, nos compete a todos los grupos y sectores sociales, por tanto, debería existir un acuerdo generalizado en cuanto a sus líneas principales, en Argentina no estaría siendo el caso. Por otro lado, existen tantas críticas y problemas relacionados con ella que los diagnósticos son caóticos, cuando no interesados.
No obstante, puede decirse que alguna que otra cosa ha ido quedando en claro. Por ejemplo se ha visto saldada la discusión acerca de la importancia del cara a cara entre docentes y estudiantes. Apenas meses antes del comienzo de las restricciones por Covid-19, aún se debatía sobre la necesidad de avalar cualquier título –Secundario por caso- obtenido de manera íntegramente on line, en otros países.
Hoy muchas de las voces que reclamaban tal reconocimiento se empeñan en demandar la presencialidad a cualquier precio. Otra de las cuestiones para pensar el futuro de los educandos es la referida a palabras tan complejas como universalidad e igualdad.
¿Es lo mismo educación gratuita que educación universal? Ciertamente, no. Mucho menos en el contexto actual en el que se necesita un mínimo de conectividad para acceder a los materiales que permitan a nuestros niños y jóvenes realizar sus procesos de aprendizajes.
¿Qué tendrá para decir el Ente Nacional de Comunicaciones al respecto? ¿No debería ser una de sus prioridades extender el tendido de redes? ¿En qué se invierte su presupuesto que en 2019, ya era superior a 5.000 millones de pesos? Otro tema a considerar es que los esfuerzos individuales tienden a perder efectividad.
La situación actual amerita que todos los docentes conozcan el manejo de las Tecnologías de Información y Comunicación, pero en la realidad esto no sucede. Huelga decir que no es responsabilidad de los educadores sino de la falta de mecanismos para su capacitación.
Si existieran redes entre los mismos profesores y maestros en las que estos pudieran compartir sus conocimientos y proyectos todo sería mucho más fácil y no se dependería de iniciativas aisladas.
¿Por qué un docente de Gualeguay no podría intercambiar sus conocimientos y proyectos con otro de Feliciano, por ejemplo? Sólo se necesitaría que el Consejo General de Educación u otras instituciones tendiesen esos puentes. No menos importante es el conocimiento del contexto de cada escuela, siempre lo fue, pero recrudece hoy con mayor intensidad.
Se trata de adecuar las propuestas educativas según la realidad de cada institución, sus fortalezas, debilidades, oportunidades y carencias.
Finalmente, no puede obviarse que la educación debe ser una política de Estado, es perentorio diseñar estrategias que apunten a los próximos años y dejen de depender de las rencillas y mezquindades políticas propias de cada elección. Si así no lo hicieren, la Patria los demandará.