Tirso Fiorotto / De la Redacción de UNO
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Una niña muerta. Es hermanita de otro niño muerto. La mujer, dos añitos, el hombre, once añitos.
No diremos cómo, bajo qué torturas.
Ella iba a cantar como Mercedes Sosa, no sabemos, iba a usar un vestido azul para sus 15, no sabemos. Él iba a ser un obrero honesto, no sabemos si metalúrgico, si albañil, iba a afiliarse al sindicato, quién sabe. Los sueños fueron abortados aquí, a la vuelta de la esquina.
Con ellos han muerto, claro, sus padres. Muertos en vida. Y con ellos morimos un poco nosotros. Porque no hemos logrado salir del laberinto histérico que nos hace chocarnos, matarnos, destrozar nuestros pimpollitos.
Pena de muerte
En 12 años sacrificamos en la vía pública más de 90.000 personas y personitas así, en la Argentina. Miles de bebés, niñas y niños, todos bellos, todos maravillosos, todos inocentes, todos triturados.
La pena de muerte está instalada de facto. Aquí matamos a artistas, maestros, obreros, matamos a niños que irían a ser cantantes, científicos, presidentes, buenos vecinos, y los matamos no con anestesia sino bajo tortura.
Lo peor de lo peor. Los degüellos de ISIS son menos cruentos y menos masivos que las rutas argentinas bajo (des)control de una clase política que avergüenza.
Aquí mueren de 7.000 a 8.000 inocentes cada año en las rutas. No después de un juicio quizá por crímenes aberrantes, violaciones reiteradas, sino por un juego de ruleta rusa que nos vemos obligados a jugar.
No estamos de acuerdo con ninguna pena capital, pero convengamos que en Estados Unidos matan cada año después de largos juicios a un centenar de homicidas y aquí a 8.000 inocentes sin juicio previo.
¿Dónde morimos? En las rutas. ¿Quiénes están a cargo de los espacios públicos? Los gobiernos. ¿Pueden evitarse estas muertes? Sí. En otros países las evitan, no sin esfuerzos.
La clase política está enferma. Un virus ahoga a la clase política en un vaso de agua.
Según la cantidad de habitantes, nosotros multiplicamos por seis los muertos en relación con otros países más cuidadosos. Entonces, ¿cómo llamar a los responsables de la vía pública sino criminales?
Veinte guerras
En las Malvinas murieron 326 personas en combate y otro tanto en el Crucero Belgrano, en un crimen de guerra porque no estaban en la zona de pelea, más los que cayeron en suicidio después.
Los gobiernos permiten, con su desidia, que en las rutas mueran entre 7.000 y 8.000 personas por año. Sin contar los familiares que se suicidan.
Son más de veinte guerras por año, doscientas guerras en una década.
En la lucha contra el colonialismo puede haber principios, valores, virtudes, convicciones. La muerte en ruta, en cambio, es la consecuencia de mentes enfermizas que ocupan los sitios de gobierno pero no toman conciencia del flagelo que deben enfrentar.
Decimos clase política porque esta deficiencia afecta a gobernantes de distintos partidos, en democracia o dictadura, quienes siguen insistiendo en que controlan la vía pública cuando todo indica que esos espacios debieran ser intervenidos por la comunidad, ya que sus pretendidos representantes no están facultados, no dan respuestas.
La masacre de argentinitos en la vía pública obedece a una suerte de malformación congénita de la clase dirigente.
Estadísticas. La cifra de muertos por año se sostienen según Luchemos por la Vida.
Niños triturados
Los antiguos sacrificios humanos tenían un sentido. Aquí se trata de sacrificios masivos sin sentido. Sólo la desidia, la improvisación, la resignación y la corrupción explican este despropósito, esta mancha siniestra en los gobiernos de este territorio.
La niñita destrozada, el niñito triturado, la mamá embarazada explotada contra el asfalto, todos dan su sangre como resultado de la fiestita de las clases dominantes que tienen garantizada su impunidad porque dictan las leyes.
De Malvinas a esta parte, en estos casi 34 años, hemos sufrido 600 (seiscientas) derrotas similares en cantidad de víctimas, pero peores, cada una, en su significado. No hay un punto de comparación.
Hoy 21 muertos, ayer 21 muertos, mañana 21 muertos, en promedio. Todos los días, durante 365 días del año, y así, décadas. El asfalto se traga a nuestros hijos, a nuestros hermanos.
Ninguno de los criminales que ocupan nuestras cárceles les llega a los tobillos a los criminales responsables de los espacios públicos, que no preparan como corresponde el lugar, los modos, las normas, los controles, la capacitación, las advertencias, para aventar las muertes.
Si alguien colocó un cartel que dice máxima 100 y los conductores van a 130, ese alguien que sabe el peligro es responsable de las muertes que provoque la infracción cuando no mira, no acompaña, no aconseja, no controla, no corrige.
Pase el que sigue
Nuestro territorio está repleto de carteles. Máxima 60, máxima 40. Y no hay un responsable que sugiera su cumplimiento, menos aún que lo exija.
A veces una palabra amable sirve para recordar el peligro al conductor y sus acompañantes, para formar conciencia. Un error no debe pagarse con la vida.
Hoy, la persona que cumple con las normas corre el riesgo de ser atropellada. ¿Cómo disminuir a 60, o 40, si todos van a 80 y quieren sobrepasar porque se sienten con derecho?
Obedecer las normas en nuestras rutas es peligroso. La irresponsabilidad de los que gobiernan ha tornado a nuestras rutas en especies de guillotinas. Allí morirán cada día 21 inocentes. No hay duda. Si no mueren 21 hoy, morirán 42 mañana.
Es grave el problema. Podríamos dar a los gobernantes un plazo: si en un año no revierten este flagelo, muchas gracias por los servicios prestados y que pase el que sigue.
No hay excusas para cometer los mismos errores que los antecesores, porque están advertidos. Las responsabilidades de los gobernantes de hace 20 años son mucho menores que las de los actuales porque la experiencia acumulada obliga.
Estamos en estado de guerra y los gobernantes deben estar a la altura de las circunstancias. ¿Guerra de quién? Del caos de la vía pública, que fagocita a los seres humanos y a otras especies.
Los gobiernos nacional, provinciales y municipales, los tres poderes, los medios masivos, las fuerzas armadas, las organizaciones intermedias, los sindicatos, todos deben ser convocados para superar este estado de guerra en corto plazo. Corto, muy corto, porque hoy mismo están muriendo 21 personas. Ellos son nuestros hijos, nuestros hermanos, ellos somos nosotros.
La excusa de la “educación” es ya una puerilidad. Si contamos los últimos 100 casos en que fuimos testigos de situaciones de riesgo de muerte en la ruta o en la calle, y constatamos que en los cien casos no hubo control, no hubo guías, no hubo ayuda, no hubo prevención y tampoco hubo represión para que los infractores eviten repetir fechorías, entonces lo que hay es una desidia mortal que se burla de los muertos.
Los que atropellan
¿Pero es que hay una solución? ¡Claro que hay soluciones! De ahí nuestra insistencia. Un terremoto, un tsunami, un ciclón, son catástrofes. La muerte de 7.000 u 8.000 personas por año es un crimen.
No debe esperarse medio siglo para reducir las matanzas. Esa es una mentira que busca aliviar las conciencias de los poderosos.
Hoy la doble línea amarilla detiene a pocos para el sobrepaso, el rojo de los semáforos detiene a pocos, los carteles de máxima velocidad frenan a pocos. Vemos a diario motociclistas sin luces a la noche, y pasando en rojo. Una vez, otra vez, otra vez… Vemos a diario el atropello de automovilistas montados en 4 x 4 que se creen emperadores capaces de arrollar a cualquiera con tal de les respeten su pretendido “derecho”, ya que coche les sobra.
En esta fiesta matamos a una niña con un vidrio en el ojo, a un niño con un fierro en la garganta; a una madre la destripamos, a un joven lo licuamos contra un camión.
Así, 21 veces por día, casi un muerto por hora durante todos los días y por décadas. Eso es un crimen masivo con suplicio. Fusilarlos sería más humanitario.
No estamos contando las otras víctimas. Los papás que pierden así a sus hijos son mutilados de por vida. Los heridos se multiplican. La sociedad toda se enferma, y los responsables de la vía pública acuden al cajero a cobrar sus buenos sueldos cada mes como si nada. ¡Desvergonzados!
Lejos del pueblo
Hay países donde las muertes en accidentes en la vía pública son menores del 10% del promedio argentino.
La solución saldrá el día que el político tome conciencia que cada muerto en la ruta es su hijo, su hermano, su amor. Mientras la clase política siga desvinculada del pueblo, el problema no tendrá solución.
Reducir la velocidad de verdad, no en los carteles sino en el vehículo, a un nivel que evite las muertes, es una medida que puede lograrse a corto plazo.
No hay que esperar otros 8.000 muertos en 2016, otros 8.000 tesoros en 2017.
Tampoco hay que importar recetas. Nuestra sociedad es como es, los remedios son para nuestra sociedad enferma por esta masacre, y nadie esperará atacar un cáncer con una aspirineta ni con un sermón.
Un funcionario de la Agencia Nacional de Seguridad Vial decía que los argentinos tienen más miedo a la multa que a morir. Comentario tonto. Hay ciudades nuestras donde el 100% por 100% de los motociclistas usa casco, y otras de al lado donde el 80% infringe esa norma. Lo único que falla es la organización.
A nadie se le ocurre sobrepasar al otro en el túnel subfluvial, y el que lo hace recibe el repudio de los demás. No es por la multa, es por la conciencia ciudadana, que sí existe.
Constatamos a diario la ausencia de autoridades en la ruta para el buen consejo, personas preparadas que entreguen un folleto, que sepan advertir los riesgos con amabilidad. Nadie advierte, nadie ayuda, nadie controla, nadie se muestra para que el conductor tenga dónde hacer una pregunta, recibir una sugerencia, presentar un reclamo… No hay personas que hablen con la familia un minuto, en viaje, y le detallen los peligros. –Usted viaja en la ruta 11, mire que las lomadas pueden traicionarlo, si hay neblina actúe de este modo, en caso de un problema llame a este teléfono… No, nada de nada. Falla el Estado. Caros para nada, fallan los gobernantes.
En muchos lugares un delincuente puede infringir todas las normas por miles de kilómetros. De ahí a la muerte masiva, un paso. Lógico.
También castigo
La capacitación es importante, la conciencia. Y tocar el bolsillo también sirve: durante un período de emergencia de 6 meses, quien supere la velocidad o sobrepase en doble línea amarilla perderá el vehículo irremediablemente y para siempre.
Esa medida debe ser dictada por los poderes respectivos y difundida durante diez días. Luego, el que vaya a 65 donde dice máxima 60 perderá su auto. Sin atenuantes.
Si llegamos a la conclusión de que la máxima velocidad en ruta debe ser 70, será 70. Porque estamos hablando de salvar niños, jóvenes, trabajadores, turistas, personas, y hay que salvarlas una a una. Si en la ciudad acordamos andar a 30, se marchará a 30. Al que no le guste, que camine.
Un viaje de Paraná a Concordia puede demandar hoy de las 8 de la mañana a las 11. Si bajamos un cambio habrá que salir a las 6, ¿cuál es el problema? A menor velocidad se evitan muchos sobrepasos y se igualan camiones y automóviles, eso es una gran ventaja.
Además, se gasta menos combustible y se conversa mejor. Es un círculo virtuoso.
Al fin y al cabo, ¿quién quiere exponer su vida o la de su hijo para probar?
Porque hemos escuchado a quienes redactan una lista de negaciones sobre la reducción drástica de la velocidad y sabemos que no sostendrán eso si es su hijo el que está en riesgo. El individualismo, el egoísmo, son fuentes de engaño.
Es obvio que todo ello debe ser acompañado por una cruzada masiva de educación, por operativos especiales de información y auxilio en todas las rutas, por controles en lugares inesperados, por obras. Un acompañamiento integral.
Se deberán mejorar calzadas, banquinas, iluminaciones, cruces, organización del tránsito, señalización, y habrá que trazar bicisendas, lo mismo que proteger a los barrios cercanos a las rutas…
Las personas deberán saber que con alcohol, no; con sueño, no; sin luces adecuadas, no. Y los frenos, y las cubiertas, y los cinturones…
Los camiones deberán salir de las cintas donde marchan los autos, los trenes de pasajero volverán a cumplir su servicio, las barreras deberán funcionar. Todo ello lleva su tiempo. Pero en el mientras tanto, si frenamos, y si ofrecemos guías, servicios, controles a corta distancia y castigos firmes bien difundidos, habremos dado ya un paso fundamental, necesario, ¡urgente! Salvar vidas no es chacota.
Vicios y remedios
Las obras no solucionan todo. Si en una cinta de apenas 9 metros y doble mano nos matábamos, en una autopista vamos a 150 kilómetros por hora, y más todavía, y disminuimos sólo a 130 en las rotondas, de modo que volvemos al mismo problema: cualquier imprevisto nos devolverá hechos pomada. Estamos cebados, el vicio de la velocidad y la desidia nos ha minado la conciencia.
Vamos regalados en la ruta. Nos encontramos al borde de accidentes fatales posibles en cada viaje, por cercano que sea. Somos testigos de una vida en riesgo extremo por sólo compartir un paseo con amigos o familiares.
Si uno de nosotros invitara a sus amigos a su casa y cada diez sillas una estuviera electrocutada con 220 V, sería acusado de criminal. ¿Y los responsables de la vía pública, que saben que cada día morirán 21 personas?
Una neblina, una lluvia, y los muertos se multiplican. ¿Ignoramos acaso que hay lluvias, que hay niebla?
¿Qué hace hoy una familia ante una niebla espesa? Si sale a la banquina correrá riesgo de que lo empalmen de atrás, si sigue puede chocarse de frente. Los carteles mienten, las obras son deficientes, las demarcaciones están borradas, los baches facilitan el planchazo, y los mismos viajeros no encuentran un puesto de control que les avise, les anticipe, y les ofrezca un lugar para esperar con seguridad.
-Señor: pare, ahí tiene espacio para estacionar media horita hasta que se disipe la niebla. ¿Tan difícil es? Eso se resuelve fácil, con censores o controles adecuados, e incluso pueden colaborar vecinos de la ruta, consultados a distancia, si otra tecnología no está disponible.
Los recursos están
Alguien afirmará que faltan recursos económicos. Otra excusa insostenible, como esa que dice que, en proporción a la cantidad de vehículos, Argentina no es de los peores del ranking. Ese cálculo es engañoso: si el problema es (también) la saturación de las rutas con vehículos habrá que someter eso a un examen, porque nada justifica la muerte masiva en los espacios públicos.
Volviendo a los recursos, ¿cómo gastan desde el Estado miles de millones en banalidades, entretenimiento pasajero, propaganda, y no invierten en educación, capacitación, seguimiento, guía, ayuda, control, luminarias, obras?
Es inocultable responsabilidad de la clase política. Ante un problema común, de muchos, de todos, existen gobiernos que deben estudiar los problemas comunes y actuar en consecuencia.
Estar vivos
Nuestra comunidad es sensible y solidaria. Lo demuestra a diario. En las inundaciones, los terremotos, ante la enfermedad de un niño, ante la necesidad de donación de órganos. Los responsables no tienen razón cuando sostienen que la muerte en ruta es un problema cultural que llevará décadas superar. Son excusas para seguir medrando sin atender el problema.
Todos sabemos que morirán 21 personas por día, si no le toca a uno le tocará a otro, pero en cada accidente los políticos buscan razones que no los rocen a ellos, principales responsables.
Cualquier medida deberá ser adecuada a un problema que es extremo. Si llega con serenidad, prudencia y se explican tanto el diagnóstico como las razones, la clase política encontrará al pueblo (del que no forma parte) dispuesto a salvar vidas. La vía pública tiene responsables con nombre y apellido. Esos responsables principales están en el gobierno nacional y los gobiernos provinciales, en el Ejecutivo, el Congreso, las Legislatura, los tribunales, y bien caros que nos salen.
Son ellos los que deben acudir a todos los medios, sean estatales o privados, ONG, los medios masivos, las corporaciones, la escuela, lo que fuera, para superar este problema elemental, tan vital como el pan, como el agua: el andar sin chocarnos.
¿Permitiría un juez que ingresen cien mil personas a un estadio preparado para veinte mil? No. ¿Y por qué permite que entren autos a un lugar inadecuado, como la ruta con neblina, o la ruta saturada de vehículos o sin señales?
¿Quién cuida hoy a las personas que salen a la ruta y comprueban, con asombro y miedo, todo tipo de infracciones a su alrededor sin que nadie diga nada?
Si los gobernantes no están dispuestos a encarar el asunto, muy bien: que pase el que sigue. La cosa no da para más. ¡Fuera!
Infraestructura, señales, educación, persuasión, guía, castigo…
Una vez que encaremos con seriedad el problema entonces sí empezaremos a hablar de los siguientes asuntos.
Para hablar hay que estar vivo, ¿no?