Diego va mutando, como cualquiera, a no ser por el contraste virulento que lo diferencia del resto. Al menos desde lo que se ve de afuera. Aunque tampoco es demasiado reservado y siempre se muestra auténtico, lo que hace suponer que es, definitivamente, lo que vemos.
Te quiero Diego...
Ya sabemos de su carrera, sus golpes y sus excesos, y vaya si los tuvo. ¿Y quién puede decir que no los hubiese tenido ante semejante vida?
Tal vez esa frase de la canción que le dedica Manu Chao “si yo fuera Maradona viviría como él” resume lo que seríamos si nos tocara ponernos en su piel. Y no como una expresión de deseo.
Maradona volvió al ruedo en el fútbol que lo vio nacer. Y se lo ve ahí, un tanto deteriorado en su físico que debe implicar un dolor inmenso, pero que agranda el mito de su existencia.
Muy lejos de aquel chiquilín, Pelusa, que era capaz de correr a una gran velocidad, tirar un centro a la carrera y quedar parado como si tuviera una barrera invisible que lo contenía.
Este nuevo Diego entró a la cancha de Gimnasia casi en cámara lenta, rompiendo el molde, fiel a su estilo. “Estoy de pie como quería la Tota. Me pedía que no me muriera por esa porquería. Y no me morí. ¿Qué me diría mi viejo se me viera caminando acá? ‘Caminá mejor, carajo’, exclamó con la voz entrecortada.
En su ingreso, las gradas se rompieron las manos y la visión de la multitud se nubló por las lágrimas que yacían en sus ojos y no terminaban de salir. Diego es eso. No necesitó ganar un campeonato para generar una emoción tan fuerte.
Ese impacto emocional comparable con una vuelta olímpica ya es un montón para el hincha de un club popular. Y nadie le va a quitar lo que vivió un domingo sin fútbol. Vaya paradoja. Qué importa lo que venga después. Es hoy, fue el domingo y muchos detractores que criticaron desde afuera, estoy seguro de que les hubiese gustado vivir algo semejante. Encima en un fin de semana de fecha FIFA. Porque para el fútbol no debe haber nada más triste que un fin de semana de fecha FIFA.
Aún conserva esa rebeldía capaz de contagiar a propios y extraños solo con su presencia. Rebeldía indispensable para salir del letargo, para quebrar la apatía de un fútbol sumiso, extremadamente veloz y sin gestos de alegría. Esta tendencia de años en la cual escasean los lujos y sobre todo las sonrisas dentro de la cancha no hace más que conspirar para que el fútbol pierda cada vez más el encanto.
Tal vez no pueda trasladar esa magia al juego propiamente dicho por las limitaciones de sus jugadores, pero seguramente lo logrará desde afuera. Su mirada dentro de un campo no es solo simbólica, es una reivindicación del potrero, la razón por la cual a muchos mortales los enamora un deporte que ya sabemos, es mucho más que eso.
Y Diego va. A veces como quiere y otras como puede. Siendo siempre minuciosamente observado por los “buitres” que esperan el paso en falso para comer de su carne.
Diego Maradona está de regreso. El mejor de todos aún tiene cosas para dar. Y vaya si las tiene, y sin tocar la pelota.