El otro domingo me levanté pizpireta de la siesta, me preparé los mates y –como no tenía nada mejor que hacer– fui a la manifestación contra la despenalización del aborto.
NO al absorto
Las barrancas de la Costanera estaban cubiertas de gente con globos, pancartas, consignas, hábitos, cruces, jogguinetas, intenciones diversas y conceptos vagos. Pero muy entusiastas, todos.
En el camino me encontré con varios conocidos, uno de ellos me paró y nos pusimos a charlar de todo un poco. "...Porque la vida es lo más precioso que tenemos", concluyó una de sus frases mientras, para reafirmar su idea, aplastaba un grillo con sus championas ante mi absorta mirada. "¿Y qué es la vida?", le pregunté. "Lo contrario a la muerte", respondió sin vacilar y mirándome como si le hubiera preguntado una pavada. "¿Y la muerte?", retruqué. "El final de la vida, duh", concluyó cual infante aplicando sus primeras nociones de sarcasmo.
Seguí caminando, insatisfecho con las respuestas y decidido a encontrar una definición menos ambigua, haciéndome el pavote y seguro de que les caería tan simpático como Sócrates, cuyas obras completas varios afirmaron haber leído.
Me dispuse a conversar con un pibe con cara de bonachón. Una leve fragancia a cirio emanaba de su boca mientras me lanzaba, en tono aleccionador, que "la vida comienza desde la concepción". "Perfecto, pero yo te pregunto qué es, no cuándo arranca", le contesté. "Jesús dijo 'Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida'", sentenció abriendo los ojos y levantando el índice. No me animé a seguir, porque el gesto bonachón había abandonado su cara.
Seguí recorriendo el lugar, esquivando niños que me confirmaban algo que mi escasa inteligencia ya sospechaba: "Yo nací", decían sus remeras. Es más, me sorprendió ver que varias personas estaban contentas porque nacieron y pudieron dar su opinión, la cual –creo– se habían formado desde que el espermatozoide de su papá fecundó al óvulo de la mamá .
"Decí NO al aborto", me interpeló una chica con una pancarta. "En la zona de la Sala Mayo hay como tres ginecólogas feminazis lesbianas anarco-intergalácticas ofreciéndoles abortos 2x1 a quienes pasan, yo le dije que no, porque no soy mujer. Pero hay varias chicas que capaz se tientan y empiezan a consumir aborto y se hacen adictas ¿Abortos... para qué? ¿te podrías ir a fijar?", le advertí, pero no me creyó.
Me acerqué a una joven que sostenía una pancarta que decía "No al Protocolo", que supuse que hacía alusión al Protocolo para la atención integral de las personas con derecho a la interrupción legal del embarazo, un derecho garantizado si pone en riesgo la vida o la salud de la mujer o en caso de violación. "¿Sabés que lo que estás pidiendo es que se anule un derecho?", le pregunté. "¡¿Derecho?! ¿Y el derecho del niño por nacer? Si no quieren tener hijos que lo piensen antes de abrir las piernas", espetó. "Pero a la mujer violada un violador le abrió las piernas", intenté razonar. "Pero el bebé no tiene la culpa", respondió. "Y ella tampoco", le digo. "Rajá de acá", se enfureció.
Yo estaba absorto, su ilógica me superaba. En un arrebato de impaciencia me subí a un banquito y pregunté a la multitud: "¿Qué es la vida? ¿Es respirar? ¿Crecer y reproducirse? ¿Es desarrollarse como ser humano y en sociedad? ¿O acaso es vida la vida de quien es marginado por la sociedad? ¿Es vida sólo aspirar poxirrán y a poder comer un plato de guiso para poder levantarse al día siguiente a conseguir otro plato de guiso, como un cuadro dentro de otro cuadro, dentro de otro cuadro? ¿Es vida depender de Cáritas y de la dádiva? ¿Es vida venir al mundo a sobrevivir, cuando varias generaciones de la familia fueron condenadas a vivir en la marginalidad, el abuso, el hambre, la soledad? ¿Es más importante llegar al mundo que hacerlo bien?"
"Calláte, tarado", me dijo una doña y me bajó con un golpe seco de su pancarta.