Previsible y lamentable. Lo que sucede con el submarino ARA San Juan de la Marina Argentina es la consecuencia directa de la degradación, falta de presupuesto y tecnología de las Fuerzas Armadas, en un proceso que arrancó en los años 90 con el ajuste y desmantelamiento del Estado –y con el acuerdo en Madrid con Gran Bretaña– del gobierno de Menem, siguió con recortes en épocas de la Alianza, se profundizó con el desfinanciamiento durante el kirchnerismo y prolongó Macri con la subejecución de presupuesto y una reducción de partidas proyectadas para 2018.
La Argentina encallada
24 de noviembre 2017 · 07:52hs
Por derecha y por izquierda, el país fue limando su poder operativo para brindar seguridad y custodiar la soberanía: pasos fronterizos que son coladores del narcotráfico, falta de control y dominio del aire, ínfima capacidad para defender los recursos ictícolas y minerales de la plataforma continental depredada por buques de todo el mundo. Desconocimiento, inoperancia e ignorancia estratégica para actuar y defender derechos económicos sobre una costa de 5.000 kilómetros, en un lugar estratégico de entrecruzamiento de los océanos Pacífico y Atlántico.
Hace poco más de un año, en marzo de 2016, el país celebró la confirmación de la ONU de ampliación de 1.633 kilómetros cuadrados más de plataforma continental, territorio marítimo que se extiende más allá de la zona económica exclusiva de las 200 millas marítimas, pero que resguarda la soberanía del país sobre los recursos naturales del suelo y subsuelo. En ese triunfo diplomático había participado el geólogo entrerriano Florencio Aceñolaza, quien en una charla organizada en Oro Verde con motivo de ese trabajo había advertido la particularidad de tener un territorio marítimo que se extiende más allá de 600 kilómetros desde la costa, y solo hay tres barcos y un avión para su custodia. Hay quienes sueñan con un país sin fuerzas armadas: en el mundo, son naciones como Costa Rica o Panamá, Andorra, Haití, Liechtenstein o San Marino, por nombrar algunas. En esos lugares, la seguridad está en manos de otros países, o de policías regionales.
Vivir una época sin hipótesis de conflicto no significa que el país no enfrente riesgos permanentes. No hay países sin hipótesis de conflicto, porque hoy todo el mundo está expuesto a ataques de todo tipo, no solo terroristas.
Las fuerzas de seguridad en Argentina –nacidas de San Martín y de Belgrano– han quedado vaciadas, casi sin equipamiento, con flotas obsoletas, y su personal prácticamente sin entrenamiento, para afrontar los nuevos desafíos en el siglo XXI. Ese repensar y rediseñar la misión de estos cuerpos de seguridad requiere despojarse de ideologías: hay países en que las estructuras tecnológicas y satelitales históricamente bajo la órbita militar están siendo puestas a disposición del nuevo escenario geopolítico que constituye el ciberespacio, como planteó a UNO semanas atrás la Magister Lourdes Puente Olivera, en el marco de la II Jornada de Estrategia, Seguridad y Derecho Internacional que organizó la UCA. De nada sirve seguir manteniendo estas estructuras que no pueden cumplir casi ninguna misión, porque no hay prácticamente capacidad operativa para actuar. Cuando emergen estos hechos, como alguna vez fue el incendio del rompehielos Almirante Irízar, la sociedad conoce la fragilidad a la que se exponen marineros, almirantes, submarinistas arrastrados por una vocación inexplicable. Despreciados por el terrorismo de Estado, hombres y mujeres de hoy quedaron condenados por ese pasado, culpados por atrocidades cuando muchos de ellos ni siquiera habían nacido. A bordo de naves obsoletas, apasionados por su vocación a la que abrazaron, sabían que ponían en riesgo sus propias vidas al salir a enfrentar la crudeza del mar con lo que la Armada les ofrece. La mayoría de los familiares de los 44 tripulantes del ARA San Juan aseguran que ellos aman esa nave. Es gente especial, viviendo en el silencio del fondo del mar, ámbito imposible de entender para la sociedad de hoy que solo sabe de vorágine, estrés e inmediatez. Ello son hoy la cara recurrente de la luctuosa historia nacional de tragedias evitables; son también mártires de un viaje aún sin final, cuando se escribía esta columna.