El sábado a la noche asaltaron a una de mis amigas. Es la segunda vez en este año que le pasa. La primera fue a media mañana, cerca de calle Colón y avenida Ramírez; y la del otro día pasadas las 22.30, en calle San Luis casi Colón, a la vuelta del hospital San Roque.
Ciudad del miedo
10 de abril 2018 · 23:10hs
Lo que le arrebataron el fin de semana fue la bolsa de sus compras en el supermercado, con unos pocos artículos de oferta que había pagado con tarjeta de crédito porque este mes su sueldo de docente se le fue rapidísimo cancelando las boletas de los servicios recargadas de tarifazos: eran dos latas de atún de 29,90; dos de cerveza de 11,39; unas galletitas de 19,90; y un litro de yogurt de tercera marca que también le costó menos de 20 pesos.
A ella nunca le mostraron un arma convencional para amedrentarla, pero sí emplearon la violencia: en el ataque de principio de año la amenazaron con golpearla con una botella de vidrio; esta vez directamente los dos asaltantes emplearon su fuerza, la golpearon y la tiraron al piso. Con un chichón y muy dolorida cuenta la anécdota, mientras repite: "Por suerte no me pasó nada".
Se trata de una frase que se reitera a menudo, quizás para ponerle un poco de optimismo; tal vez para agradecer que no le quitaron la vida, como ha ocurrido en tantos casos.
Ahora ya no sale más de noche. Si tuviese auto, dijo, tampoco lo haría, ya que conocemos casos donde gente fue golpeada para robarle el vehículo; en colectivo tampoco piensa moverse, porque la impuntualidad en el servicio es recurrente y la coloca en el mismo riesgo de ser asaltada mientras espera en la parada; y para taxi no le alcanza. Tiene miedo, y con razón.
Ya hizo la denuncia en la comisaría segunda pero del golpazo que recibió y del chichón que le decora la frente no dijo nada. Si lo hacía, tenía que ir a que la vea el médico de Tribunales y volver a declarar, sin esperanzas de que eso resuelva en algo su situación.
Eran chicos jóvenes sus asaltantes, de edades en las que el futuro debería ser una promesa y no un camino sinuoso e incierto.
Igual de jóvenes quizás que los cinco menores de entre 14 y 16 años que ayer atrapó la Policía en el Parque Nuevo tras una seguidilla de ataques a parejas que frecuentaban la zona, donde les rompían los vidrios de los autos, los asaltaban y muchas veces los lesionaban.
Lo que preocupa es que en un país cada vez más excluyente y un Estado motivado por construir más cárceles en vez de más escuelas, y donde el gatillo fácil vuelve a asomarse de modo alarmante con el aval de quien debiera promover las garantías constitucionales, estas situaciones solo tienden a multiplicarse.
Ningún pibe nace chorro, aunque convenga y sea más cómodo fomentar y creerse esa idea. Mientras sea el sistema el que le robe a muchos niños y los adolescentes la oportunidad de poder estudiar, trabajar y forjarse un mejor porvenir, los chicos de los barrios más vulnerables y postergados estarán a merced de la droga, el hambre y el camino delictivo al que los empuja muchas veces la descontención y la desesperanza.