El periodista Fabián Reato recordó las simientes que en su pueblo de nacimiento, Gobernador Mansilla, originaron su creciente orientación en los últimos años hacia el mundo de la literatura. El autor de Esparadrapo, El buen samaritano, La rueda de la fortuna, Terminal y La tristeza del oso polar, y ganador de los premios Fray Mocho, con El baile de las vizcachas, y Escenario, desmenuzó su vinculación con ambos universos narrativos y fue categórico al manifestar que “hay una gran decadencia en el ejercicio del oficio de periodista”.
"Me alejé del periodismo para acercarme más a la literatura"
Por Julio Vallana
¿Principio o fin del pueblo?
—¿Dónde naciste?
—En Gobernador Mansilla, departamento Tala.
—¿En el pueblo o en la campaña?
—En el límite del pueblo, porque allí se terminaba.
—¿Cómo influía esa doble condición?
—Prevalecía absolutamente lo rural: campo, espacios abiertos, arroyos y montes.
—¿Qué más agregás para describirlo?
—Un pueblo típicamente entrerriano, tranquilo, con trabajadores del campo, creado por inmigrantes y al impulso de las estaciones de ferrocarril, como la mayoría. Es plano y fue diseñado en 64 manzanas, dividido por dos bulevares, con la plaza central y las instituciones alrededor.
—¿Cuál de ellas te resultaba especialmente simbólica?
—La iglesia era el centro del pueblo, por lo tanto concentraba las actividades; el banco tenía protagonismo y el gerente era una personalidad importante, al igual que el jefe del correo y el de la estación.
—¿Otros personajes?
—En algunos había mucho misterio pero luego descubrí que se repetían en otros lugares, como parte de la mitología urbana. Había un hombre, Minguecho, a quien hoy diríamos en situación de calle, muy grande, con sus pertenencias en una bolsa y sobre quien se desconocía de dónde había venido. Se decía que tuvo mucha fortuna, que la familia se quedó con su dinero, otros que por una pena de amor dejó todo…
—¿Tenías trato con él?
—Me producía miedo pero nunca hacía mal a nadie. No se le entendía cuando hablaba, así que era difícil comunicarse, y murió cuando yo era chico. La gente lo quería y protegía.
—¿Cuál era la frontera permitida?
—Pensaba que mi casa estaba donde empezaba el pueblo e incluso la de mis abuelos tenía el número 1, pero con el tiempo me di cuenta de que ahí terminaba. El campo estaba cruzando la vía y en el fondo de mi casa. Me atraía la Naturaleza pero no tanto las actividades rurales.
—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?
—Mi papá era comerciante y antes maestro, y mi mamá, ama de casa; éramos siete hermanos.
—¿A qué jugaban?
—En grupo, porque además había muchas familias con muchos hijos. No había miedo así que jugábamos con mucha libertad, a los cazadores, entre dos grupos, a la escondida, a la payanca, con bolillas, en el potrero e íbamos a los arroyos a pasar el día.
Tía, necesidad y literatura
—¿Cuál fue la primera aproximación a la lectura y escritura?
—Aprendí a leer y escribir desde muy chico, antes de entrar a la escuela primaria, por una tía que era maestra y a quien le hinchaba las pelotas pidiéndole que me enseñara, aunque no estaba muy de acuerdo. A los ocho años comencé a escribir cuentos.
—¿Por voluntad propia o fue parte de ese aprendizaje?
—Era una necesidad mía, aunque me apoyaban, incentivaban y leían lo que escribía. En cuanto a la lectura, había libros en mi casa y me encantaban los diccionarios, enciclopedias y los temas de ciencia, pensando que estudiaría algo relacionado con eso, como la Biología. También me atraían los relatos del Antiguo Testamento.
—¿Algo de eso te inspiraba o entusiasmaba?
—Era muy curioso, las enciclopedias tenían de todo y me interesaba saber, lo cual trasladaba a algunas materias de la escuela.
—¿Te imaginabas en una profesión relacionada con la escritura?
—No cabía la posibilidad de pensarlo. Es algo que también me faltó, al igual que a mi generación, lo de poder pensar que se podía vivir de lo que le gustaba hacer y que no fueran las profesiones tradicionales. Ahora se ve un acompañamiento en la decisión de los chicos, lo cual es importante. Debiera haber tenido una formación más específica en cuanto a Letras pero la docencia la había descartado.
—¿Qué materias de la secundaria te gustaban?
—Lamentablemente nunca me interesé por Matemáticas y Física, no tuve una formación fuerte pero luego me gustaron de grande. Siempre me iba muy bien en Lengua y Literatura, y rendía ocho o diez materias por año, por vago. En cuarto año tuve promedio 10 en Literatura.
La tía, las historias y el escuchar
—¿Qué escribías primeramente?
—Cuentos de fantasía, que podrían haber sido sacados de dibujos animados. Mi familia era muy católica, íbamos a misa y cuando volvía contaba la lectura de la Biblia y cuando aprendí a escribir lo narraba.
—¿Hoy ves que hay un hilo conductor en aquellos escritos?
—Siempre me interesaron las historias y conversaciones contadas por los mayores, que había muchas porque el medio rural da para mucho material, real o no, que tienen una función y verdad propia como la de los mitos. El primer sentido que tiene que desarrollar un escritor es el oído y yo escuchaba mucho desde chico.
—¿Cuáles fueron las lecturas más conscientes siendo adolescente?
—Eran caóticas porque leía cualquier cosa, y continuó así. Leía mucho los policiales de Agatha Christie, a Julio Verne y Salgari. Era socio de la Biblioteca Popular y ahí leía sin ningún criterio ni guía. Era la época de los best sellers, sobre todo de autores norteamericanos, pero no recuerdo a ninguno. Gracias a mi tía comencé a leer cosas de Borges, Ficciones y El Aleph, no entendí nada aunque me gustó por cómo sonaba, al punto de que me aprendí de memoria algunos párrafos. Cuando fui más consciente como lector pude hacerlo con otra mirada. En la primera adolescencia me volqué a la poesía, me parecía mi camino y escribía cosas horribles (risas), que por suerte perdí y abandoné completamente para volver a los cuentos y la prosa, y escribí la primera novela a los 30 años.
—¿Quién más te sumó al oficio además de tu tía?
—Mi papá también, porque leía y escribía reflexiones sobre la vida, le gustaban los medios y hacía micros radiales para la radio de Gualeguay.
Leer siempre o el respirar
—¿Cuándo aprendiste lo técnico propio de los géneros literarios?
—No tuve ninguna formación teórica más que la de la escuela, hubo mucho aprendizaje a través de la lectura, una gran formadora, y de lo intuitivo.
—¿Para escribir sí o sí hay que leer?
—Es fundamental; no existe el escritor que no lea, para mí es imposible. Doy talleres y siempre digo que es importante escribir todos los días, pero si estás desenganchado al menos hay que leer. Nunca hay que dejar de hacerlo porque para un escritor es más importante que escribir todos los días.
—¿Nutre?
—Sí, es como la respiración, lo que te sostiene conectado con lo literario y con el lenguaje.
—¿Cuándo resolviste la tensión entre ciencia y literatura?
—Me fui alejando porque en mi formación de la secundaria era una carencia. Hoy leo artículos que me interesan pero no es aquel entusiasmo original.
—¿Qué elegiste estudiar al terminar la secundaria?
—Pensé en algo humanístico y me gustaba Psicología, pero era difícil pensar en ir a Rosario y además estaba limitado lo laboral por la dictadura militar. En una guía universitaria encontré la carrera de Ciencias de la Información, comencé a cursar en 1983 e hice cuatro años.
—¿Ahí descubriste la vocación periodística?
—Antes, porque era lector de diarios, escuchaba mucha radio y el periodismo me interesaba, sin embargo las posibilidades laborales las veía muy lejanas, lo cual también considero como una carencia por falta de acompañamiento. El interés por contar historias y por lo narrativo deviene en la relación entre el periodismo y la literatura, pero por mucho tiempo anduvieron por andariveles totalmente separados. En esa época escribía literatura por la noche y el periodismo era de día, separados claramente.
Hacia una conjunción y buscando un estilo
—¿Cómo lograbas la pausa para entrar en “modo literario”?
—La literatura era un escape, un lugar que me daba placer y descanso. Tenía que luchar mucho para que lo literario no se contaminara con el lenguaje y la perspectiva periodística, hasta que una cosa me sirvió para la otra.
—¿Qué fue clave para lograr esa alquimia?
—Dejarlos de considerar compartimientos estancos; comencé a meter en lo periodístico pequeñas cosas de lo literario, saliéndome del formato rígido del género. Por ejemplo, al hacer una entrevista, detenerme más en hacer un retrato del entrevistado o de las sensaciones particulares, y al revés también, al escribir algo literario, pensar en el lector, que es muy propio del oficio periodístico.
—¿Definiste un estilo en ese sentido?
—Siempre es una búsqueda, cambia y la lectura es una influencia muy fuerte. Los últimos cuentos (ganador del Fray Mocho) los escribí durante mucho tiempo y vi los cambios no solo en los temas sino en el estilo, y tienen que ver con las lecturas de cada momento. Me preocupa no llegar a una definición pero quizás esté en una etapa de aprendizaje.
—¿Siempre mostrabas la literatura que escribías?
—No, era un disfrute solitario y luego quedaba en un cajón; cuando escribí la primera novela en 2005, la meta no era publicar. Se la di a amigos para que la leyeran y me dijeron que la publicara.
—¿Incorporaste nuevos universos temáticos?
—Sí, cuando comencé con la novela se abrió bastante, al igual que las formas literarias. Me permitió incursionar en nuevas posibilidades.
—¿Tenés un método que te resulte eficaz?
—Estoy más sistematizado, aunque el término suene feo, tengo cierta disciplina que es fundamental, al igual que desechar la idea de la inspiración. Es un trabajo, diario, trato de mantener los horarios y de tener proyectos literarios.
—¿Qué temas te alivianan esa disciplina o sirven de impulso?
—Siempre trato de escuchar las historias de la gente, o a los personajes con los que me encuentro, y lo temático fluye mucho desde ahí. Es inseparable de la realidad, que es muy literaria si uno sabe ver y escuchar. La realidad siempre supera a la ficción y es más fantástica, más en nuestro país (risas).
—¿Cuál es el desafío del cuento frente a la novela?
—Me parece que el cuento es más difícil que la novela porque es más conciso y es una sola historia, que tiene que sorprender, resumir un sentimiento y emocionar. Se supone que se lee en una sola vez y en ese lapso tenés que dejar al lector pensando.
“La degradación de los medios es forzada y conviene”
Reato analizó la relación entre literatura y periodismo, la degradación de este último, rescató la figura de Amaro Villanueva y su actitud innovadora, y manifestó su desilusión con las redes sociales.
—¿Hay una etapa o autor que te atraiga de la rica historia de relación entre periodismo y literatura en nuestro medio?
—Hasta ahora me sorprende mucho y me encanta leer a Amaro Villanueva, ya que lo que hacía era de mucha valentía e innovación, en términos de periodismo narrativo. Sus crónicas, publicadas por la UNER, un gran trabajo, son una documentación de la vida cotidiana de la ciudad y cómo vivía la gente de la época. Es muy valioso que el periodismo pueda reflejar eso y dejarlo como tesoro, porque a veces trabajamos con la noticia, nos parece importante hoy pero en diez o quince años es algo más. Villanueva, por ejemplo, contaba cómo eran los bailes, los viajes en tranvía y la costumbre de la vuelta del perro en la Plaza 1 de Mayo. Si eso no queda registrado por alguien que considera que es testimonio de algo que merece recuperarse, se pierde.
—¿La disociación de estos dos universos tiene que ver con la decadencia de los medios o responde a otro fenómeno?
—Hay una gran decadencia en el ejercicio del oficio de periodista. No hace mucho había periodistas que hacían un culto del uso de la palabra, tenía valor, lo cual se fue degradando en los medios actuales, por una actitud pensada y forzada, ya que conviene. En paralelo se dio la innovación tecnológica y la revolución de las redes sociales en las cuales el concepto de lo mediático quedó anacrónico. Las tapas de los medios gráficos no existen como tales.
—¿Te ayudó la literatura a sobrevivir a este derrumbe?
—Sí, me fui alejando del periodismo en cuanto a la pasión y el vínculo para acercarme a la literatura, que es donde tengo más pertenencia, por la situación que hablamos.
—¿Qué significa el desafío de escribir y enseñar a hacerlo, en un mundo con prevalencia de lo digital y la imagen?
—Es vital mantener el ejercicio pero sobre todo insisto con lo del vínculo, por eso la lectura, para tratar de vivir en un estado de literatura. Es necesario para quien quiera escribir, rodearse de literatura, amigos que hablen sobre ella, series y películas. En cuanto a las redes, al principio me cautivó pero cada vez menos y hay que hacer un esfuerzo para encontrar lo positivo, porque se publica irresponsablemente.
—¿Tus definiciones desde la vivencia de periodismo y literatura?
—Aspiro a que cada vez haya fronteras más difusas y menos separación. Antes los separaba por la pretensión de verdad del periodismo y me resultaba útil. Ahora es difuso y no sé si pasa por ahí, aunque sí por trasmitir cosas. Con el periodismo se busca cierta utilidad para alguien mientras que la literatura no busca ninguna más que el disfrute.
—¿Continúan los talleres?
—Estamos terminando tanto en la Biblioteca Provincial y el otro que es virtual, de lectura, llamado Bitácoras de lectura.