Por Carlos Saboldelli
Irma Córdoba, el emblema
Anécdotas de la actriz por Paraná en diferentes momentos de su vida personal y profesional
20 de agosto 2017 · 17:43hs
Cosa que es representación simbólica de otra: así define la Real Academia Española la palabra emblema. Y algo de eso viene a ser nuestra nota de hoy, transitando casi todo el siglo XX en la trayectoria de la actriz Irma Córdoba, a quien muchos seguramente recordarán por su importante y extenso paso por el teatro, el cine y la televisión de nuestro país. De forma increíble, esta actriz que falleciera en 2008 (a los 94 años) tuvo un paso por nuestra ciudad después de su consagración pero también desde su niñez, vinculándose al Teatro 3 de Febrero desde los 9 meses de edad.
Quizás para otra oportunidad e historiador habrá quedado el relevamiento de la enorme carrera de Irma Córdoba, su paso desde el cine mudo a la tecnología digital, o su inserción en el circo criollo hasta las grandes tablas del Teatro Colón. De todas maneras, la intensidad de sus pergaminos artísticos permiten ubicarla (sin dudas) en el sitio que los diccionarios universales definen con claridad: emblema.
Un bebé en el escenario
Una antigua nota recogida durante una presentación de la compañía de Blanca Podestá en 1929 nos trae la posibilidad de encontrarnos con una jovencita y bella actriz llamada Irma Córdoba, con apenas 16 años y recorriendo el país como integrante del elenco. En el camino que el periodista le va ofreciendo las luces del adoquinado de su camino y sus inicios, al punto de recordar y reconocer sus primeros pasos en aquel legendario 3 de Febrero.
Dice Irma en ese 1929, estando en Paraná: "Para mí es un sueño. En el mismo escenario donde aprendí a dar mis primeros pasos recojo hoy las ovaciones más preciadas de mi vida. Me aplaude mi pueblo, mis amigos de la escuela."
Se refería por supuesto a su transcurrida infancia en nuestra ciudad. Irma era hija del empresario y promotor teatral Fidel Córdoba, quien hacia 1914 ya tenía presencia en nuestra ciudad como productor artístico. De allí que (instalada la familia en Paraná) era por cierto para Irma su hábitat natural. Los Córdoba tenían reservado un palco, en el cual habían adaptado una cuna donde ubicaban a la niña durante los espectáculos y ensayos.
El destino está siempre escrito y nosotros solo leemos el argumento a cada segundo; como en este caso donde el Teatro cobijaba a quien sería nada menos que una de las grandes actrices argentinas. Fidel Córdoba con el tiempo tuvo una idea innovadora en términos comerciales. Nada menos que privatizar el Teatro 3 de Febrero (Ver nuestra nota de fecha 5 de octubre de 2014) para su explotación. Algo que hoy día podría sonar a irracional (bueno, quién sabe) y que sin embargo fue aceptado y promocionado por el intendente de turno. Solo a forma de ilustración recordamos que la privatización fue concedida, y que el mismo Córdoba a su vez tercerizó la explotación del foyer. Porque en dicho espacio se había instalado una cantina, y resulta que el humo de los asados invadía la platea y hubo que rever la idea. Cosas que pasan.
Pero lo cierto es que (ajena a esta historia) la niña Irma recorría el escenario con apenas 9 meses, en un coche andador que le permitía desplazarse por toda la superficie y sus secretos. Bello aprendizaje para cualquier niño, una belleza que no debería perderse nunca.
En Buenos Aires
Los Córdoba, siguiendo el periplo de los negocios y la actividad empresarial artística se trasladaron luego a Buenos Aires, donde se establecieron por un tiempo prolongado. Allí, con apenas unos pocos años la joven Irma iniciaría sus estudios y participación en las compañías más destacadas del espacio teatral argentino.
Dada su poca edad, participaba en teatralizaciones infantiles y en ese entorno es que (dando acabada muestra de su talento) tiene la ocurrencia de imitar nada menos que a Berta Singerman (La lira que canta). Debemos imaginarnos aquellos años de principios del siglo que pasó, y donde una pequeña interpretaba poesías y estrofas siguiendo la inspiración de la mejor intérprete que haya transitado nuestro país.
Así es que entre rayuelas y salto de cuerdas emotivamente declamaba El puñal de los troveros o El rosal de las ruinas, de Belisario Roldán, logrando la atención inmediata de sus compañeras de juego y empezando un camino que no desandaría jamás. En 1929, con 16 años, estaba aquí en nuestra ciudad con la compañía de Blanca Podestá, con sus recuerdos y sus recursos teatrales en plena evolución. Transitó una vida en el arte y dejó su huella, fue un alma noble, una joven bella. Nunca dejó de trabajar en lo que amó, solo en sus últimos años decidió hacer una pausa en su extensa carrera (Ver recuadro).