“El sistema propone que la felicidad está afuera”

Diálogo Abierto. Leandro Riera (integrante de la Asociación Protectora de la Vida) propone una lectura de los textos sagrados más allá de lo superficial y destaca la importancia de la información sobre los alimentos consumidos
27 de marzo 2016 · 16:00hs
Julio Vallana / De la Redacción de UNO
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En su condición de integrante de la Asociación Gnóstica de Estudios Antropológicos y Ciencias de América Confederada y de la Asociación Protectora de la Vida, Leandro Riera interpela –en el primer caso– los relatos dominantes de la religión mayoritaria, y reflexiona sobre las conmemoraciones religiosas que hoy concluyen. En cuanto integrante de la Asociación Protectora de la Vida (Asoprovida) cuestiona el modelo de producción y consumo alimentario actual –haciendo foco en los transgénicos y los pesticidas–, y explica algunas sugerencias prácticas para comenzar un camino alternativo.

Pueblos de inmigrantes y los valores del trabajo

—¿Dónde naciste?
—En San Nicolás –provincia de Buenos Aires– porque donde vivíamos –en General Rojo, un pueblito cercano– no había hospital.  Mi viejo laburaba en Somisa (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina). Vivimos allí hasta que cumplí 2 años, cuando nos fuimos a Santa Fe. Mis padres son oriundos de Laguna Paiva y los primeros recuerdos que tengo son de la casa de mi abuelo –donde estuvimos un tiempito–, luego nos fuimos a San Jerónimo Norte –donde mi viejo trabajaba en una fábrica y allí pasé toda la infancia hasta que a los 10 año vinimos a Paraná.  Crecer en un pueblo es maravilloso porque salíamos a jugar con nuestros amigos, lo recorríamos y cuando había que volver, mi viejo silbaba. Jugábamos en la calle, íbamos caminando a la escuela y todo el mundo se conocía.

—¿Qué fisonomía presentaba el pueblo?
—Tiene una descendencia suiza, está en el corazón lácteo de la provincia, su gente es muy trabajadora, honesta y relacionada con el campo. El centro era de casas con edificación italiana, antiguas, largas, grandes y con muchos árboles frutales. Vivíamos a una cuadra de la plaza y a tres cuadras del campo. Todo el pueblo era el barrio. No había río cerca, salvo acequias y arroyitos a los cuales íbamos en bicicleta –a dos kilómetros del pueblo. El club quedaba a unas 15 cuadras y también íbamos en bicicleta. En la casa de mis abuelos en Laguna Paiva la quinta y el gallinero eran parte de la casa. No recuerdo que mis abuelos hayan ido alguna vez a la verdulería. 

—¿Qué definía el ser una comunidad rural y urbana a la vez?
—Una capacidad de la gente de estar muy hermanada con el trabajo. Cuando se viaja a esos pueblos del interior se ve en sus calles camiones y tractores, y la diferencia entre urbano y rural no es tan tajante. Es gente sencilla. En la casa de mis abuelos nunca se echó llave –hasta hoy– aunque no digo que no haya ladrones. Es como ir a Oro Verde, donde se vive de otra manera, más tranquila, lo cual no quita que también hay que estar alerta. En la ciudad se gana en comodidad, pero se pierden otros aspectos relacionados con el tránsito, la velocidad, el estrés y la falta de paciencia.

—¿Cuál era el símbolo propio en cuanto ciudad?
—Ir a la plaza a tomar un helado. En la esquina había un negocio de ropa, la tienda de diarios y revistas –lo que hoy llamaríamos un drugstore– y una panadería –llenos de tradición.

—¿A qué más se jugaba?
—Se jugaba mucho en la calle a la cachada, la escondida, a la pelota y trepábamos a los árboles; el papá de uno de mis amigos tenía veterinaria y ahí jugábamos entre las bolsas de semillas.

—¿Había algún límite geográfico?
—La ruta era terreno prohibido. Cuando terminaba la calle, comenzaba el sembradío. Alguna vez fuimos a un monte de eucaliptos que estaba cerca. Cuando se incendiaba algún campo vecino y pasaban los bomberos, atrás íbamos todos los pibes en bicicleta.

—¿Sufriste algún desarraigo?
—No, porque cuando se es chico se tiene la facilidad de hacer amigos en todos lados. Cuando vinimos a Paraná, me volvía todos los veranos a visitar a los amigos del pueblo.

—¿Hasta cuándo continuaste volviendo?
—Hasta entrada la adolescencia. Antes de casarme fui a invitar a mi amigo de siempre.

—¿Cambió mucho el lugar?
—En esa oportunidad fui a la casa donde nos criamos y es como que todo se hubiera achicado. La mayoría de esos pueblos tienen la pulcritud y si hay una rosa en la plaza, no la toca nadie, al igual que en los jardines de los vecinos. Hay respeto por el espacio público y cuando era chico no me daba cuenta.

—¿Qué actividad desarrollaba tu padre en Somisa?
—Es asesor en higiene y seguridad, en San Jerónimo Norte estuvo en la fábrica Quelac –la cual hacía los quesitos Adler– y acá en Cartocor. Mi mamá era ama de casa, luego vendedora y ahora chef.

—¿Alguno de los abuelos era inmigrante?
—Mis abuelos por parte de mi mamá eran italianos. Mi abuelo nació en el barco y mi bisabuelo por el lado de mi papá, también era italiano. Mis dos abuelos fueron ferroviarios en Laguna Paiva, uno laburó toda su vida en la estación y el otro en los talleres.

—¿Contaban algo sobre su tierra?
—Eran un poco parcos, pero las abuelas sí. La mamá de mi abuela era partera del pueblo y no se puede creer que a ningún parto nunca fue un médico. Mi bisabuela vino embarazada de mi abuela –en el barco. Mi abuelo se fue de su casa a los 14 años y comenzó a trabajar. Mi viejo cuenta que su abuelo era de Mallorca y también vino en barco a los 12 años, solo, huyendo de la guerra y para encontrarse con un hermano que estaba acá. Algo que me llamaba la atención es que cuando el abuelo se jubiló, después de mucho tiempo fuimos a una fiesta en una parte de lo que eran los galpones del ferrocarril –uno de los más grandes de todo el país, en Laguna Paiva. Cuando entró, le caían las lágrimas y se acordaba cuál era su casillero. Cuando compró la casa, le dio la mano al tipo y no firmaron nada.

Los aromas de la madera

—¿Desarrollaste alguna actividad regularmente?
—No soy amigo de los deportes o los deportes no son mis amigos; lo que siempre me gustó fue hacer actividades manuales y eso definió mi oficio.

—¿Cuál es?
—Carpintero. Desde chico me gustaba mucho escribir y lo mantuve a lo largo del tiempo. También aprendí herrería y me dediqué a eso, y albañil. Es lo que me gusta.

—¿Cuándo comenzó tu relación con la madera?
—Con el oficio comencé de grande –a los 29 años. Cuando era joven me dediqué a otros oficios pero cuando me estaba por casar, me quedé sin trabajo –vendía materiales de construcción– así que me junté con un amigo, alquilamos un local grande, él hacía carpintería y yo herrería. Pero me enseñó el oficio e instalamos una carpintería. Trabajar la madera me gusta mucho.

—¿Leías cuando niño?
—Sí, mucho; había muchos libros en mi casa y unas tías también nos recomendaban y prestaban. De los primeros fue El libro gordo de Petete, después, Elige tu propia aventura –muy interesante y en el cual uno tenía que armar el final– y El tigre de la Malasia y Sandokán –de la colección Robin Hood. En la Secundaria tuve muy buenas y apasionadas profesoras de Literatura. Comencé a estudiar Letras, pero salió la posibilidad de hacer un curso de herrería, comencé y me di cuenta de que quería ser un herrero que supiera escribir, antes que una persona que supiera escribir y hacer herrería.  Así que tomé la decisión porque era lo que me gustaba y me sigue gustando. No me veía siendo docente. Ahora también leo bastante.

—¿Hasta cuándo escribiste?
—Hasta los 20 o 25 años; me gustaba escribir cuentos y fui a algunos talleres. Leía a Vargas Llosa y a García Márquez, por las cuestiones mágicas, asombrosas y trascendentes de sus libros.

—¿Mostrabas esos textos?
—Lo compartía con mi familia y mi novia; no me molestaba mostrarlo.

—¿Qué otra materia te gustaba en la Secundaria?
—Matemáticas y Biología. No fui a una escuela técnica pero siempre me gustó lo manual.

—¿No retomaste la escritura mientras estudiabas Letras?
—No, y tampoco hoy lo veo como una necesidad. Lo que he escrito son algunos textos para la revista (La semilla, revista de la Asociación Protectora de la Vida).

—¿Diferencias de las vivencias de trabajar el metal y la madera?
—Cuando terminás de trabajar el hierro, estás sucio y el olor es bastante característico. Cuando trabajás la madera –dependiendo de cuál es– hay olores muy atractivos. Ahora nos estamos dedicando a reciclar maderas viejas –para no ser cómplices de la tala de árboles. Cuando trabajás la pinotea, es un perfume que te entusiasma a seguir trabajando.

La atracción por una palabra

—¿Cómo te aproximaste a la Gnosis?
—Fue a los 19 años, acá en Paraná. Venía caminando con mi novia por calle Italia y había un afiche que decía “La musicoterapia. Conferencia pública”. La fecha de la conferencia ya había pasado pero me acordé de la dirección, al otro día fui, toqué timbre y no salí más.

—¿Qué te atrajo de las primeras charlas?
—Pregunté si era algo parecido a yoga y me dijeron que me quedara. Me atrajo la palabra Gnosis y en esa primera conferencia me llamó la atención todo –como ahora. Fue muy intenso porque me di cuenta de que era para mí. Cuando el conferencista terminó, me invitó a que siguiera.  

—¿Tenías alguna idea anterior sobre lo que significaba?
—No, ahí me desayuné de un montón de cosas.    

—¿Habías estudiado otras corrientes filosóficas o esotéricas?
—No, no, para nada, fue mi primer contacto formal. Estaba por cumplir 19 años y tenía la cabeza en otras cosas, aunque me gustaba leer revistas sobre los misterios del mundo y ver documentales sobre cuestiones sin resolver.

—¿Cuándo entendiste su sentido profundo?
—No te puedo decir una fecha, pero en algún momento me di cuenta de que es algo muy importante en mi vida, al sentir una empatía muy grande. Es algo que me ha acompañado gran parte de mi vida y ojalá continúe.

—¿Dos o tres conceptos que te entusiasmaron para profundizar?
—La Gnosis se puede tomar como una linda teoría, una buena doctrina, tiene mucha información sobre aspectos esotéricos y espirituales, pero también un montón de información y cuestiones vinculadas al día a día. Uno puede decir: ¿De qué me sirve si lo que quiero es llegar a fin de mes o si lo que quiero es parar un poco la cabeza? En la forma de vida que propone la Gnosis se destaca el ser una persona simple y comenzar a buscar respuestas en el interior propio. El mundo y el sistema proponen que la felicidad está afuera: tener el auto, la casa… y en la búsqueda de tener nos perdemos a nosotros mismos –con todas sus implicancias. Si en una hoja en blanco ponemos, en un lado, las cosas que me hacen feliz, y en otro las que tengo que me hacen feliz, seguramente estas serán menos, porque se vive la vida buscando cosas que no llenan en el afuera. Porque ese es el concepto del deseo: buscar, buscar, buscar, que cuando llegues a eso vendrá algo mejor que te proponemos para seguir buscando. Eso nos engaña en cuanto a que en la búsqueda está la felicidad, cuando se trata de estar en armonía y pleno con uno mismo. A veces hay que pasar toda una vida o una situación emocional, familiar o de salud muy fuerte para dar un paso atrás y replantear cuáles son las prioridades. Tal vez la prioridad en la vida es vivir, lo cual  muchas veces nos olvidamos y buscamos algo como Don Quijote y sus inexistentes molinos de viento. La Gnosis propone un profundo y continuo replanteo de nosotros mismos y de la existencia para lograr ser plenos con nosotros mismos.

—¿Qué te resultó fundamental para ese cambio vital?
—El hecho de ver la importancia de las pequeñas cosas. A veces enmascaramos nuestras actitudes. Uno trabaja por sus hijos para que no les falte nada y tal vez lo que necesita el chico es estar con los padres y ser escuchado. Pero por incapacidad de compartir o de darse cuenta, enmascaramos ciertas circunstancias. La Gnosis propone vivir la vida intensamente en el sentido de sacar de cada momento o persona una enseñanza y un aprendizaje, y dar lo mejor de uno. Uno no sabe cuánto tiempo tiene, se cree eterno hasta que los análisis dan mal. La mente nos da una extraña sensación de seguridad y cuando se pierde estamos frente a la vida como somos. Cuando se aprende que esa falsa sensación de seguridad es una ilusión, vivirá la vida lo mejor posible hoy. Una vez leí que “la muerte está tan segura de su triunfo que nos da toda una vida de ventaja”.

Gnósticos de ayer y de hoy

—¿Qué vigencia tiene el pensamiento gnóstico de los primeros siglos y cuál es el sentido de serlo en el siglo XXI?
—¡Qué buena pregunta! Cuando estudiamos el Gnosticismo primitivo nos damos cuenta de ciertas características. Primero, que en la formación de ciertas doctrinas cristianas de esa época –como los ortodoxos griegos, la iglesia Católica y también los gnósticos– se observa que no había un ordenamiento como tal. En ese Gnosticismo primitivo había muchas escuelas ya que cada apóstol y obispo tenía la suya. El mensaje no carece de actualidad porque las miserias e inquietudes humanas siempre son las mismas, aunque ahora un poco más maquilladas y revestidas por la tecnología. El ser humano siempre careció de lo mismo, que es sabiduría –el fundamento de la Gnosis. Vivimos en la era de la información, tenemos un pleno acceso a ella, pero nos hace carecer de conocimiento y conciencia sobre ella. Tenemos mucha información pero nos falta la praxis. La Gnosis nos invita a practicar sobre la información que tenemos.

—¿A través de qué herramientas?
—La meditación, la vocalización y la mantralización, para lograr aspectos de iluminación interior y hacer nuestra vida un poco más llevadera. El carnicero, el obrero, el doctor, todos podemos meditar porque tenemos una mente, un corazón, una respiración y un cuerpo para poder hacerlo. No hay que ser muy inteligente ni muy sabio, solo querer hacerlo.

—¿Qué es lo que te resultó más eficaz en ese sentido?
—La meditación.

—¿Por qué?
—Porque permite conocernos y –aunque no se lo vea así– es un método de estudio.

—¿Por qué?
—En Occidente estamos acostumbrados a que la forma de conocer es a través de la mente, todo los pasamos por su filtro y si no lo cataloga, directamente no existe. Pero ante situaciones en las cuales se sienten o viven situaciones que no debiera –según la mente–, esta queda como tildada y no tiene respuestas. Con la meditación –que no es un ejercicio mental sino una actitud interna– podemos expandir las fronteras de la mente y de nuestra conciencia –que es la herramienta para conocer. La meditación es la fórmula exacta y precisa para conocer.

Lo que oculta la religión oficial

—¿Qué disciplina de las cuales se nutre la Gnosis te resulta más atractiva?
—Entendemos la Gnosis como un conocimiento abarcativo que tiene Numerología, Cábala, Magia, oración, meditación… y uno va encontrando su propia particularidad. Me atrae mucho la meditación y la oración, ya que pueden promulgar estados interesantes. Es la oración en el sentido de conexión con lo eterno y atemporal –más allá del tipo que sea– pero que pone en contacto con algo superior o trascedente. Si existimos es porque algo nos dio existencia y por eso sirve como método para ponernos en contacto con eso. Una parte de los Evangelios dice que la fe mueve montañas, y son las montañas de la duda, la indecisión y las de no poder ser. La Gnosis propone un camino para explorar nuestras posibilidades.

—¿Descubriste algún libro o texto que de otro modo, tal vez, no hubieras encontrado?
—Encontré muchos libros de la Gnosis pero particularmente hay uno que nos resulta muy interesante y es parte de los estudios superiores o profundos. Se llama Pistis Sophia, es de la primera época del cristianismo primitivo, textos que no entran dentro del canon oficial de la Iglesia Católica –al igual que los Evangelios esenios, los Evangelios apócrifos, los rollos del Mar Muerto y el Evangelio de Judas– los cuales nos muestran otra versión del Cristo y del cristianismo muy interesante –aunque a veces difíciles de leer. Cuando conocí la Gnosis me interesó mucho y hay libros no solo gnósticos, sino de muchos antropólogos que muestran esa visión.

—¿Qué ideas se contraponen con la versión dominante?
—Hay otra mirada de los hechos. Por ejemplo, la Gnosis enseña que en realidad hay cuestiones que van más allá de una forma religiosa y que tienen que ver con la religión en sí. Las Pascuas se veneran y festejan en varias religiones y eso hace que no sea particular de una. En cada religión hay una verdad. Hay un montón de información que no se sabe: el mito del cordero expiador que lava los pecados del mundo –que nosotros decimos el Cristo– ha estado en todas las grandes religiones. Dioniso, por ejemplo, fue muerto de una manera muy parecida, Krishna también…

—¿Los mayas y los chinos, por ejemplo, también tiene su Cristo?
—También, utilizan esa expiación sagrada para lavar los pecados. Es una fórmula o una verdad para elevarse y redimirse, que se viste de distintas formas a lo largo de la historia de la humanidad. Hay verdades que van más allá de una fórmula religiosa y si tenemos la capacidad de verla, descubrimos su lado oculto. La visión que tenemos del Cristo es contrapuesta a la que plantea el catolicismo, pero no decimos que tenemos la verdad. Fue mucho más de lo que dicen los cuatro evangelios, que están escritos en clave y tienen sabiduría y escondido el verdadero sentido. Hay que activar la conciencia para poder recibir esa información. Todos los textos sagrados están escritos en clave y con una profundidad mucho mayor de la que se supone, para que cuando se genera esa herramienta se pueda encontrar esa realidad.

—¿En los mismos textos de la religión oficial hay subtextos?
—Exactamente. Es la sabia que alimenta al texto. Se pueden leer los cuatro evangelios pensando que es una historia y se pierde su sentido profundo.

—¿Se puede simplificar como lo exotérico y lo esotérico?
—Exacto, lo que se ve y lo oculto.

—¿Cuál es el interés de que no se conozca lo esotérico?
—Por lo que decía. La mente nos da esa extraña sensación de seguridad y creemos que el mundo es lo que se ve y percibe a través de los cinco sentidos. Puede ser que sea así, pero hay momentos en la vida en que se sienten cosas que nada tienen que ver con ellos, van más allá y nos hacen preguntar un montón de cosas, para lo cual hay que ser un poco valiente para ir a buscar las respuestas, porque cambia nuestra percepción sobre el mundo.

***
Informarse y no ser esclavo de la tiranía de las góndolas

Asoprovida propone revalorizar las otroras huertas familiares –orgánicas– y una toma de conciencia social para que se informe sobre la forma de producción y contenidos de los alimentos que llegan a la mesa.

La Asociación Protectora de la Vida (Asoprovida) buscar diseñar soluciones sencillas y prácticas para problemas culturales y ambientales, y focaliza su acción ecológica en niños y jóvenes, aunque sus talleres se desarrollan en asociaciones de distinto tipo que lo requieran. Riera cuestiona el modelo sojero –entre otras prácticas agrícolas intensivas– por haber arrasado con gran parte de la diversidad, exige que los alimentos porten información sobre su origen y propone alternativas.

—¿Cuál es la relación de la Gnosis con Asoprovida?
—Es una asociación totalmente independiente de la Gnosis, aunque algunos miembros de esta la integren. A través de la Asociación Protectora de la Vida tratamos de sensibilizar a las personas en los fundamentos de la ecología y de tener una conciencia social. Damos talleres de crecimiento personal, integración con la naturaleza y huertas orgánicas para lograr ser sensibles con la naturaleza porque nos pasa que la hemos perdido, al igual que con nosotros mismos. Por eso no podemos percibir que todos somos parte de lo mismo. Vamos en búsqueda de lo más elemental, que es sensibilizarnos con lo que nos rodea.

—¿Es una mirada gnóstica de la ecología?
—No, es una mirada ecológica sobre la ecología, como forma de vida. Nunca ponemos Asociación Gnóstica junto a Asoprovida.

—¿Otros principios?
—Nos basamos mucho en el acceso a la información con respecto, por ejemplo, a la seguridad alimentaria, con respecto a que los productos digan lo que tienen. Estamos en desacuerdo con los alimentos modificados genéticamente –los famosos “transgénicos”– porque sentimos que no son naturales. El hombre está en un papel que no le corresponde al modificar a la naturaleza, que es sabia en sí. La búsqueda es que todos los alimentos modificados genéticamente lo digan, y que haya una correcta información al público. Se habla de la propiedades, pero no de lo que puede provocar al producirlo –el uso de agroquímicos– y consumirlo. Como cultura en respuesta a esto están las huertas orgánicas y familiares, en producciones a pequeña escala de nuestros propios alimentos –sin menospreciar todo lo que se vende en el supermercado y las verdulerías. Debiéramos tener –como nuestros abuelos– la huerta en nuestra casa, porque tiene otro sabor y alimenta mucho más. Nuestros hijos creen que un pollo es lo que hay en el supermercado y en ese sentido hay una desconexión con la naturaleza. Tampoco vamos a hacer de la comida una religión, pero planteamos educar a los niños en el respeto por la naturaleza, por eso hay talleres de “guardianes de la vida” –para la primera infancia. Para la adolescencia se dictan talleres de crecimiento personal en los cuales se abarcan cuestiones del día a día y sexualidad. Trabajamos en escuelas, asociaciones barriales, sindicatos y en cualquier lugar que nos dé un espacio. La visión es que el hombre debe ser un cuidador de la naturaleza porque, supuestamente, es el ser más evolucionado. Pero en realidad somos como un cáncer para el planeta, por nuestra forma de vida. Por eso debemos reeducarnos acorde a los ritmos y necesidades de la naturaleza, ya que nosotros también somos parte de ella, aunque nos hemos creado una vida artificiosa para autoengañarnos.

—¿Hay algo en el mercado que no sea transgénico o no esté afectado por herbicidas o pesticidas en el algún grado?
—Es muy difícil si nos referimos al “mercado oficial” o sea lo que se compra en supermercados o en las mismas verdulerías –donde el problema son los agroquímicos. Hay redes y sociedades en las cuales se pueden conseguir alimentos no transgénicos e incluso en algunos supermercados hay pequeños lugares con esos productos. También está la fantasía de que comer no transgénico es caro y no es así. No hay que ser fundamentalistas, pero sí darnos cuenta de que podemos comer mejor. Nuestros abuelos, por ejemplo, eran más potentes por lo que comían. Uno cree que lo que consume, por el solo hecho de consumirlo, está bien, y sin embargo hay mucha información sobre que un alimento enlatado y procesado, contiene un montón de sustancias que son nocivas. Es cuestión de informarse para no consumir tanto veneno.

—¿Qué es lo más agresivo contra los procesos naturales?
—La naturaleza tiene sus ciclos, ritmos y períodos, y el hombre en el deseo de exigir y producir más, los está rompiendo. Por ejemplo, en el patio de mi casa tengo 50 especies de plantas y más de una planta por especie. En un gran sembradío de soja hay miles y miles de hectáreas que tienen una sola especie. Es un equilibrio que se ha roto. Nuestros abuelos cuando sembraban dejaban un espacio en la siembra para las plantas y los animales, lo cual hoy no se ve y ni siquiera se ve el alambrado. Hemos tecnificado el campo de tal manera que es una fábrica de producir y nos olvidamos de esos ciclos. Decir que hay que sembrar así porque me dará rédito económico también es una falacia, ya que hay ejemplos de granjas ecológicas muy rentables. O que el mundo necesita alimentos y esa es la fórmula, ya que el mundo se alimenta de cinco granos y hay un montón de alimentos que ni siquiera nos damos cuenta de que existen. Hasta los yuyos que crecen en las veredas que por una cuestión cultural no les damos cabida. También se ha perdido mucha información de gente que vivía en el campo y fue arrastrada a la ciudad por las prácticas agroalimentarias intensivas, la cual sabía para qué servía cada planta. Por eso hay que hacer una revalorización de esa información: hay gente que hace postres con ortiga, tartas de camalote, etc.

—¿Dos o tres recomendaciones al momento de alimentarse y alimentar?
—Informarse de manera seria, para tener capacidad de elección y saber que lo que hay en las góndolas no es lo único para alimentarse. De un lado y del otro habrá defensores y detractores que actuarán con actitudes fanáticas. Por ejemplo, hay defensores a ultranza y detractores a ultranza de la leche. Nosotros decimos que hay que informarse y formar su propia opinión sobre lo que sirve y lo que no sirve, y de a poquito ir formando sus pequeños nichos alimenticios propios. Aunque se viva en un quinto piso, hay gente que con lo que produce en macetas, se alimenta. ¿El tiempo? Tampoco hay que dedicarle ocho horas por día. Si quiere, lo puede hacer. Además es una fórmula casi mágica y extraordinaria para desenchufarse y para los niños es maravilloso ver crecer una semilla.

—¿Qué define que un producto sea orgánico?
—Primero, la semilla, que no tiene que ser transgénica y después la forma de cultivar. Por ejemplo, se puede tener una semilla orgánica pero si se le agrega pesticida, pierde esa condición. Por eso apuntamos a las huertas familiares, con las cuales uno sabe lo que consume. Respecto de los cereales y otros productos, es que la semilla sea original. Conocemos, a la fuerza, dos clases de maíz –el que comemos y el pisingallo– sin embargo hay mucha más riqueza genética en los pueblos originarios y sociedades depositarias de semillas, las cuales nos proponen una variedad inmensa. Conocemos una o dos variedades de papa, mientras que en el norte u otros países, hay muchas más. Cuando uno prueba un tomate cultivado por uno mismo, se da cuenta de la diferencia. Teniendo la información, se puede decidir.

—¿Los talleres los puede solicitar cualquiera?
—Sí, hemos dado en escuelas primarias, asociaciones civiles y comisiones vecinales, es para todo el mundo que quiera escuchar o participar de un taller, sin distinción de edad, raza o credo. Se pueden comunicar a [email protected] o al teléfono 4076551.

—¿Qué otros contenidos y con qué metodología trabajan?
—En los talleres para los niños y jovencitos se enseña un tema pero no como una clase sino con una pedagogía distinta, interactuando y expresándose a través de un dibujo, una obra de teatro, etc. Uno de los primeros talleres es reconocer que el planeta Tierra es nuestra casa y al final quienes quieran puedan formar un ecoclub en el cual se comprometen a cuidar la naturaleza. También se hace una huerta orgánica en la escuela u otro lugar, con lo cual tiene mucha llegada a los chicos porque es natural a ellos. En el caso de los adolescentes y jóvenes, ya son talleres con exposición y diálogo, hasta llegar a conclusiones conjuntas sobre el cuidado de la vida personal, de los demás y del hábitat. 

—¿Hay alguna experiencia que particularmente te resultó atractiva?
—La de una gran agroecológica que está en Santa Fe –a 100 kilómetros de la capital–, la cual se llama Naturaleza viva, que es una familia que hace mucho tiempo comenzó a trabajar con una visión diferente de la agricultura. Es muy interesante y a Paraná llegan productos de esta firma, para alimentarse conscientemente. También es muy interesante lo que están haciendo los chicos de la cooperativa La Porota, a quienes se los puede conectar a través de Facebook y también en la feria de Salta y Nogoyá.

—¿Asoprovida tiene página Web?
—Sí, www.asoprovida.org.ar y la revista es La semilla, o se comunican conmigo.

***

Datos

 El  nombre  de  “gnóstico”  proviene  de  la  palabra  griega “gnosis”  que  significa  conocimiento;  gnóstico  es  por  tanto  quien  adquiere  un  conocimiento  especial  y  vive según él. 

Es un conjunto de corrientes sincréticas filosófico-religiosas que se mimetizaron con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era, hasta que fue declarado “herético” por la versión dominante.

En su etapa inicial, se dividió en Gnosticismo pagano y cristiano.

Mezcla creencias cristianas y judaicas con elementos de las tradiciones religiosas de oriente, al mismo tiempo que comparte postulados esenciales del pensamiento filosófico de Platón.

Como antaño, existe una enorme diversidad de doctrinas y escuelas gnósticas, con lo cual se hace difícil hablar de un solo Gnosticismo. Algunos aspectos comunes de su pensamiento, no obstante, podrían ser su carácter iniciático, el carácter dualista –hace una escisión tajante entre la materia y el espíritu, una interpretación alegórica del cristianismo y sus textos, distinguir entre diversos “Cristos”, entre otras.

El Gnosticismo moderno, por su parte, reaparece en el siglo XIX en Europa –principalmente en Francia– a raíz de la publicación de una serie de estudios referentes al descubrimiento de textos gnósticos. No obstante, su popularización masiva ocurre en el siglo XX, como consecuencia de la publicación de nuevos libros sobre el tema. Desde entonces, ha desembocado en un conjunto de movimientos de carácter espiritual con tinte esotérico, que retomó parte de los antiguos preceptos del Gnosticismo y los reformuló y adaptó a los nuevos tiempos.

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