Si hubo un común denominador en las marchas del 9 de Julio fue la heterogeneidad. En Paraná, en Rosario o en el Obelisco, la consigna fue idéntica: vecinos en su mayoría sin pertenencia partidaria salieron a la calle a expresar su descontento con las políticas del Gobierno. Pero a diferencia de otras convocatorias, la del Banderazo se distinguió por su variedad discursiva: para algunos el enemigo era Alberto Fernández, para otros Cristina, y hasta se insistió con comparar a la Argentina con Venezuela.
De la 125 al Banderazo, el rechazo a gobiernos de estilo K
Con la misma liviandad se condenó a la cuarentena XL, pero olvidando los cuidados que pusieron en riesgo la vida propia y la del resto, y así se pueden mencionar muchos otros ejemplos. En medio de tanta tensión, UNO se propuso bucear un poco más en el fondo de un fenómeno que no es local, sino que en la coyuntura de la pandemia se está replicando no solo en el continente sino también en otros puntos del planeta.
Para entender las razones que potencian estos polos de conflicto y su impacto en el campo de la política, UNO convocó a dos profesionales del ámbito de las ciencias sociales. El analista político Lucio Guberman comenzó su análisis académico empleando una frase de Carlos Marx: “La historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”. De esa manera comparó el Banderazo con el conflicto agropecuario por la implementación de la Resolución N° 125. “Es decir este tipo de protestas contra un gobierno de mayoría popular, y aquella protesta del campo por la 125, que consiguió adhesiones urbanas de gente que no estaba de acuerdo con el Gobierno por motivos tan diversos como su política de Derechos Humanos, y nada tenía que ver con el aumento del arancel exportador. Ahora se repite como farsa, porque la diferencia con aquel momento es que encontraron todas esas protestas en (Mauricio) Macri una referencia político-electoral, que les permitió desplegar una alternativa al populismo, pero que terminó en un fracaso muy rotundo. Entonces, ahora con un contexto tan diferente, con un Gobierno encabezado por una figura mucho más moderada que la de Cristina y en un contexto de pandemia mundial, que pongan en práctica los mismos recursos sociales de protesta y de puesta en escena, con el discurso de ‘Salvar a la República’, cuando nadie en su sano juicio la puede ver amenazada, realmente es una farsa”, definió.
El docente de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER), sostiene que la mecánica del reclamo también esconde una paradoja. “Los que quieren ‘Salvar a la República’ están incumpliendo los decretos de necesidad de urgencia que prohíben las reuniones multitudinarias”, sentenció. Guberman argumentó que el mensaje del Presidente cuando afirmó que venía “para terminar con los odiadores seriales” buscó interpelar a esos sectores. “Los videos más compartidos de estos grupos revelan un odio visceral; no deja de ser el antiperonismo crónico que habita en la Argentina, que se olvida de que hay que ganarle las elecciones al peronismo para poder desalojarlo del poder. Que por más intensos que se pongan no son mayoría y tienen que avernirse a las reglas del juego. Esa es la verdadera República, en la que el que gana las elecciones, cumpliendo con la Constitución, gobierna. Eso es lo que se olvidan en estas protestas, con un odio y una virulencia que en un punto preocupa. Más que con preocupación lo leo como una farsa de lo que fue la 125, que desembocó en un experimento, que polarizó con el peronismo primero desde la expectativa. Después del éxito, le había ganado las elecciones de mitad de mandato, y después desde el fracaso. Y cuando polarizó con el peronismo desde el fracaso de gestión, en 2019 perdió las elecciones”, ilustró.
Para el investigador en esta puja se puede visualizar un intento de reconstruir a la oposición, pero con pocas expectativas de generar una alternativa electoral. En ese contexto aparece la figura de Fernández, haciendo equilibrio entre el manejo de la emergencia sanitaria y buscando conservar su capital político. En su valoración Guberman aseguró: “La gestión de la pandemia empezó muy bien y ahora lo que tenemos es un cierto desgaste, producto de que se fue haciendo larga la cuarentena y las medidas restrictivas en el interior. Se fue flexibilizando, pero aún no hay vuelta a la normalidad como la concebíamos ates. Entonces eso genera cierto desgaste de la imagen de Fernández, aunque todavía en la comparativa con los países donde no se tomaron estas medidas le sigue dando alguna legitimidad. Por eso en las encuestas no registra los picos que supo alcanzar en marzo, pero sigue teniendo una aprobación mayoritaria”.
Siguiendo esa misma lectura, explicó que Alberto pagó un costo por la prolongación de las medidas restrictivas debido al coronavirus. Respecto al rumbo de la economía nacional deslizó que el programa no deja der ser similar al de otros países. “Se echa mano a la emisión y a los recursos fiscales disponibles para mantener a la economía en movimiento vía el consumo, y ver después cómo se afronta la consecuencia de eso”, subrayó.
Para Guberman la relación entre Alberto y Cristina “es funcional” en términos de asegurarse la gobernabilidad. Desde ese razonamiento planteó que “Alberto sin Cristina la tendría más complicada. Nunca gobernás en el consenso, sino que lo hacés en una tensión con grupos de interés. Que esté Cristina lo ayuda Alberto a ponerse en el medio entre lo que puede ser la demanda de los sectores más concentrados de la economía y lo que puede pretender el kirchnerismo para enfrentar a esos sectores. Entonces Alberto, de alguna manera termina siendo un mediador en esa relación, con lo cual le sirve. Esto no quita que a un nivel más interno del Gobierno hay disputa del kirchnerismo, que tiene muchos cuadros producto de haber estado 12 años en el gobierno. Eso implica que tenga muchas personas con pretensiones de ocupar lugares en el Estado y ahí sí puede haber disputa”.
La derecha en la calle
El sociólogo Alejo Mayor, docente de la Uader, ensayó una mirada crítica de las protestas que dejó una semana en ebullición. “Se trata de un fenómeno relativamente novedoso de la política argentina de la última década. Tiene que ver con la aparición en el teatro de la calle de un actor social, político, de derecha, con capacidad y vocación de movilización de masas. No es fenómeno puramente local, sino que es de alcance mundial, y que en nuestro subcontinente se expresa en el fenómeno de (Jair) Bolsonaro o de (Jeanine) Añez en Bolivia”, reflexionó. Mayor halló en estas convocatorias semejanzas con el llamado conflicto del campo en 2008, pero aclaró que en aquella ocasión “la fuerza social que se movilizó fue mucho más amplia y lo hizo en defensa de los intereses de las patronales agrarias. Allí se vieron involucrados trabajadores urbanos y rurales organizados, incluso a sectores de izquierda. Pero antes de eso había sectores que se organizaron en torno a problemas vinculados a la seguridad y que se movilizaron en ocasión del llamado caso Blumberg, en 2004. Y más cercano está el caso Nisman, que desató sucesivos cacerolazos, en contra de la corrupción. Es una protesta típica de sectores medios y es una expresión desde siempre vinculada con sectores con un discurso político de derecha: tienen su origen en los cacerolazos en contra de (Salvador) Allende en Chile”. El investigador interpretó que el reclamo de la derecha se “nutre de sectores medios, y ahí incluso hablo de un amplio conglomerado poblacional que comprende a profesionales, comerciantes, pequeños empresarios”.