Corriendo detrás de la vida

Un 37% de los trabajadores superan las horas de convenio, o tienen más de un empleo. Sueldos bajos, más posibilidades en el mercado laboral, autoexigencias, disparan nuevos modos de vida
28 de julio 2013 · 08:22hs

Daniel Caraffini / De la redacción de UNO


Mirar a nuestro alrededor basta para comprender que una nueva realidad está presente en nuestra sociedad. Tendencias que antes parecían lejanas, como el mayor tiempo dedicado a obligaciones laborales en detrimento de la vida personal y familiar, empezaron a emerger y consolidarse en los últimos años.


La plata no alcanza, o tal vez no alcance nunca. Los sueldos son bajos, la precarización laboral sigue siendo alta, pero también hay un mercado que brinda más oportunidades aunque sea para algunos, a diferencia de fines del siglo XX.


Las motivaciones personales se entremezclan en función de cada realidad, con las imposiciones de un nuevo modo de vida. Causa y efecto, la sociedad cambió bruscamente: algunos considerarán que fue para mejor; otros, peor. Porque el debate sobre cómo se vive permite múltiples lecturas.


De acuerdo con el último relevamiento de la Encuesta Permanente de Hogares, en Paraná hay 113.624 trabajadores que integran la Población Económicamente Activa: unas 12.922 personas tienen más de una ocupación, mientras que 37.524 trabajan más de 45 horas semanales: 31.887 de ellos (28% del total de la Población Económicamente Activa) lo hacen en su puesto de trabajo único, mientras que 5.637 en dos empleos.


El relevamiento también indica que otros 17.653 paranaenses que ya tienen trabajo, son demandantes y buscan también poder desempeñarse en otro empleo paralelo. Y hay también 14.124 trabajadores que demandan más horas de trabajo que la que tienen.


La situación no es exclusiva de los hombres. Las mujeres, con un protagonismo creciente y mayor presencia en el mercado laboral, persiguen ese mismo objetivo: 41% y 43% del total que demanda más horas u otra ocupación son del sexo femenino.


A nivel nacional, unos 5 millones de trabajadores están ocupados más de 45 horas semanales y caen en una sobreocupación horaria, mientras que 2,4 millones buscan un empleo alternativo al principal.


Impacto
Estos cambios en el mercado laboral imprimen nuevos estilos de vida comunitaria y personal, impactan directamente en los hábitos, tienen consecuencias en las familias y hacen emerger hasta problemas de salud.


Consultada por UNO, la docente e investigadora de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) Graciela Mingo de Bevilacqua, opinó que esta situación de sobreocupación comienza a gestarse a fines de los 90, en los sectores de mayores estudios, “de gente con profesión y que tiene la posibilidad de tener más de un empleo. En esos años se da la mayor transformación, con la entrada de la mujer, en forma más masiva, al mundo del trabajo”, planteó.


Sin embargo, observando la realidad actual, opinó: “Vivimos un mundo dicotómico”, porque mientras hay sobreocupados, hay muchos otros –fundamentalmente jóvenes- que no pueden entrar al campo laboral”.


“Poner el cuerpo”
En cuanto a la sobreocupación que abarca a un tercio de los trabajadores argentinos, la extitular de la Dirección de Estadísticas y Censos de Entre Ríos consideró que “puede haber cuestiones económicas, pero tomar un empleo y luego otro, está unido a cuestiones de un ‘sí crónico’ que suelen tener los profesionales, que no pueden poner un límite y exigen más a su cuerpo que lo que la propia realidad lo permite. Porque el sobreempleo es eso: poner el cuerpo en riesgo”.


En ese sentido, aportó que hay un nivel de sobreexigencias que superan el hecho de cumplir la mayor carga horaria. Aunque aclaró que en los últimos años la aparición de las tecnologías provocó otra gran transformación en el mercado del trabajo: “Alguien trabaja en algún lugar, pero por estas nuevas herramientas puede volver a su casa y desarrollar otras tareas. Claro que si no está pautado, genera inconvenientes en la faz personal y familiar”.


Además de la realidad de aquellas personas con alta formación educativa, también están aquellas de menor nivel educativo, con un empleo pero que extienden sus horas de actividad en otras labores, como por ejemplo cuidar enfermos, indicó la investigadora de la UNER. “En esos u otros casos se trata de empleos que se realizan en forma paralela, pero de a ratos o por períodos, para lograr una mejor remuneración”. Ello no figura en las estadísticas, por lo que acentuaría aún más la cantidad de trabajadores con sobreocupación.


Cambios sociales
Esa presión laboral quita, claro está, lugar al tiempo familiar y de descanso. Y aparecen enfermedades, como diabetes, problemas de columna “porque el cuerpo muestra la sobreexigencia”, por citar solo algunas.


Cambian también, explicó Bevilacqua, los hábitos de comida y uno “se vuelve más individualista, tiene menos deseos de compartir, porque el sobreempleo no te permite o no te da tiempo para reflexionar, para pensar. Es el concepto del hombre máquina”.


“La gente, cuando está en período de mayor productividad, entre los 35 y 50 años, no es consciente de las limitaciones que luego aparecen de la salud”, agregó la profesional.
Vivir hoy, a diferencia de antaño, también es más caro, porque proliferan muchas más opciones y servicios. Ello también lleva a las personas a exigirse cada vez más.
Y finalmente otro cambio en el mercado laboral que incide en los comportamientos de las personas que antes se vivía en una sociedad asalariada, en la que el trabajo era eterno. “Esto se pone en riesgo, acceder al empleo continuo y estable es menos posible, y por el otro, hay empleos que no llegan a cubrir lo que uno necesita para uno y la familia. Por ejemplo, se tergiversaron los sueldos en la misma administración pública, ya que según sea el área que revista el agente, son mejores o peores”.


“Trabajar para vivir, y no vivir para trabajar”

Para la docente de Psicología y Sociología de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (Uader), Rita María de la Paz Gotardo, la tendencia de que las personas ocupe más tiempo en actividades laborales obedece a razones netamente económicas. Planteó que no hay un momento puntual del inicio de esa tendencia, pero recordó que a partir de la crisis del 2001 –”que respondió a un cúmulo de situaciones que venían arrastrándose desde modelos políticos y económicos anteriores–”, la sociedad “comienza a reestructurarse, las clases sociales fueron formateándose” y esos cambios fueron modificando la clase media. Desde fines de los 80 y principios de los 90, con la imposición de la Convertibilidad, un sector de esta clase media fue ampliando su capacidad de consumo con la entrada de productos importados a bajo costo, pero hubo otro sector de esa clase –que se encontraba en una posición económica menos favorecida– que venía cayendo y empobreciéndose aún más. A raíz de esto varias familias consideraban -debido a los nuevos precios y aumentos- que un solo ingreso no bastaba para sostener una familia”, opinó la profesional egresada de Ciencias de la Educación.


Al mismo tiempo, sostuvo que si bien “lo económico podría ser el factor condicionante más fuerte, también se puede pensar en esta necesidad de ‘ser útil a la sociedad y demostrar lo que sé’ mediante el trabajo. Hay estudios sociológicos que analizan este fenómeno y lo atribuyen también a lo social: ‘La sociedad del reconocimiento”.


— ¿Las personas están detrás de cubrir necesidades básicas de sus familias, o hay un modelo impuesto de cosas que se plantean como indispensables para la vida y tal vez no lo sean?
—Sí, esto se puede ver en las distintas publicidades y demás propagandas que impulsan a comprar determinadas cosas que según el sentido común dominante y la lógica del mercado serían “indispensables” para una vida cómoda y placentera. Desde alimentos, electrodomésticos y herramientas que incitan y generan cierto deslumbramiento. Se me viene a la mente una de las publicidades de una tarjeta de crédito muy conocida que plantea la “necesidad” que tiene una joven de comprarse un LCD solo por el hecho de tenerlo y estar más cómoda. Y de alguna manera el efecto es ese: “el consumo muchas veces desmedido”.


— Hoy muchos tienen dos empleos, pero también hay quienes pretenden eso. Esta situación, de más horas de trabajo, tiene como correlato la quita de tiempo para otras actividades, como la vida familiar o la recreación; afecta al individuo y a su familia, sus hábitos y la vida de una comunidad.
— Al igual que el consumo desmedido, el trabajo excesivo también genera una pérdida de contacto con el otro, de disfrutar y tener tiempo libre. Este es el mal actual que nos toca vivir como sujetos posmodernos. Y esto va de la mano con el stress y demás enfermedades –muchas de ellas psicológicas- lo cual configura nuevos modos de relación y de cotidianeidades.


— Ese modo de vida “apurada” dispara también la supremacía del individualismo.
— Totalmente. Pasamos de vivir en comunidad a vivir individualmente, formando parte de una sociedad en donde somos vistos no como sujetos sino como objetos y consumidores, cuyo consumo termina siendo muchas veces impuesto para seguir reproduciendo la lógica capitalista. Al respecto cito a Zygmunt Bauman (sociólogo polaco) quien instaura el concepto de “modernidad líquida” apuntando a esta idea de que el advenimiento de la modernidad líquida ha impuesto a la condición humana cambios radicales que exigen repensar los viejos conceptos que solían articularla. De este modo Bauman examina desde la sociología cinco conceptos básicos en torno a los cuales ha girado la narrativa de la condición humana: emancipación, individualidad, tiempo/espacio, trabajo y comunidad. Y uno de los puntos que expresa apunta a que los excluidos de la sociedad de los consumidores, son los consumidores fallidos, los inadecuados e incompetentes, los fracasados, son los hambrientos consumidos en medio de la opulencia del festín consumista.


— En la mayoría de los casos, la extensión de la jornada laboral o la doble ocupación asoma como una necesidad para obtener más recursos, no por gusto o deseo personal. Ante esto, ¿cómo debería entenderse el concepto de “vivir bien” o “vivir mal”?
— Ante eso puedo parafrasear un dicho muy cotidiano que dice “hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar”. Creo entonces que vivir bien responde a la primera frase, ya que esto permite concretar objetivos personales de realización y de supervivencia. Ahora este afán desmedido, que vuelvo a decir puede ser impuesto o bien exigido, lleva inevitablemente a dejar de lado otras cuestiones más importantes como nuestra integridad personal y física. Terminamos alienados y enajenados de este sistema.


— ¿La mayor cantidad de horas de trabajo abarca a un determinado grupo etario en base a ciertas formaciones de valores, de ideas en el tiempo?
— De esto se puede tener varias interpretaciones. Es cierto que hay una cultura del trabajo que ha entrado en crisis, derivando también en pérdida de valores. Y ante esto podemos sostener que no todos los grupos generacionales están marcados por esta necesidad de tener varios empleos. De todas maneras creo que esto no escapa a nadie, no hace diferenciaciones. A veces es necesario, para tener un ingreso digno, tener más de un empleo.


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