Juan Manuel Kunzi/ De la Redacción de UNO
Con las banderas bien altas del trabajo colectivo y la solidaridad
Florencia Albornoz trabaja en el programa municipal Todas las Manos pintando algunos de los murales que embellecen paredes de la ciudad. Cuando llega a casa empieza su torbellino creativo que la lleva a “producir”. Una de las palabras que le gusta repetir para que quede bien en claro que la apasiona la técnica del grabado. Está contenta porque este año pudo organizar su taller para enseñar el arte que fue fundamental en la historia de la humanidad. Se utilizaba para expresar y comunicar antes de la aparición de la imprenta y la fotografía.
A su vez colabora en el taller de serigrafía que montó su compañero, Juan Manuel Kohner, y continúa con su taller de costura del que habla poco porque cuenta que lo toma más como un pasatiempo. Aunque le va bastante bien para que ser un hobby, Florencia, resalta otro punto que lo analiza, lo entiende y le encanta: “Pensamos en que hacemos un producto que se mueve. Fui al encuentro de mujeres en San Juan, llevé 20 remeras y las vendí a todas”. Sonríe pensando que esas, sus creaciones, con las leyendas que pensó están vistiendo el cuerpo de una mujer en alguna provincia.
Lo mismo les sucede con Kontraestampa, el taller de serigrafía ambulante que calculan, en el aire, ya intervino cerca de 1.000 remeras. La historia es más a menos así, llegan a un recital o al Contrafestejo, montan el shablón y estampan remeras a cambio de una colaboración.
Los dos cuentan que los llena de alegría ver que la gente viene con remeras nuevas. Lo toman como una devolución.
Algo similar hacen con las bandas de rock cuando quieren remeras. Se reúnen, hablan, llegan a un consenso en el diseño, hay veces que ayudan en la confección y las imprimen. Las terminan vendiendo tres veces menos de lo que cuestan en el mercado unas de marca. “Todo tiene que ver con el sentido común. Laburamos a conciencia, con materiales reciclados y produciendo algo que le devuelva el valor”, explica Florencia y da ganas de seguir escuchándola porque está convencida de lo que está haciendo, del camino que eligió.
Sobre su relación con el arte y el circuito comercial o institucional, reflexiona: “Nosotros hablamos de precios populares porque me encantaría que tengas una obra mía”. Se la escucha orgullosa por la mención que recibió en el salón de grabado de la facultad de Artes Visuales. Lo tomó como un reconocimiento al esfuerzo de estos últimos tres años. También la motivó una invitación para una exposición en Bariloche y le gusta reconocer que tuvo grandes maestros con los que trabajó como discípula.
“Van saliendo cosas que tienen que ver con la producción. Le buscamos la veta plástica al taller de serigrafía y seguimos pensando en la producción colectiva. Nos gusta que los talleristas vengan y estampen sus remeras, que artistas amigos se puedan expresar”, enumera y reconoce que hay momentos difíciles en donde los insumos se llevan gran parte de lo ganado.
Cuando trata de explicar el camino resalta que para ella “el secreto está en el traspaso de la pasión”. Ahora tienen que imprimir remeras para una banda de rock y en el medio hacer la mudanza. Entre tantos proyectos parece que sacan fuerzas de donde sea para seguir.
Armaron una especie de red social humana
Florencia y Juan tienen un hijo que se llama Simón, de 3 años. Va al jardín de infantes y le gusta pintar, como a sus padres.
A la familia le tocó otra experiencia iniciadora y bastante interesante en estos últimos meses. Algunos artistas amigos les alquilaban el taller para poder trabajar. Una situación que se vuelve bastante común en las ciudades más grandes del planeta, pero que en Paraná recién ahora se empieza a naturalizar.
Da la sensación que los dos saben que son pioneros, una responsabilidad muy grande que llega con una mochila pesada. Todo el tiempo resaltan que los amigos los ayudan con la carga diaria. Se ponen contentos y agradecen.
Con la serigrafía lograron que las personas porten las palabras que exigen otra manera de vivir en este mundo. Más cerca de la humano y de lo colectivo. Armaron una especie de red social humana en donde todos escriben en el “muro” de sus pechos lo que tienen ganas de decir. Ayudan a que la gente se exprese, le dan voz.