Los brasileños, sin Neymar en cancha ni caretas del crack en las tribunas del estadio Mineirao, tal como estaba previsto, pasaron de la euforia a la desazón en apenas media hora de juego frente a la supremacía de Alemania, en la primera semifinal del Mundial de fútbol 2014.
Así abandonaban el estadio los "torcedores" mientras se amasaba la paliza alemana
Los goles de Thomas Müller (11m.), Miroslav Klose (22m.), Toni Kroos (24m. y 25m.) y Kedhira (29m.), todos en el período inicial, fueron como dagas que se clavaron en el corazón de un pueblo brasileño ya herido por la pérdida por lesión de Neymar, su máxima estrella, justamente para este partido. Y los dos restantes de Andre Schürrle (24m. y 33m.), ya en el segundo, decoraron el marcador.
La postal inicial, con más de 50 mil hinchas que tiñeron de amarillo el estadio (sin las caretas con el rostro de Neymar, una iniciativa -sin éxito- del Grupo brasileño ABC), se fue desdibujando y los poco más de 4.000 alemanes ganaron presencia en la bandeja superior del arco que defendió su arquero Manuel Neuer.
Las adayacencias del Mineirao a poco se fueron poblando de simpatizantes desahuciados que no encontraban explicación a semejante humillación futbolística en el primer tiempo. Esta vez la alegría, sí tuvo fin.
Brasil, lejísimos de la posibilidad de alcanzar el hexacampeonato en casa, lució triste dentro y fuera de la cancha.
Esa apatía futbolística, de un equipo sin líder, entregado, carente de personalidad para dar vuelta la historia, se trasladó a las tribunas.
No sólo hubo éxodo del estadio sino también llanto, incredulidad, una tristeza proporcional al tamaño del país y un silencio atroz.
Así como se dio el Maracanazo en 1950, se dio el "Mineirazo" en 2014, algo que siempre estuvo presente en la cabeza de los brasileños.
El segundo tiempo estuvo de más, por las diferencias futbolísticas entre uno y otro, y fue una lenta agonía para los que decidieron quedarse en el estadio.
En ese período -y también en el regreso de los equipos a la canchas tras el entretiempo- las ovaciones y aplausos antes del inicio del encuentro mutaron por silbidos.
Y eso sonó todavía más fuerte después del sexto gol alemán, obra de Andre Schürrle (24m.). El golpe del final. El placer de los germanos, que a cada instante cantaron -palmas incluidas- más fuerte, que se adueñaron de la fiesta brasileña en las tribunas, frente a la lección futbolística de su equipo en el campo de juego.
El scratch fue silbado por sus propios hinchas, quienes aplaudieron a su rival tras el séptimo tanto, otra vez de Schürrle (33m.), y vivieron uno de los peores momentos futbolísticos del equipo en la historia, al pasar de la euforia a la desazón en tan solo media hora de juego, más allá del gol de Oscar sobre el final.
El 8 de julio quedará como un día histórico para ambos seleccionados, un día en que Brasil cayó rendido ante los pies de Alemania, el día del 7-1.
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