Ferny Kosiak / Colaboración Especial para Escenario
Algunos mitos sobre la Cumbre
Un mito urbano es una historia que gira con mayor o menos verosimilitud en determinada geografía. A veces logran constatarse y pareciera que dejan de ser mitos, pero en verdad nadie cree en ninguna refutación: sólo es válido lo que uno acaba de vivir, pues es cierto que el recuerdo también diluye y enturbia las cosas.
La semana pasada fue atípica para la capital entrerriana. Paraná fue el lugar donde se desarrolló la 47ª Cumbre de Jefes y Jefas de Estado del Mercosur. Así fue que cinco presidentes extranjeros se sumaron a Cristina Fernández de Kirchner y dominaron los medios internacionales por unos días, al menos hasta que Estados Unidos anunció la caricia hacia Cuba.
Cora me dijo que había visto imágenes de la ciudad en el canal de Televisión Española: fuimos mundiales por un rato.
Sin embargo los que vivimos en Paraná comenzamos a ver los cambios de la ciudad desde varias semanas antes. Obras de mejoras se realizaron en lugares públicos, sobre todo en la zona del Parque Urquiza, eje geográfico de la Cumbre.
Muchos comentarios a favor y en contra comenzaron entonces y continúan hasta hoy. Cada cual tiene una postura casi inamovible, la mía es que, al menos por un tiempo, vamos a tener una parte de la ciudad hermosa. Andamios altísimos rodearon el monumento a Urquiza y le devolvieron los 100 años perdidos. Fuentes y esculturas fueron restauradas. La escuela Del Centenario vibró con colores nuevos y aires acondicionados temporarios.
Una semana antes comenzó el armado del tan comentado muro de seguridad que establecía un perímetro de quién transitaba con o sin problemas por la zona por la que circularían los seis jefes y jefas de Estado.
Silvia me contó que una amiga que vivía dentro del radio recibió la llamada de una prima que venía de visita desde Francia: la policía no la dejaba pasar con las valijas. Lo solucionaron a la criolla: la amiga en cuestión sacó el auto, cargó maletas y francesa y reingresaron sin mayor trámite.
Graciela me asegura que tenía, desde hace rato, el pálpito de que iba a conocer a Evo Morales. Salió hasta el centro y mientras regresaba a su casa se lo cruzó saludando a la gente en una esquina.
Todos vimos las fotos del presidente boliviano jugando al fútbol contra el gobernador, o nos enteramos de alguna complicación en el Teatro 3 de Febrero cuando le entregaron el Doctor Honoris Causa de la UNER.
A esas excentricidades humanas se les suman las fotos de Nicolás Maduro manejando desde la II Brigada Aérea hasta su hotel, y algunos aseguran que en otro auto, iba el chef que trajo desde Venezuela. Otros cuentan que a nuestra presidenta le mandaban los alimentos desde Buenos Aires.
Desde el domingo previo a la Cumbre del lado de afuera del muro pintado de negro los policías caminaban o se detenían en las esquinas en grupitos de a cinco.
Algunas carpas se armaron para los oficiales visitantes e inclusive una se desmoronó, pero era de día y no había nadie en las camas.
El detalle de la seguridad lo aportaron los francotiradores. Algunos los vieron. Javier me contó que le contaron que un vecino de la zona se asomó entre las cortinas de su departamento de un piso alto a chusmear con sus binoculares. De pronto un reflejó captó su atención. Un francotirador lo estaba apuntando.
Gisela se indigna porque los policías apostados en los techos de la zona restringida no pudieron ver cuando robaron la bomba de agua de su edificio, también dentro de la zona. Apura un chiste del escuadrón antibombas pero no me da gracia.
Ya desde el lunes nos despertaron los helicópteros que sobrevolaban la ciudad como los mosquitos que nos acosaron en esos días húmedos, algunos hacia el helipuerto que se improvisó en la sede del Club Estudiantes.
El edificio de la Municipalidad lució banderas de los seis países en sus dos laterales a la calle, algunas paredes de la ciudad recibieron nuevos murales, el final de la peatonal se llenó de música de artistas que cantaron durante tres noches, aún bajo la lluvia del lunes.
En la Costanera lo único que corría eran pétalos que caían de algún árbol, las veredas estaban vacías de deportistas sudados. Por la noche se podía ver cómo las luces del Hotel Mayorazgo dibujaban la bandera argentina.
Más allá de las pequeñas historias, de los mitos urbanos, de lo que salió en nuestros diarios o en la televisión internacional, Paraná fue sede de un hecho trascendente y cada ciudadano pudo sentir, de una u otra manera, con mayor o menor presencia, que pasó a formar parte de la Historia.












