Daniel Caraffini / De la redacción de UNO
Al ritmo de la construcción se agrava la realidad urbana
A diferencia de pocas décadas atrás, las ciudades experimentan crecimientos exponenciales de tal magnitud que sobrepasaron el ritmo de la evolución urbana tal como se conocía. Las urbes se han hecho más contradictorias, complejas, y con una clara preeminencia del poder económico, por encima de intereses sociales. Se imponen modos de vida en espacios cada vez más reducidos, tanto en lo privado (en el hogar), como en las calles.
Los grandes edificios como símbolos de progreso, arrasan viejas o bajas edificaciones. Crece la cantidad de personas que ocupan esos habitáculos, y también hay más afectados por construcciones linderas: la ciudad pierde luz, sol y aire en el centro, y cada vez más, también, en la periferia.
Al mismo tiempo el fenómeno irreversible e incontrolable de la construcción plantó y agravó problemas en materia de servicios públicos.
La percepción de los bruscos cambios está a la vista de todos, aunque las voces críticas son pocas. Una de ellas es la del arquitecto santafesino César Luis Carli, uno de los creadores de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), profesor emérito de esa casa de altos estudios y referencia en materia urbanística en el país y el mundo.
Su diagnóstico es concluyente: en pocas palabras, se vive mal, las personas están cada vez más encerradas, apretadas en pequeños compartimentos, pero sin integración. Hay una adecuación a modelos de vida que el poder económico del desarrollo inmobiliario nos impone.
“Hay mucha preocupación de la gente por la realidad de las ciudades, pero cada vez están más alejadas las soluciones de los problemas”, no dudó en afirmar, al ser consultado por UNO. Los planes estratégicos elaborados años y décadas atrás en distintas ciudades, “no sirvieron para nada”, no dudó en afirmar, al hacer referencia a la nueva realidad urbana fruto de la “desaforada especulación inmobiliaria”.
La proliferación de torres (“cajas de zapatos unas arriba de otras”) “no son la resolución del problema de la vivienda en los sectores medios”.
Con visión crítica, apeló a la modificación de la urbanística actual, basada en estructuras rígidas de normativas que toman el modelo de las Ciencias Duras. “No hay que acotarse a reglamentaciones antiguas, arcaicas, elaboradas por arquitectos, porque es indispensable el aporte de la Sociología o la Etología. Los procesos históricos no pueden adelantarse, anticiparse, son imprevisibles, tanto los micro como los macrofenómenos sociales”, señaló Carli.
“El urbanismo era formal, estético, y eso fue sobrepasado por las terribles circunstancias del crecimiento urbano”, reflexionó el docente e investigador. En ese sentido, acotó que “la arquitectura actual está al servicio de los poderosos, y de darle forma al poder”.
— ¿La multiplicación de edificios en altura son una demanda real de la gente, que quiere vivir allí, o en realidad el mercado, los inversores, alientan o incentivan por mera especulación económica que la gente habite cada vez más en esos espacios reducidos?
— El ser humano es omnívoro, que es una característica de los animales. El concepto hace referencia a la posibilidad de comer tanto animales como plantas. Algunos animales están condenados a desaparecer; en cambio, nosotros nos adecuamos a vivir de cualquier manera y en cualquier lugar: podemos vivir en el desierto o en el polo norte, y eso no modifica nuestra estructura corporal, como sucede con los animales. De esa posibilidad de adaptación se aprovechan las estructuras de poder. Aplicado al campo de las vivienda, se vive cada vez más en peores condiciones y de allí se agarran los inversores: una familia puede vivir en 35 o 40 metros cuadrados. Se usa perversamente esa característica del ser humano.
— ¿El fenómeno de los edificios en altura lleva al colapso de los servicios públicos, la movilidad, transitabilidad urbana, la sustentabilidad de las ciudades en el futuro?
— La “radiografía” de la ciudad debe constituirse en una constante corroborada por la praxis y no en un reglamento lineal donde todo resulta previsible. Y lejano. Como en los anacrónicos Planes Reguladores. La ciudad es una complejísima trama de intereses de las más variadas índoles. Suele suceder que de pronto aparecen hipertrofias sectoriales, como por ejemplo la que estamos sufriendo últimamente. Nos referimos a la desaforada especulación inmobiliaria, basada en una importante masa de dinero flotante, en los altos rindes de la soja entre otras cosas, con retrasos cambiarios y bajos intereses bancarios. Esa masa se encaminó decididamente hacia la especulación urbana, que considera sólida. Su preocupación excluyente es el lucro, y se sostiene en una realidad incuestionable y cautiva: la necesidad de vivienda de numerosos ciudadanos. Sobre esta circunstancia y con esos objetivos que poco tienen que ver con la auténtica necesidad de resolver el problema del habitáculo, los especuladores tienen la mirada puesta en los beneficios económicos, ignorando otras preocupaciones. Lo cierto es que como consecuencia de estas actitudes, las ciudades están sufriendo el desenfreno de monobloques groseramente cuantitativos, sin serios estudios cualitativos, basados en la composición de los grupos humanos que los albergarán. Acompañan estas deformaciones las vagas ideas que hablan de las “ciudades verticales”, es decir que los edificios altos son símbolo de progreso.
Proyectos
Desde la visión de Carli, debe modificarse la actual arquitectura deshumanizada.
“Las necesarias correcciones urbanas deben partir de mecanismos obtenidos por datos demográficos, localización de contingentes, socioeconómicos, de migraciones. La aludida radiografía de la ciudad se basará en una estructura elástica, maleable, pero con objetivos generales claros, susceptibles de ser corregidos incesantemente sobre reglamentos diferentes, totalmente abiertos.
Y resultó concluyente en la perspectiva, si no asoman cambios en los modos de pensar las ciudades: “Aquellas que intentaran ser sometidas mediante los mismos viejos reglamentos urbanos abarcantes, totalizadores, que eran tomados como un “totum” inapelable y que la regían durante mucho tiempo, constituirían, obviamente, un anacronismo intolerable de resultados catastróficos.
La ciudad apacible, tranquila, fue. El nuevo signo de los tiempos exige, mal que nos pese, nuevos mecanismos, técnicas y novedosas estructuras administrativas de aplicación, y sobre todo idóneos grupos de urbanistas distintos de aquellos viejos profesionales metidos en la tarea, como tampoco con las estructuras comunales nacidas de organizaciones políticas que nada saben de urbanismo. Mientras tanto las ciudades, siguiendo inexorable su camino, continúan precipitándose, peligrosamente, hacia un futuro que no terminó de abrirse en la mente de los transitorios encargados de conducir el proceso hoy”.













