Rosa Terraza: "El Entrevero significa dignidad y salud mental cien por ciento"

El sobrevivir al aborto, la depresión, la violencia, la bulimia y la anorexia, y la importancia de ser parte de un emprendimiento.
20 de noviembre 2019 · 17:31hs

Desde su propio contexto familiar hasta sus relaciones de pareja, la historia de Rosa Terraza estuvo marcada por momentos traumáticos y dramáticos que fueron socavando su salud mental. Hoy, a pesar de todo, la emprendedora de El Entrevero –el buffet cultural que funciona en la Facultad de Trabajo Social, gestionado por usuarios del Hospital Escuela de Salud Mental y en el cual también participan sectores privados y el Ministerio de Desarrollo Social– enarbola un mensaje de felicidad y exhorta a replicar proyectos similares.

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Padre castrador y aborto

—¿Dónde naciste?

—En Capital, barrio Núñez, donde viví un año, y luego en Caballito, hasta los 21, cuando me fui a Chile con mi pareja.

—¿Cómo era en tu infancia?

—Hermoso y seguro; vivíamos junto a la vía del tren, había un puente peatonal, un campito y jugábamos al fútbol con mis hermanos varones. También muchos pasajes con casas antiguas y patio común, edificios y chalets. Iba a las colonias del Club Ferrocarril Oeste. Donde fue el Hogar Obrero hicieron un shopping y en otro local, salas de cine.

—¿A qué más jugabas?

—A los 8 años comencé gimnasia artística, mientras mi papá pudo pagar. Me la rebusqué para poder bailar y llegué al grupo Tremendo, actuando en el teatro Astros.

—¿Bailar era tu vocación?

—Sí, frustrada por mi papá, para quien era un “puterío”. A los 10 años gané una beca para el Colón y me dijo que no, al igual que para una publicidad. También patinaba sobre ruedas, pero no quiso que fuera a River.

—¿Qué trabajo desarrollaba?

—Mi papá, encargado de edificios, y mi mamá, ama de casa. Él tiene el problema del juego. Cuando llegó mi cumpleaños de 15 me quedé con el vestido colgando porque se gastó la plata de la fiesta. A los 19 quedé embarazada y tuve que abortar, sin querer, porque mi mamá me influyó por temor a mi papá.

—¿Lo resolviste interiormente?

—Sí, cuando a los 38 años tuve a mi hijo. Durante ese lapso tuve mi primera caída de depresión, por el aborto, que fue terrible.

—¿Entendías la actitud y adicción de tu papá?

—Sí, pero un día le saqué todo en cara.

—¿Qué materias te gustaban?

—Biología, Geografía y participar en todos los actos, cantar, disfrazarme y bailar.

—¿Leías?

—Clásicos como Huckleberry Fin, Moby Dick, Tom Sawyer, Mujercitas… en la adolescencia, me gustó Las ruinas circulares y El Sur, de (Jorge Luis) Borges.

—¿Alguno fue influyente?

—Con Moby Dick me di cuenta de que me gustaban mucho las épocas antiguas, con pocos recursos, cuando todo era más espiritual y había más comunicación.

Emergente: bulimia y anorexia

—¿Qué hiciste al terminar la Secundaria?

—Comencé a trabajar en promociones, en Caballito. En Santiago trabajé como instructora en gimnasios, hasta que un día la dueña me echó, hice una denuncia y le cerraron los locales, porque tenía personal en estado ilegal. A los cuatro días estuve trabajando en otro gimnasio y me dieron un programa de televisión, durante un año, en el cual daba clases de aeróbica. También fui vidrierista, hice manualidades y trabajé en el rubro sastrería, que me gusta mucho, con lo cual conocí todo Chile y viajé a Argentina, oportunidad en que conocí al papá de mi hijo. En esta época comencé con anorexia, pasé a la bulimia y estuve nueve años vomitando, abrazada al inodoro. Me trataba con psiquiatras y psicólogos, y me diagnosticaron bipolaridad. Tuve una etapa en que comía 50.000 calorías y vomitaba, y llegué a pesar 39 kilos.

—¿Qué pensabas?

—Mi consuelo era comer y luego deshacerme de eso, a escondidas. Era mi refugio.

—¿Tu pareja no percibía nada?

—Varios años no, hasta que comenzó a notar las marcas y lastimaduras, por provocar el vómito, en los nudillos de la mano.

—¿Una imagen que ahora te parezca irreal?

—Comer un kilo de pan con queso, una gaseosa, tres o cuatro paquetes de galletitas, tres chocolates, papas fritas, hamburguesas, de nuevo papas fritas, algo dulce, y cuando estaba por reventar, provocaba el vómito. Era una satisfacción pero luego de vomitar me deprimía. El psiquiatra no daba con la medicación hasta que le dije.

—¿Cómo lo ocultabas?

—Manejaba los horarios según los de mi ex.

—¿Deseaste morir?

—Sí, sí, estuve al límite, después del aborto. No le encontraba sentido a la vida, un dolor en el pecho que no se lo deseo a mi enemigo.

—¿Tampoco lo hablaste con tu pareja?

—No; tenía complejos de inferioridad, era inseguro, poco sensible, no me soportaba, se iba con otras mujeres… Quería que fuera perfecta, que no engordara, me elegía la ropa porque le gustaba que yo mostrara el culo…

Giro total y “liberación”

—¿Cuándo volviste a Argentina?

—Cuando mi ex me dijo que me fuera, lo cual fue un giro total y me sentí liberada, porque estaba vacía y solo recibía basura. Automáticamente dejé de comer, tuve la suerte de que la empresa me trasladara a Buenos Aires y nos fuimos a vivir a La Boca, un lugar maravilloso.

—¿Fue normal tu segundo embarazo?

—Quedé embarazada durante las únicas vacaciones que tuvimos mientras fuimos pareja, en Villa San Blas. Tuve un episodio terrible en el hospital Argerich cuando fui para saber el sexo y la bestia de la doctora Poncelas, encargada de ecografía de Maternidad, me dijo: “Es varón, tiene problemas. Puede ser Síndrome Down o que sea enano, pero no se preocupen, enano de circo no va a ser”. No lo olvido más. Nos partió al medio. Al otro día fui al hospital Rivadavia, me hicieron una ecografía y punción, y el genetista me dijo: “Este chico es perfecto”. Igualmente caí nuevamente en la depresión y vivía llorando. Solo una persona de la familia me apoyaba ya que el resto lloraba, y mi ex decía boludeces. Llegó el día, tuve ocho horas de trabajo de parto, hubo que esperar hasta el otro día, no dilataba, me provocaron las contracciones, no dilataba, entonces hubo que hacer cesárea. Nació perfecto, pero tenía miedo de agarrarlo y bañarlo. Lo sobreprotegí mucho, descuidé a mi pareja, él consumía cocaína y comenzó la violencia. Cuando el nene tenía 2 años, me levantó la mano y lo denuncié. Hasta los 9 años lo crié yo, y ahí quiso volverse a Buenos Aires, por los amiguitos y el estudio. Quiere seguir Biotecnología y es muy buen alumno. Fue una decisión brava que me planteara que lo dejara irse a vivir con el papá.

El hospital y El Entrevero

—¿Por qué estás en Paraná?

—Cuando me separé me fui a lo de mis viejos; mi hermano, que era muy sano, se metió con la cocaína, al punto que deliraba, me rompía la ropa y andaba con los umbanda. Mis padres son de Paraná. Un día mi mamá decidió comenzar una vida nueva, entonces me vine con ella y con mi hijo.

—¿Qué relación tenés con el Hospital Escuela?

—Cuando llegué estaba con depresión. En Buenos Aires iba al hospital Borda y me medicaban, así que cuando llegué, busqué el hospital psiquiátrico. Un día me propusieron trabajar en Vital (arte en papel, emprendimiento del hospital de día), de donde surgió El Entrevero.

—¿A qué atribuís la depresión?

—Siento que tengo un problema químico en mi cabeza y que no es emocional. Llevo mucho tiempo bien y estable, me alimento bien, camino con mis perras, me dedico al jardín, trabajo a full en El Entrevero.

—¿Qué significa?

—Me cambió enormemente la vida lo de estar con los chicos de la facultad, conocer mucha gente, te tratan bien, amás a esa gente, y por sobre todo la dignidad de trabajar. No obstante haber tenido una carrera laboral súper, no me siento mal por estar como emprendedora de un buffet cultural. Hay gente que se siente mal “por bajar de nivel”, pero yo no.

—¿Cómo operó puntualmente en lo terapéutico?

—Fue un desafío escribir cartas y proyectos cuando surgió la idea de una paciente. Nos eligieron y comenzamos a movernos para todos lados: presentamos el proyecto en el Bersa, lo ganamos, El Entrerriano nos vendió a precio de costo, pedimos un préstamo al ministerio (de Desarrollo Social) e iniciamos la parte de kiosco, comenzamos a elaborar las ensaladas, pebetes y luego surgió (la Fundación) Petropack (para la elaboración de comida). Acá tengo una paz espiritual y trabajo con ganas, hacés y deshacés, nadie te obliga, y si te equivocás, aprendés. También me gusta enseñar y que me superen.

—¿Qué mensaje darías a quienes pueden contribuir para replicar proyectos como El Entrevero?

—Esto significa salud mental cien por ciento y dignidad de trabajo. Si tienen la oportunidad y arrancan con algo mínimo, háganlo porque les saldrá bien. Los emprendimientos son hermosos, se encuentran cosas importantes como el contacto humano y la amistad, y nos arregla un poquito el bolsillo, también (risas). Háganlo porque les irá bien.

Medicación “bomba” y lo que hace bien

—¿Bailás?

—No, me dedico a caminar, para todos lados, y más cuando saco mis perras a pasear; también escucho mucha música.

—¿Qué otros momentos disfrutás?

—Me gusta mucho el jardín de mi casa, ordenar las plantas y las flores, lo amo, también a los animales, ya que tengo cinco o seis perros de la calle, que con mi papá les damos de comer. Él tiene esa otra faceta, la de amar a los animales y se preocupa por ellos. Salí a él, bichera, y eso me relaja. También voy a las ferias americanas, por lo que te dije de mi gusto por los trapos, buscar y conseguir, voy mucho (risas).

—¿Qué miedos tenés?

—Es una tontería pero no me gustaría quedarme sin trabajo, que esto no funcione. Lo que siempre hablo en las asambleas que hacemos con el equipo es “chicos, pónganse las garras”, ya que no todos tienen la misma cabeza y estamos medicados. Yo tomo tres medicaciones diarias y hay otros que toman cuatro, o dos, y no a todos les afecta de la misma manera que a mí. A mí me pone pila; tengo una medicación que a mediodía me baja los decibles, otra para dormir…

—¿Son para la bipolaridad y la depresión?

—Sí, me diagnosticaron Trastorno afectivo con bipolaridad, es lo que aparece en mi certificado de discapacidad.

—¿Has buscado alternativas a la medicalización?

—No, lo que hablé con mi psiquiatra es que investigara sobre las posibilidades del aceite de cannabis, porque llevo muchos años tomando medicación y cansa, además de los efectos secundarios. Los antidepresivos afectan al corazón y en el último estudio el hígado apareció muy claro y grasoso. Estoy medicada a full, lo que tomo es “bomba”, muy fuerte, más allá de que me veas pila (risas).

—¿Una sugerencia para quien transite o haya sufrido una historia parecida a la tuya y no encuentra la salida?

—Le diría que no se asuste y que se puede salir. En mi caso, que caí varias veces, de todas salí, y eso que estuve en el límite. Siempre hay una lucecita que se enciende y salís, no se ahoguen ni se desesperen. En esos momentos cruciales, de tanta angustia y pena, piensen un poquito en que hay luz. Como dice una canción, One more light live, del grupo Linkin Park, que me gusta muchísimo: a quién le importa cuando se apaga una luz si hay millones de estrellas encendidas, a quién le importa, y se contesta a sí mismo, a mí me importa.

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