Preguntas importantes, desde Aristóteles hasta la pandemia

El pastor religioso que no fue. La vida como fenómeno "impresionante", sin defender un paradigma. Adicción al peronismo.
7 de junio 2020 · 11:20hs

Su trayectoria intelectual marca el intento de responder interrogantes vitales y otros más relativos, pero no menos influyentes como los de la vida política, así como de las alternativas al encontrarse con los impedimentos “pestilentes” que imponía la época de la última dictadura. Aníbal Pereyra, docente de Antropología y Filosofía en la Universidad Autónoma de Entre Ríos, reivindica el pensamiento de Aristóteles, de quien revela conceptos poco conocidos y estudiados en su lengua original, y Kant, y especula, política y antropológicamente sobre los tiempos postpandemia.

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—¿Dónde naciste?

—En Paraná, calle Diamante y Bavio.

—¿Cómo era la zona en tu infancia?

—Recuerdo la bajada desde Bavio a Diamante, y la de Diamante hacia la placita 33 Orientales. El otro recuerdo, que mi vieja llamaba “juntas”, eran quienes pertenecían a un barrio muy humilde, unos veinte ranchos, detrás de mi casa y pegado al Cementerio Israelita, y los otros amigos eran los de calle Diamante, tirando hacia Perú, donde vivían mis primos y gente de clase media. Convivía con los dos grupos, aquel absolutamente distinto a mí, y que luego fueron llevados a barrio El Sol y Lomas del Mirador. Cuando los trasladaron quedaron taperas y la Asociación Israelita compró el predio. También había una zona de prostíbulos muy precarios, la mayoría de las mujeres que trabajaban no tenían hijos y éramos como adoptados de ellas, porque les hacíamos mandados y nos regalaban caramelos.

—¿Alguna anécdota?

—Una chica a la cual le hacía mandados, y de quien estaba embelesado, tenía un caficho que le cebaba mates. Ella un día me pidió que le trajera hielo desde casa, fui, volví, sentí que lloraba, salió, me miró, salió el tipo, que para mí hasta ese momento era amable, y ella estaba desfigurada por los golpes. Fue como un despertar, le pregunté a mi viejo y a mi tío, quienes me explicaron.

—¿Había un límite del barrio que no podías trasponer?

—Un pasillo con alambrado que separaba el predio de mi casa, en cuyo fondo mi abuela tenía una gran huerta y frutales, y la otra vivienda, que nunca supe de quién era, y que llevaba a la barriada pobre. Era un límite relativo porque cruzábamos el cerco para reunirnos a jugar.

—¿A qué?

—A la bolita, figuritas, chapitas, a la pelota, apasionante, en la calle y en un potrero, y peleábamos, individualmente y por bandas. Estábamos en los techos o cerca del arroyo, rascándonos el higo; buscábamos tapichí, zarzaparrilla, nísperos y moras. Al lado de casa estaba el Roballos, en una casa vieja con rejas altas. Un día estábamos jugando, la pelota se fue a la calle, siento que golpean la puerta del loquero, miro y vi una mujer rubia desnuda, que se pegaba al vidrio y la sacaron. Fue impresionante.

—¿Qué actividad profesional desarrollaban tus padres?

—Papi era contador y trabajaba en la DGI, y mami tenía una academia de dactilografía; siempre hubo una sirvienta que vivió en nuestra casa, quien ayudaba a organizar porque éramos cinco hermanos. Había horarios rígidos que cumplir durante todo el día, incluso los domingos uno de lectura, aunque se dio naturalmente porque había silencio.

Profesores “espectaculares”

—¿Los libros estaban en tu casa o los fueron comprando para ustedes?

—Estaban en casa, muchos los conservo, y se fueron incorporando: enciclopedias Salvat, diccionarios de todo tipo, la colección Lo sé todo y los jueves, Anteojito y Billiken, un placer. Preguntábamos por una palabra y solo con la mirada nos mandaban a buscarla al diccionario. Cuando los repartimos con mis hermanos, encontré los dos primeros que leí: El pueblo aéreo, de Julio Verne, y Tarzán, de (Edgar) Burroughs, antes de verlo por televisión.

—¿Te influyeron en algo?

—Estaba obsesionado por la selva y África, y con mi hermano mayor íbamos al monte y a la isla. En primer año de la secundaria lo tuve de profesor al Mono (Elio) Leyes, y fue influyente por sus ideas humanistas y su vida. Y en segundo año, Humberto Dato, quien era espectacular porque nos hacía estudiar la Constitución, se sentaba, decía un apellido y, por ejemplo, “artículo 14, ¿qué diferencia tiene con el 19?” Nos daba mucho cagazo. Tuvimos una profesora de Biología, de apellido Belgrano, a quien le decíamos “la neurona” y era de terror porque nos hacía estudiar de memoria, y hay cosas que jamás las olvidé. “Manzanita” Bustamante, profesor de Física, era increíble y el ingeniero Mackinnon, que era impecable como te enseñaba Matemáticas.

—¿Antes de estas influencias sentías una profesión?

—Sentía mucha atracción por la Biología, las Ciencias Naturales e Historia. Una vez le pregunté a mi vieja por qué me puso Aníbal y me dijo que era por un guerrero fenicio. Me puse a leer mucho y me fascinó, aunque me sentí frustrado por su derrota ante los romanos, lo cual me generó odio.

—¿En función de qué decidiste estudiar al terminar la secundaria?

—Además me gustaba la Literatura, pero en quinto año me pegó muy fuerte Filosofía, una de las experiencias más fantásticas, por la profesora y los contenidos.

Religión, pestilencia

—¿Hubo un filósofo que te atrajo?

—Dos grandes amores: Aristóteles, que sigo estudiando desde siempre e incluso hice cursos para leerlo en su lengua, y Kant. Recuerdo sus explicaciones sobre el racionalismo y el empirismo. Busqué una carrera que fuera una respuesta, desde lo profesional, a mis viejos, y lo otro seguirlo por mi cuenta. Ingresé a Medicina porque me gustaba la Biología pero tuve una profunda crisis porque pertenecía a un movimiento religioso de Paraná, y me dio el delirio de ser pastor religioso y misionar. No me simpatizaba la idea del celibato y la gran duda era cómo separarme de la Iglesia Católica y ser un pastor de otra religión. Dejé Medicina, estudié y viví en Buenos Aires un año en comunidad para ser líder religioso y hacíamos prácticas sociales en la zona de Retiro, en la época de la dictadura así que dos veces nos allanaron. Cuando mis viejos se enteraron me dijeron que volviera y entré a Ciencias de la Educación, no muy convencido.

—¿Pudiste conciliar lo filosófico con lo religioso?

—Imposible, sobre todo porque estaba (Carlos) Uzín como decano; el profesor Collins Morcillo, de terror, quien pertenecía a los servicios de inteligencia y pestilente desde lo ideológico, (Juan Carlos) Ballesteros, (Ricardo) Andrili, también de los servicios, y una mina enferma ideológicamente, obsesionada por el comunismo, María Duttweiller. Hice una máscara hacia esta gente como un “católico tibio” y por dentro hacía mis recorridos. Esa formación filosófica fue muy pobre y me dio mucha rabia. Había un profesor que era “decente”, Juan Carlos Tealdi, quien daba Filosofía y no hacía control ideológico, y rescato a (Alberto) Abud, auxiliar de Uzín, que enseñaba bien y era respetuoso.

—¿Y el camino paralelo?

—En grupos de estudios, que nos juntábamos en mi casa y en la de Luis Brasesco, muy formado y que hacía poco le habían puesto una bomba. Otro referente era el profesor Germán Cantero, que habían echado de la facultad. Era una época siniestra, en la cual se quemaron libros, pero estos referentes fueron muy estimulantes porque nos decían que continuáramos estudiando “como hacían los cristianos en las catacumbas”.

—¿Qué conclusiones hiciste sobre el pensamiento de Kant considerando su estructuración compleja?

—Hice dos líneas: el estudio de la Crítica de la razón pura y el de la ética, la razón práctica como le llama. Aquel fue muy sistemático, me llevó tiempo y entendí cómo la razón hace una síntesis a priori, que el conocimiento tiene un límite y los juicios que establece: el analítico a priori, el sintético a posteriori y el sintético a priori (juicios de la razón y no de la experiencia). Su demostración de que la ciencia es una construcción del lenguaje es lo que más me quedó. En la ética me abrió un campo, especialmente por los imperativos categóricos.

“Latifundio” de Aristóteles

—¿Por qué le atribuís tanta vigencia a Aristóteles?

—Porque tiene “alambrada” a la Filosofía como un latifundio. (Charles) Darwin, que no era filósofo, escribe El origen de las especies honrándolo como maestro y dice que le enseñó la observación. Hay un libro poco leído de Aristóteles sobre la conducta de los animales, con detalles increíbles, y se le reían. Era un profundo investigador y hacía teoría, una especie de (Albert) Einstein y (Max) Planck, profesor con su método peripatético de enseñar caminando, y un escritor notable.

—¿Siempre, al momento de filosofar, se es “aristotélico”?

—Claro. Hay una versión cristiana de Aristóteles pero el concepto de Dios no es griego, sino que proviene de una lengua indoeuropea y tenía que ver con “la luz del mediodía”. Hasta Platón lo que más obsesionaba a los griegos era la luz como fenómeno natural y la luz “estaba acá”. O sea que eran panteístas y no existía la idea de trascendencia. Los divinos eran quienes “llevaban la luz”. El concepto de permanencia, de eterno, que proviene de los egipcios, es posterior y lo trabajan los filósofos de la Edad Media, especialmente Tomás de Aquino, que toma a Aristóteles, sobre quien, también, hay una versión judía y árabe.

—¿Estudiar su lengua original te permitió descubrir conceptos o matices?

—Sí, un término que utiliza en su Teoría hilemórfica, según la cual la materia inerte se activa con la forma. En el caso del hombre, la forma es el alma y le da actividad al cuerpo. Otro término es “entelequia”, acto o forma, que es alma, cuyo concepto fue sistematizado por Platón y lo disocia del cuerpo. Encontré, antes de Heráclito y Tales de Mileto que lo que se llamaba alma o sijé, era lo que movía algo. No es un principio psicológico o filosófico, sino físico, o sea lo que llamamos energía, dynamis la llama Aristóteles. A partir de esto releí su Tratado del alma, busqué qué significaba “ion”, aion, que como sustantivo es “aliento”, y concluí que lo que llamamos acto es el fotón, un principio de energía incorpórea que activa algo. Te das cuenta que hay iones porque algo se activa. ¡Me resultó notable!

Experiencias con “el otro”

—¿La Filosofía te resultó insuficiente y por eso la Antropología?

—Siempre me gustó y la primera antropóloga que leí fue Margaret Mead y luego Ruth Benedict, pero mi interés comenzó con un trabajo como animador en el Inta, para capacitar humanísticamente a jóvenes productores rurales, y otra experiencia docente en un pueblo de Chaco, donde estuve cuatro años con inmigrantes búlgaros, serbios, alemanes, griegos y ucranianos, con inteligencias y avidez intelectual increíbles. Sembré algodón, puse un boliche bailable y una radio. Me di cuenta que la vida es mucho más impresionante de lo que se piensa y que no tengo un paradigma para sostener.

—¿Qué enfoques te permitió esta ciencia?

—Dos: preguntar qué es el otro y qué es distinto a mí, y el trabajo de campo, la etnografía, que permite la empatía y hacer la historia del otro.

—¿Hay algo nuevo en la reacción del hombre de la era de la ciencia de los datos frente al miedo, comparado con el de antaño?

—Me hacés recordar a Facundo Manes: el miedo es un mecanismo de defensa que te mantiene alerta o te bloquea. Pero el estrés actual por la pandemia, sumado a lo externo, como el 5G y otras influencias, nos van a joder y no seremos los mismos, biológicamente, en cuanto a nuestro cerebro más primitivo.

—¿Cuál, de las preguntas pendientes, te angustiaría no haberla resuelto al final de la vida?

—(Piensa durante varios segundos). Es medio egoísta lo que diré y es el no poder dar más. Muchas cosas que me motivaron vinieron de “afuera”. Cuidé a mis viejos que se fueron lentamente, y cuando era joven y misionero, cuidaba personas en estado terminal. Una de mis hermanas tuvo leucemia, de lo cual se recuperó, y mientras la cuidaba vi lo que era el padecimiento. Se me ocurrió estudiar payamedicina, que es fascinante. Me gustaría saber para qué más puedo ser útil.

—¿Tendrá que ver con Kant?

—Claro, que se preguntaba qué puedo conocer, qué debo hacer, qué me toca esperar y qué es el hombre.

“Biológicamente, postpandemia, no seremos los mismos”

Pereyra esboza algunas tendencias mundiales que se acentuarán a partir del contexto actual y se esperanza con la posibilidad de que el justicialismo elabore una autocrítica sobre su responsabilidad en cuanto a los índices de pobreza.

—¿Estudiaste Ciencias Políticas porque militabas?

—En parte por la militancia y por preguntas que no podía responder, concretamente qué es el peronismo, el gran promotor de la enorme cantidad de pobres que tenemos. Estoy haciendo dos proyectos de investigación en torno al Poder Legislativo de Entre Ríos, la calidad institucional y la conducta ciudadana.

—¿Un “sentimiento” político, como definen los peronistas, puede ser objeto de ciencia?

—Sí; hay un psicólogo, Diego Sehinkman, quien postula la idea de que el peronismo es una “adicción”.

—¿Qué te genera la pandemia como reflexión?

—Tengo más tiempo para estudiar libremente. Volví a leer a (Winston) Churchill, y ver las relaciones entre el Partido Conservador y el Laborista, y preguntarme por qué no tenemos eso. Volví a estudiar lo de los republicanos y demócratas en Estados Unidos, la democracia social en Alemania, los partidos en Francia y Sudáfrica. A partir de todo esto pienso que la pandemia puede ser un motivo fundamental para que el peronismo, y el kirchnerismo en particular, haga una autocrítica pública, ya que no puede negar su responsabilidad por la pobreza.

—¿Qué cambios imaginás en el ámbito internacional con la crisis de los organismos globales, el repliegue de Estados Unidos y su disputa con China, y las tensiones en la Unión Europea?

—Lo global está en crisis, con la posibilidad de que el viejo orden se restablezca, mucho más jodido para los pueblos que estamos fuera de las grandes discusiones. O puede haber otra cosa, pero nada “mágico”. Con este contexto hay tres fenómenos que vinieron para quedarse: las neurociencias, la inteligencia artificial y la big data (datos masivos, inteligencia de datos). De Estados Unidos hay que observar su capacidad de resiliencia y que no resignará todo lo que está en torno a la industria armamentista. También, cómo se comporta con otros países fundamentales como Israel, los de Europa y de América. Trump, más allá de lo personal, no es él, sino los poderes fácticos, que si ven que la cosa no es por ese lado, chau Trump.

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