Hay sacerdotes que en Paraná y otras localidades entrerrianas promueven una mejor calidad de vida del prójimo que está expuesto a un estado de vulnerabilidad, y con una incansable labor realizan acciones que van más allá del asistencialismo. Hace una semana que se habilitaron nuevamente las misas y los cultos en Paraná, cumpliendo con los protocolos y cuidados correspondientes y considerando la capacidad de cada iglesia para recibir a los fieles, con el distanciamiento social como premisa.
Paraná: los sacerdotes de los barrios
Por Vanesa Erbes
Fue una medida que se venía solicitando desde hace meses, no solo por las autoridades eclesiásticas, sino también por los feligreses habituados a asistir periódicamente a este tipo de ceremonias.
No se puede desconocer que la religión cumple un rol fundamental en la vida de mucha gente y la contiene si la invade la angustia, sobre todo en estos tiempos difíciles y de tanta soledad. Esto explica de algún modo la urgencia de quienes requerían poder volver a presenciar la Eucaristía, rezar o recibir los sacramentos en un espacio que se torna sagrado en las costumbres de los creyentes.
Pero además del apoyo espiritual, en el país hay muchas parroquias que son las que se ocupan de brindar una fuerte contención social, cubriendo en ocasiones aquellos espacios en los que el Estado está ausente o no llega de manera articulada para garantizar derechos básicos de una comunidad, como la alimentación, la educación e incluso en muchos casos la salud.
Con comedores comunitarios, escuelas, actividades recreativas y hasta talleres para aprender algún oficio, son los sacerdotes de los barrios y sus grupos de colaboradores los que tejen las redes para forjar y sostener un proyecto de vida más promisorio para quienes están privados de recursos materiales y les cuesta abrirse camino entre las premuras de la vida cotidiana.
Hay sacerdotes que en Paraná y otras localidades entrerrianas promueven una mejor calidad de vida del prójimo que está expuesto a un estado de vulnerabilidad, y con una incansable labor realizan acciones que van más allá del asistencialismo.
En tantos casos, estas actividades se siguieron realizando durante este tiempo, aun con las dificultades de logística que el aislamiento fue generando en las zonas postergadas. Se redobló el esfuerzo para que la marginación no se naturalice y para que la imposibilidad de salir a trabajar que sufrió tanta gente no impacte de un modo más dramático en las problemáticas sociales que bullen en medio de la desolación.
Pero a los milagros los hace Dios, no los sacerdotes, y sin el acompañamiento de las autoridades del Estado para que puedan desarrollar su tarea este trabajo se hace cuesta arriba.
El apoyo de la comunidad, que muchas veces colabora de alguna forma para que el tejido social integre al más débil también y no quede a merced de su suerte, también suele ser fundamental.
La iglesia católica como institución tiene graves falencias en su historial y debe hacerse cargo de aquellas cuestiones que hoy condena la sociedad pero que también debe hacerlo la justicia. No obstante, no se puede generalizar y es loable destacar el trabajo de quienes forman parte de este proyecto colectivo, que brega por una sociedad más justa.