Murió Bartomeu Melià, su obra asombrosa, más viva que nunca

Enseñó escuchando, aprendió en comunidades indígenas, denunció el genocidio y la colonialidad, y amó al pueblo guaraní.
10 de diciembre 2019 · 19:56hs

Ha muerto en el Paraguay el maestro, antropólogo, poeta, a los 87 años de edad. La pesadumbre de la noticia nos dificulta en esta hora tomar dimensión de su legado extraordinario.

Los libros de Bartomeu Melià, sus conferencias, sus trabajos, son de los imprescindibles para conocernos en nuestro continente, y para encontrar la luz donde predominan las sombras, porque él señalaba a las comunidades indígenas como la norma para salvar la vida en el mundo.

El 8 de octubre de 2018 publicamos en UNO una entrevista a este jesuita entrañable nacido en Mallorca, y lo hicimos bajo el título: “La paz se consigue con paz, dice Bartomeu Melià y llama al jopói”.

Tuvimos algunos intercambios, por sus palabras, por sus libros. Hoy, cuando sabemos que su memoria y su obra lo trascienden, vamos por aquellas palabras en su homenaje, con esta prevención si se nos permite: es Melià pero no es solo Melià, su vida entera es un resumen de la comprensión exquisita de las riquezas del Abya yala (América), y un llamado a despertar.

Lo que sigue, entonces, aquel reportaje. Tomamos como un privilegio de UNO haber recibido sus palabras.

No a la colonia

Más de 60 años al servicio de los saberes de nuestras culturas milenarias. “Las naciones indígenas creo que son memoria de nuestro futuro”, concluye el sacerdote jesuita y deplora la codicia.

Conversar con Bartomeu Melià obliga al interlocutor a revisar los prejuicios, y a estar atento porque en pocas palabras da un mensaje para rumiar largo y tendido.

Vivió muchos años con diversas comunidades de la gran nación guaraní en Paraguay y Brasil desde 1954, también visitó culturas de la Argentina y Bolivia, y supo interpretar y difundir sus idiosincrasias. Hoy, a los 86 años de edad sigue en la brega. (Murió el viernes pasado, a los 87).

Sacerdote jesuita con cuna en Mallorca, muy crítico de la colonización europea en el Abya yala (América), denuncia la continuidad de la destrucción de las culturas originarias de nuestros territorios en pleno siglo 21. Como centro, tiene la soja entre ceja y ceja. “Soja ensangrentada”, dice.

Por sostener con firmeza los derechos de los pueblos a un desarrollo autónomo, pronunciarse contra los abusos de los terratenientes, militares y demás poderosos, y denunciar la masacre de los Aché, Melià padeció la persecución de la dictadura de Alfredo Stroessner.

Ha estudiado como pocos la economía de reciprocidad, el don, entre los guaraníes y vecinos, sin ignorar los aportes de investigadores como Malinowski y Mauss; ha difundido su desconfianza en la lengua escrita, portadora de malos presagios, e hizo un culto del sistema de no acumulación y de diálogo horizontal, como una antigua manera muy de esta cuenca, superadora de lo moderno.

Luz roja

Bartomeu Melià no da consejos, pero aclara (por si sirve) que sus conocimientos vienen menos de la lectura de libros que del escuchar y el acompañar a las comunidades. Y vale la experiencia porque su palabra va a esas fuentes para alumbrar temas complejos.

Es un reconocido estudioso y practicante de los diversos idiomas, y su lengua madre no es el castellano sino el mallorquín (variedad del catalán), por lo cual vive en condición de traductor. Para eso, hace de la tarea de escuchar un hábito, y así lo sostiene y defiende. Escuchar no sólo para captar y acumular datos con fines de uso, sino para ser, es decir: como algo esencial. Por eso mismo convivió por años con grupos aislados en la selva, desnudo como ellos, y fue recibido como uno más, un hermano.

Sus investigaciones de los modos de ser, los saberes, las lenguas de los pueblos hacen que su obra sea ineludible para quienes pretendemos conocer la identidad de los pueblos antiguos y vigentes de la región.

Por distintas vías (libros, ensayos, entrevistas, documentales), el investigador español enciende hoy la luz roja sobre los ataques por diversos flancos que sufren el guaraní y sus semejantes, y alerta sobre la colonialidad que padecen vastos sectores en el Paraguay y países vecinos, bien dispuestos a abandonar su lengua y sus costumbres para adoptar otras con “prestigio” bien promocionado, dilapidando así riquezas culturales formidables.

Danzando con ellos

Aquí, fragmentos de un diálogo que mantuvimos a distancia esta semana con un doctor en ciencias que, mientras parece honrar los tiempos del sin apuro, se muestra atormentado por la velocidad con que la cultura actual destruye los tesoros que él conoció.

—Bartomeu, ¿qué aspectos de la cultura guaraní y de los pueblos de la región considera singulares, en el concierto de las culturas del mundo? ¿Cuáles son los aportes en los que, a su parecer, podríamos concentrar la atención en este siglo 21, buscando respuestas a un tiempo con predominio de lo material y el individualismo?

—La nación guaraní es muy inclinada a religión, como dijo de ella en 1594 el padre Alonso Barzana. Lo sigue siendo. No se la conoce hasta que uno no ha cantado y danzado con ellos. Su economía es el don, la dádiva. Esto todavía persiste, aunque ahora ya manejan dinero.

—¿Halló en estos pueblos del Paraguay, Brasil y norte argentino principios cosmológicos o metafísicos comparables a los de otras culturas del mundo, que muestren por vía de la cultura la unidad de la humanidad por encima de épocas y distancias?

—Lo dicho antes ha sido una característica de la mayor parte de la humanidad durante miles de años. No conozco ninguna sociedad indígena que no se rija por este principio. Es la codicia de nuestra efímera ‘civilización’ la que nos lleva de crisis en crisis.

Manos abiertas

—¿Qué le dirían las comunidades guaraníes a nuestro sistema actual, en la Argentina, donde millones viven hacinados en los barrios con decenas de enfermedades en sinergia, mientras existen estancias de miles de hectáreas trabajadas con máquinas y pocos peones, para la exportación de bienes primarios?

—Que somos bárbaros que no aprendieron a vivir, que aman explotarse unos a otros. En vez de comunidad hay partidismo y exclusión.

—¿Nos definiría por favor el sentido de las expresiones tekohá, ñanderekó y jopói? ¿Piensa usted que esas formas de vida, de pensarse en el mundo, y de organización, pueden cuajar en el siglo 21? Si así fuera, ¿qué barbecho necesitarían esas semillas para brotar y crecer?

—El tekohá es el lugar donde somos lo que somos; es el paisaje de buen vivir. Este tekohá no es genérico sino concreto, no es la tierra, pero necesita pisar tierra. No es absoluto, es limitado y nuestro: ñande rekohá, sin exclusiones. Jopói [yopói] es la economía de “manos abiertas uno para otro, mutuamente”. Esta es la filosofía de la economía de la edad de piedra, que no produce pobres. Lo contrario es la venganza; el precio de las cosas y de las personas es la venganza y la guerra.

—Hemos leído en sus trabajos que el sistema de reciprocidad supera en un santiamén los problemas de la opresión o la marginación. ¿Qué sistema impide con mayor fuerza la reciprocidad: el capitalismo o la modernidad?

—La codicia, ya dije, que excluye, y por ello es también racista, clasista, prefiere la guerra a la paz. Por desgracia se prepara la guerra; la paz se consigue con paz.

—¿Qué es lo que hace al ser humano distinto de los demás mamíferos?

—La comunicación entre iguales, y por lo tanto el poder hablar y relacionarse.

Enfermedad crónica

—Bartomeu, ¿entiende usted que la relación de Europa con Abya yala (América) y África es de igualdad? Hay estudiosos que apuntan la continuidad del colonialismo en la colonialidad, ¿en qué medida sus diálogos y observaciones permitirían corroborar o refutar esas hipótesis?

—Entre las características de la civilización bárbara que vivimos está el colonialismo; en un juego de fichas de dominó en que una pieza, al caer, lleva a todas las demás a la caída. El colonizado busca colonizar. La colonialidad es lo propio de nuestra edad, tal vez la que mejor nos define, es nuestra enfermedad crónica

—En la provincia de Entre Ríos tenemos decenas de nombres que provienen del guaraní, sea en la toponimia, en los nombres de aves, peces, árboles, etc. También de otros idiomas antiguos de este suelo. ¿Cómo explicaría usted la potencia y el alcance de esas culturas, esas lenguas, y en qué medida podemos pensar que, así como quedaron las voces, pueden quedar fibras de esa vida con sentido en la armonía y la reciprocidad, tal vez un tanto ocultas? ¿Somos los habitantes del litoral argentino y oriental –uruguayo– parte del mundo guaraní?

—Es difícil probar históricamente las eventuales herencias concretas que han recibido los pueblos, pero creo que lo que perdura y persiste es la tradición de la búsqueda de un buen vivir, sin colonizadores ni colonizados.

—Recuérdenos por favor otros principios y modos de ver de estos pueblos, incluso modos de relacionarse, que podrían alumbrarnos el camino hoy.

—Las naciones indígenas creo que son memoria de nuestro futuro. “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, decía Milán Kundera.

—Tras sus vínculos con estos pueblos, ¿fortaleció su modo de ser jesuita? ¿Amplió su mirada a un mundo quizá impensado? ¿Dónde aprendió más, en los libros, o en los diálogos con las mujeres y los hombres de estos parajes que quizá no escribían?

—Sí, aprendí a ser jesuita en la medida en que escuché, aprendí no solo a conocer sino a saber y sentir lo que incluso mi vida de estudio universitario nunca me hizo sentir. Evangelicé en la medida en que fui evangelizado por ellos, por los Pai-Tavyterã, los Mbyá, los Avá-Guaraní y los Aché en el Paraguay, los Guaraní Occidentales en Bolivia, también llamados Chiriguano, y en el Brasil los Enawené Nawé, los Kayabí, los Irantxe, los Mynky, los Rikbaktsa, los Nambikwara. No son pueblos de Paraguay, Bolivia o Brasil; son naciones en Paraguay, Bolivia o Brasil.

Las ruinas

Hasta aquí las respuestas en prosa de Bartomeu Melià. El estudioso improvisó unos versos para contestar nuestro último interrogante, en el que intentamos semblantear su sensación personal en relación con la naturaleza, y los publicamos más abajo. Allí compara al Paraguay con las ruinas de Itálica. Y no es más que una expresión del dolor de Melià por la “fábrica de pobreza” en que se ha convertido el territorio.

Largo sería enumerar los aportes de este apasionado de nuestras culturas, para la comprensión de nuestros pueblos. Su nombre mismo suena ya guaraní, y sus intervenciones nos ayudan a comprender la complejidad de nuestra historia desde el arribo de Europa con intenciones de imponer sus modos y uniformarnos. Hoy, los libros del viejo traductor debieran ser de cabecera para los economistas porque recopilan y alumbran saberes tan verdaderos, como el jopói, que no se gastan con el paso de los años.

Soja ensangrentada

—¿Qué eran el monte, el árbol, para usted antes de llegar a estas tierras, y qué son hoy para usted?

—Estos, Tirso, ¡ay dolor!, que ves ahora,/ campos de soledad, triste desierto,/ fueron un tiempo selva famosa./ Hoy deforestada, tierra lastimosa/ reliquia es solamente/ de valerosa gente,/ que triste representa/ cuánta fue su grandeza,/ y hoy fábrica de pobreza/ por soja ensangrentada.

Estos versos finales de la respuesta espontánea de Bartomeu Melià se inspiran en la Canción a las ruinas de Itálica, de Rodrigo Caro, un poeta que hace 400 años elevó su voz dolida ante la destrucción de una ciudad romana fundada en España: “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora/ campos de soledad, mustio collado,/ fueron un tiempo Itálica famosa./ Aquí de Cipión la vencedora/ colonia fue; por tierra derribado/ yace el temido honor de la espantosa/ muralla, y lastimosa/ reliquia es solamente/ de su invencible gente…” Esas letras llevan a Bartomeu Melià a lamentar la destrucción del Paraguay. Lo cual nos recuerda aquel poema Nenia, de Guido y Spano, en tiempos de la Guerra al Paraguay: “Llora, llora urutaú/ en las ramas del yatay,/ ya no existe el Paraguay/ donde nací como tu”.

No son pocos los estudiosos que ven, como Bartomeu Melià, un mundo coherente y bello en la reciprocidad, y han hallado muestras en nuestras comunidades del litoral.

Algunos de los investigadores se abrieron a esas culturas, pero su comprensión fue harto limitada a veces por sus paradigmas anclados en occidente, o en la tendencia evolucionista o progresista, que lleva a pensar, por engaño, que lo mejor está por venir.

Amorosa luz

Y bien: hasta aquí parte de la nota publicada, que luego se extendía por las expresiones de la hospitalidad y el trabajo comunitario en nuestro territorio, como legado de nuestros pueblos antiguos y vigentes. Hoy nos queda volver a sus libros, a las conferencias que se encuentran en la red, al sentido que halló en los saberes de la selva, porque Meliá sigue siendo una luz, una amorosa luz, para los que estamos dispuestos a abrir los ojos.

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