"Cuando México manda a su gente, manda a gente que tiene montones de problemas. Traen drogas. Traen criminalidad. Son violadores", lanzó el presidente norteamericano, Donald Trump. Directo, simple: los mexicanos –y demás latinoamericanos– son los culpables de los problemas de los Estados Unidos de América. El otro es la amenaza.
"Vamos a invertir la carga de la prueba. Hasta ahora, el policía que estaba en un enfrentamiento iba preso. Nosotros estamos cambiando la doctrina. Vamos a sacar la legítima defensa para los casos de policías", dijo la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich. Nuevamente, un despliegue de conceptos efectistas, simples, para la tribuna: la Policía es indiscutiblemente buena. El problema es el delincuente común. El villero. El otro.
La idea es simplificar, categorizar, etiquetar de acuerdo a binomios: bueno o malo, lindo o feo, blanco o negro, positivo o negativo. Como si los problemas sociales, la seguridad, la delincuencia fueran unidimensionales y sólo se resolvieran de abajo para arriba y no al revés. Porque el delincuente por excelencia es el pobre. La vieja receta de cortar el hilo por lo más delgado.
Para un gobierno que pacta con la cúpula policial, la responsable del delito a gran escala, es rápido y efectista pregonar las ideas demagógicas de más cárceles y menos derechos. Y muchos no quieren analizar los altos costos económicos y sociales del sistema represivo, del palo y a la bolsa, del gatillo fácil, de las cárceles superpobladas, academias de la delincuencia.
Para quienes están en el poder es más fácil explicar a los tiros, estigmatizar y criminalizar; la mano dura siempre promete soluciones inmediatas, aunque no sean de fondo. Se quedan en la forma y en su capacidad de pregnancia; ya que educación y justicia social son conceptos demasiado abstractos y que "no pegan". Al menos, no como ellos quieren.