Como seres humanos, si existimos, es porque formamos parte de una familia nos guste o no, sea funcional o no, sea tóxica o no; y es a través de lo que vivimos en ella desde que nacemos hasta que decidimos irnos de casa lo que aprendemos como primer sistema social de referencia al cual responder para poder convivir con “otros” en el afuera, en otros sistemas más amplios al que nos insertaremos más adelante.
La importancia de diferenciarnos de la familia de origen
Por Ingrid Williams
En familia comenzamos a sentir que somos parte de un “todo”, sin darnos demasiada cuenta de que al mismo tiempo tenemos una parte única e irrepetible que es la personalidad de cada uno de nosotros.
En la niñez
Desde que nacemos hasta nuestra preadolescencia formamos parte (sin preguntar, sin cuestionar) de un sistema de reglas, mandatos implícitos y explícitos, valores, estilos de relacionarnos, formas de expresarnos emotivamente, grados de libertad, etc. que nos hacen sentir seguros, tranquilos y dan un sentido de homeostasis a la cotidianeidad. Un mundo de fantasías y utopías puede ser posible gracias a que existen padres, abuelos y tíos que nos garantizan un orden.
Los caprichos y la involuntad de no seguir las reglas preestablecidas se castigan para que el niño pueda darse cuenta de lo que implica desviarse de lo pactado implícitamente entre todos, pero que al mismo tiempo en realidad, ha sido impuesto por la cúpula jerárquica (mayores) de la estructura familiar.
Y de esta forma, es que desde pequeños comenzamos a experimentar que si no seguimos estas normas establecidas, estamos traicionando el amor que nos están brindando nuestros familiares.
Los lazos no son ya estructurales de pertenencia, también los lazos emocionales internos que se van imprimiendo y nos acompañarán siempre. Que se vuelvan sanos, o no, ya dependerá de la puesta en marcha de nuestros recursos para poder seguir siendo “con ellos” y “sin ellos” al mismo tiempo.
Desde que venimos a este mundo comenzamos a vivir en la paradoja entre el PERTENECER y querer DIFERENCIARNOS. Y esto nos acompañará siempre a menos que decidamos a conciencia tomar un rumbo diferente con códigos nuevos para forjar y fortalecer nuestra individualidad y al mismo tiempo seguir respetando esas diferencias aprendidas del pasado.
En la adolescencia
En esta etapa se empieza a mirar el mundo, a los que nos rodean más allá de la familia y a nosotros mismos desde una perspectiva más realista y personal. Comenzamos a cuestionar todo, a oponernos a todas las reglas dadas hasta el momento. Se busca la privacidad (cerrar la puerta de la habitación, no contar todo como antes, elegir la propia ropa para comprarse o ponerse, no querer pasar tanto tiempo con la familia, etc.) como forma de encontrarse a sí mismo.
Se vuelve necesario saber quiénes somos, qué nos gusta o no, qué elegimos, qué hacemos con nuestro tiempo, qué actividades nos gusta realizar y así sucesivamente.
Es aquí donde los padres (o figuras que cumplan con los roles parentales) comienzan a resistirse en guiar a sus hijos para “soltarlos” e intentan insistentemente en hacerlos volver a la “tabla de los mandamientos” prehistóricos. Sería un poco más sencillo si esos padres confiaran más y sostuvieran esos “raros comportamientos nuevos” para evitar batallas campales innecesarias.
Después
Una vez que aprendimos más de nosotros mismos, poco a poco vamos empezando a descubrir todo aquello que es diferente a lo que nos enseñaron en casa, que también nos gusta y que queremos empezar a incorporar a nuestras vidas. El proceso de diferenciación es siempre dinámico y evoluciona a través del tiempo en una familia determinada y en su contexto natural de referencia histórico-cultural.
Hay que tener en cuenta que todo aquello que concierne al mundo emotivo es vital, por lo tanto no clasificable en categorías rígidas e inmutables.
Cómo funcionan las familias
En un sistema familiar cada persona tiene una función que lo vuelve un segmento imprescindible de un todo más amplio. El grado de fusión de una familia nos viene transmitido de al menos tres generaciones anteriores, incluyendo todos aquellos mecanismos conflictuales repetitivos verbales y no verbales. Se espera que cada integrante cumpla con un rol específico, como si fueran un equipo, pero convirtiendo al mismo tiempo a cada uno de sus integrantes en esclavo de tener que cumplir reglas rígidas en donde el cambio de alguno de ellos implicaría el cambio en todos los demás.
Y es por este motivo que diferenciarse se vuelve una CRISIS difícil de asimilar para el grupo familiar. Hasta ese momento existía un equilibrio delicadamente balanceado en donde cada uno dedicaba una cierta cantidad de su ser, de su sí mismo, al bienestar de los demás. Las fuerzas del grupo familiar se oponen vigorosamente a que se produzcan cambios y es en ese momento donde aparecen aquellos síntomas emotivos-relacionales, eclosionan con algún síntoma por el cual terminan consultando a algún psicólogo.
En algunos casos, incluso, se busca aislar al que ya no encaja en ese sistema produciendo un sufrimiento emotivo muy grande, destructivo y que tiende a cronificarse en el tiempo.
Los recursos previsibles de la familia ante la diferenciación son de tres tipos: a. “Te equivocaste”.
b. “Volvé hacia atrás”, “volvé a ser como antes”.
c. “Si no cambiás… estas son las consecuencias”.
Similares, pero diferentes
Poder entender el mecanismo de bienestar que produce ser uno mismo, diferenciarse, destriangularse de la relación con sus padres y cambiar los viejos modelos aprendidos es uno de los objetivos y meta de todas aquellas personas que quieran conquistar la libertad y toma de conciencia dentro de un sistema de relaciones abierto.
De esta forma, a cada pequeño paso que damos hacia adelante, hacia diferenciarnos, le corresponderá un pequeño desequilibrio emotivo de su sistema familiar de origen.
Si el que se quiere diferenciar logra mantener su posición sin defenderse o contraatacar, la relación emotiva del resto en general será breve en cuanto a redefinir roles y funciones; y terminarán por expresar su aprobación ante los nuevos cambios.
Como sea…donde no ha quedado claro algún proceso de autonomía de algún miembro de la familia se vuelve necesario volver atrás para poder emotivamente estar y sentirse fuera de forma funcional y también por el bienestar futuro de la familia en general.
Saber agradecer todo lo aprendido hasta el momento, buscar nuevas coherencias internas para seguir evolucionando y transformar viejos paradigmas se vuelve una tarea necesaria para sentirnos vivos, independientes, libres y emotivamente conectados entre el pasado, el presente y el futuro.