"Faltan políticas claras de la universidad con respecto a los medios"

Miguel Latuff: De disc jockey y vendedor ambulante a productor radiofónico. La comunicación que falta comunicar.
14 de junio 2019 · 09:19hs

De adolescente y joven Miguel Latuff no tenía demasiadas pretensiones laborales y profesionales –más allá de la de lograr un trabajo estable y “en blanco”– por ver que la realidad se había encargado de hacer trizas los sueños, y finalmente la vida de su padre. Deambuló en diversas actividades y probó suerte en la Patagonia, hasta que finalmente recaló en el ambiente universitario, donde fue bien acogido y definitivamente formó su oficio en la Agencia Radiofónica de Comunicación, dependiente del Centro de Producción en Comunicación y Educación de dicha facultad de la UNER, a la vez que integra la cátedra Audio I de la carrera de Comunicación.

“Hijo de laburantes”

—¿Dónde naciste?

—En Paraná, creo que en el Hospital Militar, porque mi abuelo era enfermero allí.

—¿Dónde vivían?

—Con mis abuelos, en Racedo y Soler, unos pocos años. Ese bulevar es uno de los más lindos de Paraná. Por el fondo –que daba a las vías del ferrocarril– se salía a un baldío que conectaba con el Club Neuquén –donde jugábamos a la pelota–. Estaba la Quilmes, donde se compraba hielo, y la estación de trenes era como un paseo.

—¿Qué características tenía el barrio en lo social?

—Era de trabajadores de clase media y todos conocidos; pasaban el lechero y el panadero –en carro– y el vendedor de girasoles. En verano te sentabas en la puerta y todo el mundo se saludaba, como sucedía con mi abuelo.

—¿Qué ancestros llegaron desde Siria?

—Mis abuelos –pero no los conocí. Mi viejo se crió prácticamente huérfano desde los 10 años –con la ayuda de una tía– y en la calle, vendiendo de todo.

—¿Quedó algo de la tradición en cuanto a costumbres?

—Nada; tengo una colcha tejida con hilo perlé, blanca, que dicen que la hizo mi abuela. Mi tía cocinaba keppe –una sopa con carne– y no mucho más. Mi viejo no tenía ni una moneda para hacerse socio de la Unión Árabe.

—¿Cuál fue la actividad laboral a la que le dedicó más tiempo?

—Comerciante independiente: vendía tortas negras con una canasta, verdulero –con una caña–, luego con un carro de mano y a caballo, tuvo un almacén, fue mayorista, lo agarró el Rodrigazo, verdulero nuevamente… Mi vieja fue ama de casa y también trabajó en la fábrica Llave –donde lo conocí a don Linares Cardozo.

—¿Hasta cuándo viviste allí?

—Hasta antes de comenzar la escuela, que nos fuimos a calle Maciá, frente al hipódromo, volvimos a Racedo –hasta cuarto grado– y luego en barrio San Roque –entre los 10 y 17 años–, donde éramos muchos gurises y había dos arroyos para hacer de todo.

—¿Qué visión tenías del centro de la ciudad?

—Que no existía, hasta que fui a la escuela Santa Fe, aunque cuando mi vieja cobraba y yo tenía 10 años, me mandaba a pagar las cuentas al centro, y si sobraba plata, me compraba un disco.

—¿El primero?

—Uno de Alta Tensión –negro y gris–, con La chica de la boutique, Adiós chico de mi barrio.

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Obesidad y discriminación

—¿Desarrollaste alguna afición?

—No, solamente escuchar música y en la escuela era el disc jockey, porque tenía dos Winco y unos cuantos discos. Mantuve el oficio para toda la vida. Nunca fui a un club, salvo a Echagüe, para aprender a nadar pero no pude. En la familia no había tradición de clase media y era un pibe hijo de laburantes.

—¿Te imaginabas con esa profesión?

—No, me gustaba escuchar música y estaba todo el día con eso, y con Claudio Frías estudiábamos con música. Era el gordito que no bailaba y me discriminaban, así que pasaba música en los cumpleaños.

—¿Cómo sobrellevaste esa cuestión?

—Como pude; con los años lo fui digiriendo, de a poco, pero me costó. En la adolescencia la discriminación es muy cruel y deja marcas para toda la vida. Hay muchos suicidios por eso. Ser gordito era como hoy la bulimia y la anorexia, y es tremendo. La gente era menos consciente y discriminaba por todo. Hemos avanzado algo, aunque tenemos más pobres.

—¿Te fortalecías con el rol de DJ?

—Me metía en un rincón y pasaba música.

La fantasía y el realismo

—¿Qué materias te gustaban?

—En la Primaria, Historia, y en la Secundaria, Matemáticas. Mi viejo era bueno para los números. Fui bastante buen alumno, más allá de que había mucha vagancia y nos pasábamos jugando al metegol y a las maquinitas.

—¿Leías?

—Cuando era gurí, Billiken, Anteojito y lo de la escuela. Luego me devoraba la revista Pelo y un amigo me prestó algo de García Márquez y algunos clásicos.

—¿Algún libro influyente?

—Cien años de soledad fue para viajar a un mundo de fantasía, muy deseable porque la magia –vos sos mago y lo sabés– por suerte siempre le gana al realismo. Me conmovió y me hizo leer otras cosas de García Márquez, también Sobre héroes y tumbas, y la Biblia –de mi vieja–. Tenía tiempo pero no me daba por leer mucho más.

Prioridad, un laburo en blanco

—¿En qué imaginabas trabajar?

—Solamente tener un laburo en blanco, como el de ahora, de empleado público. No me hice ninguna película porque la realidad me cagaba; lo vi fundirse a mi viejo y después andar de verdulero para sobrevivir. Cuando murió, yo tenía 17 años, estaba solo, con cuentas, una casa que era un poquito más que un rancho y sin laburo. Mi hermano no había terminado la Secundaria y mi vieja limpiaba casas. Hasta que nos acomodamos un poco pasaron varios años, cuando mi hermano comenzó a trabajar en una carpintería y luego en un supermercado. Mi vieja pasó a trabajar en una fábrica de ropa –en negro–, trabajé de cadete en una juguetería por mayor, hice changas, luego estuve en una distribuidora de golosinas, me fui a probar suerte a Madryn, no me fue bien y volví, vendí rifas, fui albañil, estuve un par de años en Rentas de la Provincia y en 1988 comencé en la Facultad de Ciencias de la Educación, gracias a Laura Dayub. En 1979 me había inscripto en Ciencias Económicas pero no pasé el examen de ingreso y también en Trabajo Social, pero solo fui a dos o tres clases. Me parecía que si no estudiaba, no tendría laburo.

—¿Te entusiasmaste con el ambiente universitario?

—Sí, pedía libros en la biblioteca, me enteré quién era Marx y fue de las épocas en que más leí.

Hacer un oficio

—¿Por qué la vinculación con la comunicación?

—Fue porque siempre me gustó la música y mantuve el oficio de DJ. En la facultad estaba Guillermo Kendziur, yo sabía cómo operar una casetera y otras cuestiones técnicas, entonces me enganché y pude hacer algunas cositas, muy artesanalmente. Me interesó la parte técnica, luego me llamó José Carlos González –el director del Centro de Producción– para hacer audio en video, fui aprendiendo, cursé imagen, aprendí iluminación… me fui haciendo y me quedé.

—¿Quiénes fueron formadores importantes?

—Mis compañeros Guillermo, Gustavo Hennekens, José Carlos González, María Julia Rodríguez y Dolores Miconi, que me enseñaron a trabajar y cuestiones teóricas. Hacíamos muchas cosas y el producir es lo que me atrae, más allá de los debates y cuestiones teóricas. También le hice al periodismo en algunos semanarios, porque me gusta escribir, aunque ahora no lo haga.

—¿Estuviste en el Centro de Producción desde su génesis?

—No, en el principio no estuve sino que ingresé unos años después. La idea original era que los alumnos avanzados tuvieran un lugar de prácticas intensivas y de tipo profesional, lo cual no ocurrió íntegramente. Yo no era alumno avanzado pero trabajaba. De a poco se fue armando, estuvimos muy bien en la parte tecnológica de video, se logró mucha calidad de los trabajos por parte de los alumnos e hicimos un curso intensivo con Roberto Vacca. Trabajé en programas de televisión que se emitían por canales locales, luego me dediqué a editar los trabajos de los talleres y estaba todo el día, ya que cursaba, participaba en el Centro de Estudiantes y en el de Producción.

Cosas de locos e inexplicables

—¿Cómo ha sido, en general, la articulación entre el Centro de Producción y los medios?

—Nunca fue algo muy fluido ni hubo una política de la facultad para tener espacios en los medios, pero los tuvimos. Trabajamos –con Guillermo Kendziur, Iván Silvestre y Liliana Sphan– en un proyecto de extensión universitaria llamado el Ratito universitario que se emitía por LT 14 en horario central, y luego también por radios de otros puntos de la provincia. No sé cuál es la política de la Universidad respecto a los medios, al igual que es una cosa de locos que la comunicación no la hacen lo comunicadores de la misma. Igualmente estuvieron 20 años discutiendo dónde se instalarían las tres emisoras de las frecuencias que le correspondían.

—¿Cuáles son las dificultades que existen para un mayor acercamiento entre universidad y medios?

—Son decisiones políticas. Cuando estaba (Oscar) Bosetti en el área de Radio se hizo la Agencia Radiofónica, de Comunicación, y se producía –con pasantes– para las emisoras comunitarias una agenda que no es la de los medios masivos –sobre todo los de Buenos Aires. Hay proyectos, convenios con medios o instituciones para pasantías, pero no hay políticas o por ejemplo un convenio con LT 14. Hay pasantías en radios pero no espacios de la facultad consolidados. La facultad no tiene un programa en la radio de la UNER y no te puedo responder por qué, es inexplicable.

—¿Alguna experiencia que te atraiga para tenerla en cuenta?

—¡Hay tantas cosas en todo el mundo! En una época mirábamos con buenos ojos Radio La Tribu, pero mi lugar es el de “fogonero” y el aspecto técnico. No me he dedicado a analizar otras experiencias. Una experiencia muy piola es la de la gente del Instituto de Cultura Popular (InCuPo), en Reconquista, que trabajan muy bien con las comunidades, ya que son comunicadores populares formados. Fuimos a dar cursos, producir e intercambiar experiencias. No tengo un modelo de comunicación que no sea comunitario. La Ley de Medios me gustó porque se creó la carrera de locución, aunque nunca se pusieron de acuerdo con el ISER (Instituto Superior de Enseñanza de Radiodifusión), y porque se podían instalar, por ejemplo, radios para los tobas, en El Impenetrable. Considero a la comunicación un derecho humano y por eso la radio tiene que ser hecha por la comunidad donde está, interviniendo en el contenido según sus problemáticas y necesidades. Si no es solo difusión de ideas. Trabajo en la cátedra de Audio de primer año y utilizamos mucho las ideas de (José Ignacio) López Vigil –de Ecuador–, de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMAR) y de (Mario) Kaplún –quien propugnaba la radio como elemento de educación y comunicación popular.

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Conseguir otro laburo

—¿Por qué volviste a la Facultad de Trabajo Social luego de esas pocas clases a las que asististe?

—¡Por la malaria (risas)! Me junté con mi compañera y tenía que tener más ingresos, porque hasta los 40 hice vida de soltero, con poca plata. Así que necesitábamos alquilar una casa, tenía una hija… tuve que conseguir otro laburo, me presenté a un concurso acá y me llamaron en 2004, como empleado administrativo. Trabajaba 10 horas y media por día, de lunes a viernes, y fue una “década ganada” (risas) porque pude arreglar mi casa en Valle María, terminar mi casa acá, comprar auto…

—¿Cómo te marca el ambiente de ideas propio de esta facultad?

—Es la mejor de todas. Cambié muchas ideas, porque desde cuando comencé a estudiar en la facultad hasta 1987 fui radical, y de ahí en más me hice clasista, aunque no combativo (risas), porque requiere otro tamaño de testículos que los míos. Veo la comunicación como un derecho humano y fabriqué una visión crítica de los medios, de lo cual derivé en la comunicación comunitaria y la idea de una democracia real –como la de Cuba– con la participación de quienes no tienen poder. En los medios masivos el que habla es el poder real.

—¿Algún anuncio?

—Estamos trabajando con la agencia (radiofónica) en varios proyectos en la Facultad de Ciencias de la Educación. Uno muy lindo es el de unas partituras de música entrerriana, realizadas junto con la Escuela de Música de Victoria y la pianista Silvia Teijeira. Contendrá entrevistas a músicos entrerrianos, entre ellos a Facundo Torresán, Gary Di Pietro… y a las viudas del Zurdo Martínez y de Walter Heinze, para saber sobre su música. También haremos una producción con Juan Manuel Alfaro. En el blog se puede escuchar, bajar y compartir las producciones de la agencia, porque es público y gratuito.

“Las producciones tienen poco impacto”

Lattuf –quien remarcó la falta de políticas de promoción– relativiza el impacto que los contenidos realizados por la universidad tienen en la comunidad y destaca la necesidad de mayores recursos y capacitación, al igual que presencia en los medios masivos.

—¿Qué nivel de producción tiene la agencia?

—Continúa funcionando, somos cinco personas que producimos, editamos un disco por mes y hacemos un blog (arcdigital.blogspot.com) con una producción semanal de diversas temáticas tales como escritores y poetas, efemérides e informes, etc

—¿Qué otras producciones hay?

—Del área de Video, no sé; en Gráfica hacen muchas cosas, lo institucional y proyectos de extensión.

—¿Qué potencialidades existen si hubiera una decisión política más clara?

—Se está discutiendo hacer capacitaciones y producciones para la comunicación interna y externa de la Universidad. Nosotros hacemos cosas con el área de Comunicación Institucional y Comunicación Comunitaria, en distintas temáticas.

—¿Qué impacto tienen en la comunidad los contenidos?

—No tengo estudios que lo avalen pero mi percepción es que las producciones llegan poco.

—¿Cómo se puede potenciar?

—Si hablamos específicamente de radio, dándole más presupuesto, recursos humanos y vuelo a la radio de la UNER, en Paraná, y tener espacios en los medios masivos. En Concepción del Uruguay, como tienen el canal de televisión y está el rectorado, hay otras cosas que no tenemos. En cuanto a las redes, no se puede medir hasta dónde llegás, ya que tenemos descargas de producción de la agencia de, por ejemplo, Birmania. Tampoco podemos saber si el que lo baja lo reproduce en una radio o es personal. Es como tirar una botella al mar.

—¿Es óptima la utilización de los recursos que brinda Internet?

—Tenemos el blog hace bastante, porque te da la posibilidad de llegar a lugares insospechados y porque no gastás en físico, y cada uno de los 40 abonados –radios universitarias y comunitarias– descargan y más o menos regularmente reproducen nuestros productos.

—¿Qué incidencia pensás que tiene la facultad de comunicación en el medio, en ese sentido?

—Enormemente. No es tangible porque las producciones culturales en comunicación no lo son. Hay mucha gente graduada y estudiantes en los medios masivos, y también en otros espacios que no son medios. La formación –antes más que ahora– hizo nacer medios nuevos y modificar los anteriores, que fueron hechos por gente idónea pero no formada en la universidad.

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