Dos cañones se saludan

Apuntes sobre la visita de Boca Juniors en 1946- Mario Boyé y Serviliano Retamoso
8 de julio 2018 · 15:55hs
Aún hay euforia, seguramente. Ecos de redes y el colorido inaudito de países recónditos a quienes solamente vemos en algunas Enciclopedias y de repente atronan en las pantallas de los televisores o las páginas de los diarios. En ese colorido se desarrolla el Mundial de Fútbol, en esta ceremonia que cada cuatro años conmociona y llega (aunque no lo desea) a prácticamente todos.
No nos asusta ni mucho menos reprime consolidar las pasiones y las observancias...bien ha dicho Eduardo Galeano "Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece". Pensamos lo mismo, claro. En el placer irrepetible de una jugada esforzada, en una cancha sin pasto, donde el viento revolea el polvillo y los alambres están herrumbrados, cuando ese toque rústico que termina en gol y la garganta genera lágrimas...en eso. En eso creemos y en ese punto invocamos el reloj de sol, para que quizás en su mágico mérito nos devuelvo a tiempos donde jugar era común, el fútbol para todos y los goles, no podían verse más que en la cancha.
Nuevos tiempos surcan la realidad de los negocios y las tecnologías, atentando contra la felicidad de una pelota descolorida, una camiseta emuladora y un grito que todos (aunque no queramos) aprendemos a lanzar.

Boca Juniors en Paraná en 1946
No es nuestra intención por cierto una apología del club Boca Juniors ni mucho menos, no podríamos hacerlo. Pero si entender que en el año 1946 nuestra ciudad era poco menos que una isla en el contexto geográfico nacional. Hagamos un repaso: no existía el Túnel con Santa Fe, tampoco los puentes que unen con el Uruguay. No había televisión en el país, la telefonía era casi inexistente y las radios locales de AM tenían apenas unos seis meses de vigencia. No había desarrollo aéreo, y las comunicaciones más avanzadas eran por vía postal.
Así, en ese estado de situación es donde las mitologías encuentran génesis. Como en el deporte, donde las campañas admiten la nominación de proezas, y sus protagonistas elevados a caracteres mitológicos y sus desempeños, transmitidos con una amplitud casi homérica.
De esa forma se vislumbraba en el mundo del fútbol a los equipos "grandes" de Buenos Aires, cuyas noticias iban llegando con el retraso suficiente como para que la ansiedad se transformara en una presunción de épica.
Y así es como se esperaba al Club Atlético Boca Juniors, que se encontraba haciendo una gira por algunas ciudades y por ende, recaló en nuestra ciudad. El verbo usado no es una licencia, sino que es verazmente apropiado. Digo recalar, que es el término que usan los marineros cuando van hacia el Puerto...eso es lo que sucedió en ese julio del año 1946.
Porque desde los diferentes matutinos de la ciudad se convocaba a los fanáticos a acercarse al Puerto Nuevo, en donde recalaría la delegación del club. En barco, por el río y con la paciencia de las navegaciones llegaron a Paraná el día 5 de Julio.
La delegación estaba compuesta por el firmamento deportivo del momento: el arquero Vacca, Perossino, Pedor Dellacha, Dezorzi, Sosa, Castellani y Pesica, Vilanova, Pascal, Olivero, Corcuera, Lorenzo, Sarlanga, Vázquez, Ferrari y Pin. Y el líder estelar: Mario Boyé.
Este grupo de cracks se enfrentaría al combinado de la Liga Paranaense de Futbol, un formato que con el tiempo ha desaparecido de las competencias pero que representaba una especie de selección de los mejores jugadores de los clubes locales.
El pacto era un partido el día domingo (como corresponde al fútbol de verdad) 7 de julio de ese 1946, aún en la euforia popular del primer triunfo del peronismo. Sería en el mejor estadio que había en la época: la cancha del Club Belgrano en calle Salta y Victoria

Dos cañones se saludan
Algún memorioso segura tendrá conocimiento de estos nombres que daremos a continuación, y que eran nada menos que la élite del fútbol ciudadano en esos momentos: Irrazábal, Valdez y Rabufetti. Morales, Aguirre, B. Rabuffeti y Gervasutti. Y adelante aseguro, juro y también perjuro que la delantera era un síndrome asesino y letal: Rousseaux, Aloy, Colignon, Blasich, Allegrini y el estratega Raúl Reula. Y un delantero mortífero: Serviliano Retamoso, del Club Ministerio.
Justamente aquí queremos detenernos, para darle gracia el título de este párrafo. Porque apartamos a dos tremendos artilleros, reconocidos por el impacto letal de sus disparos: Mario Boyé y Serviliano Retamoso.
Mario Boyé es uno de los más poderosos shoteadores de todos los tiempos que registra el fútbol argentino, quizás compartiendo el sitial con Bernabé Ferreyra. Dicen que Boyé (a quien llamaban "El Atómico) era capaz de reventar las manos de los arqueros, e inclusive se dice que hizo un gol con tanta potencia que rompió la red y el arbitró tardó en convencerse de semejante cosa para convalidar el tanto.
En cuanto a Serviliano Retamoso, alias "Carero"...es uno de los íconos que quizás la historia deportiva debiera considerar. No por sus títulos, sus participaciones o sus tremendos goles, pero si por su vida, por su emergencia y por ser parte de esas tantas historias que siempre quieren olvidarse y que el reloj de sol intenta detener. Miembro de una generación increíble, conquistó el primer tricampeonato de clubes con Ministerio de Obras Públicas en 1946, 1947 y 1948. Increíble pegada, presencia atemorizante y actitud de fiereza. Era maestro, enseñaba encuadernación en el Ministerio de Obras Públicas y enseñaba a cientos de chicos que participaban en los campeonatos Evita. Un crack, claro. En un campo de juego, dos cañones se saludan.

Una elegía
Algunos dicen que los partidos terminan a los noventa minutos. Pienso que no, que al igual que el pasado todo está allí, en algún espacio donde los gritos y las alegrías admiten la eternidad. La Liga Paranaense hizo un gol a los 4 minutos del primer tiempo...la gloria deportiva tan cerca. Pero a los 14 empataron los boquenses. El segundo tiempo fue más ejecutivo: a los 7' y a los 10' arrancó ganado Boca, a los 41 descontó Reula para un final de 3 a 2.
Pero no es este el final de esta historia, lejana y atrapada en los rayos del reloj de sol. Sino que Mario Boyé (el Atómico) siguió cultivando el laurel de su gloria en Boca, en Wembley y en Racing, siendo uno de los referentes en la historia del fútbol nacional.
El otro cañonero, Serviliano Retamoso (el Carero) jugando para Ministerio en el interior de la Provincia sufrió un terrible golpe en la pierna derecha. Una gangrena inescrupulosa le arrebató la virtud, para siempre. Allá por mediados de los años 70 entraba a la tribuna, con sus muletas...la gente hacía espacio para dejarlo pasar, como una venerable procesión.
Al final debe ser así nomás. Extraña cosa el fútbol, en estos tiempos donde se ausentan sentimientos todavía podemos abrevar de la historia, para recordar con sensibilidad. Como dijo Galeano, así de simple: "Y yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido".
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