La bioingeniera Natalia Kappes no ingresó a dicha carrera con el bagaje y las prácticas propias, que por el uso cotidiano de la tecnología y la interacción con el mundo digital, tienen las nuevas generaciones. Seguramente por eso se animó a emprender su propio instituto, especialmente enfocado en los más chicos. “Cuanto más chiquitos son, más absorben”, puntualizó sobre la relación de los pequeños con la robótica, la electrónica, el diseño, el dibujo digital y otras tecnologías de vanguardia como la impresión 3D.
"Comencé con Internet y la tecnología al terminar la secundaria"
Por Julio Vallana
"Comencé con Internet y la tecnología al terminar la secundaria", dijo Natalia Kappes
"Comencé con Internet y la tecnología al terminar la secundaria", dijo Natalia Kappes
Ubajay o cero tecnología
—¿Dónde naciste?
—En Ubajay, un pueblito cerca del Parque Nacional El Palmar.
—¿Cómo era en tu infancia?
—Sin calles asfaltadas ni cloacas; como un gran barrio, muy tranquilo, sin supermercados, cine ni teatro, y con menos de 5.000 habitantes. En los alrededores era muy rural pero había mucho trabajo en torno a la industria maderera, que es el primer ingreso.
—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?
—Comerciantes: mi papá trabajó mucho tiempo en una estación de servicio y ahora los dos están en el mismo comercio.
—¿Lugares de referencia?
—Las plazas, donde jugábamos con amigos y primos.
—¿Personajes?
—Lulo, quien siempre estaba sentado en la estación de servicio, no hablaba bien pero saludaba a todos; Julián, que también siempre estaba allí y era amigo de todo el pueblo, y Anita, que caminaba por todo el pueblo, hacía trámites, renegaba y hablaba sola.
—¿Había un límite del lugar que no podías trasponer?
—Era muy tranquila, así que veía tele y mi mamá nunca me reto; en la adolescencia tampoco salía mucho.
—¿A qué jugabas?
—No era tan femenina (risas) así que jugaba a la bolilla, al fútbol y en el campo de mis abuelos. Cero tecnología (risas).
—¿Leías?
—No tanto, porque no encontraba lo que me interesaba. Al irme del pueblo se me abrió la cabeza y leí más, pero relacionado con tecnología.
—¿Sentías una vocación?
—No recuerdo. Después me orienté hacia la Medicina pero tenía miedo por la muerte de un paciente, si bien soy bastante lógica. En la biblioteca del pueblo leí una guía de carreras y me decidí por Bioingeniería.
—¿De qué origen son tus ancestros?
—Por parte de madre, franceses, y por parte de padre, rusos-alemanes, pero no mis abuelos.
—¿Quiénes llegaron a la región?
—No sé.
—¿Conservaron tradiciones?
—Por parte de mi padre, la de comer lechón frío con strudel para Año Nuevo, y la combinación de dulce y salado propia de los alemanes, que no me gusta mucho. Se conservó hasta que fallecieron mis abuelos.
—¿Recordás la primera salida del pueblo?
—A algún arroyo cercano para pasar el día con mis papás, pero trabajaban todo el día ya que somos cuatro hermanos. Su objetivo fue ahorrar para nuestros estudios así que no había vacaciones. Me marcó que cuando era adolescente pusieron una pizzería para nosotros, con el objetivo de que aprendiéramos sobre el esfuerzo y a trabajar. En sexto grado fuimos de viaje de egresados a Córdoba y a Bariloche en el de quinto año.
—¿Qué materias te gustaban?
—Matemáticas, mucho, aunque estudié la orientación de Economía y gestión. Me gustaba leer sobre tecnología y criminalística.
—¿Hasta cuándo viviste allí?
—Hasta los 17, cuando vine a estudiar a Oro Verde, y luego vine a trabajar a Paraná.
—¿De dónde provenía la atracción por la tecnología teniendo en cuenta el poco acceso en Ubajay?
—Lo imaginé y me surgió leyendo sobre las distintas carreras. Recién en el último año de la secundaria comencé a utilizar Internet y el celular me lo compraron para el viaje de egresados.
El sueño robótico y salvador
—¿Qué imaginabas sobre la Bioingeniería?
—Que haría brazos robóticos, ayudaría a la gente y le salvaría la vida con la tecnología. Después descubrís muchas cosas.
—¿Cuándo se ajustó la carrera a tus expectativas?
—Hasta tercer año no se ve demasiado sobre lo que harás después porque es introducción a la Física, Matemáticas y Electrónica, y después, si aguantaste (risas), comenzás a ver un poco más. Tenía la idea fantasiosa de la robótica pero descubrí que podés dirigir un hospital, arreglar sus equipos, y gestionar o vender tecnología para médicos. Podés orientarte a la investigación pero es una minoría porque hay que estar todo el día en el laboratorio.
—¿Tuviste un formador importante?
—Hay varios profesores a quienes les tomé más cariño por la simpatía para explicar o porque te hacían sentir más importante, pero ninguno es mi modelo a seguir. Quien está más relacionado con lo que hago es Juan Reta, que me Electrónica, está a cargo del laboratorio de prototipado de impresión 3D y es cliente nuestro.
—¿Alguna cátedra te resultó un descubrimiento?
—En Bioingeniería III es se ven más equipos médicos y su funcionamiento, e hice Inteligencia Artificial, como materia opcional que está muy buena. Pero me gustaban todas las materias. Como en mi pueblo no había mucha disponibilidad, lo relacionado con electrónica fue lo que más me costó entender, aunque ahora trabajo con ello.
Un club y los niños
—¿Cómo decidiste la orientación laboral?
—Comenzó antes de terminar la facultad: en 2010 conocí a quien es mi pareja y el padre de mi beba, quien había fundado un club social de rugby para chicos y me invitó a sumarme a la comisión, ad honorem. Me llamó la atención lo de enseñar y darles herramientas para desarrollarse. Estuve ocho años, comenzamos a trabajar siempre pensando en hacer algo para los chicos aunque hacíamos servicio técnico de equipamiento odontológico, pero no había relación entre tiempo y beneficios. Luego vendimos equipos para kinesiología y estética, comenzamos con impresión 3D (ver recuadro) para fabricar repuestos, pero seguíamos pensando en los chicos.
—¿La carrera va a la par de las constantes innovaciones o hay un desfase?
—Se actualiza bastante en función de lo que va apareciendo, aunque no totalmente porque en una facultad se requieren aprobaciones y protocolos, con lo cual puede haber algún tema desactualizado.
Bioingenieros: lo que se quedan y los que se van
—¿Cómo incide la limitación de recursos en un país como Argentina? ¿O la globalización atenúa la brecha?
—Exactamente, debido a lo digital la brecha se achicó mucho por tener acceso a la información. Tal vez en Medicina la brecha es mayor porque los equipos, por ejemplo, de Alemania son mucho más avanzados que los que llegan a Argentina. Pero en cuanto a servicios y productos digitales, la brecha se achicó mucho. Acá, en programación, aprendizaje con videojuegos, diseño, dibujo digital damos lo mismo que en España, aunque al momento de dar Electrónica o Robótica el problema son los insumos.
—¿Los cepos al dólar y problemas con la importación son un agravante?
—Hay faltantes pero no es de ahora sino que se agravó con la pandemia en lo vinculado a Medicina y el ámbito hospitalario. En realidad es un combo de situaciones que hace que la brecha que vos mencionabas se agrande. Y hay un tema de costos, más allá de que puedas o no traer las cosas, como sucede con los equipos de última generación, que a un hospital le cuesta tres veces más. Muchos colegas que trabajaban en empresas que vendían equipos se fueron del país y a los que quedaron les resulta más fácil vender un equipo económico, independientemente de la importación.
—¿Qué dicen tus colegas que emigran?
—Muchos se fueron a Chile por una motivación económica. Un amigo me dijo que tenía dos trabajos en Buenos Aires y cobraba menos de lo que ahora cobra en un solo en Chile. Quienes trabajan en Buenos Aires pelean todo el tiempo por un aumento de sueldo.
—¿Cuál es el área de mayor absorción laboral en Argentina?
—En empresas que prestan servicios a hospitales. En nuestro medio, con la inserción de Germán (Hirigoyen) en el Hospital San Roque hay más colegas en ese establecimiento.
—¿En qué otros sectores se puede aprovechar el conocimiento de la Bioigeniería y mejorar los procesos?
—En la región, se podría aprovechar el conocimiento del bioingeniero en la agroindustria, independientemente de los ingenieros agrónomos, quienes no tienen tanto acceso a tecnología específica.
—¿Por ejemplo?
—Hacer sensores de temperatura y humedad, entre otras muchas cosas.
Los que emprenden y
los que desconocen
—¿Cómo fue la génesis de tu emprendimiento?
—(Risas) En una feria una mamá nos preguntó por qué no enseñábamos impresión 3D. Así que comenzamos con su hijo y dos primos de él. El nombre japonés Minna nos pareció importante porque significa “todos” y es lo que pretendemos en cuanto al acceso a la tecnología, más allá de que se pague una cuota que no todos pueden pagar. Y Lab es por laboratorio.
—¿Qué dificultades, además de las propias de emprender en Argentina, se les presentaron?
—El desconocimiento. Los chicos conocen porque ya nacen con la tecnología y se conectan a Internet pero muchas veces los papás desconocen para qué sirve lo que hacemos. Hay que hacerles entender que no solo vienen a jugar sino a aprender. En cuanto a los organismos oficiales, en Entre Ríos es complicado: quisimos avalar alguno de nuestros cursos con el Consejo de Educación y no pudimos porque “no tienen ni idea de lo que hacemos”. En realidad, no tienen interés. Remar contra eso, cansa, entonces lo planteamos como un instituto no formal, recreativo, en el cual los chicos aprenden.
—¿Tenés página web donde publiquen contenidos?
—Sí, www.minnalabseducation.com
Las posibilidades de una herramienta todopoderosa
La directora ejecutiva e integrante de la comisión de Salud de la Cámara Argentina de Impresión en 3D describió un exhaustivo panorama del desarrollo de esta tecnología, las posibilidades de acceso masivo y el aprendizaje por parte de niños y no especialistas.
—¿Qué posibilita la impresión 3D (fabricación aditiva)?
—Se trata de fabricar objetos, comúnmente en plástico por cuestiones de costo aunque también materiales más resistentes, a partir de un modelo digital diseñado o que se busca en la computadora. Hay impresoras que no son tan costosas. Se pueden fabricar repuestos, elementos de marketing, objetos dinámicos, estructuras para robótica, etc.
—¿Qué formación tiene el diseñador?
—Son diseñadores que utilizan programas específicos, como los de modelado y con los cuales podés diseñar personajes o partes del cuerpo. Hay programas de diseño paramétrico, para fabricar repuestos de equipos, de autos y motos, y de objetos más geométricos tales como engranajes. Nosotros la utilizamos desde que comenzó en Argentina y un chico que trabaja con nosotros fue el primero que en Paraná armó su propia impresora. En la facultad vimos la posibilidad de fabricar repuestos de equipos muy viejos, muy caros y que ya no se conseguían. Quien se asemeja más a estos diseñadores es el que hace diseño industrial, pero la mayoría de los que trabajan en 3D son autodidactas.
—¿Un ama de casa, por ejemplo, puede diseñar sus planteras o adornos?
—Exacto; hay programas muy simples y como las planteras son muy geométricas no se necesita tanto conocimiento. Nosotros les enseñamos esos programas a los niños, y hay páginas web con miles de diseños ya hechos.
—¿El programa es una especie de AutoCAD?
—Claro, es un programa on line llamado Tinkercad, de Autodesk, la misma empresa del AutoCAD, y que contiene figuras geométricas desde las cuales se hacen objetos. Es muy simple para enseñarlo a los chicos.
—¿Cuánto cuesta, promedio, una impresora?
—Una convencional, de 30 o 40 centímetros, para uso cotidiano, entre $ 40.000 y $ 50.000.
—¿Por qué no se ha masificado, como ocurrió en su momento con las impresoras a láser?
—Falta tiempo pero llegará el momento en que cada persona pueda tenerla en su casa. Es algo totalmente diferente y por eso hay cierta resistencia al cambio, aunque en un año creció mucho. Lo que buscamos es que se conozcan todas sus posibilidades.
—¿Hay impresoras de mayor escala?
—Sí, industriales, como para hacer un busto, como el que se hizo de Maradona, o muebles.
—Hubo casos con repercusión pública como el de un adolescente que diseñó una prótesis para un chico humilde y denunció presiones. ¿La ejercen las empresas proveedoras para que esta tecnología no se desarrolle más?
—Existe, pero en general el mundo de la impresión 3D es muy colaborativo y solidario.
—Me refiero, por ejemplo, a quien vende repuestos para tomógrafos en hospitales.
—Cuando se piensa en fabricarlo con impresión 3D es porque no se consigue, mientras que lo que le interesa a las empresas es vender equipos más nuevos. Además existe la obsolescencia programada y con equipos más nuevos es más difícil hacer esos cambios. Pero incluso hay empresas que también trabajan con esta impresión para hacer prototipos o repuestos. Al que más le molesta la impresión 3D es al servicio técnico.
—¿La has utilizado con fines particulares, más allá de lo profesional?
—Lo primero que imprimí fue un soporte para colgar las toallas en el baño (risas) y la rejilla que se habían roto. También hicimos encastres para muebles que fabricamos.
—¿Hay cierta atmósfera mágica cuando aparece el objeto?
—Las primeras veces te quedás mirando impresionado porque se va fabricando desde abajo hacia arriba, por capas. Las impresoras de ahora son mucho más rápidas pero también depende de la calidad del objeto.
—¿Qué es lo más extraordinario que has visto?
—Estoy comenzando a trabajar en biomodelos. Con la Cámara Argentina de Impresión en 3D tratamos de unir a todas las empresas de salud que trabajan con esta tecnología. Los biomodelos se hacen para que, por ejemplo, trabaje el médico en el prequirúrgico. A partir de un estudio médico del paciente, se imprime en 3D y cuando se hace la junta médica para la cirugía observan por dónde ingresar, qué tienen que hacer y, por ejemplo, dónde está el tumor. Lo cual mejora mucho la eficiencia de la cirugía. Lo que me explota la cabeza es la bioimpresión, que es la impresión de células, colágeno y tejidos, aunque en Argentina no está tan desarrollado ni aprobado, salvo para investigación. Hemos participado en el programa de diseño de prótesis para quienes no pueden acceder y durante la pandemia hicimos máscaras para los hospitales.
—¿Qué países están a la vanguardia?
—Alemania, siempre, e Israel.
—¿Cómo es el insumo?
—Se llama filamento y vienen como las tanzas para bordeadoras, pasa por una manguerita en la impresora, se va fundiendo con calor y hace la pieza.
—¿Los chicos aprenden esto?
—Aprenden a diseñar, hacen el diseño y los profes, por una cuestión de seguridad, los imprimimos, se lo llevan en la próxima clase y lo pueden pintar o intervenir.
—¿Hay un límite de edad para quienes quieren inmiscuirse en el mundo de la electrónica y la tecnología?
—Tomamos desde los cinco años y en el caso de Electrónica a partir de los ocho, porque entienden, les gusta más y por una cuestión de seguridad. Entre cinco y siete años enseñamos Mecánica. Cuanto más chiquitos son, más absorben.