Gerardo Iglesias / De la Redacción de UNO
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El 10 de marzo Alfredo Zitarrosa cumpliría 80 años. Nacido en Montevideo en 1936, es considerado la figura más destacada de la música uruguaya. Pero fue más que eso. Fue poeta, escritor y periodista, militante de cuanto movimiento popular existiera en “el paísito” como lo llamaba al Uruguay, en toda Latinoamérica, en Europa y hasta en la lejana Australia.
El jueves se realizará un homenaje en el estadio Centenario de Montevideo con la presencia de innumerables artistas uruguayos, argentinos, a los que se suma el catalán Joan Manuel Serrat.
En sus inicios como locutor, supo presentar nada menos que a Edmundo Rivero (uno de sus cantores admirados). El canto le llegó en Perú, en su primer exilio. Y de ahí, a una carrera sin fisuras, comprometido con su gente, con su tierra, con sus paisanos orientales.
Artista necesario, comprometido como pocos, su “voz de otro”. Su adhesión al Frente Amplio la terminó pagando con exilios, primero en Argentina, luego en España y el último en México, desde donde volvió para siempre a su “tierra amada”.
El Flaco no ha sido superado hasta hoy. Su voz sigue sonando en esas viejas spicas que aún se encuentran en el Uruguay rural y en los nuevos equipos de audio. Su pensamiento, su compromiso con su gente, sigue siendo el faro que aún guía a muchos jóvenes en su país y en Latinoamérica toda. Y en estos tiempos que corren, de tanta miseria dirigencial mimando a los buitres, de tanta miseria que baja de los poderes a los que siempre despreció, la ausencia de Zitarrosa se siente aún más. Falta su potente voz para denunciarlos, desarmarlos en ritmos de milongas, para que el pobrerío y los explotados tengan una voz que los acompaña y potencia sus reclamos. Pero el Flaco siempre está. Su voz los sigue interpelando desde su obra, su impecable obra que no precisó de marketing ni nada de eso. Su cercanía con la gente, con su gente, le bastó para ser uno de ellos. Uno más de ellos, con todo lo que esto significa.
Cuando las dictaduras desbastaban estas tierras, casi como hoy, Zitarrosa escribió Guitarra Negra, una maravilla dolorosa que graficaba lo que sentía y en ella, lo que sentían todos:
“Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión… Y no halló nada… No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre, ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie… ni a los muertos Fernández más recientes… A mí tampoco me encontró… Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida…”. La vida, siempre sobre la muerte.
El jueves, todo el sur se prenderá en una milonga para recordar al, para quien esto escribe, más grande cantor que ha dado estas tierras.
Zitarrosa, el artista necesario
7 de marzo 2016 · 06:20hs