Un chacral toma las grietas del suelo arcilloso por plazas

Cada no-lugar será un lugar, cada grieta una plaza pública, una tienda para el trueque, si miramos desde un ángulo propio, como espejos del suelo gredoso que nos sostiene.
19 de agosto 2012 · 10:49hs

Daniel Tirso Fiorotto / Redacción de UNO
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Hemos visto que la naturaleza nos da mensajes y que esos mensajes son incomprensibles para el hombre apurado de hoy.
 

Al clima que da, por ejemplo, el mate, y que aquí hemos señalado como una hendija por donde se puede colar otro sistema y se puede mirar otro mundo posible, antiguo y nuevo; a ese clima, a ese hogar, le añadimos en esta columna una alternativa

social, comunitaria, colectiva. Y para ello volvemos la mirada a nuestros suelos vertisoles y sus típicas grietas.
 

¿Hay entre el suelo y el cielo una disputa que termina, que empieza y termina, en una grieta? ¿Podemos hablar allí de conflicto?
 

Si vamos a adjudicar a la naturaleza condiciones humanas, ¿por qué no ver en una hendija la relación amorosa en donde el suelo cede un espacio al cielo, por lo que el cielo ha cedido al suelo?
 

Ahora, ¿es la grieta de nuestros suelos arcillosos, la grieta de nuestras comunidades, un “no lugar” a la manera que lo entendió Marc Augé? ¿O es la grieta “el” lugar?
 

(Para el francés Augé, un no-lugar es un espacio sin identidad, donde los seres no dialogan o lo hacen sobre asuntos banales, que no arraigan).
 

Entonces, ¿cuál es el “lugar”?
 

Depende para qué, para quién, cuándo.

El cielo acusador
Cuando hacemos la ve de la victoria, con el índice y el mayor erguidos, entre esos dedos queda una hendidura.
 

¿Una hendidura? ¿Una concavidad o una figura convexa? ¿Una bahía de los dedos o una montaña del aire?
 

¿Qué dibujamos con los dos dedos, una ve o una eme?
 

Claro, la ve corta parece más o menos un clásico, está naturalizada. Los dedos en ve son el símbolo de la victoria, pero ¿no nos provoca una punta de lanza, un ariete, si en vez de los dedos miramos el espacio entre los dedos?
 

Digamos viva, victoria, con los dedos en ve, sobre un fondo blanco. Ahora miremos qué queda entre los dedos, miremos el contenido y no tardaremos en vislumbrar en el fondo un dedo del universo, acusador, como si viniera de afuera. Como si nos preguntara por qué nos separamos, por qué nos creemos, quién sabe, propietarios.
 

Dicho esto, volvamos a las hendijas: todos los campos gredosos forman grietas cuando la seca, rajaduras más o menos detectables que en muchos casos son tomadas como excepcionales cuando en realidad, pensemos, ¿no son permanentes?
 

El diccionario define grieta como hendidura, concavidad, fisura, incisión. Nosotros podemos verla en cambio como convexidad, como reivindicación. El diccionario dice “transitorio”, nosotros “permanente”.
 

El diccionario define la grieta como un espacio perdido, nosotros como un espacio a explorar. Allí se mira la grieta como un error, una falla, un defecto, nosotros la entendemos como un logro.
 

Donde el diccionario ve un quiebre, nosotros vemos armonía.
 

Y bien, ahora desarrollemos mejor para que no parezca producto del capricho.
 

La grieta es (o podría ser) lo permanente, es la manifestación más acabada de lo efímeras que son las estructuras que aparentan solidez.
 

La primera acepción de grieta dice “hendidura alargada que se hace en la tierra o en cualquier cuerpo sólido”, y podría decir (desde nuestra mirada): “espacio recuperado por lo permanente en un cuerpo que bajo un baño de consistencia esconde una estructura frágil”.
 

Vale advertir que estamos tomando símbolos, fuera de creencias, ciencias. Estamos viendo que en este clima que constituye la unidad suelo-cielo; en esta interacción, esta atmósfera que nos envuelve, podríamos revisar conceptos y analizar si lo que consideramos sólido no es en realidad frágil. Si lo que suponemos transitorio no es en verdad permanente, si lo ocasional no es durable. Estamos tratando de abrirnos a otras dimensiones posibles, discutiendo la rigidez de los sentidos.
 

Tamaño humano
Llamaremos chacral, aquí, tomándonos del término chacra heredado del quechua, no al suelo para el cultivo sino a una comunidad integrada por pocas personas en diálogo con la naturaleza. Un caserío que presenta en su organización los rasgos de los suelos arcillosos llamados vertisoles, invertidos, revolcados.
 

(Los vertisoles dominan la gama de suelos entrerrianos, son arcillosos y en verdad “revolcados”, como lo hemos explicado en otras columnas aquí, y todo por la condición de nuestras arcillas expandibles que se parten con la seca, y permiten que los sedimentos de arriba se desbarranquen, y luego se inflan con la lluvia, de manera que los sedimentos de abajo afloran. Así, el suelo se mezcla naturalmente, lo de arriba va abajo, lo de abajo va arriba, en un proceso físico muy sugerente para la sociedad).
 

Nos permitimos añadir a chacra el sufijo al, que es muy común para los nombres en el castellano, y lo definiremos como un conjunto de chacras pequeñas compartidas, que se potencian unas a otras. Es decir, con algo más que la chacra; y no tanto por la cantidad sino por la incorporación de un sentido de economía sustentable y trabajo solidario, de modo que el chacral sería una suerte de aldea o villa pero ligado por la relación estrecha con el suelo y por antiguos lazos.
 

La palabra se usa, no es un neologismo, aunque quizá aquí le estemos incorporando un sentido.
 

Un chacral puede ser una población entre pequeña y mediana, verde hortícola, a escala humana, como reafirmando el significado de la villa, al tiempo que toma el color oscuro de los vertisoles de esta región litoral de los ríos Paraná, Gualeguay y Uruguay.
 

No estamos ante personas aisladas, y menos aún ante conglomerados. El hacinamiento, el ruido, no pueden provocar relaciones hondas de los seres humanos entre sí, y de los humanos con otros semejantes, o con el suelo, el agua, el cielo.
 

Como vemos, el chacral tiene en su composición porciones de personas y suelo (suelo integral, con sus circunstancias), en homenaje a la simbiosis, a la interacción del hombre y la madre tierra, a la armonía en la naturaleza.
 

En el chacral lo que manda es la comunicación entre las personas, y de las personas con su entorno. Está en las antípodas del individualismo que hoy nos sumerge.

Nutrir la trama
El chacral está en el universo asociativo, microemprendedor, cercano, ecológico, que protege tanto a la naturaleza como a los conocimientos antiguos, y protege y nutre la trama viva y compleja de una sociedad integrada por familias urbanas y campesinas, no por unas en desmedro de otras.
 

La sociedad urbana uniformada es la vía del colonialismo extractivista. Ahí creemos estar juntos, cuando en verdad estamos presos. A nuestras familias del barrio que tanto necesitan un espacio donde interactuar con los animales, los árboles, las hierbas, y producir a su vez para el autoconsumo y el intercambio, se las hacina en casas inhabitables de 40 metros cuadrados (con suerte), y se priva así a los padres de cualquier posibilidad de capacitación, o de transmisión de sus conocimientos a los niños y jóvenes. Los lugares naturales de la interacción fueron barridos.
 

Antes, la huerta y el gallinero constituían una ocupación natural y hasta un modo acomodado de compatibilizar el ocio y el trabajo. Hoy ¿dónde interactuar con la naturaleza si la mayoría de las familias no poseen un patio siquiera donde plantar perejil, y ni hablar de alimentar unas gallinas, unos cerdos?
 

El chacral se emparenta en sus raíces con el ayllu, un sistema del Abya Yala que atravesó los siglos para mostrarnos las virtudes de la escala humana.
 

Se suma (en este chacral que tratamos de definir aquí), el componente de los suelos vertisoles (tomados para la metáfora) en que esa organización se espeja.
 

Se verá que insistimos en esa condición especial de las arcillas para revolverse, en la doble acepción de batirse y alterar el orden establecido; o para revolcarse. Y en eso de bajar el copete, o por qué no: morder el polvo.
 

Además, el chacral aprovecha la experiencia negativa del industrialismo petróleo dependiente, que se está chocando con la naturaleza al punto de hacer la vida insostenible, o sea: se abre a las antiguas sabidurías, a las enseñanzas de la naturaleza y a los gritos de alerta del mundo nuevo, para ofrecernos otro universo.
 

El chacral contiene entonces en su génesis la revolución, si consideramos la tendencia insana de la modernidad a concentrar la población en espacios reducidos, bloqueados por el cemento y el asfalto, inhabitables por fríos en invierno y por calientes en verano, si no es con la inversión de cuantiosas energías en el acondicionamiento artificial del aire (gas, electricidad, petróleo). Y con pueblos obligados a un consumo de mercaderías no de los aledaños sino transportadas desde miles de kilómetros, con enormes gastos contaminantes en caucho, gasoil, aceites, asfaltos, y con las consabidas pérdidas humanas en las tragedias de nuestras rutas colapsadas.

Nada de estancias
El chacral contiene en su génesis la revolución, también, si consideramos que no se apropia de inmensidades y ni siquiera va por títulos de propiedad (la tierra no es del hombre, el hombre es de la tierra); sino que comparte un espacio para la vida digna, para el vivir bien, el sumak kawsay.
 

Estancias, sí, como lugar, como ámbito, jamás como estos feudos que conocemos (y deploramos por injustos y expulsores).
 

Como se ve, el chacral aspira al conocimiento y reniega de la tecnología por la tecnología misma, o en tanto ponga en riesgo la naturaleza, y la saludable interacción.
 

El chacral es pues una grieta en el sistema imperante.
 

Y volvemos aquí a las hendijas de nuestros suelos arcillosos para señalar las hendijas posibles en nuestra sociedad. Volvemos a las grietas naturales de nuestros vertisoles, a las grietas amables, se diría, para contraponerlas, claro, a las violentas grietas del extractivismo que todo lo rompe, todo lo consume y sin medir riesgos. (La fractura hidráulica para extraer el gas esquisto es sólo un ejemplo, pero hay otros).
 

Este chacral no alude, entonces, a cualquier suelo sino al arcilloso, con grietas necesarias y hasta imprescindibles en su propia identidad. Sin grietas no hay vertisoles, así de simple. Y sin vertisoles no hay grietas.
 

Aquí se inspira el chacral, y no por eso se restringe a estas comarcas de las tierras gredas. El chacral, como la música, puede nacer aquí o allá pero es universal. La madre tierra no distingue lugares ni razas ni idiomas ni antigüedades. El hombre es hombre y su color una anécdota, como el surubí, surubí, y el zorzal, zorzal sin importar el nido natal.

Canto al equilibrio
Con el hombre aprendiendo del suelo arcilloso, el chacral no podría ser compacto, fijo, rígido. Es una masa que permite el intercambio horizontal y vertical. La interrelación de los vertisoles y lo mismo del chacral, está en el ADN.
 

En esa línea, los antiguos alfareros orilleros de este suelo arcilloso nos enseñaron a construir cerámicas con pedazos de vasijas rotas, con tiestos. De modo que lo nuevo contiene lo viejo y así, en cadena. ¡Qué maravilla de eslabones!
 

El chacral es una comunidad en interacción con oportunidades para todos que el mismo sistema crea y recrea, sin garantías especiales para nadie, y así afianza las garantías para el colectivo.
 

La falta de agua balcaniza el suelo arcilloso, lo agrieta. La presencia de agua le devuelve su lisura a la vista pero ya no será el mismo. Así, la sequía y la lluvia cumplen un rol, y esa grieta con toda la apariencia de una fugaz rotura es en verdad (desde nuestra óptica) una ligazón constante.
 

Nuestro suelo necesita la “maldita” grieta como el delta necesita la “maldita” creciente para la vida.
 

Las hendijas no son obstáculos sino caminos para el ascenso y el descenso o mejor, lugares. No son dificultades que amenacen la unidad sino nexos, no límites sino puntos de encuentro. Por eso diremos que la hendija es el escenario, el lugar.
 

Si queremos ofrecer oportunidades a todos, no podemos sino adherir al chacral, que se espeja en los vertisoles.
 

No es el campo del productivismo extractivo, sí el campo del equilibrio. Allí no todos estamos en el mismo plano pero sí todos en condiciones de ocupar distintos lugares, sin prerrogativas.
 

Régimen versátil
El chacral es un sistema plástico también, de interacción entre los componentes de la naturaleza, el suelo, el cielo, el agua, el viento, los vegetales, los animales y entre ellos la mujer, el hombre. ¿Cuál es esa condición de los suelos vertisoles? En tiempos de sequía se verán tremendamente rajados, decimos, de modo que sus grietas se comportarán como un barril sin fondo. En tiempos húmedos serán impermeables.
 

Y bien: quien habite en su símil social estará preparado para las distintas estaciones, será poli funcional, tendrá mayor grado de resiliencia. Podrá resistir y restaurarse, cuando los embates. Se ha dicho y repetido que los seres con especialización extrema resultaron los más frágiles al cambiar su entorno. En cambio el chacral, mirándose en las gredas, será versátil.
 

Las arcillas elásticas, expandibles, le dan al suelo esa identidad compleja, y tanto la lluvia como la sequía le permiten manifestar su esencia invertida, que les da nombre.
 

Como si fuera poco, los vertisoles ofrecen al hombre no sólo su capacidad productiva y apta para todos, escolarizados o no, sino su condición para modelar figuras: son polvos que se entregan a la creatividad del hombre, generosos por donde se los mire; materia prima insustituible para el alfarero y por eso hondamente arraigados en los antiguos habitantes alfareros de las orillas del litoral.
 

Y bien, los cooperativistas, estudiantes, políticos, periodistas, docentes, pensadores, ecologistas, obreros (ocupados o no), artistas; las agrupaciones, las mujeres y los hombres, en fin, de este suelo, ¿podremos ver en las grietas, en vez de una hendidura ocasional un lugar abierto y hondo, en donde hacer lo nuestro? ¿Veremos esas anchas alamedas, esos bellos paseos infinitos que constituyen las hendijas del sistema, como llamándonos a aprender de los suelos de arcillas?

Devolver la tierra
Las arcillas permiten que en la seca el polvo de arriba pase abajo, y con la lluvia lo de abajo emerja, y nos recuerda el jubileo.
 

No tanto para devolver una parcela a quien la perdió en su momento (opción que viene de otras latitudes), sino para recordar que el planeta tierra no pertenece a nadie (opción muy de Abya Yala), y por eso nadie puede alambrar un trozo y hacer lo que le plazca. El jubileo significa, entonces, devolver la tierra a la naturaleza, con el hombre en la naturaleza.
 

¿Comprenderemos cómo el jubileo del suelo arcilloso nos llama al jubileo del chacral?

Plantar el zapallo y hacer el puré
Los pensadores con alguna conciencia sobre el ambiente sano, y sobre los peligros de la megaindustria, el megatransporte, las megaobras, señalan los beneficios de la soberanía alimentaria y de los cultivos cercanos.
 

En Paraná, Daniel Verzeñassi y Pedro Aguer, uno por la vía ecológica, el otro por la vía cooperativista, han hablado desde hace mucho del concepto revolucionario de la huerta próxima. Y ellos mismos lo escucharon de sus mayores, o lo supieron ver en organizaciones milenarias, en este continente o en otros, de modo que no estamos diciendo nada nuevo.
 

Aguer poniendo el acento en el trabajo agrario para las familias urbanas y suburbanas, Verzeñassi en la salud y en el ahorro de combustibles, los dos con conciencia de emancipación, y ambas visiones se complementan a la perfección en el chacral que imaginamos.
 

Desde Buenos Aires, Jorge Rulli señala la inviabilidad del hacinamiento urbano tal como está concebido hoy y demuestra el otro universo equilibrado posible. Y apenas hemos nombrado a tres de los no pocos vecinos que piensan (y trabajan por) este otro universo.
 

En el norte entrerriano (por dar otro ejemplo) fundaron una agrupación que se llama Aprocener, con campesinos genuinos (pequeños productores por sus minifundios, grandes productores por su corazón), que buscan salidas asociativas con una amalgama de algodón, gallinas, cerdos, huerta y que podrían considerarse puntas de lanza actuales en el sentido del chacral, aunque en el sistema de hoy resulta difícil cumplir con todos los requisitos y a la vez ser competitivos para sostenerse. El chacral es entonces la atmósfera para los encuentros del hombre: de la mujer que planta un zapallo con el hombre que pisa el puré para el bebé.

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