Valeria Girard / De la Redacción de UNO
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Del aburrimiento surge la posibilidad de imaginar, crear, volar y hasta de explorar sus propias pasiones. Hoy día muchos padres se sienten responsables ante el aburrimiento de sus hijos y al escuchar la frase “estoy aburrido” de boca los pequeños, automáticamente implementan un arsenal de actividades que cambien su estado de ánimo, como si aburrirse fuese contraproducente.
Sin ser nostálgica ni basarme en la postura completamente discutible de que todo lo pasado fue mejor, extraño un poco aquella niñez desestructurada en que salías a jugar y no volvías hasta el atardecer, en que la intervención del televisor en la vida diaria de un niño era mínima, en que espontáneamente chicos de distintas edades improvisaban una banda de música con latas y ollas, jugaban en la calle, se juntaban en la canchita para patear la pelota, jugar a la bolita, daban vueltas en bicicleta, pescaban mojarritas, arrojaban piedras en un charco, jugaban al elástico o simplemente se arrojaban en el pasto a descubrir las formas de las nubes.
Hoy los chicos tienen un ritmo diario repleto de horarios y actividades. Acostumbrados a este ritmo, en muchas ocasiones frenético, al llegar las vacaciones, los pequeñines no saben cómo aprovechar su tiempo libre y se aburren. Tienen de todo para entretenerse, juguetes, juegos, computadoras, tablets, videos y a pesar de ello, al no estar programados no saben divertirse y aparece el aburrimiento.
Frente a esto, las vacaciones se transforman en un verdadero desafío para sus padres. Diarios y revistas se deshacen en promocionar las actividades en los cines, teatros y en brindar diferentes tips para que el tiempo de ocio repentino no desate un caos familiar y cunda el pánico. Los padres actuales se convierten en un verdadero parque temático y plantean un esquema de actividades cada media hora. Aún así, los chicos siguen repitiendo la frase. Madres y padres instintivamente recurren a los múltiples grupos de whatsapp para intentar reclutar a algún amigo del club, de las clases de guitarra, de arte o de la escuela y al otro día todo vuelve a empezar.
Hay que tener en cuenta que la inactividad es constructiva. Los padres no pueden estar permanentemente presentes porque tienen obligaciones y preocupaciones. Los niños necesitan tropezarse y comprometerse con la cruda materia de la que la vida está hecha: el tiempo no estructurado.
El tiempo no estructurado da a los más chicos la posibilidad de explorar su mundo interno y externo, y es allí donde la creatividad comienza a fluir. Tampoco es que los niños tengan que pasar el día jugando a sus anchas con sus amiguitos; ni que el juego espontáneo y las actividades extraescolares sean actividades excluyentes, de lo que se trata es de compatibilizar. La competitividad que se instaló entre los padres ya no solo afecta a los estudios en el colegio, sino también a las actividades extraescolares y vacacionales en una carrera eterna por optimizar el tiempo y ser más y más productivos. La obsesión por tener unos hijos preparadísimos y detectar sus talentos llena su agenda de extraescolares y les deja sin tiempo para jugar. Jugar sin límites ni horarios, ni reglas.
Que los chicos se aburran, una sana ocupación
21 de julio 2015 · 06:20hs