Tirso Fiorotto/ De la Redacción de UNO
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Paseo por nuestros pagos, guiados por la gota de lluvia
La lluvia es lloviendo. Acción. ¿Cuántas acciones invitan, como la lluvia, al sosiego? Nube antes, charco después o caudal, la lluvia solo es lluvia mientras llueve. Lo digo yo, que soy gota de lluvia.
Cuando no llueve no está escondida, no viene colgada, nada de eso.
Posee otra rara condición: a la vez que acción pura es sustantivo abstracto, casi, por inasible.
Uno podrá agarrarme a mí, podrá agarrar otras gotas como yo, no lluvia. Y las gotas dejaremos de ser gotas nomás al tacto. Agarrame, sí, ahá.
Lluvia medida dejó de ser lluvia. Los fenómenos meteorológicos, sin intervención del hombre, se designan con sustantivos de ocasión. Entre el sustantivo abstracto y el concreto está la lluvia. Allí hay tela para el debate (o mejor, agua). Es más concreta la bala que la balacera, la gota que la lluvia. El viento también resulta escurridizo pero sopla él, no hay gotas palpables de viento que ejecuten la acción.
La lluvia nos tiene a las gotas de intermediarias, como las casas matrices de los bancos multinacionales a sus sucursales en los países dependientes (recordemos 2001).
No somos cualquier gota, somos gotas de lluvia. Pero apenas alguien nos quiera responder, no encontrará sino un charco desprendido.
La lluvia es madre abandónica, como las casas matrices. (¡Si lo sabrán los argentinos!)
Lluvia es sustantivo medio concreto y medio abstracto con olor a verbo. Cuando decimos “se registran autos” no aclaramos si estacionados o en movimiento, y en verdad puede no estar ocurriendo nada. Pero “se registran lluvias” es una noticia. Lluvias: llueve.
La lluvia deja una enseñanza a la comunidad. Las organizaciones sociales que andan en distintos asuntos (una es nube, la otra vapor, la otra humedad, la otra temperatura, la otra presión), de pronto confluyen y ¡zas, llueve!
“Lluvia” dirá, entonces, a todos y a nadie.
Guacurarí
Llevado el ejemplo a otro plano, la lluvia es más sorprendente que la montonera tan nuestra, tan de siempre para los de a pie, aquella de la guerra de guerrillas.
Las conozco bien, las gotas tenemos historia acá.
La montonera se prepara y da el zarpazo donde y cuando menos se la espera. La lluvia, en cambio, mientras no llueve no es lluvia. Y cuando golpea, ¡guarda! Porque suele aparecer de la nada y acompañada de poderosos refucilos, más escurridizos que nosotras las gotas.
Eso en el Paraná, el Gualeguay, el Ayuí, el Guayquiraró. Y vale conocer el fenómeno e incorporarlo como ejercicio. Cultivar los reflejos, la actitud. De pronto se juntan factores que parecían distantes y hasta en categorías diferentes y, ¡zas, como les dije, llueve!
Y cuando menos lo esperamos todo se dispersa como las tropas guaraníes de nuestro Guacurarí, sin rastros.
Tras lo cual, no habrá lluvia que perseguir porque la lluvia no es sino lloviendo. Si el poder intenta procesar, escarmentar, multar, sancionar, condenar, en fin, no tendrá lluvia ni gotas siquiera donde ejercer su aparato represor. Y menos relámpagos, porque son como… relámpagos.
Bueno, algo debíamos aprender de las casas matrices.
En el peor de los casos, si una gota de lluvia como yo resultara detenida por el juez tendría siempre a mano la coartada: que ella estaba allí como miembro anónimo del rocío, y que no sabe a qué atribuir semejante atropello.
Los físicos y meteorólogos nos ven como esferas, o con formas geoides, pero la gota de esta historia que digo, mi hermana, ensayará ante el juez, claro, una perfecta cara de lágrima.
Mis modos
Al acercarme a la meta y cuando me estoy convirtiendo en gota de lluvia propiamente dicha, es decir, naciendo gota de lluvia y muriendo como tal porque en segundos no seré lo que fui… Y bien, al acercarme al suelo que me da sentido (si no es por el suelo, una gota no será jamás de lluvia, la lluvia necesita suelo; en el aire y sin tocar el planeta se llamará virga); pero decíamos: al acercarme a mi principio y fin, adquiero una forma geoide.
Para ser lo que soy (incluido el contacto con la superficie), tomo la forma del otro, de lo que parece otro pero ahora lo sabemos: nos complementamos.
Apenas saquemos los muros, las fronteras engañosas, veremos que somos lo mismo: el paisaje.
Tupá y Tláloc
La lluvia necesita suelo, el jinete caballo, la vista luz.
Lo raro del caso no es que yo precise ese ambiente (aire, suelo) para ser gota de lluvia. Es raro que, como gota de lluvia a pleno, tome forma de madre tierra, y así la madre me abrace, ambas nos abracemos con el corazón abierto.
Para llegar al otro, a lo otro, para que el encuentro no sea impacto sino consumación, aquí aparece una condición que suele darse pero en otros planos. (Espero no ser en esto escurridiza).
Los guaraníes decimos jopói, mano abierta en forma recíproca, puente de doble mano y sin aduana.
No abundaremos en este mensaje luminoso (modestia aparte) que damos las gotas de lluvia y que tal vez sea la piedra de toque para conocernos.
Si una gota de lluvia como yo (que para ser tal necesita el suelo) toca la superficie y esa superficie es hierba, o es huevo de killi (pececitos de colores), entonces ahí tendremos con transparencia una puerta directa a la unidad sin ruidos, una evidencia; tendremos música.
¿Es ése el néctar de la tierra? ¿Está en ese punto exacto? ¿Encontramos resumido allí a Tláloc, expresión superior de la lluvia y la fertilidad en nuestras culturas de Abya yala, lugar y momento fecundo sin fronteras, donde el suelo llama a la lluvia, la lluvia al suelo, alto jopói, y explota la vida?
Para otros pueblos nuestros, del mismo ámbito de Tupá Ru Eté, “dios” de la lluvia, de ese paraíso de uno de los “padres verdaderos” (ru eté), de allí viene el alma y allí vuelve.
Tupá está encargado de la lluvia y de la moderación y se manifiesta, como otros, cantando.
Agua con nutrientes
Lluvia es encuentro, y el encuentro cielo-tierra expresado en gotitas como yo dice algo superior. ¿Será por eso que la lluvia, concreta-abstracta, cielo-tierra, sumerge a los vivos en la paz, los aclara, y evoca una sinfonía?
¿Por qué la lluvia como lugar permanente, como fondo, en donde desplegar los sueños? ¿Qué antiquísimos o altísimos mensajes cargamos las gotas de lluvia? ¿Qué sinfonía sideral evocamos? ¿No es acción, la lluvia, sino estado natural, quietud, silencio vivo?
¿Para qué sirve un pluviómetro sino para confundirnos, hurgando en el alma de la lluvia algo tan poco significativo como la cantidad?
Para los pueblos Kuna que nos heredaron el nombre del continente (Abya yala, tierra en plena madurez, tierra de sangre vital), voz plena, la lluvia ofrece reposo y limpia, el agua purifica y da energía, y existe una relación directa entre la tierra y el agua (leche de la tierra), y otro puente necesario o vaso comunicante: el árbol, que absorbe esa leche y devuelve alimentos a la madre y da remedios al hombre orillero a través de sus raíces.
¿Acaso el árbol con sus nidos, el agua con sus peces, el suelo con sus capas y habitantes, el cielo con sus trinos y aromas; todo eso no es caso una sola cosa, que bien podría incorporar a la especie humana, si no fuera que los humanos se alzan con hachas y motosierras y diques y fumigadoras y cajas fuertes?
¿No trazaremos las gotas de lluvia las vías para la restauración de la armonía?
Con los Kuna ¿no preferimos todos el agua de río, en contacto con hojas y raíces, agua con historia, agua con nutrientes, agua-agua, antes que agua clorada, agua muerta?
Y a la vez, ¿no seremos, las gotas, como esos pueblos nómades tan mentados por Fortunato Calderón Correa, cuya esencia es el andar sin más cargas que lo esencial?