“Las plantas de orquídeas son mágicas y les dedico afecto”

Graciela Aranda, cultivadora de orquídeas. La danza, una religión desde siempre. Academia sí, boliches no. Un viaje de ida. La belleza in vitro y otros secretos.
17 de febrero 2013 · 12:53hs

Julio Vallana/ De la Redacción de UNO
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Hasta para el más neófito en cuestiones del mundo natural –y particularmente en el relacionado con la entrevistada– observar esas perfectas asimetrías y colores que desafían la imaginación, causa una profunda sensación.

Es que –lo dicen tanto los especialistas como cualquier aficionado– las orquídeas tienen particularidades imposibles de resistirse a la admiración. Graciela Aranda –ex bailarina y actualmente profesora de danzas– descubrió este universo hace algún tiempo y el año pasado obtuvo un importante reconocimiento en el ámbito de lo cultivadores de estas plantas.

La danza, sobre todo


—¿Dónde naciste?
—¿Desde ahí? (risas). En Paraná, creo que en la Clínica Modelo; no sé.
 

—¿Tu barrio en la infancia?
—La casa es esta misma (en calle Libertad) con algunas modificaciones. Iba a la Escuela Rivadavia pero casi no tengo recuerdos de la infancia, salvo que hacía muchas cosas como piano –acá al lado–, danza todos los días y natación. Del resto del barrio y de la vida como niña no recuerdo nada; no tenía amiguitos ni jugaba en el barrio, ni recuerdo compañeritas de la primaria, sólo al nene con el que íbamos a la escuela todos los días y nos llevaba su mamá. No recuerdo juegos de niños porque mi vida pasaba sólo por esas cosas.
 

—¿A qué edad comenzaste danza y piano?
—Cuando iba al primer jardín comencé a estudiar danzas folclóricas. Mi mamá dice que tenía cuatro años cuando bailé El Cuándo, en el teatro. Después comencé a estudiar danza española y cuando tenía nueve o diez años, clásico. Me recibí de profesora de piano antes de recibirme de profesora de danzas, tiene que haber sido cuando estaba por terminar la secundaria.
 

—¿Realmente te gustaban estas actividades?
—Sí. A piano “me llevaban” pero a la danza la elegí. Cuando era más grande y tenía que sentarme a estudiar piano en el living, estaba con una revista y leía, y cuando escuchaba que venía mi mamá tiraba la revista dentro del piano (risas) y me ponía a tocar. Lo de estudiar la danza como escuela fue porque me llevaban a ver bailar a una parienta y quise hacer eso, me gustaba.
 

—¿Viste algo que te llamó la atención?
—La primera vez no me acuerdo. Sí cuando tuve conciencia de bailar y estudiar como disciplina, que iba a ver al teatro todo lo que viniera y no me perdía nada. Las primeras veces que vi danza fue a través de la tele, cuando comenzó a haber televisión en Paraná. Lo mío estaba relacionado con hacer la actividad y sí o sí era una cuestión de disciplina, todos los días agarrada de la barra y la mayor cantidad de horas posibles. De adolescente, sábados, domingos y feriados –si no tenía una profesora– con una amiga repetíamos las clases de la semana.
 

—¿Cómo asumiste la cuestión de la disciplina –tan rígida en la danza clásica– cuando niña?
—Debe haber pasado por el juego, no creo que me lo haya tomado de otra forma… me gustaba ir y disfrutaba.
 

—¿Buena alumna?
—Sí, sí.
 

—¿Qué materias te gustaban?
—De la primaria no tengo recuerdos y vos…
 

—Tampoco, porque detestaba la escuela –primaria y secundaria.
—En la secundaria no llevé la misma vida que mis compañeras por las actividades que tenía y no me interesaba para nada salir a bailar. Me llevé algunas materias en la secundaria y no le daba bolilla. No me disgustaba Matemáticas porque no me costaba esfuerzo; no me gustaban las materias pedagógicas como Psicología y tampoco demasiado Historia y Geografía; las biológicas, un poco más.
 

—¿Cómo se entendía lo de ser bailarina y que no te gustara hacerlo en los boliches?
—(risas) Era tan lejana una cosa de la otra… No sabía moverme por fuera de esa estructura que era la danza clásica, ni me interesaba; me parecía una pavada.
 

—¿Lecturas importantes antes de la juventud?
—La Colección Robin Hood (risas), la teníamos a toda.
 

—¿Alguna otra afición además de la danza y el piano?
—Me llevaban a natación pero tampoco me gustaba porque me moría de frío. Cuando dejé y comencé a jugar al vóley, me gustó y finalizó el conflicto con el piano, porque me lastimaba los dedos. Mi profesora de la escuela de música me dijo: “O seguís tocando el piano o jugás al vóley”. Prefería jugar al vóley porque medianamente tenía relación con gente de mi edad, por fuera de la escuela.
 

—¿Cuándo tomaste la danza con el rigor que implica?
—Desde adolescente, cuando tomás conciencia –supongo que a los quince años– al terminar en la academia de danza y comenzar a estudiar con Olga Cepeda. Era la única forma de conseguir algo.
 

—¿Conseguir qué?
—Bailar bien; en ese momento me gustaba mucho la danza clásica y dedicarme al ballet, luego ya no me importó y seguí bailando.
 

—¿Alguna maestra que te enseñó cuestiones esenciales?
—Muchísima gente. Más por haberme criado en el interior donde hay pocos maestros. Estudié con muchos. Cuando pude salir sola de Paraná me iba a Santa Fe y Rosario, donde había un curso o alguien que enseñara, y de cada maestro seguramente tomás algo específico, distinto y que te sirve para tu desarrollo, ya sea en cuanto a lo técnico o a lo expresivo. Olga Cepeda fue determinante en gran medida porque fue la primera que me hizo tomar real conciencia de hasta qué punto tenía que poner la cabeza en esto. Además en esa época todo tenía que ver con lo artístico, porque comencé a ir al coro de la Verdiana, seguía estudiando música y hacía algo de teatro, creo que con Marta Cepeda.
 

—¿Nunca te agobió la rutina de la disciplina?
—No, para nada, me encantaba y lo disfrutaba; era religión. Recién cuando conocí otras disciplinas como la danza contemporánea, el jazz y salir de Paraná, me fui distanciando del clásico.
 

—¿Alguna presentación o coreografía memorable?
—En una época bailé con el grupo de las Riso –cuando todavía bailaba Rita. Traían bailarines de Buenos Aires para que bailaran con nosotros y en una oportunidad hicimos algo de Quijote y me encantó. Me gustaban más las danzas que tuvieran –dentro de lo clásico– carácter, que lo más etéreo. Me gustaba lo que tenía fuerza.
 

—¿Cómo fue el distanciamiento de la danza clásica?
—Fue por una suma de cosas, porque comencé a tomar clases de danza contemporánea en Santa Fe y conocí otra técnica –de nombre Graham. Una vez que incorporás una técnica querés más, y cuando pinta otro maestro, vas y estudiás, y así… Después me fui a Rosario y Córdoba, y cuando fui a Buenos Aires comencé a estudiar jazz, al cual me volqué bastante porque me encantó y tenía toda esa cosa de fuerza que me unía. El jazz necesita la base del clásico –muy fuerte– y me daba lo expresivo, que necesitaba desarrollar.
 

—¿Qué influencia tuvo para vos la generación de Bocca, Guerra y Cassano?
—No fui contemporánea de ellos, porque son más chicos. Tengo más recuerdo de la época de los bailarines rusos cuando comenzaron a salir de Rusia.
 

—¿Nureyev?
—Sí, un poco, pero más, Baryshnikov, Basilier y todo los que comenzaron a salir. Cuando había dejado el clásico, en el mismo estudio que tomaba clases de jazz, en otra sala estaba Julio con otro compañero ensayando, y era chiquito. Yo tenía 25 o 26 y él 19 o 20.
 

—¿Nunca lo trataste personalmente?
—No, aunque lo vi bailar un montón de veces.
 

—¿Cuál fue su mayor capacidad?
—No sé; siempre me pareció muy técnico… me impresionaba lo técnico.
 

—¿Y de los rusos?
—La espectacularidad de lo técnico pero además lo expresivo, que estaba muy presente. Obviamente que la gente de acá es muy expresiva pero por ahí uno mira más lo de afuera que lo de acá… (risas). Me remito más a la gente que baila ahora, como Paloma Herrera, que me parecen muy completos desde muy jóvenes.
 

—¿En qué aspecto te complementó el jazz?
—Hace mucho que no lo bailo. Es la oportunidad de sacar lo visceral de uno y que tuvo que ver con la edad. Pasada esa época volví a la danza contemporánea, que es más de escuela –por otro lado– que el jazz. En esa época bailaba mucho en grupo y recuerdo una coreografía que hice –cuando volví de Asia– con un tema de Fito Páez. Todavía la recuerdo y me encantó porque salió redondo.
 

—¿El viaje tuvo que ver con lo artístico?
—Sí, me fui para bailar. Éramos tres personas y teníamos armados shows que tenían jazz, tango, hacíamos danza acrobática y algunas canciones. Fuimos a España, Malasia y Taiwán, nos separamos y seguí sola bailando jazz, la mayor parte del tiempo en Japón, aunque también mezclada con un grupo australiano y otro de inglesas.
 

—¿Devoluciones curiosas en cuanto a las diferencias culturales?
—Nada particular porque la mayor cantidad del tiempo estuve en Japón, donde son muy respetuosos y aplauden todo. El público sabe lo que va a ver, salvo en el caso de la danza contemporánea actual, que es mucho más delirante. En cambio en un espectáculo de jazz, con tango, saben lo que van a ver.
 

—¿El balance de esa experiencia?
—Me encantó como artista y como ser humano porque crecí un montón, al tener contacto con otras culturas, en el caso de Japón –además– donde todo funciona. Lamentablemente me volví cuando hubiera querido seguir viajando. Con una amiga brasileña armábamos coreografías y show para los japoneses, y fue mi primera experiencia coreográfica, que no imaginaba y salió bien.
 

—¿Cuándo te sentiste madura para enseñar?
—Nunca imaginé que daría clases, es más siempre dije que nunca lo haría. Tengo el título gracias a que mi vieja me obligó antes de irme de Paraná (risas). Llegó un momento en que no bailé más profesionalmente y de casualidad vino un amigo a mi casa y me dijo que por qué no me anotaba en las escuelas del gobierno de la ciudad (Buenos Aires). No se me había ocurrido, me anoté, al tiempo comenzaron a llamarme y descubrí que era algo que también me gustaba hacer y disfruto. Hasta ahí tuve una época en que no bailé por una situación familiar que me llevó a tener un trabajo que no había elegido, como era el comercio. Además comencé a montar coreografías para alumnos, que también fue un descubrimiento y disfrute maravilloso.

Unas plantas especiales
 

—¿Cuándo descubriste las orquídeas? ¿Tienen alguna relación con la danza?
—(risas) La tienen en cuanto a la belleza. Hace como ocho años fui a una exposición en un lugar cerca de mi casa que se llama Centro Okinawense y me regalaron mi primera orquídea. De ahí en más fue un viaje de ida.
 

—¿Por qué se convirtió en un hobby?
—No es fácil de explicar. Son plantas muy especiales y también está el hecho de haber tenido una abuela que tenía muchas plantas, cultivaba unos helechos enormes y a lo mejor tiene que ver con esto. Ya tenía plantas porque siempre me gustaron y cuando tuve esa orquídea en mis manos me surgió el interrogante sobre qué tenía que hacer y cómo cultivarla para que no se muriera. Porque está esa creencia de que cultivar una orquídea es algo muy difícil, que no es tan real. Comencé a leer e investigar y descubrí grupos y asociaciones que dan talleres –los cuales cursé– compré más plantas y de ahí todo se amplió mucho.
 

—¿Era como un entretenimiento?
—Sigue siendo un hobby aunque no le dedico mucho tiempo. Cuando llegó a mi casa a la noche veo cómo está el orquidiario y hago algo un ratito, y luego los sábados y domingos. No es una actividad que vaya más allá de eso, si bien llevo plantas a las exposiciones y te hacés de amigos con un interés en común. Todo hobby también tiene que ver con esto. Y si te interesa mucho y te comprometés, cada vez aprendés más.
 

—¿Con qué criterio seguiste comprando plantas luego de aquella que te regalaron?
—Compraba donde las encontrara, en un principio baratas porque no sabés y según las posibilidades económicas. A medida que sabés, gastás un poco más de plata, como en todos los ámbitos. Hay híbridos y especies muy caras aunque no te sé decir cifras.
 

—¿Qué otros elementos son necesarios además de tiempo, conocimiento y plata?
—Algo más que tiempo, dedicarles afecto. Para mí es algo mágico que comienza cuando se tiene una planta con la raíz desnuda, pensar dónde se pone –en una maceta o en un tronco–, en qué lugar del orquidiario –en función de la humedad y el sol–… son varias cuestiones además del conocimiento del hábitat natural de la planta, porque hay que observar cómo reacciona. Puede suceder de tener plantas que durante años no florecen y un día las cambiaste a tres metros de distancia de donde estaban y florecen. Lo que desencadena la floración puede ser el fotoperiodo, la diferencia de temperatura y diferentes factores. Lograr que florezca es maravilloso y más cuando la ves por primera vez.
 

—¿Cuál es esa cuestión especial que señalás?
—Especialmente, que lleva un tiempo de dedicación hasta que florecen. No es como una Alegría del hogar que la tenés y florece sola, aunque también hay orquídeas que lo hacen, como los Oncidium amarillos que hay en muchas casas. Está colgado de otra planta y florece solo, pero hay 30.000 especies clasificadas –aunque son muchas más, e imaginate la cantidad de híbridos.
 

—¿Cuál es la diferencia entre especie e híbrido?
—La especie es tal cual está en la Naturaleza y un híbrido es cuando el hombre metió la mano, si bien los hay naturales porque el polinizador entró en una orquídea y con ese polen se fue a otra y produjo un híbrido natural. Pero más es la cantidad de híbridos hechos por el hombre.
 

—¿Es sencillo de hacer? ¿No hay límite en cuanto a los híbridos que se pueden crear?
—No hay límites. Si bien hay híbridos interespecies, no se puede hibridar cualquier cosa con cualquier cosa. Hay que tener conocimientos mínimos como para poder saber qué prende con qué. Tampoco es cuestión de hacer cualquier cosa porque no tiene sentido.
 

—¿Se puede prever en cierto modo cuál es el resultado?
—Medianamente podés tener una idea. Por ejemplo, tenés dos flores e imaginás cómo sería la mezcla de ellas, más o menos. Pero el resultado final se ve cuando la planta florece.

El arte de clonar


—¿Cómo es la reproducción?
—Se hace in vitro. No es que tomás una semilla, la ponés en la tierra y ya está. También se pueden dividir de una planta grande, aunque no es la forma de tener muchas a la vez. Quienes se dedican comercialmente a cultivar las reproducen in vitro, por semilla o meristema –que es la yema de crecimiento que se pone dentro de un frasco con cierto líquido, sobre una máquina que lo mueve todo el tiempo para impedir que la planta largue raíz hacia abajo y hojas. De esa forma esta pequeña cantidad de células se reproducen como pelotitas y cada una de ellas es una planta nueva. Luego se corta y se ponen en diferentes frascos, donde la planta manda la raíz hacia abajo y las hojas hacia arriba.
 

—¿Se puede hacer en forma casera?
—Necesitás una cámara limpia y un flujo laminar, porque el medio tiene que ser estéril para que no se llene de hongos. No es tan fácil hacerlo aunque también se puede hacer por semillas. El meristema serían clones de una planta, en cambio por semilla se tiene la variabilidad genética: por ejemplo, mezclaste dos flores iguales y nunca será la misma. Sacás las políneas de una y las ponés en el ovario de la otra, lo cual forma una cápsula, los pétalos se secan, y en el tronquito que tiene la flor se forma el ovario, lleno de semillas, que se plantan in vitro.
 

—¿En qué se concentra la actividad del aficionado medio?
—En el cultivo, aunque me encantaría en algún momento producir, ya que hice talleres de cultivo por semillas y por meristema. Aprendí lo básico y me falta el entrenamiento.


Cuestiones del hobby
 

—¿Qué determina el valor económico de las plantas?
—En general siempre será más cara una especie que un híbrido, aunque los hay muy caros también, según la calidad de la flor. Hay características establecidas para cada especie, lo cual hace que sea más cara o no. También, por ejemplo, una cosa es un plantín –que pasará cuatro o cinco años hasta florecer– y otra es una planta adulta, que sabés que florecerá durante el año. Si una especie está en peligro de extinción también es mucho más cara.
 

—¿Alguna especie de alto valor por alguno de estos factores?
—Lo que la gente conoce como Zapallito de Venus son mundialmente más caras que las demás porque no se puede hacer meristema, entonces nunca conseguirás dos plantas exactamente iguales, salvo que la dividas.
 

—¿De dónde son originarias?
—Son asiáticas.
 

—¿Sabés de algún valor exorbitante que se pagó por una planta?
—No sé, porque en realidad no miro eso. No me interesa.
 

—Pero debe haber casos de miles de dólares.
—Sí, seguramente.
 

—¿Cuál fue tu mejor adquisición?
—Siempre la última es la mejor (risas) y la que estoy esperando que florezca. Ahora estoy por comprar unas que me interesan, pero siempre son varias. Una planta que me encanta es un híbrido de los primeros que compré –que se llama Brazo laeia cattleya my housing– la cual florece dos veces al año y tiene unos ramilletes de flores rojas espectaculares. Esa planta tiene todo “un recorrido” conmigo y es una de las primeras que adquirí cuando tomé la decisión de comenzar a comprar. Con los años sigue siendo una planta de gran calidad, lo cual cuando me inicié no entendía tanto. Cada vez que la llevo a una exposición tiene un primer premio.
 

—¿Cuándo comenzaste a exponerlas?
—Iba a las exposiciones –donde también hay venta– a comprarme algo, hasta que un día un profesor me dijo que me animara a exponer. Tenía una planta linda florecida y la llevé.
 

—¿Qué se considera al momento de premiarlas?
—Depende la exposición porque lamentablemente no tenemos un solo reglamento para toda la república Argentina y estamos divididos, como en muchas cosas. Hay varias asociaciones y cada una tiene sus jueces y evalúan cuestiones distintas, si bien hay características de calidad para cada especie. Pero también tienen su criterio propio y no es uniforme. Aparentemente ahora están por sacar el reglamento de la Fora (Federación Orquidófila de la República Argentina) pero este grupo no está unido con el resto de los orquidiarios. A mí me han premiado varias agrupaciones. Tengo algunas plantas de calidad y en otras que no lo son tanto, pero se ha premiado el cultivo. Por ejemplo, si tenés una planta que creció y floreció en redondo –por lo cual desde cualquier sitio que se observe, se ve florecida y pareja– también es importante. Tal vez la flor no es de mucha calidad pero la planta sumó. Son varios ítems.
 

—¿Salís a buscar especies en la Naturaleza?
—(risas) No hay que hacerlo porque es depredar la Naturaleza. Obviamente que todos los coleccionistas de orquídeas si podemos traernos una planta que está al alcance de la mano la queremos traer, porque es algo directo de la Naturaleza a tus manos. La mayoría lo hace y seguramente esa persona la hará sobrevivir más que en su medio. El problema son los desmontes masivos porque se tiran miles de árboles llenos de orquídeas y así han desaparecido especies. Eso es lo grave. Ver orquídeas en los árboles es maravilloso, aunque no es muy fácil.
 

—¿Qué alcance tiene la actividad como terapéutica?
—Hay mucha gente que se dedica a la jardinería como actividad terapéutica. Nuestras abuelas se dedicaron a cultivar plantas y eso ha sido terapéutico para ellas. Pasa por ahí, por el hecho de la relación con la planta desde que la ponés en una maceta o la montás en un tronco, le buscás un lugar… le dedicás tiempo y energía. Uno está queriendo que la planta esté bien y eso hace bien. Para mí es como una práctica de meditación.

Los líderes y Argentina
 

—¿Qué países son productores líderes?
—Depende de las especies, pero son los tailandeses –dedicados a las Vandáceas–, Estados Unidos, Europa y también los brasileros son grandes productores.
 

—¿Qué desarrollo tiene Argentina?
—Es muy poco lo que se produce.
 

—¿Hay un auge de la actividad en los últimos años?
—No sé si el negocio en Argentina es producir porque es necesaria mucha infraestructura y luego hay que vender lo producido. Productores y gente que tiene orquidearios en Buenos Aires dicen que prefieren tener más variedad que dedicarse a producir una sola especie, porque es casi imposible dedicarse a producir todas.

La orquídea de plata, de manos de Pallarols
 

Graciela Aranda obtuvo el año pasado la mayor distinción que otorga la Asociación de Productores y Cultivadores de Orquídeas (Apcoa), la cual consistió en una orquídea confeccionada en plata por el destacado maestro orfebre Carlos Pallarols.
 

—¿En qué ámbito obtuviste el premio?
—Lo entrega Apcoa (Asociación de Productores y Cultivadores de Orquídeas de Argentina) y fue en setiembre de 2012. Esta entidad hace exposiciones cada dos meses entre marzo y noviembre, y la única en la cual se entrega un premio más importante es en la de setiembre, porque es cuando hay más plantas florecidas. Es la primera asociación con la cual estudié y por eso también fue importante. El premio fue una orquídea de plata realizada por Pallarols.
 

—¿En qué te motiva?
—Es una motivación para seguir y me encantó recibir el premio de manos de Pallarols. Pero la mayor satisfacción de esta actividad es ver por primera vez una planta florecida que nunca viste.
 

—¿Qué consideraron al momento de premiar?
—Sobre la planta –si bien me florece bien todos los años– dicen que no es tan fácil que lo haga con esa espectacularidad, aunque es un híbrido muy bueno. Puede tener que ver con el ambiente de mi casa y con el cuidado que le doy. En cierta forma también se premia la trayectoria en las exposiciones, por haber tenido varios primeros premios durante el año o varios años. En cada exposición se elige la planta campeona entre todos los primeros premios, y esta planta campeona –que fue una Phaleanopsis– dentro de esa especie me dieron todos los premios. A lo mejor también tuvo que ver esto.

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