Alfredo Hoffman/ De la Redacción de UNO
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Las piernas pueden volver a crecer
Poco antes del Mundial de Estados Unidos, una imagen se reprodujo por televisión tanto como lo que en la actualidad es un viral en Facebook. Ahí se veía a un Diego Maradona muy joven, pero ya entre los veteranos del fútbol, que se mataba en un gimnasio, corría en una cinta y, hablando a cámara, retorcía una remera empapada en transpiración. Prometía dejar todo en los entrenamientos y en la cancha y muchos nos emocionábamos y entusiasmábamos con su actitud.
Diego había regresado al fútbol argentino el año anterior para jugar en Newell’s Old Boys de Rosario –disputó cinco partidos oficiales y no convirtió ningún gol– y el director técnico Alfio Basile lo había convocado para salvar a la Selección en el repechaje frente a Australia, luego de la histórica goleada de Colombia en River. El Diez era mucho más que un símbolo para el equipo: a esa altura funcionaba como tabla de salvación y así lo había entendido el público mucho antes del llamado de Basile, cuando coreaba su apellido en cada partido de Argentina en las eliminatorias pidiendo su convocatoria. Maradona había conseguido ya el campeonato mundial en México 86 y el vicecampeonato en Italia 90 y su entrega en esos entrenamientos para ponerse a punto físicamente, aunque no estaba en su plenitud futbolística, hacía pensar que la historia podía repetirse en Estados Unidos 94.
Cuando empezó el Mundial, rápidamente nos convencimos de que la Selección llegaría lejos. La actuación del equipo y de su capitán fue descollante ante Grecia y ante Nigeria. Éramos pura ilusión y pura confianza. Vivíamos pendientes de la transmisión en vivo desde Boston. Fue entonces cuando llegó la noticia del doping positivo de Maradona y el estado de ánimo de muchos argentinos se desmoronó. Casi como una consecuencia irreversible, perdimos los dos partidos siguientes y quedamos eliminados en octavos de final.
Por esos días, Adrián Paenza hizo aquella entrevista histórica por Canal 13, donde un Diego con lágrimas en los ojos dijo: “Me duele mucho porque me cortan las piernas, porque me dan por la cabeza en un momento donde uno tiene la posibilidad de resurgir”. Y enseguida volvió a remarcar la idea: “No quiero… –respiró hondo– no quiero dramatizar pero creeme que me cortaron las piernas. Me cortaron las piernas a mí, le cortaron las piernas a mi familia, a los que estaban al lado mío”.
En 1994 yo tenía 18 años y bastante tiempo libre. Muchas horas las pasaba mirando esas transmisiones televisivas y, mientras escuchaba esas palabras de Maradona, también sentía que me cortaban las piernas. No sé si habrá sido esa tragedia deportiva o si habrán sido los textos de la facultad, pero desde entonces el fútbol empezó a interesarme cada vez menos. Y lo mismo con la Selección, que no pudo nunca reemplazar a Diego Maradona y nunca pudo convencerme ni con su juego ni con sus resultados y nunca hizo que los argentinos saliéramos a festejar en masa después de un partido en un Mundial.
Será porque ahora el Mundial se juega en Brasil, que está acá a un paso. Será porque está Messi, que es lo más parecido a Maradona con la pelota en los pies. Será porque llegamos sin tanto triunfalismo como en competencias anteriores. Será porque el director técnico, finalmente, está cumpliendo con su trabajo. Será porque superamos la barrera infranqueable de los cuartos de final. Será porque sí nomás, pero si a usted le pasó lo mismo que a mí, seguramente ahora cree que las piernas le pueden volver a crecer.