Javier Aragón / De la Redacción de UNO
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No soy de contar públicamente lo que ocurre dentro de mi casa, pero analizando lo que sucede desde hace unos dos meses, es que decidí hacer una especie de catarsis. Al menos para descargar el malestar que provocan las inquietantes promociones telefónicas y encuestas que acosan a este usuario como al resto de la comunidad. La diferencia es que tengo el poder de decirlo a través de un medio de comunicación.
La verdad es que no sé cómo consiguen los teléfonos, y si bien me lo imagino, consulto: con qué derecho te llaman a cualquier hora del día para cansarte con propuestas económicas que, en una gran mayoría terminan siendo poco convenientes. Lo cierto es que si no te ubican en los teléfonos de línea te llaman hasta el cansancio a tu celular. Y lo peor, por más que estés trabajando y les indiqués que estás ocupado, tratan de avanzar con la promoción a cualquier costa, sin importarles el cómo, porque lo que importa es que digamos que sí. Esta gente de Buenos Aires, se imaginan que en el interior no se trabaja o que si se está cumpliendo el horario laboral se tiene todo el tiempo del mundo para atenderlos.
Lo más desagradable es cuando, cada tanto, se logra tener algunos minutos para recuperar energías a la siesta. Imposible, desde todo punto de vista, conciliar el sueño con las voces apuradas de las promotoras o promotores. El panorama se ensombrece aún más cuando se apaga el celular y por el teléfono de la casa una computadora te invita a participar de una encuesta para decir-insisto, a una máquina- a quién pensás votar en las próximas elecciones.
No es que esté paranoico por el llamado telefónico, me agobia perder tiempo diciendo que no a una máquina o bien a una persona que te “aprieta” con todas las alternativas psicológicas a que los escuchés y les des el sí, como en un casamiento, para tener los beneficios de una tarjeta de crédito, de débito, de los bancos con los que operás; para conocer las promociones de ventas telefónicas o, el último acoso que conocí, para hacer una encuesta.
Entre el sueño perdido, los escasos minutos para descansar, así y todo se sacan fuerzas para ser cortés y pedirles que no molesten. Lo peor del caso es que no le entran los reclamos y hasta las súplicas para que no insistan. Que entiendan que tal vez seamos pocos, los que no vivimos de promociones o encuestas. Hay gente que le gusta que la llamen, que tiene todo el tiempo del mundo, o que en su trabajo le da lo mismo estar respondiendo 30 preguntas de los candidatos o qué crédito poder tomar para viajar en poco tiempo a Europa. Creo que la mayoría de los mortales que viven por estos lados, padecen algo parecido, por lo que sería más que oportuno que desde los organismos de control, legislativos, del Estado o a quién corresponda, se tomen los recaudos del caso, se ordene y limite el accionar “liberado” de los acosadores telefónicos.
Para algunos será un problema menor, para otros insignificante, pero quién no ha recibido una convocatoria de este tipo. Deberán saber estas empresas que el tiempo de uno es propio, lo organiza y lo dilapida como uno quiere, sin tener en cuenta sus ingerencias.
El bendito acoso telefónico de los últimos tiempos
29 de julio 2015 · 06:01hs