Ayelén Morales / Especial para UNO
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De la góndola a la caja: la otra inflación
Hoy es el día para ir al supermercado, ya no hay nada en la heladera y menos en la alacena...
Para mí, como para la mayoría, la tarea de ir al súper lleva su logística. Disponer de tiempo, hacer un tanteo de qué firma tiene las ofertas más óptimas, y lo más difícil: adiestrar a los niños para que se porten bien mientras uno elige y delibera, entre góndola y góndola, precios y calidad.
Es así que en una linda jornada de sol de mi día franco, me dispongo, junto con mi familia a perder varias horas dentro del súper.
Chango en mano, camino, observo, calculo. Mi “Lita de Lázari interior” actúa: “Diez con venticinco vs nueve con noventa, obvio, nueve con noventa. Ocho con veinte vs siete con cuarenta, siete con cuarenta”.
El carrito ya está lleno, orgullosa de saber elegir y “ahorrar” en varios productos emprendemos el recorrido hacia la caja.
Otro desafío importante que nos toca es el de la fila de la caja. Esa cola de allá tiene menos gente, pero no te dan bolsa, esta de acá no atiende con tarjeta, entonces nos quedamos en esta, larga y lenta.
Por la puerta se vislumbra que está bajando el sol, ya se hizo de tardecita. Todavía en la cola, lenta, los niños eligen productos de último momento, están cansados.
¡Al fin nos toca! Pasa un producto y otro y otro. Algo raro pasa, mi obstinada memoria visual se pregunta: ¿Qué pasó con ese que valía nueve con noventa? En la caja vale diez con diez... y este otro, de siete con cuarenta?
Tristemente descubro que, de la góndola a la caja, los precios suben mínima y silenciosamente.
El precio que tiquea la cajera no coincide con el cartelito de la góndola. Una palabra conocida me viene a la mente: Inflación. Pero esta no responde a los vaivenes del mercado sino a la deslealtad comercial.
Y entonces, todo lo que planifiqué, los centavos que ahorré y todo el bello sol de mi día franco que perdí, ¡FUE EN VANO!













