Pablo Felizia / De la Redacción de UNO
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Le quería contar que cada vez que tuve que salir a buscar un trabajo o sacarme una buena nota en matemáticas, cuando debí superar algún obstáculo pensé en usted y en esa tarde, una que ahora vuelve como cachetada, como trago fuerte para tomar valor. Sé que a la historia la conoce como nadie, pero quizás hay otros que no y siempre es bueno atesorarla como un rezo.
Faltaban 11 minutos. Iban 1 a 1 y los 200.000 brasileños estaban eufóricos. Eran los campeones del mundo; el Maracaná una fiesta: venían de una goleada, la FIFA había instalado el palco, los músicos aprendido el Himno carioca para resonar sobre el último pitido del árbitro. El empate a ellos les alcanzaba, en sus bares, playas y favelas ya bailaban con una alegría sin fin. Pero un muchacho con remera celeste, usted don Alcides Edgardo Ghiggia, se desprendió por el lateral derecho. Se acercó al área. Vio moverse al arquero Barbosa unos centímetros, así lo contó una millonada de veces y en el medio del barullo metió un pirotécnico zapatazo. La pelota hizo eso que en el fútbol es tan común y que en la vida cotidiana parece anormal. Era un 16 de julio de 1950 ¿se acuerda? y el silencio se hizo del estadio ante un manojo de uruguayos que fueron a abrazarlo. Usted, el héroe de esa tarde, murió el jueves, el mismo día en que se cumplieron 65 años de aquella epopeya y de la que era el último sobreviviente.
Pero si le escribo ahora es porque mi vida no tiene nada que ver con el careta de Neil Armstrong y la guerra fría. En nada me conmueve el origen de este 20 de julio helado. Le aseguro que quien eligió este día para reivindicar la amistad, jamás pateó una pelota y siempre llegó a fin de mes.
Cuentan que el técnico Juan López, antes de salir a la cancha, les dijo: “Bueno muchachos, ahora un huevo en cada zapato y vamo arriba”. La arenga fue oportuna; la empresa, imposible; su gol, necesario. Quiero contarle que sé de usted don Ghiggia y de sus 10 compañeros: Máspoli, Míguez, Schiaffino, Morán, Tejera, Rodríguez, González, Varela, Pérez y Gambetta. Si le escribo todo esto, es porque el jueves, cuando leí la noticia de su muerte, me dije o se lo dije: “Feliz día del amigo” y ya quisiera yo festejarlo cada 16 de julio. A lo mejor todo esto es como un rezo, una despedida a la distancia, una pequeña ayuda para que llegue al cielo celeste de la gloria. Gracias Ghiggia por el fútbol, por enseñarme que nada es imposible bajo el sol.
Con un huevo en cada zapato
20 de julio 2015 · 06:05hs