Paula Eder / De la Redacción de UNO
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24 horas de amor sincero
Al #22 lo habíamos visto hace ya un par de meses y habíamos comentado algo, pero no mucho. Si al advertir su existencia, hubiésemos estado abocadas a la labor del bolseado de una pared en plena avenida, probablemente hubiésemos dejado ir alguna obscenidad stándar, automatizada, seguida de un silbido largo que en el caminar ese pobre 22, hubiese dejado de escuchar mientras nos puteaba entre dientes y se le llenaban los ojos de lágrimas; pero no mucho más que eso. Lo normal.
Quiero decir, no crean que descubrimos al #22 a los 38 minutos de ese partido de Argentina contra Nigeria, mientras se preparaba para reemplazar al Kun Agüero, pero lo que pasó después, durante las 24 horas posteriores a que se paseara innecesariamente sin remera al costado de una cancha de fútbol deberíamos recordarlo para siempre.
Si no me equivoco el puntapié inicial lo dio @Jesicall, con su lírica babasónica, al asegurar que el #22 es capaz de desprender un corpiño con la mente. La paró de pecho @elautotepide y la reventó contra el travesaño, afirmando que Lavezzi después de afeitarse masajea su rostro irritado con Espadol porque cualquier otra cosa es de maricón. Los comentarios que exaltaban la belleza física del delantero se multiplicaron por miles y se transformaron en páginas de facebook, en memes, en posters; unas pocas horas después, la foto de Lavezzi, su bajovientre y sus tatuajes tumberos habían invadido todas las pantallas posibles.
Del otro lado, un montón de hombres heterosexuales indignados, ofuscados. Intentaron de todas las formas humanamente posibles volver a hablar de la velocidad de Di María, de Mascherano, y de por qué Messi no desborda por derecha. Más preocupados por que le dejemos el fútbol así como está que por abandonar los carbohidratos. Visiblemente ofendidos con la banalización de las sagradas destrezas futbolísticas.
Por cada suspiro indignado, un chiste ordinarísimo acerca del abdomen de Lavezzi. Por cada “vayan a lavar los platos”, una rima con contenido sexual, digna del camionero más ruin que haya existido jamás. 24 horas de mujeres al servicio de la cosificación absoluta.
Los más cautos y dotados de amor propio prefirieron preguntarse en silencio y escondiendo la panza frente al espejo qué sería lo que las mujeres estábamos ponderando, con la furia de mil hienas salvajes, a alguien apodado “Pocho” y que por obra y gracia de Dios no terminará sus días manejando un remis, como cualquier hijo de vecino.
Fueron muy pocos no cayeron en la trampa. Sí, es cierto que quizá el #22 encarne el estereotipo del “macho argentino” y que represente un ideal casi inalcanzable, del pibe de barrio humilde y sencillo, devenido en sex symbol, millonario y exitoso. Sin embargo, hay muchos de estos y no por eso las mujeres vivimos en estado de liebre en celo, dando aullidos por cada cuádriceps trabajado que se mueva delante de nuestro.
Me considero mucho menos feminista de lo necesario, pero si el feminismo fundamentalista me asegurara resultados, recorrería todas las obras en construcción de la ciudad a grito pelado, con el torso desnudo y un sable. Sin embargo, me alegra saber que esta vez y aunque más no sea por unas horas, las mujeres invertimos la fórmula “hombre cosificador - mujer cosificada”.
Probablemente el contexto tenga un papel fundamental: se trata de un mundial de fútbol, una práctica cultural hasta ahora ligada exclusivamente a lo masculino que encontró otro eje de miradas y a muchos hombres, esto parece no hacerles gracia. No están dispuestos a ceder el monopolio del comentario futbolístico, ni de la guarangada exagerada. De todas maneras, no se preocupen, pueden quedarse con ambos; esto fue una gran parodia, un espejo en el que claramente muchos se reflejaron, y se volvieron locos.
Es mucho tiempo ya soportando que nos llamen envidiosas cuando decimos que Luciana Salazar, con sus 20 litros de plastico y sus dientes de cerámica, nos parece ordinaria; es una vida aceptando comentarios acerca de nuestros culos en las veredas de las ciudades; son demasiados veranos aguantando que panzones en ojotas de goma nos manden a hacer dieta cada vez que decimos que Karina Jelinek es un ser mononeuronal. Fueron sólo 24 horas. Imaginen la vida entera.