Una enfermedad crónica y la “sanación” desde uno mismo

Diálogo Abierto. María Noemí Silva encontró en la Gestalt una forma de sanar aspectos de su personalidad, lo cual repercutió en su forma de transitar la poca conocida enfermedad crónica que se le manifestó en la juventud
16 de noviembre 2015 · 07:50hs
Julio Vallana / De la Redacción de UNO
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La profesora María Noemí Silva se encontró con la púrpura trombocitopenia idiopática (Ver Datos) cuando tenía 24 años. Tras minimizar la enfermedad, primeramente, y luego pasar por momentos de temor, finalmente logró interpretarla –gracias a la terapia psicológica– como un mensaje que disparó –como consecuencia final– la formación en la corriente de la Gestalt. La nueva mirada constituyó su propio “tratamiento” –proceso que refleja en el libro Desde la Gestalt me encuentro conmigo–, así como también la puerta hacia una nueva forma de ejercer la docencia. 

Los vecinos y la red

—¿Dónde naciste?
—En Paraná, en marzo del 70.

—¿En qué barrio?
—Bario Sarmiento –en calle Soler entre Brown y Vucetich–, en la esquina está la plaza Francisco Ramírez –que fue mi segundo hogar en la niñez. 

—¿Hasta qué edad viviste allí?
—Hasta los 29 años, ahora vive mi mamá y dos de mis hermanos. 

—¿Cómo era esa zona en tu infancia?
—Durante muchos años tuvo calles de tierra –lo cual le daba una fisonomía particular– y luego vino el asfalto y había que tener más cuidado para jugar en la vereda. Tenía muchos árboles y hasta hoy muchos vecinos se sientan en la vereda –en verano, a la tardecita. Había mucha conexión entre los vecinos y era como una gran familia. Todavía no se usaban mucho las salas de velatorio y cuando fallecía alguien en el barrio, enseguida se juntaban sillas, a los chicos de la familia del difunto los buscaban los vecinos –como me pasó a mí cuando falleció mi abuelo– y les daban de comer. Era una red de contención en forma instantánea, sin que nadie pidiera nada. 

—¿Qué cambios hubo a partir del asfalto?
—Debe haber sido en 1977, hubo mucha más circulación de vehículos, los niños debíamos tener más cuidado para jugar y comenzamos a andar en bicicleta por la vereda –en vez de por la calle. 

—¿Otros juegos?
—Los más lindos eran a la siesta –cuando mi papá dormía– porque transgredíamos algún límite. Nos gustaba ir a cazar mariposas –aunque después las soltábamos– en un terreno que había a la vuelta de casa, también nos trepábamos a los árboles, jugábamos a la pelota…

—¿Había algún límite de hasta dónde podías llegar?
—No había muchos límites; en esa época sentí mucha libertad, también respecto de los horarios. Venía de la escuela, dormía la siesta, hacía la tarea y me iba a la placita –hasta la tardecita o la noche. Al que siempre había que salir a buscarlo era a mi hermano varón, que no volvía. 

—¿La placita era un lugar de encuentro?
—Sí, jugábamos con el que llegaba y ahí volaba la imaginación, el que estaba en la plaza era nuestro amigo.

—¿Qué idea te hacías en torno al “centro” de la ciudad?
—Era muy lejos y significaba “la salida”, a tomar helado en Costa Azul. Mi papá era de la Acción Católica en la Catedral, no nos gustaba mucho ir a misa pero nos llevaba a hacer el paseo a la iglesia y después a Da Col. 

—¿Qué actividad laboral desarrollaba él y tu mamá?
—Él era un nómade y nunca quiso tener un trabajo fijo. Mi mamá me contó que trabajó dos o tres meses en la Provincia y dejó, porque no se lo bancaba. Mi mamá también siguió ese ritmo. Cuando éramos chicos mi papá vendía cursos. Un día partieron hacia Chajarí a vender libros y terminaron en Corrientes, en una furgoneta, con un sillón que les regaló mi abuela –quien tenía compra venta en Concordia. Llegaron a Corrientes, se instalaron en un parque, bajaban el sofá y ahí dormíamos mi hermano y yo. Mi mamá me contaba que iban a la iglesia de Itatí –donde mi papá se hizo devoto–, utilizaban el baño, a veces había comedor, y se sumaban. Eran nómades. 

—¿Tu mamá lo conoció así?
—(Risas) Le dijo un verso en una fiesta, se le declaró y estuvieron juntos hasta que él falleció. Era versero. 

—¿Otros trabajos?
—Muchos años vendió libros, después hizo unos cursos y se dedicó a la electricidad, y lo último fue técnico de heladeras –con el taller en casa– y se quedó un poco más quieto. Un día se fueron a Federal a visitar una tía y se quedaron tres meses. Era un bohemio y un gran amigo, porque tenía amigos por todos lados. Mi mamá fue mucho tiempo mamá, después puso una peluquería y cuando falleció mi papá, buscó un empleo fijo, hasta que se jubiló.

—¿Los libros estaban en tu casa?
—Desde que era chica estaban los cursos que venían en fascículos en un estuche de cuero. Así aprendí guitarra y después estudié. Mi papá era muy lector y también le gustaba la Historia. Había muchos libros referidos al campo y particularmente poesía.

—¿Algún curso te parecía extraño?
—Me llamaba la atención la Puericultura y siempre preguntaba qué era eso. No entendía de qué se trataba. Había sobre muchas temáticas. En época en que no había clases, salíamos todos con él a vender. 

—¿Cómo te influyó eso?
—En lo de poder estar en cualquier lugar y la necesidad del movimiento, de no aferrarme a algo. Me dio mucha confianza porque en mi casa se vivía al día pero confiando que siempre hay. Recuerdo las navidades, que era la tarde y no sabíamos qué onda a la noche, porque no había nada. Pero al rato caía mi papá, había arreglado una heladera… Se confiaba en los amigos, en la familia… en mi casa siempre había un amigo, o para Navidad alguien que no tenía dónde estar. Mi mamá también era así. Trabajaba en la Casa de la Mujer y a veces los 24 iban mamás con hijos, porque no tenían dónde ir. No nos sobraba, pero compartíamos.

—¿Desarrollaste alguna afición durante bastante tiempo?
—En la infancia estudiaba guitarra, danzas españolas, dibujo y jugaba al básquet. 

—¿Por obligación o alguna realmente te gustaba?
—La que me mandaba –que ahora de grande retomé– fue danzas españolas, lo otro me gustaba y la guitarra me encanta pero nunca aprendí a tocar. En la adolescencia desarrollé la escritura y de grande tomé un taller en la Casa de la Cultura –con Susana Goldemberg, una bellísima persona. Me marcó, porque además mi papá escribía y recitaba. Me hacía tocar la guitarra y él recitaba. No podía estar quieta así que en la Secundaria íbamos con un grupo a jugar y acompañar en los hogares de niños o de ancianos. Siempre hacía ese tipo de actividades.

—¿Qué te motivaba a escribir?
—Es como una necesidad vital, necesitaba escribir mis estados emocionales para canalizar y alivianar. Ahora me doy cuenta de que en una época fue una escritura melancólica y después me conecté con otra parte más alegre. Nada que ver lo que escribo ahora con lo de hace 10 años. 

—¿Lo mostrabas?
—Sí, me gustaba compartirlo con mis amigos, a quienes también les escribía y a mis sobrinos.

—¿Observás una constante, independientemente de la forma y el tono?
—Lo cotidiano, la amistad y los vínculos.

Una profesora y la forma

—¿Lo relacionabas con tu posible profesión?
—No, en 3º año del Secundario tenía muy claro que quería ser docente y de Historia, y estudié profesorado de Historia. 

—¿Por qué?
—Por una profesora que tuve en la Secundaria, por su forma de contar la Historia, que era como viajar en el tiempo y me apasionaba. 

—¿Alguna circunstancia particular?
—Más que las clases, recuerdo las formas que tenía; me gustaba que el profesor exigiera y no se hiciera el amigo de nosotros. Era exigente, nos tomaba clase oral todas las clases y te llevaba a estar conectada con la materia. Me interesaban las materias sociales y era muy buena en Educación Cívica, no así en Matemáticas y Química. 

—¿No dudaste en cuanto a la carrera?
—No, nunca. Cuando avancé con la carrera dudaba porque quería que llegara el día de la práctica, porque pensaba que una cosa era estudiar y otra entrar al aula y enseñar. Mi primera clase fue en una escuela nocturna para adultos y fue maravillosa, tanto por la gente como por la experiencia. Fue sobre los caudillos federales Ahí dije que eso era lo mío y me confirmé en la docencia. 

—¿Te atraía particularmente alguna etapa o personaje histórico?
—En principio me gustaba toda la Historia. Lo bueno que tuve en la formación del profesorado es que había docentes de distintas ideologías, lo cual me mostró un abanico maravilloso de pensamientos que me permitían hacer mi propia lectura. Eran tan radicales las diferencias entre el rosista, el liberal, el hispanista, el antihispanista, que era maravilloso, y no me identificaba con ninguno para tratar de comprender. Cada etapa tiene su contexto y por qué, y no es mi función como docente emitir un juicio. Siempre hay algo para rescatar y no me gustan los extremos.  De la Historia Antigua siempre me atrajeron las civilizaciones al lado de los ríos, tales como Egipto y la Mesopotamia 

—¿Rescatás especialmente un docente de los que te referís?
—Una docente que siento que de alguna manera nos abría la cabeza invitándonos a ver la Historia desde el arte, la literatura y la filosofía –en cuanto a lo intelectual– y en cuanto a lo personal, una docente que hoy es mi amiga, por su forma de estar en el aula, por el respeto y el trato. Admiraba a los profesores que me daba cuenta que estudiaban para dar la clase.

—¿Con el tiempo te enfocaste en alguna época?
—Más que un tema, me fui encontrando con otra forma de enseñar la Historia. Siempre me gustó la investigación y trabajar con herramientas para que los chicos pudieran hacerla: su propia historia, la historia del lugar, de sus abuelos… más allá de dar los procesos históricos. En los últimos años me conecté con la metodología de Historia oral, que los acerca a lo cotidiano y al contexto, y desde allí podés abrir un montón de posibilidades. Cuando el joven observa que él es quien construye su aprendizaje, es un camino maravilloso. En la Escuela Agrotécnica de Villa Urquiza desarrollamos un proyecto sobre “la otra historia”, con tres líneas de trabajo e investigación: museos, archivos y bibliotecas. Los chicos venían al Museo Histórico en Paraná, a la Biblioteca Provincial y a la Escuela de Archivística para ver cómo se trabaja allí. Después de un año, se llevó ese aprendizaje a Villa Urquiza y se trabajó en la biblioteca de la escuela, en el archivo de la parroquia y en el museo.

—¿Cuál es el vínculo con Villa Urquiza?
—Cuando era chica recuerdo que mi abuelo siempre le pedía a un amigo que lo llevara a lo que yo decía que era “la cabaña del abuelo”. Crecí, el abuelo falleció, pero me quedó la foto de mi abuelo y yo entrando a ese lugar, que, de grande, no registraba cuál era. Un domingo –mirando la parte de Concursos del diario– leo que en la Escuela Agrotécnica de Villa Urquiza pedían la presentación de proyectos de taller. Venía de vivir una experiencia sobre Arqueología, así que presenté un proyecto de taller. Me fui en colectivo, le pregunto al colectivero por la escuela y me dijo que era donde bajarían todos. Cuando bajé, para mi sorpresa, era en la cabaña de mi abuelo. De ahí en más estuve trabajando 20 años. Me encontré con amigos del abuelo que trabajaban en la escuela, así que mi alma de niña se fue a encontrar con su propia historia y me quedé. Me encantaba charlar con algunos empleados porque me contaban sobre él, leí un libro de anécdotas del lugar y se lo mencionaba. 

—¿Ejerciste la docencia solo ahí?
—Mientras trabajé en Villa Urquiza, trabajé en muchas escuelas con suplencias cortas.

—¿Notabas contrastes?
—Se notaba en el espacio físico, por el contacto con la naturaleza allá, pero en cuanto a mi trabajo docente, era lo mismo. Para mí los adolescentes tienen un brillo propio que hay que aprender a mirarlo y cada uno tiene su particularidad. No es que hay buenos, malos, más inquietos… son adolescentes y desde ahí –sin juicios– podés proponer un montón de alternativas. Me costaba la clase tradicional por eso siempre estaba con proyectos. En una escuela de acá, comenzamos a cartearnos con chicos de una escuela bilingüe de Santa Fe, de una comunidad aborigen Com Caiá. Luego terminamos en un encuentro allá. También fuimos a la Convención Constituyente de 1994. Todo para salir de la estructura de repetir de memoria la Historia y que haya otra conexión. 

—¿Qué opinás sobre los autores que no son historiadores y han escrito obras de difusión masiva?
—Está buena la pregunta por eso que te decía que tuve docentes diversos, así que cuando llegué al último año me conecté mucho con Historia de la Historiografía, o sea cómo se ha ido haciendo la Historia. Hice una adscripción de dos años a esa materia y me dio un abanico de miradas en cuanto a las diversas corrientes de los centros de producción historiográficas. Me enganché mucho con la Antropología Cultural –otra manera de ver la Historia– y también con la Microhistoria. Un libro que me encantó fue El queso y los gusanos (el cosmos de un molinero del siglo XVI), sobre un campesino italiano –Menocchio– quien tenía una manera particular de leer la Biblia, por lo cual fue sometido a la Inquisición y juzgado. Desde lo pequeño se puede ver la forma de pensamiento y de la cultura, y siempre fui por ese lado, para no quedarme solo en lo fáctico de la línea del tiempo y en las fechas. Como dice un historiador, focalizar en “los caminantes descalzos”, que no están en los libros de Historia. Los libros de Historia argentina, por ejemplo, son libros de Historia política, escritos desde Buenos Aires, porteñocentrista, es un recorte. Por eso me gustaba rescatar lo local, lo cultural, lo social y las costumbres, que a los chicos también les interesa. Todas son distintas entradas a la Historia: la literatura o quien pinta un cuadro me parece fundamental para conocer una época y hay que integrarlo. Otro trabajo que recuerdo fue con los excombatientes de Malvinas, a partir de entrevistas, lo cual para alguien de 14 años es maravilloso encontrarse con un protagonista de la Historia. Hay que integrar y no dejar de lado nada.

El mensaje de una enfermedad

—¿Cuánto influyó en eso tu formación en la Gestalt?
—Mucho, ahí confirmé que no importa el qué, sino el cómo, en este caso cómo enseño. Y en lo personal me enfoqué en cómo vivo. Desde que tengo 24 años tengo una enfermedad crónica y eso me ubica en otro lugar. De alguna manera confirma que lo que llega, es lo que tiene que llegar, y el tema es cómo lo vivo. Mi primer acercamiento a la Gestalt fue como terapia para ver cómo transitar mi enfermedad y terminé en cómo transito la vida –en la cual la enfermedad es una partecita y vino a mostrarme algo. Así como un grupo de adolescentes en el aula, también viene a mostrarte algo. La enfermedad se puso un poco más densa, tuve que pedir licencia y entonces me enfoqué en eso. 

—¿No tenías un registro exacto de eso?
—No, pasé por muchos estados: la inconsciencia absoluta, pensé que la vez que apareció, me curé y ya está. Los primeros años no tenía conciencia ya que tenía 24 años y el mundo era mío (risas). Después comencé a preocuparme porque volvía seguido y molestaba, pasé por la etapa del miedo a no saber qué me pasaría y ahí comencé a buscar ayuda en terapia, y despertar. 

—¿Qué es la púrpura?
—Una enfermedad autoinmune que destruye las plaquetas de la sangre –que son las que coagulan cuando nos lastimamos. En mi caso estaba bien y comenzaba a sangrar por la nariz y se me llena el cuerpo de hematomas, así que tengo que estar quieta.

—¿Qué desencadena esos síntomas?
—Desde lo médico, es autoinmune, pero aprendí que tiene mucho que ver con las emociones. 

—Obviamente.
—Somos una integridad: cuerpo, alma, emociones, mente, de manera que la enfermedad no llega porque sí. Cuando aparece la púrpura, se asocia con otra enfermedad autoinmune como la neutropenia –que es la falta de neutrófilos, una de las defensas más importantes. El cuidado de la púrpura es cuando llega y lo último que me han hecho es quimioterapia. El cuidado para la neutropenia es no estar en lugares cerrados, con mucha gente, por las bacterias. Desde lo médico no pueden establecer una causa, así que lo comencé a trabajar desde lo emocional. 

—¿Qué descubriste?
—El cómo estaba viviendo, que mucha parte de mi vida era para el afuera, sobre todo cuando murió mi papá, que me hice cargo de mis hermanos –como si fuera mi responsabilidad. La enfermedad siguió insistiendo y un día comencé a mirar cuál era mi lugar, sobre todo en mi sistema familiar. Ahí descubrí que no era importante lo que traía la terapia sino cómo la transitaba, y por eso me decidí a la formación en la Gestalt. Y comencé a escribir el libro. Cuando no escribo, siento algo en el pecho y cada vez es más fuerte. No sabía que iba a hacer un libro, pero me encontré con la directora de la Editorial La Hendija, quien fue importante para que lo publicara. Porque compartimos todo el proceso de formación y porque me invitó a la publicación, ya que no me animaba. Tenía miedo de mostrar lo que me estaba pasando.

—¿Qué elementos terapéuticos rescataste de la Gestalt?
—Más que un remedio es una forma de vida y tengo otros recursos, aquí y ahora, y hacerme responsable de lo que me pasa –porque si no me quedo como víctima de la enfermedad– y qué hago con eso. Vivir aquí y ahora es transitar la vida con más consciencia y sin juicios. Es hoy y hacer con lo que me pasa hoy.

—¿En qué contexto personal se te manifestó la enfermedad?
—Hacía poco que había muerto mi papá y después un amigo –en una forma bastante traumática. Ahí comenzó. Cuando aparece, estoy atenta a lo que me pasó y en qué estaba, porque no se repite de la misma forma. Si estoy con bronquitis, observo qué me pasa con la respiración y el contacto con la vida, o sea que ya no lo asocio solo con algo orgánico, sino que esto me da un mensaje sobre algo que tengo que revisar. Y eso es permanente. 

—¿Surgen imprevistamente?
—Sí, o un día amanezco llena de hematomas. Primero fui a un flebólogo pensando que eran várices y me dijo que era para un hematólogo. Lo que hago es atender a lo que me sucede, sin que me paralice, que era lo que me sucedía antes y se me venía el mundo abajo. 

—¿Es una enfermedad poco común?
—Sí y muy silenciosa, la gente te dice “qué bien que estás” y tal vez estás llena de hematomas y no tenés defensas.

—¿Los síntomas varían?
—Pueden ser hemorragia, hematomas y bajas defensas.

Historia sin juicios

—¿Qué revisaste de la Historia, a partir del enfoque gestáltico?
—Lo de tener una mirada integral. Uno de sus postulados dice “no juzgar y no criticar”. Eso lo aplico a la Historia, por respeto al proceso cultural de las distintas civilizaciones, que cada una lo llevó como pudo y entendió que tenía que ser. La Gestalt es el todo –la forma– y ahí está lo de no dividirnos –como estamos viviendo ahora, en blanco y negro. En realidad “la salvación” y el maestro –por decirlo de alguna manera– está en nosotros. El argentino siempre está esperando que venga el mesías y lo salve.

—Por la herencia caudillista.
—Claro, el caudillo es una constante de nuestra historia. Así están los hispanistas-antihispanistas, indigenistas-antiindigenistas, unitarios y federales, rosistas y urquicistas…   

—¿Continuás vinculada al Centro Gestáltico del Paraná?
—Sí, este año comencé a ser parte de él, desde allí tenemos un programa de radio los lunes –que se llama Algo en común, por FM Radio Cualquiera– y trato de estar los martes, cuando hay un espacio de huerta en la Casa de Barro (sede de la entidad).

—¿En el programa analizás temas históricos?
—No, son postulados de la Gestalt.

—¿Qué profundizás de sus fundamentos?
—Sobre todo lo de permanecer en mí, en lo que soy y a partir de ahí puedo conectar con todas las personas. Cada uno tiene su propia forma y no hay que perderse en el otro, porque si no vuelvo a lo viejo, al atender afuera. Si permanezco en mí, puedo estar en el afuera pero desde otro lugar, más liviano, sin querer solucionarle la vida a nadie y respetando los procesos de mis hermanos, mi mamá, mis amigos… Este fue el gran darme cuenta y es un trabajito diario, para ser consciente y no perderme. Sé que mi tarea es muy chiquita: atenderme y atender desde lo pequeño. Esto provoca otros movimientos más grandes –a otro nivel– de lo cual no nos damos cuenta. Por ejemplo, mi familia ve lo que ha hecho la Gestalt en mí sin necesidad de que se lo cuente, y comenzaron a moverse con sus propias historias.

Un libro como convite

—¿El libro es tu historia con la enfermedad?
—Se llama Volver al ser. Desde la Gestalt me encuentro conmigo. Es el camino de encuentro que pude ver, mi proceso de vida y cómo la enfermedad llegó a mostrarme otra cosa.

—¿Puede acompañar a alguien con otros problemas de salud?
—Siento que el libro es convidar y cada uno puede razonar. Tal vez lo tuyo tenga que ver con otra cosa que no es la salud, como puede ser un vínculo, un duelo… un montón de cosas. No es nada extraordinario sino que sentí la necesidad. En Gestalt hablamos de resonancia y es cuando alguien dice algo que me hace acordar a algo mío. Siempre trabajamos en espejo, el otro me viene a mostrar algo y viceversa.

—¿Fue trabajosa la escritura?
—No; fue todo un proceso y nunca pensé que sería un libro. La Editorial La Hendija fue nodal; conocés a Armando (Salzman) y Laura (Martincich) y tienen una forma de trabajo en conexión con la persona que está escribiendo. Armando siempre dice que la editorial trabaja en función de la oferta y no de la demanda, lo cual es una mirada absolutamente humana. El proceso de edición fue compartido y con Laura sentí que lo gestamos juntas.

—¿Pudiste leerlo ya editado?
—Me costó mucho. Este año necesitaba encontrarme con el libro, charlé con Laura y dimos un taller que se llamó Cuando la sanación trasciende la enfermedad –que tiene que ver con sanar sentimientos, emociones y otras cosas. La convocatoria fue en el marco de “Libros vivos”, en función de la cual el libro comienza a vivir en quien lo está leyendo y puede resonar algo de ella. 

—¿Qué te pasó cuando lo leíste?
—Cada vez que lo leo, lloro. Sentí que me desnudaba, como un alumbramiento de mí misma, nacer a una nueva forma.

—¿Qué relación tenés con el río?
—Cuando me dijiste que podía elegir el lugar para la entrevista, me apareció la palabra recordar, que es volver a pasar por el corazón. Mi infancia fue al lado del río, por mi papá, con quien vivíamos yendo de un lugar a otro y le encantaba ir a los arroyos. A este lugar (Thompson) siempre veníamos los fines de semana, cuando cumplí 42 años hice una ceremonia aquí, también despedimos a un amigo que partió y veníamos con el grupo de formación de Gestalt a hacer algunas actividades en la naturaleza. Ante el río, recuerdo que soy una partícula, lo cual también me da confianza como parte del todo. Cuando me dan mucha vuelta los pensamientos, vengo acá; conecto el río con la cuestión de la sangre, y trato de fluir. 

“Hay algo más importante  que el tratamiento médico”

No obstante el carácter crónico de su enfermedad, la profesora Silva considera clave para su calidad de vida la nueva visión que le aportó la terapia Gestalt –en la cual se capacitó. “La diferencia es cómo transito los momentos de hemorragias y bajas defensas”, puntualiza en cuanto al aporte de esta herramienta psicológica.

Luego relata: “Algo muy fuerte fue en 2º año, cuando me apareció nuevamente la púrpura y estaba enloquecida. Quería ir a la formación porque sentía que me hacía bien. Así que fui, confié en que todo iba a estar bien, me quedé quieta –porque estaba con pocas plaquetas– y eso fue clave. Creía que me iba a curar pero en realidad mi sanación vino por otro lado, ya que fue un camino del alma. La enfermedad viene a sanarnos el alma. Transitando la formación hice quimioterapia y tenía que estar un poco más quieta, pero ahí apareció la confianza y el sostén de mis compañeros. A veces les miraba la cara de susto a mis compañeras médicas, pero se la bancaron en cuanto a no decirme nada y bancarme en que pudiera estar presente en la formación. No era cuestión de curarme o no curarme –reconoce la docente– sino algo más grande, cómo vivo y escucho el síntoma, desde otro lugar y no solo de la medicación. No es una cosa y otra, sino el síntoma, el tratamiento médico y hay algo más grande. Mi hematóloga me ha acompañado mucho durante este proceso, es muy cauta y cuidadosa con las palabras, y respetuosa de las decisiones del paciente, lo cual le agradezco”, concluye Silva.

Fundamentos de la Gestalt

Este enfoque no se limita exclusivamente a tratar a enfermos y las psicopatologías, sino también en desarrollar el potencial humano, desde un ejercicio de la “psicología positiva”.

Fue desarrollada después de la Segunda Guerra Mundial por Fritz Perls y su esposa Laura. Él consideraba que la raíz de los trastornos psicológicos podía estar en la incapacidad de las personas de integrar exitosamente y acertadamente las partes de su personalidad en un todo saludable. 

Los terapeutas acompañan y animan a los pacientes a vivenciar sus emociones y reconocerlas, utilizando técnicas vivenciales, anteponiendo la espontaneidad al control, la vivencia a la evitación de lo doloroso, el sentir a la racionalización, y la comprensión global al análisis de las partes. 

Las bases son “el aquí y el ahora, lo obvio y la toma de consciencia”, “darse cuenta” de lo que se hace en la vida, cómo y qué es lo que se quiere o necesita en realidad, y cómo conseguirlo.

***

Datos

-Púrpura trombocitopénica idiopática (PTI) es un trastorno hemorrágico en el cual el sistema inmunitario destruye las plaquetas necesarias para la coagulación normal de la sangre. Quienes la padecen tienen muy pocas plaquetas en la sangre.

-Ocurre cuando ciertas células del sistema inmunitario producen anticuerpos antiplaquetarios. Los anticuerpos se fijan a las plaquetas y el bazo destruye las plaquetas que llevan los anticuerpos.

-El término púrpura hace referencia a los hematomas (equimosis) en la piel, característicos de la enfermedad; trombocitopenia significa “número de plaquetas menor que el valor considerado saludable, e idiopática quiere decir que la etiología –la causa– de la trombocitopenia es desconocida.

-Con tratamiento, la probabilidad de remisión (período libre de síntomas) es buena.

-No hay una forma conocida de prevenirla.
 
- Ocurre en unos cinco casos por cada 100.000 nacidos vivos, menores de 15 años.

 
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