Agustín Tosco. Un hombre incorruptible

Figuras del sindicalismo. Dirigente memorable, combativo, antiburócrata y hacedor de la resistencia contra las dictaduras. Con su militancia hizo del sindicalismo un espacio honorable para defender los derechos de los trabajadores. Aquí dos textos de gran impacto, escritos por Osvaldo Bayer y Vicente Zito Lema, que ayudan a conocer al dirigente en su real dimensión
3 de mayo 2016 · 16:14hs
Por Osvaldo Bayer
En esta sociedad argentina tan confusa, los dos populismos –el radicalismo y el peronismo– que nos gobiernan desde siempre (con las interrupciones militares “ordenadoras” habituales) parecería que hubieran borrado para siempre todas las fronteras de las definiciones. Pero, como excepciones, hay figuras que pese a todo ayudan a redefinir los valores. Una de ellas –una de las más firmes, sin duda, de “piedra”– es Agustín Tosco. Y lo es porque surge de un sector que, junto al político, es uno de los más confusos, o que confunde más, de nuestra sociedad: el sindicalismo. El sindicalismo a partir de 1943 comienza a transgredir lo que tendría que haber sido su derrotero. Se inicia en la coparticipación del poder, y poder significa también corrupción. Se hace participacionista, conciliador, artífice para no quebrar el equilibrio en la sociedad capitalista. Entra con todo en el populismo. Cambia, grita, sale a la calle, para dejar todo como estaba.
Tosco es la antítesis, es el dirigente sindical antiburocrático, el auténtico dirigente obrero que no sólo cuida y representa los intereses de los trabajadores sino que además busca un camino para una sociedad justa. Es decir, que su acción y pensamiento no quedan en una labor limitada a discutir convenios o leyes, sino que, con persistencia, va buscando caminos y procederes que lo ayuden a terminar con el sistema de pedidos y dádivas. Para luego ya pretender, como búsqueda máxima, que todo el sistema se afirme en estructuras igualitarias. En esa época argentina, Tosco es una “rara avis”. Valentía, honestidad, perspicacia, calma, capacidad para el debate. Ni obedecía directivas partidarias ni participaba en el banquete constante. La contrapartida definida es el dirigente neoperonista Vandor. Una especie de “manager” de la relación Estado-Capital-Trabajo.
Es una época clave aquella de los sesenta, en la que la bala, el bastón largo, los oficios de los servicios de informaciones y los militares en el poder dominarán la escena.
Tal vez, la cualidad más alta de Tosco era no entrar en internas, en discusiones interminables sobre personalismos o directivas de secta.
Cuando la clase obrera salía a la calle, él no rehuía la primera fila, lo tomaba como algo natural, frente a los uniformados del sistema y sus bastones o balas.
Con él se da la palabra, el valor de la palabra. Lo escuché hablar en un congreso obrero. Por supuesto, Tosco estaba en minoría y su palabra creaba el silencio a su alrededor. Se lo escuchaba. Hasta los provocadores pagados por la burocracia acallaban sus abucheos o sus coros de “Perón, Perón” como único argumento para tapar el debate. Esos eran los mejores momentos de Agustín Tosco. No necesitaba elevar el nivel de voz porque hablaba con la verdad. Sus conceptos eran simples: ni los juegos florales para hacer creer lo que nadie creía ni el personalismo demagógico acostumbrado de los dirigentes con puesto asegurado. Noble, firme. Nada mejor para demostrar que todas estas palabras sentidas que estoy volcando aquí no son mera alabanza circunstancial es leer sus escritos.
Un dirigente obrero para libro de láminas. Ese es el patrón; ése, el gobernante; ése, el policía; ése, el militar; ése, el obrero: todo bien definido.
Tosco es todo lo contrario del fanático adoctrinado: “Siempre es necesario encontrar las coincidencias para la acción y para la lucha en base a la unidad. Con ello lograremos los triunfos que anhelamos. Como lo enseña la historia del movimiento obrero”. Lo pensó, lo escribió y lo llevó a cabo.
La eterna burocracia sindical de los Triaca y los Daer rehúye la figura de Tosco. El peronismo oficial no habla de él. Se cumplieron los 25 años de su muerte y poco eco tuvo el recuerdo en los medios. Sigue siendo la figura de centros de estudiantes, de sindicatos no burocráticos, de agrupaciones opositoras a los pasillos ministeriales. Su figura tiene el halo de aquellos sindicalistas fundadores de principios de siglo, que fueron capaces de levantar sociedades obreras en los pueblitos más aislados de la pampa, o entre los colocadores de vías del norte, el oeste y el litoral. Aquellos que no se contentaban sólo con dar las directivas que venían de la capital sino que acataban las asambleas, después de escuchar también al analfabeto y al extranjero que refundía nuevos idiomas.
Al recordar a Tosco no se puede caer en el personalismo, no se corre ese peligro. Porque no hacía milagros ni era el gran prometedor ni repartía pan dulce ni estampitas de Luján. El era lo que los demás resolvían –pero siempre dando su opinión– y luego se marchaba en la misma dirección. No dirigió sino que acompañó las explosiones populares, aunque iba, claro, en primera fila porque allí lo querían ver los hombres y mujeres de buena voluntad. Y porque él era un heredero del peligro que habían sufrido permanentemente aquellos obreros que encabezaron las filas de 1902 donde cayó el obrero marítimo Ocampo ante las balas uniformadas de los poderosos de los toros Shorton y de las vacas Holando-Argentino, con sus representantes galerudos de la Casa Rosada; o en la Plaza Lorea, en 1909, por las ocho horas de trabajo, atacados con la máxima de las cobardías por el máximo héroe de la Policía, el asesino nato coronel Ramón Falcón. Tosco en primera fila en la manifestación del pueblo frente a los mausers de Onganía, el general gris, con la eterna tristeza del egoísta. Tosco en las cárceles, en esas celdas todas solidaridad frente a la tortura y la raza de ratas de los guardiacárceles. 
Tosco escribía ya en 1969, en pleno esplendor neofranquista del onganiato estas palabras profundas, estas verdades profundamente dolorosas por lo reales: “Porque es cierto que en nuestro país la miseria margina a grandes grupos humanos. En la ciudad y en el campo. La existencia de las villas miseria son una prueba elocuente de la explotación del hombre por el hombre. La otra cara del lujo y la suntuosidad. La expresión más dramática de la falta de humanismo, donde la desnutrición, la enfermedad, el analfabetismo, la promiscuidad no son cualidades específicas de sus habitantes, sino consecuencias, efectos de la riqueza acumulada o despilfarrada por los sectores que gozan de todos los privilegios.
“Porque es cierto que en nuestro país muchas familias no encuentran posibilidades de educación para sus hijos. Así, por falta de recursos económicos, como por la insuficiencia de escuelas, como por la carencia de bancos. Por lo oneroso que resulta cada vez más el precio del transporte, de los útiles y libros escolares, de la indumentaria, de las cooperadoras.
Fuente: Revista Locas, cultura y utopía
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